Sue?os sepultados en pl¨¢stico y coca¨ªna
Las duras condiciones de Las 200 Viviendas de Roquetas alimentan la frustraci¨®n y la violencia
El ruido de 10 cuerpos respirando en la noche, una cama que es una manta sobre el suelo, un retrete que no funciona, un pu?ado de arroz de Cruz Roja. Si hay suerte, ocho horas de trabajo en una burbuja de pl¨¢stico; si no, vagar todo el d¨ªa por un barrio con las aceras rotas y traficantes de droga como se?ores de la calle. La muerte de Ousmane Kote, un senegal¨¦s de 28 a?os, el pasado 6 de septiembre en el barrio de Las 200 Viviendas de Roquetas de Mar, Almer¨ªa, recuerda que miles de inmigrantes viven en Espa?a no mucho mejor de lo que lo hac¨ªan en sus pa¨ªses de origen, algunos de los cuales, como Senegal, presentan un PIB per c¨¢pita 30 veces inferior al espa?ol.
Cada casa de Las 200 Viviendas encierra la historia de un superviviente. Al Hus¨¢n Dialo pas¨® nueve horas en el mar hasta que su patera arrib¨® a Tenerife. Tiene 22 a?os y lleg¨® de Koldo, la misma regi¨®n senegalesa que Ousmane, en 2007. Ahora est¨¢ sentado frente al televisor siguiendo la comparecencia del presidente Zapatero para explicar sus medidas ante la crisis econ¨®mica. No sabe espa?ol, pero se queda con una frase: "Crisis mundial". La repite y sus compa?eros de piso r¨ªen. Dicen que son seis, aunque en unos minutos pasan por la casa m¨¢s de 10 personas. "Depende del d¨ªa, dormimos aqu¨ª unos u otros", explica Al Hus¨¢n trabajosamente. Seg¨²n los voluntarios de la ONG Almer¨ªa Acoge que conocen el barrio, 15 personas en un piso patera no es un caso excepcional.
El paro es el caldo de cultivo de las reyertas del fin de semana pasado
El municipio re¨²ne m¨¢s de 100 nacionalidades y perfiles distintos
Con la crisis, el d¨¦ficit de pol¨ªticas sociales se hace sangrante
Roquetas ha pasado de un 5% de poblaci¨®n extranjera en 1995 al 30% en 2008, una de las tasas m¨¢s altas de Espa?a. De los 80.000 habitantes del pueblo, casi 10.000 son africanos. Empezaron llegando marroqu¨ªes con la fiebre del pl¨¢stico, una agricultura que por su exigencia f¨ªsica y bajos salarios no es apta para naturales de un pa¨ªs acomodado. Luego se incorporaron subsaharianos, rumanos... y se fueron concentrando en las zonas m¨¢s baratas. Entre los 8.000 habitantes de Las 200 Viviendas, una barriada levantada en 1974, apenas quedan espa?oles. Por un tiempo, la mayor parte de la poblaci¨®n fue gitana, pero fue vendiendo sus casas.
El problema de la barriada es que nunca ha dejado de ser un lugar de paso. Llegan hombres buscando una residencia cualquiera y un trabajo cualquiera. A la mayor¨ªa de los inmigrantes no le gusta el ambiente, sobre todo los que tienen ni?os y temen que se relacionen con prostitutas o camellos. En cuanto un var¨®n consigue documentos y trae a su familia, prepara el salto a otro barrio.
El sue?o de prosperidad que ha tra¨ªdo a esos hombres a Espa?a lo encarna Salomon Wellington, de 48 a?os. Naci¨® en Liberia pero huy¨® de ni?o a Ghana para salvarse de la guerra. En 1990 decidi¨® coger un avi¨®n rumbo a Barajas. Un mes despu¨¦s estaba en Roquetas, asfixiado dentro de un invernadero por el vapor de su propio sudor. Uno de sus ri?ones no soport¨® el agua llena de impurezas que beb¨ªa de las mangueras. Pero una historia de ¨¦xito no puede malograrse por un ¨®rgano de menos. Imposibilitado para el esfuerzo f¨ªsico, Salomon se convirti¨® en comerciante. Junto a su mujer y sus cuatro hijos regenta un bar y una tienda de productos de peluquer¨ªa a unos metros del lugar donde el s¨¢bado apu?alaron a Ousmane Kote.
Como la mayor¨ªa de los vecinos de Las 200, Salomon no reconoce en su entorno problemas de integraci¨®n. A pesar de ello, hace unos a?os se mud¨® a un barrio m¨¢s tranquilo. "?Integraci¨®n?", se mofa arremangando su camiseta de rapero para mostrar un sello del FC Barcelona en su mano izquierda. Es el emblema de la tribu: "Somos muchos cul¨¦s en Las 200: moros, gitanos, de todo". Para ¨¦l, lengua y religi¨®n son problemas secundarios. Es cat¨®lico, pero los musulmanes no tienen problemas con el surtido de alcohol de su tienda. Bajo cada estante cuelgan fotos de los presidentes de Ghana. En las m¨¢s viejas aparecen delgados a su llegada al poder; en las recientes, orondos y felices al final del mandato.
