"He visto a muchas ni?as desangrarse"
El relato de una mujer senegalesa que practicaba la ablaci¨®n y el de otra que se dedica a erradicarla
"He visto a muchas ni?as desangrarse". Lo dice as¨ª, en voz baja, mientras las sandalias barren como un p¨¦ndulo la tierra rojiza del patio y los pavos caminan de puntillas alrededor de un chivo perezoso. Habla despacio y sin ning¨²n refuerzo de las manos. Sin teatro. Lala Camara es una profesional de la ablaci¨®n. Una precisa pero desapasionada ejecutora de esa pr¨¢ctica que consiste en "despojar a las mujeres de su sexualidad", seg¨²n la definici¨®n que realiza la activista senegalesa Khady Koita.
Camara tiene 54 a?os y vive en Baliga, una peque?a comunidad woloff (etnia mayoritaria de Senegal) de 1.300 habitantes y rodeada de nudosos baobabs. Cobraba seis euros por mutilaci¨®n. "Un precio justo", indica, puesto que tambi¨¦n se encargaba de la manutenci¨®n de las ni?as, entre 13 y 17 a?os, durante la semana que duraba la convalecencia.
"Hice m¨¢s de 100 ablaciones en 42 a?os de profesi¨®n", confiesa Camara
Para luchar contra esta lacra, la Comunidad aporta 85.000 euros
No se limitaba a extirparles el cl¨ªtoris con una cuchilla; tambi¨¦n sellaba despu¨¦s los labios de la vagina con espinas de acacia. Luego, una vez casada la chica -en general, tras un pacto de conveniencia entre padres-, se encargaba de "desabrochar" la vulva.
Camara nunca toc¨® a sus propias hijas. No le parec¨ªa buena idea. Conoc¨ªa bien el proceso: "Sale mucha sangre; es malo". Pero tampoco se hizo jam¨¢s ninguna consideraci¨®n moral: "Es una tradici¨®n y una manera de ganarse la vida. Alguien lo ten¨ªa que hacer". Su pueblo, por la insistencia de la ONG Tostan, abandon¨® esta pr¨¢ctica en 1999. Lala enterr¨® sus navajas bajo la tierra rojiza de los campos de cultivo de mijo y espinacas, y cambi¨® de negocio: "Ahora me dedico a vender agua".
Lleva un vestido de lunares azules sobre fondo blanco y la cabeza cubierta con un retal de la misma tela. Habla en el patio de su casa, una construcci¨®n min¨²scula de adobe con un jerg¨®n atravesado cerca de la puerta. "Hice m¨¢s de 100 ablaciones durante los 42 a?os de profesi¨®n", confiesa, mientras las ni?as peque?as corretean a su alrededor. "Los padres lo decid¨ªan y no hab¨ªa nada m¨¢s que hablar", concluye.
Una tesis que Koita, art¨ªfice de la ONG Palabra, desmiente parcialmente: "Las mujeres son las que las hacen y, muchas veces, las que insisten en ello. En general, las mujeres son quienes transmiten y cuidan de las tradiciones". Camara no es una rareza. De las 5.000 comunidades, l¨¦ase aldeas, senegalesas, unas 2.000 han hecho repudio expl¨ªcito de "la incisi¨®n". Parad¨®jicamente, las grandes ciudades, como Dakar, la capital, son las que m¨¢s se resisten al cambio de costumbres.
Tambi¨¦n los inmigrantes que viven en Europa. Uno de los l¨ªderes locales de la oposici¨®n a la ablaci¨®n revela que cada vez que uno de los "europeos" regresa a su pueblo, provoca una involuci¨®n. El asunto es que el inmigrante, alejado de sus referencias locales, se resiste a abandonar las tradiciones porque eso le produce m¨¢s desarraigo. A su vez, como aquellos que cruzaron el Atl¨¢ntico y se establecieron en pa¨ªses como Espa?a tienen mucho prestigio en sus localidades de origen, su actitud provoca dudas en los habitantes del pueblo.
