El derecho a 'dimitir' de la vida
Ha llegado la hora de levantar el tab¨² de la muerte y afrontar con lucidez la finitud humana. Un Estado laico y secularizado ha de respetar la libertad de conciencia de cada cual y la libre voluntad del enfermo
La pol¨¦mica desatada por las muy sensatas declaraciones del ministro Bernat Soria a prop¨®sito del suicidio asistido, bien merece un nuevo comentario sobre el debate de la muerte digna en general. Lo recomendable es que ese debate sea sosegado y racional, sin concesiones a la demagogia y atendiendo a toda la complejidad del problema. No tiene demasiada gracia, por ejemplo, declarar que el suicidio asistido equivale a liquidar a la gente con fondos p¨²blicos.
Veamos. Como he expuesto en anteriores ocasiones, suicidio asistido y eutanasia son temas interdisciplinarios, donde concurren aspectos m¨¦dicos, jur¨ªdicos, filos¨®ficos, ¨¦ticos, incluso est¨¦ticos. El debate, a menudo, m¨¢s que ideol¨®gico es de enfrentamiento de sensibilidades. La empat¨ªa por el sufrimiento ajeno es variable. Hay quien percibe, y hay quien no, el car¨¢cter intolerable de un ser humano reducido a la condici¨®n de piltrafa vegetativa en contra de su voluntad. Pregonan algunos declamadores que la vida "siempre es maravillosa". Bien; a veces lo es, a veces no. A veces -con sida, con c¨¢ncer, con tetraplejia, con demencia senil y otras mil posibles degradaciones- la vida resulta, como m¨ªnimo, muy oscura. Absolutizar la vida, absolutizar lo que sea, conduce irremisiblemente al totalitarismo. La vida puede ser maravillosa y puede ser espantosa. Depende. Y la ¨²nica manera de conseguir que, al menos, sea digna es reserv¨¢ndose uno el derecho a abandonar el mundo cuando comience el horror. El derecho a dimitir.
El 59% de los m¨¦dicos espa?oles apoyaba la legalizaci¨®n de la eutanasia
Despu¨¦s de 200 a?os de luchas sociales, el tema de la muerte digna permanece congelado
Alegan algunos detractores del derecho a la eutanasia voluntaria que con los adelantos de la medicina paliativa y del tratamiento del dolor el tema ya est¨¢ resuelto. A esto hay que contestar que, en primer lugar, bienvenida sea la medicina paliativa y el tratamiento del dolor, pero que, desgraciadamente, la citada medicina y el citado tratamiento est¨¢n todav¨ªa en pa?ales y que, en todo caso, la ¨²ltima palabra y la ¨²ltima voluntad le corresponden siempre al enfermo. Adem¨¢s, la experiencia y las estad¨ªsticas confirman que, en las peticiones de autoliberaci¨®n, tanto o m¨¢s que el dolor f¨ªsico cuenta el sentimiento de que uno ha perdido la dignidad humana. En rigor, como lo tengo expuesto repetidamente, cuidados paliativos y eutanasia no s¨®lo no se oponen sino que son complementarios. No debe haber eutanasia sin previos cuidados paliativos, ni cuidados paliativos sin posibilidad de eutanasia. M¨¢s a¨²n, si el enfermo supiese que tiene siempre abierta la posibilidad de salirse voluntariamente de la vida, las peticiones de eutanasia disminuir¨ªan. Porque esta "puerta abierta" producir¨ªa un parad¨®jico efecto tranquilizador: uno sabr¨ªa que, al llegar a ciertos extremos, el horror puede detenerse.
Debo a?adir que en este tema es crucial la actitud de la clase m¨¦dica. Porque la cuesti¨®n no puede, ni debe, desmedicalizarse. Precisamente, los m¨¦dicos han de ser la garant¨ªa de que no se produzcan abusos. No es recomendable legislar sin contar con el asentimiento de los sanitarios. En Suiza y Oreg¨®n los m¨¦dicos suministran la prescripci¨®n de f¨¢rmacos para morir, es decir, intervienen indirectamente (suicidio asistido); en Holanda y B¨¦lgica act¨²an directamente (eutanasia), si bien existe una cl¨¢usula de conciencia. En Espa?a, el ¨²ltimo estudio publicado sobre la actitud de los m¨¦dicos ante la eutanasia (encuesta CIS de abril-mayo de 2002) dio como resultado que un 59% de los consultados apoyaban su legalizaci¨®n. Tocante a los facultativos contrarios a la eutanasia, lo que deber¨ªan hacer es contribuir a un clima m¨¦dico/social para que nadie la reclamara. En eso estar¨ªamos de acuerdo: no deseamos que haya peticiones de eutanasia. Pero tampoco es ¨¦tico -ni decente- oponerse a quienes, razonable e insistentemente, reclamen el respeto al derecho humano de salirse de la vida. Todo el mundo dice querer respetar la dignidad del paciente. Pero ?c¨®mo puede obligarse a un paciente a vivir en contra de su voluntad? ?Qu¨¦ hacen con la dignidad esos mandatarios de la lucha ideol¨®gica contra la eutanasia? Suelen ser, esos mandatarios, gente de la Iglesia o del Estado, herederos de quienes, durante siglos, han sofocado la libertad individual en nombre de alguna coartada colectiva. Claman demag¨®gicamente que la eutanasia es un asesinato. Pero, d¨ªganme: ?es lo mismo un acto de amor que una violaci¨®n? Puede que biol¨®gicamente tengan un factor com¨²n, pero nadie discutir¨¢ la diferencia. En el asesinato, el que muere lo hace en contra de su voluntad; en la eutanasia y el suicidio asistido, el que es ayudado a morir recibe la ayuda como un acto de amor.