La mayor de las hijas de Salomon, Sylvia, de 20 a?os, trabaja en un invernadero. Las condiciones no son principescas. 5,04 euros a la hora, confirma Andr¨¦s G¨®ngora, secretario provincial del sindicato agrario COAG. Es un trabajo eventual y discontinuo, nueve meses sujetos a muchos contratiempos. En UGT sit¨²an el sueldo de los inmigrantes roqueteros entre los 700 mensuales de los invernaderos, y los 1.200 que los documentados ganan en la construcci¨®n. En cuanto alguien tiene papeles, intenta dejar la agricultura. La situaci¨®n del campo es esquizofr¨¦nica: sube el desempleo entre los inmigrantes al tiempo que quedan vacantes sin cubrir porque los patronos afirman temer las sanciones por contratar ilegales. Muchos de esos parados pasan el d¨ªa vagando. Su inactividad es el caldo de cultivo de las reyertas del pasado fin de semana.
La ira que muchos africanos sintieron al ver a Ousmane desangrarse en el suelo degener¨® en el incendio de la vivienda de su supuesto agresor y de sus familiares, y en una batalla campal con la Guardia Civil. ?se fue el detonante, pero los nervios estaban ya a flor de piel. "?Que por qu¨¦ salimos a romper cosas?", pregunta Nwaye, un gigante de dos metros. "Es el dolor del coraz¨®n", brama golpe¨¢ndose el pecho. No tiene trabajo, no puede mandar dinero a su madre en Nigeria. La revuelta fue una catarsis para ¨¦l y muchos de sus compa?eros, que se miran incr¨¦dulos en el espejo de la prosperidad de Salomon. "Esto huele a quemado. Me gusta", corr¨ªa riendo un grupo de chicos el pasado domingo. La Guardia Civil apag¨® el alumbrado de la calle para confundirles. Un helic¨®ptero policial les ceg¨® con un potente haz de luz.
El martes hab¨ªa regresado la calma. Todav¨ªa con un fuerte cerco policial que se prolongar¨¢ indefinidamente, las calles se llenaban al atardecer de vecinos que tomaban el fresco. Los musulmanes esperaban la puesta de sol para romper el ayuno de Ramad¨¢n. Por el momento, los subsaharianos ocupan los cuatro lados del rect¨¢ngulo de la plaza de Andaluc¨ªa. El lado de los "gitanos" no les pertenece, pero despu¨¦s de los incidentes no hay ninguno que haya bajado a la plaza.
Los ni?os juegan al f¨²tbol. Luis, espa?ol, se pasea entre ellos con unas dosis de coca¨ªna en los bolsillos. Conoce bien a Juanjo El Lilo, el presunto asesino de Ousmane. "Cuando vuelva su familia, aqu¨ª va a haber una guerra", augura entre dientes.
A pesar de que Luis vive de la droga, reconoce que el tr¨¢fico de estupefacientes est¨¢ asfixiando al barrio. "Antes ten¨ªamos para todos, hasta que hubo quien se pas¨® de listo y empez¨® a no pagar, a amenazar y pegar palizas". Desde hace un a?o la violencia se ha apoderado de las noches. Las 200 no es un peligroso gueto, pero s¨ª lo sobrevuela una sensaci¨®n de impunidad. Los vecinos se quejan de la falta de vigilancia policial, de la tranquilidad con la que campan los camellos, a los que los subsaharianos consideran "gitanos", lo sean o no. "Ahora aqu¨ª hay 100 guardias civiles, pero normalmente no entra ni un polic¨ªa", explica Francisco, electricista espa?ol y vecino del barrio.
Ousmane muri¨® por mediar en una pelea que comenz¨® por causas a¨²n sin aclarar. La investigaci¨®n habla de una discusi¨®n en torno a un asunto trivial, pero Luis el camello sostiene otra teor¨ªa, avalada por las sospechas de fuentes policiales: "Algunos morenos est¨¢n entrando en el negocio de la coca, y eso trae problemas".
"Roquetas es un ejemplo de convivencia", declar¨® Gabriel Amat (PP), alcalde del pueblo, el d¨ªa posterior a los incidentes. Un paseo demuestra hasta qu¨¦ punto las administraciones son optimistas. Roquetas est¨¢ rodeado de cortijos que son burdeles multinacionales o aut¨¦nticos almacenes de braceros.
El municipio lidia con los problemas que produce la mezcla de m¨¢s de 100 nacionalidades, y perfiles muy distintos: desde n¨¢ufragos de cayucos a universitarios rusos que han terminado en invernaderos por caprichos de la historia. Cada nacionalidad aporta algo: disputas ¨¦tnicas, ciclistas que no conocen las se?ales de tr¨¢fico...
