El Puerta de Hierro dice adi¨®s
El ¨²ltimo d¨ªa del hospital queda marcado por las despedidas y los recuerdos de empleados y pacientes - Las ambulancias trasladan a 84 enfermos al nuevo centro
"Menudo acontecimiento, ?eh?", sonr¨ªe la enfermera al entrar en la habitaci¨®n de Pilar y Valerica. Son las 8.30, pero hace rato que el d¨ªa ha empezado para ellas. Pilar estaba levantada - "y duchada y con la bolsa hecha", puntualiza- a las 6.30. Lista para el traslado. "Esto no pasa todos los d¨ªas. Es que vais a estrenar un hospital", insiste la enfermera. Fuera, sus compa?eros no paran. El pasillo es un traj¨ªn constante: carritos de curas arriba y abajo, personal de limpieza en las habitaciones vac¨ªas, m¨¦dicos haciendo la ¨²ltima ronda. El Puerta de Hierro se despide. Los ¨²ltimos 84 pacientes abandonan el hospital. Hay nervios. "No he pegado ojo en toda la noche", confiesa Pilar. "Y tu madre, tampoco", informa a Adriana, la hija de Valerica.
"No me gusta este cuarto, es muy fr¨ªo", dice una mujer del nuevo centro
Los m¨¦dicos se hacen fotos en el pasillo. Algunos con c¨¢mara; otros con el m¨®vil. "Espera, trae la silla de ruedas antigua, que salga". No, esto no pasa todos los d¨ªas. Quien m¨¢s, quien menos, todos son conscientes de la excepcionalidad del momento. Se traslada un hospital entero -sus pacientes, sus 2.600 trabajadores- a un nuevo emplazamiento, en Majadahonda. El viejo Puerta de Hierro, construido en 1964, se cierra. Para siempre. Se demoler¨¢, dice Sanidad, que piensa construir un hospital de paliativos. A Pilar le da pena. La enfermedad de Crohn que le diagnosticaron hace 21 a?os (ahora tiene 48) la ha tra¨ªdo aqu¨ª demasiadas veces. "Ya es como mi casa", suspira.
En Majadahonda encontrar¨¢ a los mismos m¨¦dicos y enfermeras, pero para otros es d¨ªa de despedidas. "Adi¨®s, guapa, suerte", la abraza otra Pilar. Es cocinera. Lo ha sido en el Puerta de Hierro durante 38 a?os. Hoy ha preparado el ¨²ltimo desayuno. Tambi¨¦n abraza a la hija de Pilar, Esther. La conoce desde ni?a. "Vivo a 10 minutos de aqu¨ª y no me quiero ir tan lejos. He pedido el traslado a La Paz". Otros han querido dejar su despedida por escrito. En una puerta, al lado de urgencias, un cartel escrito con boli, con pinta de improvisado, reza: "Adi¨®s, Cl¨ªnica Puerta de Hierro". Una tal Isabel, celadora, ha a?adido debajo: "Qu¨¦ orgullo trabajar con todas y todos".
Pilar, Valerica y sus familias se lo toman con calma. Qu¨¦ remedio. El traslado no va a ser tan inminente como parec¨ªa. "Dijeron que a partir de las ocho", recuerda Adriana, subrayando el "a partir". Los pacientes, que ya s¨®lo ocupan una parte de la segunda y la tercera planta, salen con cuentagotas. Les acompa?a una enfermera, que lleva su historial cl¨ªnico y una bolsa con la medicaci¨®n que pueden necesitar. Ocho ambulancias esperan a la puerta. Les ir¨¢n trasladando en intervalos de 10 minutos. El viaje dura apenas un cuarto de hora. Para los 12 enfermos que quedan en cuidados intensivos hay tres UVI m¨®viles. En seis horas y media, 300 profesionales acabar¨¢n el traslado.
Pasan las horas. En cuanto una habitaci¨®n queda libre, el personal de limpieza se lleva s¨¢banas, mantas y todo lo que recuerda que all¨ª, alguna vez, hubo pacientes. Vac¨ªas, con los colchones desnudos y las cortinas ra¨ªdas, las habitaciones parecen abandonadas hace d¨¦cadas. Una monja diminuta se acerca por el pasillo empujando un carrito repleto de lo que parecen trozos de madera apilados. "?Se llevan hasta las perchas?", cuchichea una mujer, aburrida por la espera. Son crucifijos, que la monja va descolgando de las habitaciones. "Es una pena. Para que los tiren los obreros...", se justifica.
"S¨®lo pregunto si pueden correrlas, nada m¨¢s", se oye cerca del control de enfermer¨ªa. Una vecina del hospital, cuyas ventanas est¨¢n a pocos metros del edificio, se ha presentado en la segunda planta para pedir que alguien eche las cortinas. Sabe que es el ¨²ltimo d¨ªa. Que el hospital quedar¨¢ cerrado, vac¨ªo, hasta qui¨¦n sabe cu¨¢ndo. "Si nadie lo hace ahora, se quedar¨¢n as¨ª. Son como ojos negros que me miran".
El turno de Pilar llega a las once. Lleva con ella las dos bombas -una de medicaci¨®n; la otra, para alimentarse- de las que no puede prescindir. "Mira, ya s¨¦ en qu¨¦ habitaci¨®n voy a estar", dice se?alando la pulsera que lleva puesta desde primera hora. Valerica a¨²n tiene que esperar hasta pasado el mediod¨ªa. Su hija Adriana carga el malet¨ªn con los cables y la bater¨ªa de la m¨¢quina que drena la herida abierta de una operaci¨®n reciente. En el vest¨ªbulo de la planta -1, justo bajo la entrada principal, dos decenas de personas vuelan de cama en cama comprobando listas. Todo calculado al mil¨ªmetro.
El hospital de Majadahonda, a 16 kil¨®metros del viejo Puerta de Hierro, tiene 613 camas. Habitaciones individuales. Sof¨¢s convertibles en cama para los familiares. Una tele de pantalla plana que, por lo visto, los dos o tres primeros d¨ªas ser¨¢ gratis (despu¨¦s, un euro la hora). Valerica est¨¢ encantada. "Es muy grande, muy nueva", repite. Adriana ya empieza a calcular que, con un andador, su madre podr¨¢ empezar a dar paseos sin tener que salir al pasillo. En el piso de arriba, Pilar frunce el ce?o. "No me gusta el cuarto; es muy... fr¨ªo". Su hija intenta convencerla de que se acostumbrar¨¢.
Ya hay vida por los pasillos, en la cafeter¨ªa. El 1 de octubre abren las urgencias y Pilar y Valerica tendr¨¢n vecinos. No hay clientes en la cantina del viejo hospital; s¨®lo un camarero: "Abriremos dos d¨ªas m¨¢s, para el personal. Luego, se acab¨®".
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