El sentido tr¨¢gico del f¨²tbol
?Quieren pruebas? Ah¨ª tienen al Indio Abd¨®n Porte con su fecha, el 5 de marzo de 1918. Se acuerdan del Indio Abd¨®n, ?no? Claro, todo el mundo se acuerda del Indio. Acab¨® el partido y el Indio, mediocentro de Nacional, gloria del f¨²tbol uruguayo, festej¨® con los compa?eros. Bebi¨® y ri¨® con ellos, y debi¨® darles buenos consejos, porque el partido, para un buen mediocentro, no termina nunca. Luego, pasada la medianoche, se volvi¨® al estadio del Parque Central. El club pensaba traspasarle por viejo: ten¨ªa ya 27 a?os, 27 a?os de los de 1918, y no le ve¨ªan tan fuerte como antes. Pero el Indio iba a quedarse. Esa noche, la noche del 4 al 5 (los n¨²meros del mediocentro), camin¨® hasta el centro exacto del campo (el territorio del mediocentro), sac¨® un papelito con el ¨²ltimo poema ("Nacional, aunque en polvo convertido y en polvo siempre amante?"), empu?¨® un rev¨®lver y se revent¨® el coraz¨®n.
Ser¨¢ una temporada ag¨®nica, bajo el signo del mediocentro: se miden Schuster y Guardiola
Nada, una casualidad, un mediocentro depresivo, dir¨¢n algunos. ?Casualidad? Pues hablemos de Ago. ?Lo recuerdan, al pobre Ago? Espigado, elegante, nunca un paso en falso: el mejor mediocentro que tuvo la Roma. Y en esa Roma estaba Falcao, cuidado. Agostino di Bartolomei, Ago, fue el capit¨¢n de la Roma en la temporada 82-83, la temporada del scudetto glorioso, el primero en m¨¢s de 40 a?os y el segundo en la historia romanista. La temporada siguiente, la Roma irrumpi¨® en la Copa de Europa con un f¨²tbol espl¨¦ndido. Y con malas artes, para qu¨¦ negarlo: el ¨¢rbitro de la semifinal fue sobornado, pero eso no fue culpa de Ago. El caso es que la final se jugaba en Roma, en casa, contra el Liverpool. Era el 30 de mayo de 1984. "El partido de mi vida", anunci¨® Ago. Empate en los 90, empate en la pr¨®rroga y, en los penaltis, victoria inglesa. Fue la noche m¨¢s negra de la Roma.
La temporada siguiente lleg¨® Eriksson al banquillo, y Ago fue traspasado al Milan. Ri?¨® con sus antiguos compa?eros y su juego se hizo m¨¢s y m¨¢s melanc¨®lico hasta que, en 1990, colg¨® las botas. Ago se lo tom¨® con m¨¢s calma que el Indio y esper¨® 10 a?os. Exactamente 10. El 30 de mayo de 1994, d¨¦cimo aniversario del desastre, Agostino di Bartolomei dej¨® un papel sobre el escritorio ("Me siento encerrado en un hoyo"), sali¨® al balc¨®n de su casa, empu?¨® un rev¨®lver y se revent¨® el coraz¨®n.
?Les basta? Ni el portero, ni el ariete, ni el extremo: esos son neur¨®ticos, mani¨¢ticos de lo suyo. Quien sufre de verdad, quien conoce el sentido tr¨¢gico del f¨²tbol, es el mediocentro. Y no hablo del que juega de mediocentro. Gente como Capello o Rijkaard, o tantos otros, s¨®lo jugaban de eso. Estaban ah¨ª, para entendernos. No, no, me refiero al que es mediocentro y no sirve para nada m¨¢s, porque tiene un partido en la cabeza y necesita que encaje con la realidad; me refiero al que sufre el ansia del gran partido perfecto.
Ese inventor de partidos, ya lo han visto, es muy especial, raro y delicado. Como Guardiola y Schuster, sin ir m¨¢s lejos: en los dos banquillos augustos se sientan dos de la estirpe. Por supuesto, no esperen que asome un rev¨®lver. Esperen ansiedad, eso s¨ª. Ser¨¢ una temporada ag¨®nica, bajo el signo del mediocentro. Conf¨ªo en haberles convencido.
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