Piedras a la altura de los gigantes
Recorrido por la atm¨®sfera hist¨®rica y colonial de Cuzco y la excelencia del laberinto m¨¢gico del Machu Picchu
Dicen que la ¨²nica forma de conocer un lugar no es visitarlo, sino vivir en ¨¦l. El turismo vacacional tiene siempre algo de carro?ero y de fragmentario. Se ven ruinas, se merodea por las casas de la gente para espiar c¨®mo viven y se examina la gastronom¨ªa o el folclore, pero no se llega nunca a la entra?a. Esa insuficiencia, adem¨¢s, se hace m¨¢s notoria cuando en el lugar que se visita permanecen a¨²n, entreveradas, las sombras de otras ¨¦pocas, el rastro de esp¨ªritus y de costumbres at¨¢vicos. As¨ª es Cuzco: tiene, como los grandes bloques de piedra de la arquitectura inca, muchos ¨¢ngulos que no pueden verse, pero que encajan entre s¨ª a la perfecci¨®n, oscuramente, en el interior del muro.
Alguno de esos ¨¢ngulos queda al descubierto en los d¨ªas especiales, cuando todo se pone patas arriba, y la ciudad, con las faldas levantadas, ense?a sus trastiendas sin cautela. El Corpus Christi es en Cuzco uno de esos d¨ªas, su fiesta grande. Cuando llego all¨ª -sin haber planeado la fecha, por azar-, me doy de cara con los preparativos y veo la piel mudada de la ciudad: asoman los primeros disfraces, las m¨¢scaras rituales, los galones de las calles. En el p¨®rtico de una iglesia contemplo una ceremonia en la que algunos j¨®venes, ataviados con trajes ancestrales, tocan instrumentos, bailan y se azotan unos a otros con una brutalidad nada protocolaria. Ese olor a superstici¨®n y a fe rancia, a mestizaje entre el catolicismo carnavalero y las liturgias precolombinas, se respira por todas partes, y no parece que sea una coyuntura festiva, sino m¨¢s bien una forma de ser. Las plazas se abarrotan, los santos son sacados a pasear con comparsas y los paisanos comen por las calles el chiriuchu, un plato t¨ªpico en el que el manjar principal es un conejillo de indias enorme -el cuy- que tiene aspecto, en los puestos callejeros, de rata asada. Bajo un cielo limp¨ªsimo, de azul recio, Cuzco fascina.
Cuzco -o Cusco- significa ombligo en lengua quechua. Fue la capital del imperio inca, que se extend¨ªa desde el Caribe colombiano hasta el sur de Santiago de Chile. Ahora es una ciudad peque?a que puede ser abarcada de un vistazo, desde alguno de sus miradores altos. Est¨¢ erigida en una hondonada, rodeada de monta?as y colinas sobre cuyas pendientes van trepando con desorden las casas. Todas son bajas y tienen tejados de teja: es una ordenanza administrativa para preservar la belleza monumental de la ciudad. En su centro, en el ombligo del ombligo, est¨¢ la plaza de Armas, que, rodeada de soportales coloridos, alberga las dos catedrales: la aut¨¦ntica y la iglesia de la Compa?¨ªa de Jes¨²s, que compiti¨® para alcanzar la mayor grandeza de la ciudad y que, a ojos del profano, emula sin verg¨¹enza a la catedral verdadera.
Gu¨ªas ocasionales
Aparte de esos dos templos mayores, Cuzco est¨¢ salpicada de iglesias coloniales que guardan artes y artesan¨ªas de los siglos XVI y XVII: lienzos, retablos, tallas, altares y p¨²lpitos de diverso inter¨¦s que, en cualquier caso, tienen casi siempre una historia sentimental o legendaria detr¨¢s. Si se dispone de tiempo para demorarse en el recorrido, es muy aconsejable contratar, por pocas monedas, a los gu¨ªas ocasionales que ofrecen sus servicios en las iglesias. M¨¢s all¨¢ del valor did¨¢ctico de sus explicaciones, el visitante encontrar¨¢ en ellas el rastro de credulidades que el tiempo no ha borrado. "?ste es el Cristo de las Tormentas y hace un a?o cay¨® un rayo justo aqu¨ª", me dice un muchacho en la iglesia de San Blas, y a?ade con misticismo: "A m¨ª me parece demasiada casualidad".
