Crisis sociales, riesgos manipulados
No son las dificultades las que vencen a los hombres, sino el temor", afirmaba Shakespeare. Y el temor es una sensaci¨®n que puede fabricarse, como puede aliviarse o acentuarse, de forma inconsciente o consciente. No s¨®lo la influencia de las religiones, sino tambi¨¦n el poder en general, se articula frecuentemente sobre la conveniente manipulaci¨®n de riesgos y temores. El riesgo, la sensaci¨®n de riesgo, aumenta con la globalizaci¨®n. Y su esencia cambia. Los ciudadanos del mundo tienen la impresi¨®n de estar metidos en una turbina de la que pueden salir despedidos en cualquier momento.
Mientras en el pasado, muchos da?os se atribu¨ªan a los dioses, la naturaleza o simplemente al destino, hoy, la mayor parte de los peligros que nos amenazan parecen descansar sobre decisiones humanas. Anthony Giddens los denomina riesgos manufacturados, porque suelen estar relacionados con la b¨²squeda de ventajas econ¨®micas en procesos industriales insuficientemente garantizados. Incluso las cat¨¢strofes naturales o el cambio clim¨¢tico han dejado de ser accidentes para ser hechos imputables moral, pol¨ªtica y jur¨ªdicamente a los hombres. Los dioses hace tiempo que son inocentes.
La creciente fragilidad y precariedad laboral no impide que se fuercen cambios legales urgentes
En el terreno social tambi¨¦n es habitual esa forma interesada de manipulaci¨®n de riesgos. Cualquier fen¨®meno como el terrorismo, la inmigraci¨®n, la dial¨¦ctica entre religiones y culturas, puede facilitar decisiones de las que obtener ventaja inmediata, bien sea en forma de venta de armas o de apropiaci¨®n de recursos petrol¨ªferos. S¨®lo se precisa que los temores que provocan hayan sido convenientemente tratados y manipulados. La crisis demogr¨¢fica y el envejecimiento de la poblaci¨®n son otro ejemplo. Desde los a?os noventa se ha asumido el riesgo de quiebra de las pensiones en un horizonte lejano. Ese riesgo futuro se convirti¨®, en seguida, en oportunidad inmediata para obtener ventajas; por un lado, en forma de negocio para fondos de pensiones privados; por otro, pol¨ªtico y social, al conseguir que sindicatos y trabajadores aceptaran ajustes o asumieran leyes restrictivas.
Ese riesgo ha estado alimentado de m¨²ltiples noticias. Tomemos tres ejemplos de 1996. "La ONU estima que la poblaci¨®n espa?ola ser¨¢ de 29 millones en 2050", dec¨ªa una. Diez a?os m¨¢s tarde se acaban de superar los 46 millones y la natalidad se ha recuperado. "Expertos -dec¨ªa otro titular- presentan informe que confirma la necesidad de complementar las pensiones con fondos privados". La noticia no mencionaba que el escenario elegido utilizaba, como hip¨®tesis, una tasa de desempleo creciente hasta llegar al 26% en 2005, para luego descender hasta el 20% en 2010. El "riguroso" informe estaba patrocinado por la fundaci¨®n BBVA y coordinado por Jos¨¦ Barea, el que fuera jefe de la oficina econ¨®mica de Aznar. En el mismo a?o, la Direcci¨®n General de Migraciones consideraba que la entrada de 20.000 personas al a?o era el "cupo deseable" para la econom¨ªa espa?ola y desechaba como inasumible "un techo de 100.000 inmigrantes". ?Error o manipulaci¨®n?
En cualquier caso, esas cifras y noticias sobre demograf¨ªa, desempleo o inmigraci¨®n contribuyeron a generar el miedo esc¨¦nico necesario para desequilibrar las relaciones sociales y debilitar el Estado de bienestar y las fuerzas progresistas. El descenso del peso de los salarios en la econom¨ªa, excepcional en una fase expansiva, es una de sus consecuencias. En la zona euro ha ca¨ªdo un 13% desde 1980, casi el doble que en los pa¨ªses industrializados. En Espa?a, entre 1995 y 2007, pese al fuerte crecimiento econ¨®mico, han perdido 6 puntos porcentuales en el PIB, mientras que el salario real medio ha bajado un 5%. La batalla contin¨²a. La creciente fragilidad y precariedad laboral no impide que se fuercen cambios legales urgentes que descargan sobre el trabajo la soluci¨®n al envejecimiento social en forma de prolongar varios a?os la vida laboral.
De forma sutil, la ortodoxia econ¨®mica, apoyada por el tremendo poder medi¨¢tico de los grandes centros de opini¨®n, ha conseguido presentar como un problema exclusivo de los trabajadores lo que es un problema com¨²n de toda la sociedad. Ha conseguido que se focalice como un d¨¦ficit de la Seguridad Social, la caja particular de los trabajadores, lo que, en todo caso, debiera asociarse a un d¨¦ficit de la caja general de los ciudadanos, que es la hacienda p¨²blica. ?Tiene sentido? La hacienda p¨²blica financia, por ejemplo, las pensiones no contributivas al considerarlas un derecho ciudadano. ?Puede desentenderse de financiar con el conjunto de impuestos los costes del envejecimiento de la poblaci¨®n?
Afrontado entre todos, es m¨¢s f¨¢cil encontrar soluciones. El incremento del gasto social relacionado con el envejecimiento se estima -?para 2050!- en un 4,6% sobre el PIB en el promedio de la UE. Se presenta como "insoportable", pero resulta que es menor que la transferencia de renta desde el trabajo al capital provocada en los ¨²ltimos a?os, antes citada.
En un entorno de desarrollo tecnol¨®gico no tiene sentido que la sociedad abandone cualquier horizonte de mejora incubado durante siglos. Ahora, m¨¢s que nunca, genera suficiente riqueza para abordar cualquier crisis y financiar cualquier proyecto sostenible. Debe, eso s¨ª, repartir mejor su carga. Y saber combatir los riesgos manufacturados y el reclamo interesado de soluciones urgentes. Cuando se afronta una nueva crisis, ¨¦sa es la mejor ense?anza. S¨®lo as¨ª es posible decir: "?Juntos podemos!".
Ignacio Muro es economista
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