Pobreza de esp¨ªritu
Los datos han aparecido dispersos durante las ¨²ltimas semanas, pero no hay la m¨¢s m¨ªnima duda: a pesar de la crisis econ¨®mica, entre ¨ªndices burs¨¢tiles que se desploman y tipos de inter¨¦s que alzan el vuelo, entre bancos sin liquidez y combustibles a precio de vino gran reserva, los vascos y las vascas, los espa?oles todos, las personas y las cosas, los b¨ªpedos, los entes m¨¢s diversos, no renuncian, bajo ning¨²n concepto, a salir de vacaciones. Una de las pocas noticias estimulantes en nuestra econom¨ªa es que los turistas siguen viniendo. Y como siguen viniendo turistas, nosotros no hemos perdido las ganas ni los medios para convertirnos en lo mismo y viajar a lo largo y ancho del globo.
Quedarse en casa exige una explicaci¨®n, y es una explicaci¨®n dif¨ªcil y compleja e inc¨®moda
En toda cultura, por muy distintos que sean sus valores, los seres humanos adoptan las mismas decisiones cuando vienen mal dadas: se definen unas necesidades prioritarias, que deber¨¢n ser atendidas, mientras que hay otras, secundarias, que se pueden relegar. Y hoy d¨ªa la informaci¨®n econ¨®mica adquiere caracteres dantescos. Uno abre el peri¨®dico, enciende la radio o vaga por Internet y s¨®lo encuentra despidos de miles de trabajadores, dram¨¢ticos concursos de acreedores, o el deprimente espect¨¢culo de urbanizaciones a medio hacer, o hechas del todo, que no encuentran un solo comprador. Como sube el precio del petr¨®leo sube tambi¨¦n el precio de los limones y enormes huestes de operarios llegados del extranjero vagan ahora, desesperados, en busca de alguna hormigonera donde dejar el sudor de cada d¨ªa. Pero en medio de la depresi¨®n hay algo claro: aqu¨ª no se queda en casa ni Blas. Porque Blas tiene apartamento en la costa, o casona en alguna aldea del interior, o ha alquilado cub¨ªculo en Levante, o acaba de contratar una semana en T¨²nez, en Praga o en Canc¨²n.
?Cu¨¢l es el principio que rige esta conducta? El principio en cuesti¨®n nada tiene que ver con inquietudes culturales, ni con la curiosidad por conocer nuevos pa¨ªses, ni siquiera con el muy leg¨ªtimo derecho a despatarrarse sobre la arena de una playa para no hacer absolutamente nada. No, ninguna de esas inclinaciones hace de la salida en vacaciones un hecho irrenunciable. La prioridad moral, la necesidad mayor, el principio que se impone en este asunto es el de no quedarse en casa; no quedarse en casa nunca, jam¨¢s, de ning¨²n modo, bajo ning¨²n concepto y sean cuales sean los padecimientos o sacrificios monetarios que ello comporte. Desde la clase media-baja (o desde la clase baja-media, si me apuran) hasta la clase alta-alta, pasando por toda la combinatoria a que dan lugar las distintas rentas familiares, el ciudadano occidental asume que est¨¢ prohibido permanecer recluido en verano, as¨ª no tenga nada que llevarse a la boca. Y ese imperativo menos tiene que ver con el ¨¢nimo hedonista que con el miedo a la persecuci¨®n social: quedarse en casa exige una explicaci¨®n, y es una explicaci¨®n dif¨ªcil y compleja, inc¨®moda, antip¨¢tica. Es m¨¢s dif¨ªcil explicar por qu¨¦ no te vas de vacaciones que explicar cualquier conducta criminal.
Toda la industria tur¨ªstica, millones de ofertas, infraestructuras, empresas y profesionales trabajan diariamente no ya para garantizar nuestro descanso (a fin y al cabo, el tiempo de vacaciones est¨¢ lleno de propuestas que nos dejan literalmente exhaustos) sino para evitarnos el mal trago de confesar p¨²blicamente que nos hemos quedado en casa. Y es que la opulencia de nuestra sociedad se demuestra precisamente en eso: que si no salimos de vacaciones, aun en tiempo de crisis, no es porque seamos pobres sino porque somos pobres de esp¨ªritu. Y eso es lo que en verdad est¨¢ prohibido.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.