"En 60 a?os jam¨¢s dije a mi marido que fui esp¨ªa"
Hac¨ªa un a?o que Lola no sub¨ªa a Canfranc, el pueblo del Pirineo aragon¨¦s en que naci¨®. Su casa de Jaca est¨¢ a media hora, pero los achaques la desalientan. No lo parece: con 82 a?os luce la misma sonrisa inocente que le sirvi¨® a los 17 para pasar inadvertida mientras era una esp¨ªa de los aliados en la II Guerra Mundial.
Entre 1940 y 1942 recorri¨® cada 15 d¨ªas el trayecto ferroviario de Canfranc a Zaragoza junto a su hermana Pilar con un paquete de secretos militares oculto en la faja. Como hijas del vigilante del t¨²nel y cu?adas de un guardia civil, no levantaban sospechas. Con el tiempo, tambi¨¦n ella, que se convirti¨® en modista, termin¨® casada con un agente del cuerpo. "No le dije nada en 60 a?os. ?C¨®mo iba a querer compartir lecho con una esp¨ªa?", se r¨ªe.
Traslad¨® secretos a un enlace de los aliados durante la II Guerra Mundial
La estaci¨®n, cerrada desde 1970, est¨¢ en rehabilitaci¨®n para transformarse en hotel de lujo y museo ferroviario. Entre 1940 y 1945, por all¨ª circulaba hacia Alemania wolframio para los blindados nazis; en la otra direcci¨®n, oro y joyas. Los aliados reaccionaron convirtiendo Canfranc en centro de espionaje y coladero para los fugitivos del Reich.
Hoy, Lola, ya viuda, tiene una cita con el hijo de otro esp¨ªa, Juan Astier, miembro de una red diferente. Astier hab¨ªa luchado con los nacionales en la Guerra Civil, la coartada perfecta. Recopilaba informaciones de la aduana y franqueaba el paso a correos franceses. La machada le cost¨® tres a?os de prisi¨®n: sus hijos no lo supieron hasta que Emilio, un nieto historiador, dio con su sentencia judicial.
Como parte del reencuentro con el pasado, I?aki, hijo de Juan, ha subido a tomar caf¨¦ con Lola: "Lola, t¨² no sab¨ªas que mi padre era esp¨ªa, y ¨¦l no lo sab¨ªa de ti". Ella asiente: ten¨ªan mucho miedo.
Luego llega la comida en una taberna. Nouvelle cuisine pirenaica. Lourdes, la hija de Lola, le ayuda a elegir lo que m¨¢s le va a su dieta. Come silenciosa hasta que llega el postre. Prueba el flan de Lourdes: "Yo quiero otro", dice. Luego recuerda: "Un d¨ªa, monsieur Le Lay nos explic¨® que ¨ªbamos a llevar correspondencia clandestina, muy peligrosa". Le Lay era el jefe de aduana franc¨¦s. Se ocupaba de que documentos y fugitivos llegaran en compartimentos secretos desde la Francia ocupada. Las Pardo llevaban hasta Zaragoza los papeles. All¨ª se los entregaban a un esp¨ªa que tampoco levantaba sospechas: el p¨¢ter Planillos, cura castrense. La correspondencia segu¨ªa hasta Londres. Una noche, en la penumbra de su habitaci¨®n, Lola la revis¨®: cartas y fotos de muertos y ruinas. Probablemente, indicaciones sobre las defensas alemanas, quiz¨¢ los proleg¨®menos de Normand¨ªa.
Esta historia emergi¨® del olvido a ra¨ªz de un libro sobre el tr¨¢fico de oro en Canfranc del periodista Ram¨®n J. Campo. El d¨ªa de su presentaci¨®n, en 2002, se le acerc¨® una se?ora: Lola. "Donde usted pone el punto y final, yo puedo continuar", le dijo. El resultado es otro libro: La estaci¨®n esp¨ªa. En la taberna lo tienen sobre la chimenea. La camarera se acerca. "?Son ustedes de verdad? Aqu¨ª sabemos muchas historias. Hace poco vino una anciana americana con su hija. Quer¨ªa ense?arle por d¨®nde huy¨® de los nazis". Lola sonr¨ªe; se abre una nueva pista.
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