San Blas, con un p¨²lpito barroco admirable; el Triunfo, con los restos del Inca Garcilaso; Santa Clara, con un trascoro de clausura; San Francisco, San Pedro, La Merced, Santa Catalina: todas est¨¢n en un palmo de tierra, se puede ir de una a otra paseando con reposo como en el V¨ªa Crucis de Semana Santa. Pero adem¨¢s de las iglesias, el visitante encontrar¨¢ rincones menos p¨ªos que merecen el vagabundeo: la plaza del Regocijo, el mercado de San Pedro, palacios coloniales, callejones empinados.
El Inca Garcilaso, cusque?o ilustre, fue uno de los forjadores de la famosa leyenda negra espa?ola. Al visitar Cuzco se puede comprobar que al menos en lo art¨ªstico esa leyenda no fue creada a humo de pajas. Los conquistadores arrasaron toda la ciudad inca. Usaron los cimientos de templos para erigir iglesias y evangelizaron no s¨®lo las almas, sino tambi¨¦n la arquitectura. El templo de Qorikancha, que seg¨²n las cr¨®nicas era majestuoso, fue devastado. Sus recubrimientos de oro se fundieron para alimentar la voracidad del imperio. Y sobre su planta se levant¨® la iglesia colonial de Santo Domingo, que es de visita -¨¦sta s¨ª- ineludible. En su interior hay un claustro que, igual que un frankenstein, est¨¢ construido con pedazos incas y cristianos. Y desde el exterior, perfectamente integrado en el conjunto, puede verse un muro curvo del antiguo templo que ejemplifica mejor que ning¨²n otro resto -incluidos los de Machu Picchu- la extraordinaria perfecci¨®n de la arquitectura inca.
Esa perfecci¨®n puede admirarse tambi¨¦n en los restos de la fortaleza de Sacsahuam¨¢n, situada a las afueras de Cuzco, en un alto desde el que puede verse la ciudad. Los conquistadores desmantelaron la fortaleza, se llevaron trozos para construir sus palacios, pero a¨²n quedan en pie muros que asustan: piedras colosales del tama?o de un gigante.
Las reliquias que no se encuentran ya en las calles pueden contemplarse, sin embargo, en dos museos hermos¨ªsimos: el Inca y el Precolombino. Restos de lo que Cuzco fue, de su gloria perdurable.
En cualquier otra parte del mundo, el llamado Valle Sagrado, que se encuentra a pocos kil¨®metros de Cuzco, ser¨ªa un destino tur¨ªstico formidable, con las ruinas incas y los mercados de Pisac, de Chinchero o de Ollantaytambo, pero aqu¨ª, entre la majestad de Cuzco y la excelencia de Machu Picchu, queda empalidecido. Es, sin embargo, una de las excursiones obligadas para el turista, que puede planificarla de modo que le sirva de camino hacia Machu Picchu, adonde se puede llegar en coche, en tren o a pie. Del antiguo camino inca que un¨ªa Machu Picchu con Cuzco -130 kil¨®metros- se mantiene en funcionamiento un tramo de algo m¨¢s de 42 kil¨®metros, una distancia de marat¨®n, que los aventureros, auxiliados a voluntad por porteadores, recorren caminando. El acceso es restringido, de modo que los interesados deben comprar la entrada con antelaci¨®n. La marcha, siempre conducida por gu¨ªas autorizados, dura cuatro jornadas, en las que se visitan algunos yacimientos arqueol¨®gicos y se disfruta de la visi¨®n de aquella naturaleza prodigiosa.
Esa misma visi¨®n, portentosa, es la que tienen los viajeros del tren tur¨ªstico que une Cuzco con Aguas Calientes, al pie de Machu Picchu. El tren, que puede cogerse en Ollantaytambo, sigue el curso del r¨ªo Urubamba, que en ese ¨²ltimo tramo se encajona entre las monta?as para embellecerse. El paisaje, lleno de perspectivas que parecen acuarelas pintadas, tiene un brillo de asombro. Hay dos tipos de trenes: los de mochileros, m¨¢s baratos, y los que llaman Vistadome, con parte del techo acristalado para facilitar la visi¨®n de los pasajeros.
Machu Picchu crea tantas expectativas que se corre el riesgo de salir de all¨ª defraudado. Es el s¨ªmbolo de una civilizaci¨®n desaparecida, una de las siete maravillas modernas del mundo, un lugar lleno de leyendas y de sombras m¨¢gicas... Demasiada responsabilidad.No hay, sin embargo, decepci¨®n. Machu Picchu embriaga, sacia. Quien no se conmueva con las ruinas, que siempre exigen m¨¢s travestismo hist¨®rico por parte del visitante, no podr¨¢ dejar, sin embargo, de maravillarse con el emplazamiento natural en el que fueron levantadas.
