Guapo hasta morir
Era tan guapo que dol¨ªa. Deslumbraba. A lo largo de sus muchas vidas -como actor, como productor, como director, como piloto de f¨®rmula 1, como empresario, como fil¨¢ntropo-, lo sigui¨® siendo. Guapo y respetable. No se puede pedir m¨¢s. O s¨ª: que fuera eterno. Pero bien sabemos que eso no es posible. Recuerdo su irrupci¨®n en las salas de estreno de este pa¨ªs. Le recuerdo en Hud, en mangas de camisa, sujetando con el pulgar una chaqueta sobre sus espaldas, turbando a la madura Patricia Neal. El hombre que llega, que trastorna, el hombre que se marcha. Para ella un solo hombre y La ciudad frente a m¨ª no eran obras maestras pero ¨¦l aportaba su fuerza y su vulnerabilidad. Su dignidad, que aport¨® a todos sus personajes. El m¨¢s confuso personaje suyo de aquellos a?os fue, sin duda -y gracias a la censura de Hollywood- el protagonista de La gata sobre el tejado de zinc. Pero c¨®mo comprend¨ªamos a aquella Liz Taylor que -reci¨¦n enviudada de Michael Todd en la vida real- reptaba por los lechos intentando merecer sus atenciones. Pod¨ªa hacer de vulnerable gigol¨® en Dulce p¨¢jaro de juventud o de inconformista sure?o en Desde la terraza y en El largo y c¨¢lido verano, y, suprema y excelsamente, de perdedor en El buscavidas. Nos daba igual. Todas las pel¨ªculas ten¨ªan una enjundia u otra. No s¨®lo estaba all¨ª para lucir su bello rostro, su cabeza perfecta, su sonrisa ir¨®nica, sus ojos como piedras lunares.
Me cruc¨¦ con ¨¦l hace m¨¢s de 30 a?os. Era hermoso, pero no asustaba
Bien, ¨¦l no estaba all¨ª para arrebatar, sino por otra cosa. Amor al arte, quiz¨¢. Da la impresi¨®n -como subray¨® el guionista y escritor William Goldman-, de que tal vez "Paul Newman no piensa realmente que es Paul Newman". Con el tiempo se lanz¨® a la producci¨®n, la direcci¨®n, los Oscar que obtuvo, el partido que le sac¨® a su mujer, la sublime Joanne Woodward -Rachel, Rachel: una peque?a joya-, las carreras de coches, el ali?o de vinagre y aceite envasado y otras producciones simp¨¢ticas, cuyos beneficios han ido siempre a parar a causas justas... Su liberalidad pol¨ªtica, firme pero discreta, su saber estar, que ha mantenido hasta la muerte.
Y todo eso sin dejar de ser tan hermoso como un dios griego. Coqueto, tambi¨¦n -es sabido que cada d¨ªa sumerg¨ªa la cara en un ba?o de hielo: ya quisiera ver el resultado en otros-, y tambi¨¦n impenitente bebedor de cervezas, un promedio de a caja por d¨ªa: me gustar¨ªa tambi¨¦n saber qu¨¦ tripa resiste semejante aprovisionamiento.
Adem¨¢s, sensible. Adem¨¢s, valeroso. Antisistema pero sin ofender, degustador de Europa, y, queridos, esto es lo mejor de todo, casado con la mujer de su vida y para los restos. Os parecer¨¢ una intemperancia que destaque este valor, aparentemente conservador, entre sus rasgos. Pues no. Aparte de que siempre he cre¨ªdo que era ella quien le ataba -la se?ora Woodward es una de las actrices m¨¢s excepcionales, cultas e ir¨®nicas que el profundo Sur ha dado al mundo-, semejante caracter¨ªstica, la fidelidad, era uno de los picos de su personalidad que m¨¢s admir¨¢bamos quienes le segu¨ªamos. Porque las damas bien nacidas somos tan contradictorias que, secretamente, despreciamos a un hombre capaz de traicionar a su esposa con nosotras. O con cualquiera.
Era un hombre ¨ªntimo, que supo envejecer, como he escrito arriba, con belleza y dignidad. En su ocaso -vital, nunca como actor- eligi¨® pel¨ªculas que tambi¨¦n reflejaban una puesta u otra de sol: Camino a la perdici¨®n es mi favorita. Aunque, s¨¢dicamente, me gusta verle, guapo y pimplando birras, en Mensaje en una botella, esa tonter¨ªa llena de colorido azul que s¨®lo le sentaba bien a ¨¦l, mientras Kevin Costner intentaba pasar a la historia de la cursiler¨ªa, con bastantes posibilidades, por cierto.
Para m¨ª, el mejor Newman est¨¢ en dos pel¨ªculas de gigantesca estatura moral: Ausencia de malicia, de Sidney Pollack, y Veredicto final, de Sidney Lumet. Si quieren saber qui¨¦n fue el actor que acaba de morir pero no de desaparecer, rev¨ªsenlas. O v¨¦anlas por primera vez. ?se es Paul.
Me cruc¨¦ con ¨¦l y Woodward en un pasillo, en Cannes, hace m¨¢s de 30 a?os. Llevaba las gafas de sol colgando de la oreja por la patilla. Era hermoso, pero no asustaba.
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