El hombre que nos describi¨® el infierno
'Archipi¨¦lago Gulag', la obra del fallecido Alexandr Solzhenitsin, es una demostraci¨®n de que, aun en medio de la barbarie, lo m¨¢s noble del ser humano puede sobrevivir, defenderse y protestar
Como en la ¨²ltima etapa de su vida se dedic¨® a lanzar fulminaciones b¨ªblicas contra la decadencia de Occidente y a defender un nacionalismo ruso sustentado en la tradici¨®n y el cristianismo ortodoxo, se hab¨ªa vuelto una figura inc¨®moda, hasta antip¨¢tica, y ya casi no se hablaba de ¨¦l. Ahora que, a sus 89 a?os, un ataque card¨ªaco acab¨® con su vida, se puede formular un juicio m¨¢s sereno sobre este intelectual y profeta moderno, acaso el escritor que m¨¢s tumultos y controversias haya provocado en todo el siglo veinte.
Digamos, ante todo, que su coraz¨®n resistiera 89 a?os las indescriptibles penalidades que debi¨® afrontar -la guerra mundial contra el fascismo, las torturas y el confinamiento de tantos a?os en los campos de exterminio sovi¨¦tico, el c¨¢ncer, el exilio de otros tantos a?os en el p¨¢ramo siberiano, la persecuci¨®n y la censura, las campa?as de calumnia y descr¨¦dito, la expulsi¨®n deshonrosa y la privaci¨®n de la ciudadan¨ªa, el secuestro de sus manuscritos, etc¨¦tera- es un milagro de la voluntad imponi¨¦ndose a la carne miserable, una prueba inequ¨ªvoca de que aquella potencia del esp¨ªritu para sobreponerse a la adversidad no es s¨®lo patrimonio de los h¨¦roes ep¨®nimos que glorifican las religiones e inventan las sagas y los cantares de gesta, pues encarna a veces, de siglo en siglo, en alguna figura tan terrestre y perecedera como el com¨²n de los mortales.
Fue uno de esos seres incorruptibles que nos asustan porque su existencia delata nuestras debilidades
En sus ¨²ltimos a?os clam¨® contra la decadencia social y pol¨ªtica de Occidente y apoy¨® el autoritarismo de Putin
No fue un gran creador, como lo fueron sus compatriotas Tolstoi y Dostoievski, pero su obra durar¨¢ tanto o m¨¢s que la de ellos y que la de cualquier otro escritor de su tiempo como el m¨¢s desgarrado e intenso testimonio sobre los desvar¨ªos ideol¨®gicos y los horrores totalitarios del siglo XX, las injusticias y cr¨ªmenes colectivos de los que fueron v¨ªctimas entre 30 y 40 millones de personas, una cifra tan enorme que vuelve abstracto y casi desvanece en su gigantismo astral lo que fue el miedo cerval, el dolor inconmensurable, la humillaci¨®n y los tormentos psicol¨®gicos y corporales que precedieron y acompa?aron el exterminio de esa humanidad por la demencia desp¨®tica de Stalin y del sistema que le permiti¨® convertirse en uno de los m¨¢s crueles genocidas de toda la historia.
Archipi¨¦lago Gulag es mucho m¨¢s que una obra maestra: es una demostraci¨®n de que, aun en medio de la barbarie y el salvajismo m¨¢s irracionales, lo que hay de noble y digno en el ser humano puede sobrevivir, defenderse, testimoniar y protestar. Que siempre es posible resistir al imperio del mal y que si esa llamita de decencia y limpieza moral no se apaga a la larga termina por prevalecer contra el fanatismo y la locura autoritaria.
No es un libro f¨¢cil de leer, porque es denso, prolijo y repetitivo, y porque desde sus primeras p¨¢ginas una asfixia se apodera del lector, una terrible desmoralizaci¨®n por la suciedad moral y la estupidez que anima los cr¨ªmenes pol¨ªticos, las torturas, las delaciones, los extremos de ignominia en que verdugos y v¨ªctimas se confunden, el miedo convertido en el aire que se respira, con el que hombres y mujeres se acuestan y se levantan, y los recursos ilimitados de la imaginaci¨®n dogm¨¢tica para multiplicar y refinar la crueldad. Todo aquello viene hasta nosotros a trav¨¦s de la literatura, pero no es literatura, es vida vivida o mejor dicho padecida a?o tras a?o, d¨ªa a d¨ªa, en el desamparo y la ignorancia totales, sin la menor esperanza de que algo o alguien venga por fin a poner punto final a semejante agon¨ªa.
?De d¨®nde sac¨® fuerzas este hombre del com¨²n, oscuro matem¨¢tico, para resistir todo aquello y, una vez salido del infierno, volver a ¨¦l y dedicar el resto de su vida a reconstruirlo, documentarlo y contarlo con minuciosa prolijidad, sin olvidar una sola vileza, maldad, peque?ez o inmundicia, para que el resto del mundo se enterara de lo que es vivir en el horror?