La ciudad inca est¨¢ plantada en un lugar casi inveros¨ªmil, bell¨ªsimo, de trazo cinematogr¨¢fico. Los que lleguen a pie por el Camino Inca la divisar¨¢n por primera vez desde el Intipunku, la Puerta del Sol: desde el punto en el que est¨¢n tomadas las fotograf¨ªas cl¨¢sicas de Machu Picchu. Los que hayan llegado en tren o en coche a Aguas Calientes deber¨¢n subir en autob¨²s por una carretera zigzagueante que bordea precipicios. En cualquiera de los casos conviene estar all¨ª antes de las seis de la ma?ana, que es la hora en la que se abren las puertas del parque nacional. Habr¨¢ amanecido ya, pero el sol a¨²n estar¨¢ oculto por el c¨ªrculo de picos que envuelve Machu Picchu. El silencio, la luz todav¨ªa gris¨¢cea y el perfil casi geom¨¦trico de los edificios incas impresionan al m¨¢s imp¨¢vido.
En Machu Picchu pueden hacerse dos cosas. La primera, recorrer monumentalmente las ruinas para conocer, en escenario real, cu¨¢l era la organizaci¨®n social de los incas, de qu¨¦ modo ordenaban sus ciudades, c¨®mo constru¨ªan sus edificios civiles o sus templos, qu¨¦ funcionalidad agr¨ªcola o arquitect¨®nica cumpl¨ªan las terrazas...
La segunda cosa que se puede hacer es trepar monta?as. Estamos en el coraz¨®n de los Andes. Disfrutar¨¢ m¨¢s de la visita, por supuesto, el turista que se encuentre en forma y sea capaz de trotar arriba y abajo para contemplarlo todo desde el mayor n¨²mero de ¨¢ngulos posible: la caba?a del vigilante, la Puerta del Sol, el puente levadizo inca y, sobre todo, el Wayna Picchu, que es el pico que se ve en las fotos sobresaliendo por encima de las ruinas. Parece alto e inaccesible para perezosos, pero con un poco de esfuerzo puede ascenderse en una hora por un sendero empinado. Los m¨¢s osados pueden continuar despu¨¦s de la cima y llegar hasta el Templo de la Luna. El Wayna Picchu tiene un cupo de visitantes diarios autorizados, 400, de modo que si se desea subir es preciso no demorarse demasiado en entrar. Las vistas a la ciudadela inca y a la salpicadura de monta?as del entorno son inolvidables.
Hay una tercera cosa que no pocos visitantes hacen antes de marcharse: aposentarse all¨ª durante unas horas, vivir dentro de Machu Picchu. Algunos j¨®venes se tumban en el c¨¦sped de las terrazas a leer un libro, como si estuvieran en un parque. Otros pasean indolentemente arriba y abajo o se acuestan a dormitar. Saben que aquello no es s¨®lo un museo al aire libre ni una marca de alta monta?a, sino un laberinto m¨¢gico. Una encrucijada o un abismo.
? Luisg¨¦ Mart¨ªn (Madrid, 1962) es autor de La muerte de Tadzio (Alfaguara).
Gu¨ªa
C¨®mo ir
? Cuzco se encuentra a 3.399 metros de altitud y cuenta con aeropuerto. Lan Per¨² (www.lan.com), Star Peru (www.starperu.com) y Taca (www.taca.com) cubren el trayecto desde Lima en algo m¨¢s de una hora con precios a partir de unos 95 euros ida y vuelta.
? Camino Inca. Las reservas se hacen en el tel¨¦fono 0051 84 25 58 05. Las rutas senderistas duran cuatro d¨ªas, y
cuestan unos 55 euros para adultos y 27 para estudiantes. M¨¢s informaci¨®n en:
www.inc-cusco.gob.pe.
? Tren a Machu Picchu (www.perurail.com.pe; 0051 84 58 14 14). La ida y vuelta desde Cuzco cuesta entre 61 y 90
euros, seg¨²n el tipo de tren. Se puede comprar online.
? La visita de Machu Picchu cuesta 27 euros (adultos).
Informaci¨®n
? Turismo de Per¨² en Madrid (www.peru.info; 914 31 42 42). Tel¨¦fono 24 horas de asistencia al viajero (n¨²mero local en Per¨²: 574 80 00).
? Oficina de turismo en Cuzco (0051 84 22 20 32).
? www.regioncusco.gob.pe.
? Meteorolog¨ªa en Per¨²:
www.senamhi.gob.pe.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.