S¨¢lvese quien pueda
La intervenci¨®n del Gobierno norteamericano para salvar el sistema financiero supone un cambio radical respecto del papel asignado al Estado en la econom¨ªa, como no han dejado de se?alar los analistas. Atr¨¢s empiezan a quedar los tiempos en los que se consideraba que avanzar en la desregulaci¨®n de un mercado era equivalente a promover su liberalizaci¨®n, un equ¨ªvoco no del todo ingenuo que est¨¢ en el origen de esta crisis y que, en el fondo, no ha hecho m¨¢s que confirmar lo que ya se sab¨ªa pero se hab¨ªa decidido olvidar: el mercado, por s¨ª solo, no asigna adecuadamente los recursos ni corrige de forma autom¨¢tica los ciclos de expansi¨®n y depresi¨®n.
A poco que se hubiera prestado atenci¨®n a la experiencia econ¨®mica acumulada antes y despu¨¦s del crash del 29, no era necesario esperar a la explosi¨®n de las hipotecas basura para saber que el experimento de desregular el mercado financiero -mientras que, por cierto, no se manten¨ªa un discurso parecido respecto del comercio internacional- acabar¨ªa como ha acabado. No por ning¨²n don prof¨¦tico, sino porque si algo han logrado describir los economistas con asombrosa precisi¨®n es el patr¨®n que lleva al colapso del mercado que s¨®lo se rige por sus propias reglas.
Lo sustantivo de la crisis viene de Estados Unidos, pero de all¨ª no tiene por qu¨¦ llegar la soluci¨®n
Pero las medidas adoptadas por el Tesoro de Estados Unidos para limitar los destrozos est¨¢n conduciendo, tal vez, a un nuevo equ¨ªvoco: considerar que, con la intervenci¨®n, el Gobierno estadounidense no se ha limitado a adoptar una estrategia de emergencia, sino que est¨¢ definiendo la nueva funci¨®n del Estado en la econom¨ªa.
Esto es lo que explicar¨ªa la sorprendente coincidencia ante la intervenci¨®n de los partidarios m¨¢s recalcitrantes de la desregulaci¨®n y quienes defienden que las instituciones pol¨ªticas deben suministrar reglas al mercado. Para los primeros, se trata de una medida que vendr¨ªa a completar el credo de la desregulaci¨®n, no a ponerlo en tela de juicio: prescindir de reglas ajenas al mercado, vienen a decir, sigue siendo lo correcto, s¨®lo que este principio debe completarse con la asignaci¨®n de una nueva funci¨®n al Estado como garante ¨²ltimo de la solvencia del sistema.
Y no est¨¢ claro que los segundos, llevados quiz¨¢ por la euforia de que el Tesoro les haya dado la raz¨®n, est¨¦n insistiendo lo bastante en que el rescate del sistema se trata de un intento de salvar la crisis a la desesperada, cuya eficacia est¨¢ a¨²n por demostrar. Parece, en cualquier caso, que tanto Obama como McCain est¨¢n de acuerdo en volver a la regulaci¨®n.
Sea como fuere, convendr¨ªa deshacer cuanto antes el equ¨ªvoco que hay detr¨¢s de esta sorprendente coincidencia en alabar la intervenci¨®n del Tesoro estadounidense.
Entre otras razones, porque deshacer ese equ¨ªvoco ayudar¨ªa a comprender que la intervenci¨®n no es una panacea milagrosa, sino un remedio que, en la mejor de las hip¨®tesis, salvar¨¢ el sistema financiero -sin duda, inexorable la prioridad del momento-, pero que tendr¨¢ indudables consecuencias sobre la econom¨ªa real, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo.
Las cifras que el Gobierno de Bush est¨¢ obligado a manejar para evitar el colapso financiero no salen de la nada, y est¨¢ por ver en qu¨¦ se traduce un endeudamiento de estas proporciones, que se suma al provocado por la aventura de la guerra de Irak.
Stiglitz se?al¨® en La guerra de los tres billones el alto coste que ha supuesto para la econom¨ªa real el esfuerzo para financiar el conflicto en Irak. Y, por descontado, es preferible por razones econ¨®micas, pol¨ªticas y tambi¨¦n morales que el esfuerzo se dirija a salvar el sistema financiero que a invadir y ocupar un pa¨ªs. Pero no por eso dejar¨¢ de tener costes para la econom¨ªa real, que hasta ahora parecen ausentes de los an¨¢lisis.
M¨¢s all¨¢ de c¨®mo evolucionen las cosas en t¨¦rminos econ¨®micos, la intervenci¨®n del Gobierno de Estados Unidos tiene un valor pol¨ªtico que tal vez habr¨ªa que tomar en consideraci¨®n en Europa y, sin duda, en Espa?a: tras identificar una prioridad para hacer frente a la crisis, el Tesoro norteamericano ha adoptado una estrategia pragm¨¢tica y de gran calado para abordarla.
Esto es precisamente lo que falta por hacer a este lado del Atl¨¢ntico. Ni se conoce la prioridad adoptada por los Gobiernos y por la UE, ni se sabe, por tanto, de ninguna estrategia pragm¨¢tica y de gran calado para despejar el futuro. Una parte sustantiva de la crisis llega, sin duda, de Estados Unidos. Pero de Estados Unidos no tiene por qu¨¦ llegar la soluci¨®n. Porque, a fin de cuentas, y aunque redunde en beneficio de todos, es su sistema financiero y su econom¨ªa lo que ha tratado de salvar el Tesoro.
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