La oficina municipal de inmigrantes trabaja a toda m¨¢quina. Recibe al d¨ªa 150 consultas, pero sus recursos son limitados. "El hacinamiento o la falta de seguridad son irresolubles sin una gran inyecci¨®n de capital del Estado y la Junta de Andaluc¨ªa", lamentan fuentes municipales. No es la ¨²nica cr¨ªtica a la pol¨ªtica nacional de integraci¨®n. Un trabajador se queja de que "parte sustancial de la gesti¨®n del problema se ha dejado en manos de ONG, una administraci¨®n paralela, m¨¢s barata, pero a la que no se le pueden pedir responsabilidades".
Los trabajadores p¨²blicos son los que m¨¢s protestan por la ausencia de una legislaci¨®n que rija situaciones que ahora se resuelven desde la buena fe. El personal del centro de salud m¨¢s cercano a Las 200 Viviendas relata que constantemente atiende a indocumentados. "No les vamos a devolver a casa enfermos, pero eso son parches", explica una doctora.
La integraci¨®n de extranjeros es una competencia transferida a las autonom¨ªas. El Estado destina a la Junta de Andaluc¨ªa 21 millones de euros a trav¨¦s de un Fondo para la Acogida e Integraci¨®n. La mitad de ese dinero se distribuye autom¨¢ticamente a los ayuntamientos, independientemente de otros fondos auton¨®micos y europeos. Roc¨ªo Palacio, directora de Pol¨ªticas Migratorias de la Consejer¨ªa de Gobernaci¨®n, explica que entre su consejer¨ªa y la de Igualdad han invertido en tres a?os 800.000 euros en Roquetas para proyectos que comprenden desde talleres ling¨¹¨ªsticos a dotaciones para la oficina de inmigrantes. Adem¨¢s, est¨¢ lo que los ayuntamientos perciben de otras consejer¨ªas (sanidad, educaci¨®n...) por el aumento de la poblaci¨®n. Con todo, la inversi¨®n no ha alcanzado para rescatar de la marginalidad a Las 200.
Falta de previsi¨®n y dinero, una coordinaci¨®n no siempre sencilla entre administraciones de distinto signo... Es con la crisis econ¨®mica cuando los d¨¦ficits de pol¨ªticas sociales se hacen sangrantes. Y en Roquetas, a unos metros de la barriada donde se hacinan los extranjeros, viviendas a medio construir esperan que un reflujo de la econom¨ªa traiga de nuevo a los obreros encargados de ponerles tejado.
Vecinos de todos los colores se quejan del abandono administrativo. Los disturbios pueden interpretarse en esa clave reivindicativa. Los amigos de Ousmane tomaron como un desaire el retraso de la ambulancia que deb¨ªa auxiliarle. Algunos dicen que tard¨® 40 minutos; otros, dos horas. El 112 sostiene que estuvo all¨ª 12 minutos despu¨¦s de recibir la llamada. "?Y qu¨¦ m¨¢s da?", pregunta un miembro de una asociaci¨®n, que quiere ocultar su nombre porque trabaja en la barriada. "Lo importante es que la gente lo percibi¨® como una omisi¨®n de auxilio dentro de un historial de desplantes".
Queda por ver si los disturbios har¨¢n aflorar comportamientos xen¨®fobos que hasta ahora se limitaban a conversaciones privadas.
En una tertulia improvisada dos vecinos espa?oles discuten con calma:
-No es un problema racista
-Claro que no
Diez minutos m¨¢s tarde llegan a una conclusi¨®n imprevisible: "Berlusconi tiene dos huevos. Todos los que molestan, en un barco y a casa".
El equipo de Amat destaca que el foro de 50 entidades, ONG y asociaciones de inmigrantes que organiza el ayuntamiento ha sido clave para detener la violencia. Los inmigrantes m¨¢s arraigados dialogaron con los j¨®venes furiosos para hacerles entrar en raz¨®n. En Roquetas, el intermediador imprescindible es siempre Abdu, el alcalde de Las 200. Su autoridad la reconocen no s¨®lo los extranjeros; el martes una chica espa?ola entraba en su bar para pedirle empleo para su prima. Abdu, menudo y afable, sonri¨® con tristeza. En su bar trabaja ya una rumana. Se llama Silvia, no llega a los 30 a?os y est¨¢ sola. Su marido contin¨²a en Ruman¨ªa. Es un caso excepcional dentro de la poblaci¨®n aplastantemente masculina de la barriada.
Como Salomon, Abdu lleg¨® hace 18 a?os. Como ¨¦l, ha participado en la construcci¨®n de un barrio mestizo en el que cada vez quedan menos aut¨®ctonos. Su bar sigue llam¨¢ndose El Moral, as¨ª le puso su original propietario espa?ol. Ahora all¨ª juegan al billar africanos de distintos pa¨ªses. Giran en torno a la mesa esquivando los cubos con goteras entre los que corretea alguna cucaracha. Para entenderse hablan en castellano. Provienen de un continente en el que ex colonias inglesas y francesas recelan unas de otras, las guerras son comunes y dentro de una misma frontera las etnias conviven a menudo a machetazos. En Las 200 son todos miembros de una misma clase social con unos mismos problemas. "Que esto se olvide. S¨®lo queremos que haya trabajo", pide uno de ellos con el taco en la mano. El resto asiente.
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