Khady Koita ten¨ªa 13 a?os cuando cruz¨® el mar. Abandon¨® Thies, cobertizos de lat¨®n y casas a medio construir con el alma en una estrecha carretera encharcada que se pierde en el horizonte, para vivir en Francia. Dejaba atr¨¢s una infancia "muy feliz". Pero tambi¨¦n una parte de su cuerpo. Ahora tiene m¨¢s de 50 a?os, una ONG en expansi¨®n, muchos premios de cooperaci¨®n y un libro. Escribi¨® Mutilada en 2005. Un t¨ªtulo suficientemente expl¨ªcito sobre su contenido: "Dos mujeres me agarraron y me arrastraron hasta la estancia. Una detr¨¢s de m¨ª me sujeta la cabeza y sus rodillas aplastan mis hombros con todo su peso para que no me mueva; la otra me tiene en el regazo con las piernas abiertas; mi coraz¨®n empieza a palpitar con mucha fuerza".
Para combatir esta lacra, Koita firm¨® ayer un convenio de colaboraci¨®n con la Comunidad de Madrid (dentro de las actividades previstas en el viaje que realizan por ?frica 100 adolescentes madrile?os). Recibi¨® 85.000 euros de Carlos Clemente, viceconsejero de Inmigraci¨®n, y puso la primera piedra de un centro de formaci¨®n para ni?os y ni?as en las afueras de Thies -la segunda urbe m¨¢s poblada de Senegal, con 350.000 habitantes-. Clemente, sin embargo, agreg¨® que la Comunidad no subvencionar¨ªa "a ning¨²n gobierno de ?frica corrupto".
Antes, ante un auditorio compuesto por los 100 adolescentes de la caravana de Rumbo al Sur, que viajan con la Comunidad de Madrid, Koita desgran¨® sus teor¨ªas sobre el subdesarrollo en ?frica en general y en Senegal en particular. A pocos metros, una se?ora caminaba paseando con una cabritilla sujeta de la mano, como si fuera un ni?o peque?o, y los ni?os jugaban con viejas ruedas de carretilla.
La ONG Palabra, fundada por Koita sostiene que la ¨²nica forma de concienciar a las peque?as comunidades es con un "di¨¢logo diplom¨¢tico", sin connotaciones morales que sugieran superioridad cultural de los europeos y "con mucha paciencia, haciendo hincapi¨¦ en los temas de higiene y salud".
"No digo a la gente lo que debe hacer; entablo una conversaci¨®n de d¨ªas. No digo directamente 'no debes mutilar a tu hija", ejemplifica. Aunque Koita no tiene ning¨²n tipo de ambig¨¹edad y se?ala que su prop¨®sito ¨²ltimo es formar "ciudadanos iguales, ciudadanos enteros".
Seg¨²n la activista, el debate se ha instalado ya en Senegal. Los j¨®venes discuten acaloradamente la propiedad o no de esta pr¨¢ctica extendida por toda ?frica. Los partidarios se apoyan en el siguiente argumentario: "Una mujer sin deseo sexual es m¨¢s pura y m¨¢s limpia, y la ¨²nica llave para eso es quitarle el cl¨ªtoris". ?sa es la tesis que sostiene una rolliza madre de siete hijos vestida de naranja mientras muestra el horno de barro de su cocina, una pieza separada con forma de choza y paredes de adobe. "Las costumbres tienen su raz¨®n", esgrime, aunque admite los riesgos sanitarios del asunto.
Unos problemas, los de la salud, que la experta Lala Camara, con 42 a?os de oficio a su erguida espalda le?osa, admite. Aunque asegura que nunca se le muri¨® ninguna chica: "S¨®lo se pon¨ªan enfermas, pero a m¨ª no se me mor¨ªan".
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Senegal en datos
- Tasa de fecundidad: 5,2 hijos por madre.
- Partos con personal sanitario: Tan s¨®lo el 58% de los alumbramientos se producen as¨ª.
- Mortalidad infantil:77 ni?os (por cada 1.000).
- Mortalidad materna:980 (por cada 10.000).
- Senegaleses en Madrid:Unos 3.110 empadronados.
- Pr¨¢ctica de la ablaci¨®n: El 30% de la poblaci¨®n senegalesa (algo m¨¢s de 10 millones de habitantes) practica la ablaci¨®n, aunque las leyes del pa¨ªs lo proh¨ªben.
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