El rostro del mal
De pie junto a Slobodan Milosevic en el porche de un refugio de caza situado a las afueras de Belgrado vislumbr¨¦ dos hombres en la distancia. Salieron de sendos Mercedes id¨¦nticos y, en la luz menguante, se digirieron hacia nosotros. Sent¨ª una sacudida en todo el cuerpo; eran inconfundibles. Ratko Mladic con uniforme de combate, robusto, caminando como por un campo enlodado; y Radovan Karadzic, m¨¢s alto, de traje, con su ingobernable, pero cuidadosamente peinada, mata de pelo blanco.
La captura, el pasado lunes, de Karadzic me devolvi¨® a una larga noche de enfrentamiento, drama y negociaciones de hace casi 13 a?os; la ¨²nica vez que lo vi en persona. Eran las cinco de la tarde del 13 de septiembre de 1995, el punto culminante de la guerra en Bosnia. Por fin, tras a?os de d¨¦bil respuesta occidental y estadounidense a la agresi¨®n serbia y a la limpieza ¨¦tnica de musulmanes y croatas en Bosnia, el bombardeo de la OTAN liderado por Estados Unidos hab¨ªa puesto a los serbios a la defensiva. Nuestro peque?o equipo de negociaci¨®n diplom¨¢tica -que inclu¨ªa al entonces teniente general Wesley K. Klark y a Christopher Hill, ahora enviado estadounidense en Corea del Norte- estaba en Belgrado por quinta vez, intentando poner fin a una guerra que ya se hab¨ªa cobrado casi 300.000 vidas.
La captura de Radovan Karadzic nos recuerda el valor de los tribunales para cr¨ªmenes de guerra
No les estrech¨¦ la mano, aunque Karadzic y Mladic me la tendieron
Estos tres hombres -Milosevic, Mladic y Karadzic- eran la principal raz¨®n de esa guerra. Mladic y Karadzic ya hab¨ªan sido imputados de cr¨ªmenes de guerra por el Tribunal Internacional para la Ex Yugoslavia. (Milosevic no ser¨ªa encausado hasta 1999). Como l¨ªderes del movimiento separatista serbo-bosnio, se hab¨ªan reunido con muchos personajes insignes occidentales, como Jimmy Carter. Pero, tras un cambio de estrategia, el equipo negociador hab¨ªa decidido marginar a Karadzic y Mladic para obligar a Milosevic, la principal autoridad serbia en la regi¨®n, a asumir la responsabilidad de la guerra y las negociaciones que esper¨¢bamos que le pusieran fin. Ahora Milosevic quer¨ªa volver a introducir a ambos hombres en las discusiones, probablemente para quitarse de encima parte de la presi¨®n.
Hab¨ªamos previsto ese momento y acordado de antemano que, aunque nunca solicitar¨ªamos una reuni¨®n con Karadzic y Mladic, si Milosevic lo suger¨ªa, aceptar¨ªamos; pero s¨®lo una vez, y ¨²nicamente con directrices estrictas que exigieran a Milosevic responsabilizarse del comportamiento de los otros dos.
Yo les hab¨ªa dicho a cada miembro de nuestro equipo de negociaci¨®n que decidiese por s¨ª mismo si dar o no la mano a los asesinos en masa. Odiaba a estos hombres por lo que hab¨ªan
hecho. Entre sus cr¨ªmenes se inclu¨ªa, indirectamente, la muerte de tres de nuestros compa?eros, Bob Frasure, Joe Kruzel y Nelson Drew, fallecidos cuando el veh¨ªculo blindado para transporte de personal en el que viajaban se despe?¨® por un profundo barranco cuando intent¨¢bamos llegar a Sarajevo por la ¨²nica ruta disponible, una peligrosa carretera sin asfaltar que atravesaba el territorio controlado por los serbios, lleno de francotiradores.
