Las Troyanas van al Matadero
Mario Gas y sus Troyanas triunfaron en M¨¦rida, retriunfaron en el Grec y es muy posible que mientras escribo estas l¨ªneas est¨¦n repitiendo ¨¦xito en el Matadero. Es un espect¨¢culo notable, como notable es la versi¨®n castellana de Ram¨®n Irigoyen, pero con algunos desajustes. El primero est¨¢ justo al comienzo: la aparici¨®n de los dioses. Sabemos que el punch de Eur¨ªpides era (a ratos) su racionalismo, y uno de los sabios mensajes de la tragedia es que no est¨¢ bonito utilizar a las deidades como empedrado de nuestros tropiezos, pero tampoco hace falta convertirles en personajes de Offenbach, sobre todo si no cantan. A izquierda y derecha del escenario hay dos cabezas de piedra, las de Poseid¨®n y Atenea, enterradas en la arena como la de Miss Liberty en El planeta de los simios: vale, pillamos la met¨¢fora. Entonces no hace falta, dir¨ªa yo, que a Carles Canut le marquen un Poseid¨®n a lo Joaqu¨ªn Roa (o sea, vejete cascarrabias), ni que ?ngel Pavlovski componga una Atenea (deliciosa, por otro lado) que parece un cruce entre Coco Chanel y Edith Sitwell. A fin de cuentas, Atenea tiene razones para estar mosca, porque los griegos han profanado los templos. Y Poseid¨®n, de Joaqu¨ªn Roa nada: les va a enviar un tsunami de aqu¨ª te espero. Nos olvidamos de la obertura en cuanto llegan H¨¦cuba y familia. Y el coro, por supuesto: 14 actrices a las que Gas individualiza en sus parlamentos, uni¨¦ndolas luego en un hermoso canto f¨²nebre estilo Theodorakis (no figura en el programa el autor de esa monodia, l¨¢stima). Lo de individualizarlas es una buena idea, casi obligada desde que Woody Allen fastidi¨® para siempre el empaque de los coros en Poderosa Afrodita.
El coro: 14 actrices a las que Gas individualiza en sus parlamentos, uni¨¦ndolas luego en un hermoso canto f¨²nebre estilo Theodorakis
Una interpretaci¨®n poderosa, pero avanza la funci¨®n y echamos en falta ese algo m¨¢s, ese gramo de locura que te eriza la nuca
Volvamos a las Troyanas protagonistas, en orden ascendente de edad, y a los varones que les dan mala vida. Casandra es Anna Ycobalzeta, una joven y espl¨¦ndida actriz especializada en correr riesgos y lanzarse a tumba abierta. Tambi¨¦n tiende, curiosamente, al despechugamiento. O tienden sus directores, no s¨¦. Ning¨²n problema, s¨®lo rese?o el dato. Ycobalzeta, dec¨ªa, sirve un delirio vengativo lleno de energ¨ªa y pasi¨®n, algo deslucido por unas risas ves¨¢nicas marca Linda Blair de las que el se?or director, la verdad, podr¨ªa prescindir. Es otra buena idea (de Eur¨ªpides, en este caso) que los malos est¨¦n en off: no aparece Ulises, aqu¨ª pintado como un canalla de siete suelas, ni Agamen¨®n, que tampoco ha tenido una gran idea metiendo a Casandra en su casa y en su lecho, sino su heraldo, Taltibio, encargado de dar las malas noticias, y hecho polvo porque cada una es peor que la anterior. Taltibio, pues, encarna la consternaci¨®n del vencedor, estupendamente modulada por Ricardo Moya en su mejor trabajo desde Nina. Luego comparece Andr¨®maca: Mia Esteve, que no hab¨ªa volado tan alto desde que interpret¨® a Hilde Wangel en el Solness del TNC. Su soliloquio es el primer gran showstopper de la velada: por intensidad, por autoridad, y por dicci¨®n castellana, ya perfilada en el Cl¨¢sico con La serrana de la Vera. En el centro, y desde