Un ejemplo del grado de desvergonzada desfachatez a que pueden llegar los integristas lo tenemos en el caso no tan lejano de la norteamericana Terri Schiavo, que llevaba 15 a?os en coma, viviendo como un vegetal humano, en tanto que su antiguo marido ped¨ªa que se le retirasen todos los tubos que la manten¨ªan artificialmente con vida. Los pol¨ªticos americanos de la ultraderecha conservadora, con intervenci¨®n expl¨ªcita de los hermanos Jeb y George Bush, se opusieron a ello. Hubo procesos judiciales hasta que el Tribunal Supremo de Florida dio la raz¨®n al ex marido. Pues bien, en Espa?a, un conocido periodista cat¨®lico, llevado de su fanatismo, lleg¨® a escribir que Terri Schiavo "no estaba enferma, sino s¨®lo aquejada de una profunda minusval¨ªa" y que ahora, por orden del juez, la iban a matar de hambre y sed al retirarle la alimentaci¨®n por sonda, y que no hab¨ªa ninguna diferencia entre esto y lo que sol¨ªa hacer Hitler. Y el d¨ªa que se consum¨® la agon¨ªa de la enferma, el presidente George W. Bush, el hombre responsable de m¨¢s de 100.000 muertos en Irak, el hombre que se ha hartado de firmar sentencias de pena capital, declar¨® que se sent¨ªa triste y desolado, puesto que ¨¦l reiteraba su posici¨®n "en favor de la vida".
Otro argumento esgrimido, aparentemente m¨¢s neutro, es el de la llamada "pendiente deslizante", la posible proliferaci¨®n de homicidios sin consentimiento del enfermo, en el caso de que se despenalice la eutanasia. Ahora bien, ning¨²n dato emp¨ªrico confirma este temor. No hay ninguna evidencia de que en Holanda -pa¨ªs pionero en la despenalizaci¨®n de la eutanasia voluntaria- hayan aumentado las eutanasias involuntarias, m¨¢s bien al contrario. Lo que s¨ª existe en Holanda es una total transparencia informativa, y much¨ªsimos m¨¢s controles legales que en otros pa¨ªses -donde s¨ª es habitual la eutanasia clandestina-. Y hablo especialmente de Holanda porque este pa¨ªs ha sido objeto de una campa?a de desprestigio tan grosera como in¨²til. Los cr¨ªticos plantean que la legalizaci¨®n de la eutanasia voluntaria ha producido all¨ª una degradaci¨®n de la profesi¨®n m¨¦dica y todo tipo de males. Sin embargo, los holandeses no se han dado por enterados. Los holandeses saben que la eutanasia legal ha mejorado incluso la atenci¨®n m¨¦dica en lugar de da?arla. Prueba de ello es que a ninguno de los Gobiernos posteriores a la legalizaci¨®n de la eutanasia se le ha ocurrido revertir esta medida.
En fin, quienes defendemos el derecho a morir con dignidad pensamos que el debate sobre la eutanasia y el suicidio asistido ha alcanzado ya un punto irreversible de esclarecimiento y madurez. Pensamos que es hora de abordar este problema, ya que resulta notoria la pasividad social que ha habido en torno al mismo. Ello es que al cabo de 200 a?os de luchas sociales, luchas por la emancipaci¨®n de las clases trabajadoras, derechos de la mujer, Tercer Mundo, pueblos de color, ni?os, homosexuales, etc¨¦tera, el tema de la muerte digna permanece inauditamente congelado. Entre otras razones porque la muerte ha sido un tema tab¨². Y porque los moribundos no van a votar. Pero ha llegado la hora de levantar el tab¨² de la muerte y afrontar con lucidez la finitud humana. Un Estado laico y secularizado ha de respetar la libertad de conciencia de cada cual, y ser neutral frente a las distintas creencias religiosas. El respeto a la libre voluntad del enfermo es as¨ª primordial. Se trata de una aplicaci¨®n de la idea general de autonom¨ªa (autos nomos, la ley que cada cual se da a s¨ª mismo, la soberan¨ªa del ciudadano), que es uno de los legados m¨¢s firmes de la modernidad.
Salvador P¨¢niker es fil¨®sofo y presidente de la Asociaci¨®n Derecho a Morir Dignamente.
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