Hab¨ªa en Solzhenitsin algo de esa estofa de la que estuvieron hechos esos profetas del Antiguo Testamento a los que hasta en su f¨ªsico termin¨® por parecerse: una convicci¨®n gran¨ªtica que lo defend¨ªa contra el sufrimiento, un amor a la verdad y a la libertad que lo hac¨ªan invulnerable a toda forma de abdicaci¨®n o de chantaje. Fue uno de esos seres incorruptibles que nos asustan porque su sola existencia delata nuestras debilidades. Cuando las circunstancias lo obligaron a dejar su amado pa¨ªs -porque lo incre¨ªble es que am¨® siempre a Rusia con la inocencia y la terquedad de un ni?o, pese a todas las pruebas que su pa¨ªs le infligi¨®- crey¨® que, en el mundo occidental al que llegaba, iba a ver confirmado todo aquello con lo que, en el aislamiento del gulag y la tundra siberiana, hab¨ªa so?ado: una sociedad donde la libertad fuera tan grande como la responsabilidad de los ciudadanos, donde el esp¨ªritu prevalec¨ªa sobre la materia, la cultura domesticaba los instintos y la religi¨®n humanizaba al individuo y fomentaba la solidaridad y la conducta moral.
Como esa visi¨®n del Occidente era tan ingenua como su patriotismo, el espect¨¢culo con el que se encontr¨® le caus¨® una decepci¨®n de la que nunca se cur¨®: ?para eso les serv¨ªa la libertad y la democracia a las privilegiadas gentes del Occidente? ?Para acumular riquezas y derrocharlas en la frivolidad, el lujo, el hedonismo y la sensualidad? ?Para fomentar el cinismo, el ego¨ªsmo, el materialismo, para dar la espalda a la moral, al esp¨ªritu, para ignorar los peligros que amenazaban esos valores c¨ªvicos, pol¨ªticos y morales que hab¨ªan tra¨ªdo la prosperidad, la legalidad y el poder¨ªo al Occidente?
Desde entonces comenz¨® a tronar, con acento ol¨ªmpico, contra la degeneraci¨®n moral y pol¨ªtica de las sociedades occidentales y a encasillarse en esa idea ut¨®pica de que Rusia era distinta, de que en ella, a pesar del comunismo, y tal vez debido a esos 80 a?os de expiaci¨®n pol¨ªtica y social, pod¨ªa venir, con la ca¨ªda del r¨¦gimen sovi¨¦tico, ese ideal que combinara el nacionalismo y la democracia, la vida espiritual y el progreso material, la tradici¨®n y la modernidad, la cultura y la fe. Lo extraordinario es que, en los a?os finales de su vida, Solzhenitsin identificara semejante utop¨ªa con el autoritarismo de Vladimir Putin y legitimara con su enorme prestigio moral al nuevo aut¨®crata de Rusia y callara sus desafueros, sus recortes a la libertad, sus atropellos pol¨ªticos y sus matoner¨ªas internacionales.
Ahora bien, que se equivocara en esto no rebaja en modo alguno la extraordinaria haza?a pol¨ªtica e intelectual que fue la suya: emerger del infierno concentracionario para contarlo y denunciarlo, en unos libros cuya fuerza documental y moral no tienen paralelo en la historia moderna, unos libros sobre los que habr¨¢ siempre que volver para recordar que la civilizaci¨®n es una delgada pel¨ªcula que puede quebrarse con facilidad y precipitar de nuevo a un pa¨ªs en el infierno del oscurantismo y la crueldad, que la libertad, una conquista tan preciosa, es una llamita que, si dejamos que se apague, estalla una violencia que supera todas las peores pesadillas que han pintado los grandes visionarios de la maldad humana, los horrores dantescos, las atrocidades del Bosco o de Goya, las fantas¨ªas sadomasoquistas del divino marqu¨¦s. Archipi¨¦lago Gulag mostr¨® que, trat¨¢ndose de crueldad, el fanatismo pol¨ªtico puede producir peores monstruosidades que el delirio perverso de los artistas.
Yo nunca lo conoc¨ª en persona, pero estuve cerca de ¨¦l, en Cavendish, el pueblecito del estado de Vermont, en Estados Unidos, donde vivi¨® de 1976 a 1994, en el exilio. "Vale la pena que vayas all¨¢ s¨®lo para que veas c¨®mo lo cuidan los vecinos", me hab¨ªa dicho mi amigo Daniel Rondeau, uno de los pocos que consigui¨® cruzar la casita-fortaleza en que viv¨ªa encerrado, escribiendo. Fui, en efecto, y pregunt¨¦ por ¨¦l a la primera persona que encontr¨¦, una se?ora que abr¨ªa a paladas un caminito entre la nieve. "No quiero molestar al se?or Solzhenitsin", le dije, "s¨®lo ver su casa de lejos. ?Me puede indicar d¨®nde est¨¢?". Sus indicaciones me llevaron al borde de un abismo. Pregunt¨¦ a tres o cuatro personas m¨¢s y todas me enga?aron y desviaron de la misma manera.
Por fin, un bodeguero me confes¨® la verdad: "Nadie en la vecindad le mostrar¨¢ la casa del se?or Solzhenitsin. ?l no quiere que lo molesten y nosotros en el pueblo nos encargamos de que sea as¨ª. Lo mejor que puede usted hacer ahora es irse". Estoy seguro que todas las banderas de las casas del bello pueblecito nevado de Cavendish flotan hoy d¨ªa a media asta.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2008. ? Mario Vargas Llosa, 2008.
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