el principio, tenemos a H¨¦cuba, por supuesto, toda una plusmarquista del sufrimiento. Del sufrimiento acumulativo, no restallante, como el de sus hijas, que siempre le ganar¨¢n ah¨ª por la mano en potencia emocional. Me imagino a la primera actriz (por partida doble: la del estreno, el 415 antes de Cristo) que interpret¨® a H¨¦cuba, acabando de leer su papel: "Fant¨¢stica, Eur¨ªpides. Muy bonita y muy sentida. Vamos a arrasar. Ahora, me parece a m¨ª, y perdona, que la reina madre tiene pocos efectos ?no? Un palo y sufre, otro palo y sufre, y otro m¨¢s. Casi me quedo con Andr¨®maca, si no te importa". Ser¨ªa entonces cuando Eur¨ªpides, que es un lince, anota "escena del juicio" y "nieto muerto". La escena del juicio es un poco forzadita. Caen por la playa, como quien no quiere la cosa, Menelao y Helena, encadenada. Menelao va a matarla en cuanto crucen el arenal. El racionalista Eur¨ªpides pierde por puntos frente al hombre de teatro. "Ya s¨¦, ya s¨¦ que Helena fue un mero detonante de la guerra, que los culpables son otros. Pero un combate de leonas encantar¨¢ al p¨²blico". As¨ª que convierte a H¨¦cuba en fiscal del distrito. Menelao es Antonio Valero, al que han vestido de cosaco de Kaz¨¢n. Tiene cuatro frases que suenan monocordes, sin peso ni fuerza, quiz¨¢s por la tiran¨ªa indumentaria, quiz¨¢s por el viejo clich¨¦ de que Menelao es un pobre diablo. Clara Sanchis, vestida de Reina del Nilo, es una Helena l¨²brica y salvaje, aunque con una desastrosa l¨ªnea de defensa: que si la culpa fue de Afrodita, y tambi¨¦n de Menelao por no vigilar a Paris, y ay infeliz de la que nace hermosa. La se?ora fiscal se la merienda: "?A todas sus locuras llaman Afrodita los mortales!". Gloria Mu?oz es H¨¦cuba. Para lo grande que es esta se?ora, el pathos tarda en llegar. Una interpretaci¨®n poderosa, contenida, desde luego, y sin voces raras, sin declamaci¨®n, pero avanza la funci¨®n y echamos en falta ese algo m¨¢s, ese gramo de locura, ese pasar la rampa que te eriza la nuca. Ya se lo vimos ?recuerdan?: la estremecedora Mahala de Homebody/Kabul, tambi¨¦n dirigida por Gas. Eur¨ªpides reserva para el final su gran coup de th¨¦?tre: "Ahora s¨ª que os machacar¨¦ vivos. Hasta las piedras van a llorar. Toma, para que te quejes, primera actriz". El inmundo Ulises no se contenta con convertir a H¨¦cuba en su esclava: tambi¨¦n decreta, por pura cobard¨ªa, la muerte de Astanacte (Luis Jim¨¦nez), el hijo peque?o de Andr¨®maca y H¨¦ctor. A ella se lo han dicho en directo, le han arrancado al cr¨ªo de sus faldas: culminaci¨®n de su mon¨®logo. Pero Gas, otro viejo zorro, hace que Taltibio traiga el cad¨¢ver y lo plante a los pies de H¨¦cuba para que le entierre en el escudo de H¨¦ctor. Ah¨ª, ah¨ª es donde Gloria Mu?oz arde en un fuego calmo de tanta y tanta desesperaci¨®n, hablando a su nieto con palabras de reina y de abuela: "?Dulce boca, que sol¨ªa decir grandes cosas!". Es el mejor Eur¨ªpides, secamente l¨ªrico. Ella y Taltibio y un peque?o cuerpo, los tres bajo el sol inclemente, como los campesinos del ?ngelus de Millet. El coraz¨®n de la tragedia, la gran aria de Gloria Mu?oz. -
Las Troyanas, de Eur¨ªpides, con direcci¨®n de Mario Gas, estar¨¢ en cartel hasta el 28 de septiembre en las Naves del Espa?ol. Matadero de Madrid. Paseo de la Chopera, 14.
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