No les estrech¨¦ la mano, aunque tanto Karadzic como Mladic lo intentaron. Algunos de nuestro equipo se la dieron, otros no. Aquella tarde, la figura dominante fue Mladic, no Karadzic. Se enzarz¨® en competiciones para ver qui¨¦n aguantaba m¨¢s la mirada con algunos miembros de nuestro equipo mientras est¨¢bamos sentados a la mesa. Karadzic permaneci¨® callado al principio. Ten¨ªa una cara grande, de mand¨ªbula pesada, ment¨®n peque?o y ojos sorprendentemente tiernos. Despu¨¦s, cuando oy¨® nuestra exigencia de que se levantara de inmediato el sitio de Sarajevo, explot¨®. Levant¨¢ndose de la mesa, Karadzic, que hab¨ªa estudiado en Estados Unidos, peror¨® en un ingl¨¦s pasable sobre las "humillaciones" que su pueblo estaba sufriendo. Le record¨¦ a Milosevic que hab¨ªa prometido que no se producir¨ªan este tipo de arengas. Karadzic respondi¨® pat¨¦ticamente que llamar¨ªa al ex presidente Carter, con quien dijo que manten¨ªa contacto, y empez¨® a levantarse de la mesa. Por ¨²nica vez durante aquella larga noche, me dirig¨ª a ¨¦l directamente, y le espet¨¦ que s¨®lo trabaj¨¢bamos para el presidente Bill Clinton y que pod¨ªa llamar a Carter si quer¨ªa, pero que nosotros nos ir¨ªamos y el bombardeo se intensificar¨ªa. Milosevic le dijo algo a Karadzic en serbio; ¨¦ste volvi¨® a sentarse, y la reuni¨®n se centr¨® en su tema.
Al cabo de 10 horas, acordamos que se levantar¨ªa el sitio, despu¨¦s de m¨¢s de tres a?os de guerra. Al d¨ªa siguiente, pudimos por fin aterrizar en el reabierto aeropuerto de Sarajevo. La ind¨®mita ciudad ya empezaba a recobrar la vida. Dos meses despu¨¦s acababa la guerra en Dayton, y ya no se reanud¨®.
Pero a pesar de que el Acuerdo de Dayton daba a la OTAN autoridad para capturar a Karadzic y Mladic, no se produjo ninguna detenci¨®n en casi 13 a?os. Ahora, por fin, uno de estos temibles asesinos ha comenzado el viaje a La Haya. Es imperioso que Mladic siga a Karadzic en este viaje s¨®lo de ida.
La captura de este ¨²ltimo es m¨¢s importante a¨²n porque ha sido obra de las autoridades serbias. Hay que reconocer el gran m¨¦rito del presidente serbio Boris Tadic por esta acci¨®n, en especial porque su buen amigo Zoran Djindjic, entonces primer ministro de Serbia, fue asesinado en 2003 como consecuencia directa de su valent¨ªa al detener a Milosevic y extraditarlo a La Haya en 2001.
La detenci¨®n de Karadzic no es un mero pie de p¨¢gina hist¨®rico; aparta de la escena a un hombre que segu¨ªa socavando la paz y el progreso en los Balcanes y cuya entusiasta defensa de la limpieza ¨¦tnica merece un lugar especial en la historia. Tambi¨¦n acerca a Serbia a su ingreso en la Uni¨®n Europea. Y esta captura nos demuestra el valor de los tribunales para cr¨ªmenes de guerra. Aunque m¨¢s de 12 a?os sea un tiempo inexcusablemente largo, la imputaci¨®n de cr¨ªmenes de guerra manten¨ªa a Karadzic huido y le imped¨ªa resurgir. En el lejano Jartum, el presidente sudan¨¦s Omar Hasan Al Bashir, incriminado la semana pasada por la Corte Penal Internacional, deber¨ªa prestar mucha atenci¨®n.
Traducci¨®n de News Clips.
? 2008 The Washington Post
Richard Holbrooke, diplom¨¢tico estadounidense, fue el principal arquitecto del Acuerdo de Paz de Dayton.
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