El renacer de los cl¨¢sicos
Desde hace unos a?os, vivimos el resurgir del teatro cl¨¢sico espa?ol con la incorporaci¨®n de los j¨®venes a la demanda de este repertorio. La Compa?¨ªa Nacional y los festivales de verano refuerzan esta tendencia
Vivimos un buen momento para los cl¨¢sicos. Un momento que, no muchos a?os antes, hubiera resultado inimaginable para aquellos que denunciaban, durante la transici¨®n democr¨¢tica, el abandono que sufr¨ªa una parte tan importante de nuestra historia y de nuestro patrimonio. Entonces no se pod¨ªa entender c¨®mo un pa¨ªs con semejantes recursos no hab¨ªa sido, ni era, capaz de aprovecharlos.
En Espa?a se produjo, durante el periodo que denominamos Siglo de Oro, una comuni¨®n extraordinaria entre escritores, c¨®micos y p¨²blico que dio lugar a varias d¨¦cadas de actividad esc¨¦nica y literaria sin apenas parang¨®n en la historia del arte dram¨¢tico occidental. El teatro, ya saben, deja como rastro tan s¨®lo una parte de s¨ª; lo dem¨¢s, lo que ocurre en el escenario, permanece vivo ¨²nicamente en la memoria de los espectadores. No existe soporte o formato que retenga todo lo que una representaci¨®n ofrece. Los posos de aquellos a?os, lo que qued¨® tras aquella ¨¦poca dorada, fue, como de costumbre, literatura, pero una literatura excepcional, deslumbrante en su forma y en su contenido. Un n¨²mero abrumador, si lo comparamos con cualquier otro periodo, de piezas dram¨¢ticas que supera el millar y constituye el corpus fundamental de lo que llamamos el repertorio cl¨¢sico espa?ol.
Profesionales muy j¨®venes, y no tanto, apuestan por nuevas miradas, nuevas formas
Los festivales hacen valer sus entornos, relacionan patrimonio monumental, est¨ªo, historia y libreto
Desde el siglo XVII en adelante, cada ¨¦poca ha recuperado, de una u otra manera, el teatro ¨¢ureo y lo ha vuelto a llevar a la escena con mayor o menor asiduidad. Siempre se ha tratado de adaptar al tiempo y al gusto predominante, ha sido objeto de refundiciones, de controversias, de adaptaciones a otros g¨¦neros; ha sido v¨ªctima de las modas exteriores, de la ignorancia local y de comparaciones injustas. Pero se ha seguido representando y publicando. Tras 400 a?os de existencia, el teatro cl¨¢sico sobrevive y, como el ave F¨¦nix, esa figura m¨ªtica usada hasta la saciedad por nuestros dramaturgos ¨¢ureos, renace una y otra vez cuando llega su momento.
A mediados del siglo XX, nuestro repertorio cl¨¢sico arrastraba las herencias de una falsa tradici¨®n esc¨¦nica que defin¨ªa y sistematizaba los modos de hacer, imposibilitando la evoluci¨®n hacia cualquier concepto contempor¨¢neo de puesta en escena. Olvidadas las pasiones y las intenciones renovadoras anteriores a la Guerra Civil, ven¨ªa definido por una cierta impostaci¨®n que lo alejaba de las nuevas tendencias interpretativas y lo convert¨ªa en un material textual poco atractivo. Aparec¨ªa calificado ideol¨®gicamente como un mero divertimento cuando no como una dramaturgia r¨ªgida e intolerante, y rara vez era contemplado con la objetividad que requiere un material hist¨®rico. Parad¨®jicamente era apreciado por la cr¨¨me de la intelectualidad internacional de izquierdas y al mismo tiempo se le vinculaba sospechosamente con lo m¨¢s conservador y reaccionario del pensamiento aut¨®ctono. El verso pesaba por las limitaciones de la forma y no se entend¨ªan, en un tiempo de tendencias marcadamente realistas que rechazaba lo declamatorio, las ventajas de la poes¨ªa en el drama. Todo eran inconvenientes respecto a un repertorio que, sin embargo, ha seguido fascinando a muchos profesionales que no han dejado de representarlo a lo largo del pasado siglo, consiguiendo que el p¨²blico no perdiera contacto definitivamente con los autores y las obras cl¨¢sicas.
Eran iniciativas espor¨¢dicas, pero hab¨ªa dos tendencias muy diferenciadas casi desde los a?os cuarenta: la continuaci¨®n del "esto se hace as¨ª" y los intentos de encontrar una v¨ªa que d¨¦ conciliaci¨®n con los modos contempor¨¢neos de hacer teatro.
El teatro contempor¨¢neo entiende cada espect¨¢culo como un trabajo espec¨ªfico que responde a la sociedad y a los individuos que lo producen, y que escapa o revisa las maneras que la tradici¨®n impone. El gran acuerdo universal resultante ha sido que los cl¨¢sicos han de ser contempor¨¢neos, y el gran debate posterior cuestiona cu¨¢les son los l¨ªmites para lograrlo. Estas maneras, que se hicieron comunes con autores cl¨¢sicos universales, se aplicaron m¨¢s tarde y de manera m¨¢s o menos acertada a nuestro repertorio, y permitieron una v¨ªa para entender hoy el teatro cl¨¢sico, y fundamentalmente el Siglo de Oro, de una manera totalmente distinta, tratando de abordar cada proyecto con la singularidad que exige. Pero aquellas voces que, en medio de la transici¨®n, ped¨ªan consideraci¨®n para nuestro repertorio, no limitaron su acci¨®n a la demanda. Entre ellos hab¨ªa profesionales del teatro, de la universidad y de distintas ¨¢reas de la administraci¨®n que se pusieron manos a la obra y lograron algunas conquistas imprescindibles para comenzar y consolidar esta aventura.
