Icono en revisi¨®n
El paso de Madonna por el Circuito Ricardo Tormo de Cheste dej¨® unos cuantos claroscuros
Los mastod¨®nticos conciertos tienen siempre un insoslayable punto de frialdad. La cada vez m¨¢s menguada pl¨¦yade de megaestrellas sin aparente relevo generacional, a la que Madonna pertenece, disponen de una parafernalia log¨ªstica de tal envergadura que cualquier atisbo de espontaneidad o sorpresa queda pr¨¢cticamente ahogado. Casi como la visi¨®n de un DVD. Con todo, y sin querer abundar en el car¨¢cter previsible de un show en el que lo de menos pueden ser ciertos recursos pregrabados (detalle menor, aunque jugoso para quienes anteponen el morbo a cuestiones m¨¢s mollares), el principal lastre del espectacular despliegue aer¨®bico de casi dos horas con el que Madonna lleg¨® por vez primera a Valencia fue su tinte caprichosamente err¨¢tico. Algo que no hace m¨¢s que dar la raz¨®n a quienes arguyen que no es el Sticky & Sweet Tour el mejor de los shows que se le han podido ver. En efecto, el entusiasmo se desbord¨® durante una primera media hora sin tregua, en la que la Ciccone hizo honor a su halo de mantis religiosa que se alimenta de toda tendencia que se ponga a tiro (sac¨® a pasear por pantallas a Pharrell Williams, Kanye West y Britney) y escanci¨® lo mejor que pudo el endeble Hard Candy, jugando a despegarse de todos sus roles -y qui¨¦n sabe si de su legi¨®n de imitadoras- en una She's not me despampanante, rodeada por las encarnaciones de todos sus alter ego pasados. Pero, pese a una contagiosa Into the groove con gui?o al turntablismo de la vieja escuela hip hop de los 80, la forma en que destroz¨® Borderline alz¨® las primeras se?ales de alarma. Que no hicieron m¨¢s que confirmarse con la empanada con coartada multiculturalista de La Isla Bonita en clave balc¨¢nica, presidiendo un plomizo interludio del que no hab¨ªa m¨¢s redenci¨®n que una recta final capaz de ahuyentar la creciente frialdad de una audiencia en admirable lucha contra el desaliento. 4 Minutes, Like a prayer y Hung Up devolvieron las cosas a su sitio, aunque no disiparon la sensaci¨®n de que, pese al apabullante despliegue coreogr¨¢fico y f¨ªsico a sus imponentes 50 a?os, al m¨¢s inteligente icono pop vivo de nuestro tiempo cabe exigirle bastante m¨¢s. Ese es el p¨¢lpito que qued¨® mientras Holiday anunciaba el fin del juego, ya con el escenario vac¨ªo y las luces encendidas, y cerca de 50.000 almas enfilaban su particular via crucis de cerca de dos horas metidos en sus coches para escapar de un recinto que, angosto y de lent¨ªsima accesibilidad -aunque no llegara ni a rozar el esperpento celtib¨¦rico del d¨ªa de H¨¦roes del Silencio-, les est¨¢ resultando, y con raz¨®n, cada vez m¨¢s antip¨¢tico.
Al m¨¢s inteligente icono pop vivo cabe exigirle bastante m¨¢s
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