Vampirizaci¨®n cin¨¦fila

En tiempos de adocenamiento narrativo, de pel¨ªculas de corte y confecci¨®n mil veces vistas, la reposici¨®n (en realidad, estreno, pues la censura franquista no permiti¨® su exhibici¨®n) de una pel¨ªcula tan a contracorriente, tan marciana como Vampir-Cuadecuc, dirigida por Pere Portabella en 1970 con la inestimable ayuda del poeta visual Joan Brossa, es motivo de celebraci¨®n. Por muy ardua y exigente que sea su visi¨®n, la experiencia art¨ªstica que puede suponer la vivencia en pantalla grande de este ensayo sonoro, ¨®ptico y est¨¦tico puede ser inolvidable. Aunque sea para odiarlo (lo que no es el caso de este cronista).

Durante la filmaci¨®n de El conde Dr¨¢cula, de Jes¨²s Franco, Portabella se aloj¨® en las esquinas del rodaje para, como un mir¨®n, mostrar su particular visi¨®n del hecho vamp¨ªrico. Ante una pel¨ªcula sobre un chupasangres, el director catal¨¢n, empe?ado en romper con el canon narrativo aristot¨¦lico, chupa el celuloide de Franco para recomponerlo como atm¨®sfera sobre la cuesti¨®n cinematogr¨¢fica, eludiendo los di¨¢logos y con una banda sonora fabricada a base de efectos de sonido, en la l¨ªnea de la posterior, y semejante en esp¨ªritu, Umbracle (1971). El resultado es una especie de torturado making of, rodado por una c¨¢mara que, como m¨¢s tarde ocurr¨ªa en Arrebato de Iv¨¢n Zulueta, acecha, conmueve y, finalmente, engulle.