Un invento de Rafael P¨¦rez Sierra, el Festival Internacional de Teatro Cl¨¢sico de Almagro, fue el comienzo. All¨ª se encontraban el teatro y la universidad, paliando una desconexi¨®n inexplicable que duraba demasiado tiempo y que estrech¨® lazos mediante encuentros, publicaciones y trabajos comunes. Las escuelas de arte dram¨¢tico apostaron por una formaci¨®n rigurosa, mediante carreras de cuatro a?os y la especializaci¨®n desde el inicio, de los futuros profesionales, hasta adquirir el anhelado rango superior. La creaci¨®n y consolidaci¨®n del proyecto que gener¨® Jos¨¦ Manuel Garrido como director del INAEM en 1986, la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico, result¨® el detonante de un gran movimiento. Se gener¨® una demanda por parte del p¨²blico que comenzaron a satisfacer tambi¨¦n otros teatros p¨²blicos y algunas compa?¨ªas privadas de viejo y nuevo cu?o.
Generaciones como la m¨ªa se formaron con una referencia clara y distinta, desarrollada por algunas compa?¨ªas anteriormente y consolidada por Adolfo Marsillach en la CNTC, alejada de los t¨®picos y maneras que el t¨¦rmino cl¨¢sico arrastraba. El camino estaba siendo allanado. Comenz¨® a ser usual investigar en el repertorio y apostar por t¨ªtulos, autores y propuestas no habituales. El siguiente paso fue el intento de recuperar las maneras propias del repertorio, intentando entender, mediante el an¨¢lisis y la experiencia pr¨¢ctica, el material que nos interesaba para poder hacerlo propio. Los que estaban y los que llegamos ten¨ªamos en com¨²n el gusto por representar a nuestros cl¨¢sicos.
La Compa?¨ªa Nacional, durante este tiempo, ha sido el motor imprescindible para hacer esto posible. Aqu¨ª se ha hecho teatro fundamentalmente para conseguir que los cl¨¢sicos sean parte de la cultura cotidiana del espectador, para que los pueda frecuentar y degustar sobre los escenarios. Era tarea del teatro p¨²blico asegurar la recuperaci¨®n y mantenimiento de ese patrimonio teatral ¨²nico y, por ello, La Compa?¨ªa estrena, mantiene una sede estable en Madrid, otra en Almagro, gira por Espa?a y por el extranjero y est¨¢ ya vinculada de manera estable a los, cada vez m¨¢s numerosos, festivales que apoyan la difusi¨®n de nuestros cl¨¢sicos.
Vivimos un festival de festivales. Almagro ya ha cumplido sus 30 a?os de existencia, 25 otro festival de referencia unido a las Jornadas del Siglo de Oro de Almer¨ªa, 19 el Festival de C¨¢ceres, 24 un cl¨¢sico como el Festival Castillo de Niebla, Olite camina hacia una d¨¦cima edici¨®n que ya han cumplido El Escorial y Elche, Cl¨¢sicos en Alcal¨¢ acaba de finalizar la octava, Olmedo, reci¨¦n incorporado, ha cerrado su tercera edici¨®n, y Chinchilla, el m¨¢s modesto y voluntarioso de todos, va por su d¨¦cimo tercera cita. Todav¨ªa podr¨ªamos citar alguno m¨¢s. No hay que extra?arse: los festivales hacen valer sus entornos, relacionan patrimonio monumental, verano, historia y teatro, elaboran sus programaciones y apuestan; se arriesgan y ganan. Hay compa?¨ªas consolidadas, nombres recurrentes que garantizan calidad, propuestas desde otros pa¨ªses, pero tambi¨¦n nuevos profesionales en el panorama, profesionales muy j¨®venes, y no tanto, que apuestan por nuevos t¨ªtulos, nuevas miradas, nuevas formas. Los espectadores acuden a disfrutar porque son parte de lo que ocurre, porque les encantan los cl¨¢sicos y, en definitiva, porque vivimos una extraordinaria fiesta con ellos que parece s¨®lo el principio.
Nada que ver con las recetas medi¨¢ticas f¨¢ciles o engoladas que sostienen otras citas veraniegas. ?ste es el camino. Ya saben lo que afirmaba Schack, aquel cr¨ªtico alem¨¢n que os¨® escribir la primera Historia de la literatura y del arte dram¨¢tico en Espa?a en 1845: "Todo teatro nacional necesita para florecer que su germen brote de lo m¨¢s ¨ªntimo del pa¨ªs que lo produce, y que crezca sin separarse de las tradiciones po¨¦ticas populares y de su propia historia".
Eduardo Vasco es director de la Compa?¨ªa Nacional de Teatro Cl¨¢sico.
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