Una guerra no tan lejana de Canad¨¢
Un libro rescata de los archivos sovi¨¦ticos nuevos detalles de la aventura de los brigadistas canadienses en la contienda civil espa?ola. Llegaron 1.700. Murieron 400
A pesar de sus m¨¢s de 90 a?os, Jules Paivio recuerda muy bien el d¨ªa que parti¨® desde Canad¨¢ hacia Espa?a para luchar en las Brigadas Internacionales. Era el invierno de 1937. Los primeros brigadistas canadienses estaban ya en Espa?a. Paivio, un adolescente perteneciente a una familia que hab¨ªa emigrado desde Finlandia, quiso despedirse de sus padres. Pero cuando estuvo delante de su madre no tuvo valor para decirle que se iba a la guerra, sino que se marchaba de viaje, de vacaciones. Al salir de casa hizo un gesto a su padre para que le siguiera. Fuera, en la nieve, le dijo a su padre, Aku, editor de un peri¨®dico de izquierdas publicado en finland¨¦s, que se marchaba a combatir contra el fascismo. Se abrazaron, Pavio se dio la vuelta y desapareci¨® en el bosque. Aunque le doli¨® su marcha, Aku se sinti¨® orgulloso de su hijo.
Jules explic¨® a su padre que se iba a Espa?a a combatir contra el fascismo
McElligot encontr¨® en Barcelona a uno de sus viejos oficiales como limpiabotas
En abril de 2008, siete d¨¦cadas despu¨¦s, Paivio asisti¨® en Ottawa a la presentaci¨®n del libro de Michael Petrou Renegades. Canadians in the Spanish Civil War, que a¨²n no se ha editado en Espa?a. Petrou, periodista de McLeans, la revista pol¨ªtica m¨¢s importante de Canad¨¢, ha escrito un bello y bien documentado libro sobre la experiencia de sus compatriotas en la Guerra Civil espa?ola. Incorpora los frutos de una investigaci¨®n en archivos de la Uni¨®n Sovi¨¦tica desclasificados recientemente.
Fueron cerca de 1.700 los canadienses que marcharon voluntarios a Espa?a a luchar en las Brigadas Internacionales. Al menos 400 de ellos no volvieron. Representaron, en relaci¨®n con la poblaci¨®n del pa¨ªs de origen, el segundo contingente nacional m¨¢s importante, despu¨¦s del franc¨¦s. Estados Unidos, por ejemplo, un pa¨ªs con una poblaci¨®n diez veces mayor que Canad¨¢, envi¨® unos 2.800 voluntarios. Los canadienses contaron con su propio batall¨®n, integrado en la XV Brigada (al que tambi¨¦n perteneci¨® el Batall¨®n Lincoln): el Batall¨®n Mackenzie-Papineau, que tom¨® su nombre de dos dirigentes nacionalistas del siglo XIX.
Los brigadistas canadienses eran en su mayor parte trabajadores. Tres cuartas partes pertenec¨ªan al Partido Comunista, que organiz¨® el reclutamiento y env¨ªo de los voluntarios. Un 78% eran inmigrantes, nacidos fuera de Canad¨¢. Hab¨ªa un alto porcentaje de jud¨ªos.
?Por qu¨¦ Petrou, sin relaci¨®n personal con brigadistas o con Espa?a, decidi¨® escribir este libro? "Sab¨ªa muy poco de la Guerra Civil cuando empec¨¦ este proyecto", se?ala, "y gran parte estaba te?ido de romanticismo. Pero creo que s¨¦ reconocer una buena historia. Quer¨ªa saber qu¨¦ motiv¨® a tantos canadienses a participar en una guerra en un pa¨ªs del que la mayor¨ªa sab¨ªa muy poco y con el que no ten¨ªan vinculaci¨®n. Seg¨²n iba investigando me sent¨ªa m¨¢s comprometido emocionalmente. Es una historia llena de idealismo y esperanza, de traiciones y tragedias".
?Por qu¨¦ fueron a Espa?a, a un pa¨ªs lejano, a luchar en una guerra que les era ajena? Hay un conjunto de razones. Seg¨²n Petrou, las circunstancias econ¨®micas y sociales de la ¨¦poca, marcada por la Gran Depresi¨®n, desempe?aron cierto papel: "Sin trabajo, en su mayor parte sin esposa ni hijos, marcharse a luchar a una guerra no parec¨ªa tan mala idea". El factor ideol¨®gico fue tambi¨¦n fundamental. Para muchos de los brigadistas canadienses, la guerra en Espa?a era un cap¨ªtulo m¨¢s de una larga lucha contra el fascismo.
Los brigadistas canadienses siempre resultaron sospechosos para las autoridades y, en especial, para la polic¨ªa de su pa¨ªs. Ya en los a?os treinta, la Polic¨ªa Montada se esforz¨® por infiltrarse en las filas del Partido Comunista. En 1937 se aprob¨® la Foreign Enlistment Act, que prohib¨ªa la participaci¨®n de ciudadanos canadienses en guerras en el extranjero, incluida, l¨®gicamente, la espa?ola. Los brigadistas canadienses pasaron a ser oficialmente delincuentes. Esta actitud de recelo oficial se prolong¨® durante d¨¦cadas. En 1970 se plante¨® una solicitud para crear una Asociaci¨®n de Veteranos de las Brigadas Internacionales. El Gobierno la rechaz¨® para no da?ar sus relaciones con la Espa?a franquista. Tan s¨®lo en los ¨²ltimos a?os se ha empezado a reconocer su contribuci¨®n en una guerra que marc¨® un cap¨ªtulo importante en la lucha mundial contra el fascismo.
El libro de Petrou cuenta tambi¨¦n con detalle la faceta menos rom¨¢ntica de las Brigadas Internacionales: las terribles condiciones en las que tuvieron que actuar. Describe escenas en las que los brigadistas, con muy poca preparaci¨®n, con ropas inapropiadas en medio de la nieve y el fr¨ªo, con escasez de armas y municiones, pasando literalmente hambre, recib¨ªan ¨®rdenes de oficiales incompetentes de lanzar ataques pr¨¢cticamente suicidas. Los archivos de Mosc¨² muestran que unos 150 canadienses fueron castigados por diversos motivos, fundamentalmente por deserci¨®n.
El libro recoge multitud de an¨¦cdotas y episodios. Al terminar la II Guerra Mundial, el ex brigadista John McElligot regres¨® a su trabajo como marinero. En 1947, su barco hizo escala en Barcelona. Paseando por la ciudad vio a uno de sus antiguos oficiales, un espa?ol, que trabajaba en la calle como limpiabotas. El canadiense se sent¨® en el taburete. Aunque se reconocieron inmediatamente, no dijeron nada. El espa?ol, sin embargo, escribi¨® unas se?as en un papel y se las dio disimuladamente a McElligot. Cuando ¨¦ste lleg¨® al lugar indicado se encontr¨® a 10 antiguos miembros de las Brigadas Internacionales, todos espa?oles (muchos espa?oles fueron incorporados a las Brigadas para completar sus filas), que hab¨ªan ido para encontrarse con ¨¦l. Le abrazaron y besaron. A?os despu¨¦s, McElligot recordaba a¨²n c¨®mo aquel encuentro con sus antiguos camaradas le hizo saltar las l¨¢grimas.
Otro brigadista, Jim Higgins, se encontr¨® con uno de sus contactos espa?oles de una forma inimaginable. En 1938 se hallaba en Corbera d'Ebre, cuando el pueblo fue bombardeado por un avi¨®n nacionalista. Las bombas destruyeron el dep¨®sito de agua y una riada arras¨® las calles. Higgins vio a un ni?o herido que era arrastrado por el agua. Logr¨® rescatarlo, malherido, y lo llev¨® a un puesto de primeros auxilios. Para tranquilizarle le repiti¨® las ¨²nicas palabras que sab¨ªa de espa?ol: "Soy canadiense, me llamo Jim". Cuarenta a?os m¨¢s tarde, un inmigrante espa?ol contact¨® con ¨¦l en Canad¨¢. Se llamaba Manuel ?lvarez. Era el ni?o al que salv¨® la vida. Llevaba 40 a?os intentando localizarle.
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