Terror en Damasco
El 'aparato' de seguridad sirio, en entredicho tras el peor atentado desde los a?os ochenta
?Qui¨¦n quiere que la epidemia terrorista se extienda a Siria? El atentado perpetrado en Damasco, que ha causado 17 muertos en un cruce pr¨®ximo a un acuartelamiento y un lugar de culto chi¨ª, y que nadie se ha atribuido, constituye un serio golpe al cr¨¦dito del aparato de seguridad de un pa¨ªs que se precia de su estabilidad, del ¨¦xito con que ha combatido el terrorismo internacional; y que es, sin duda, una dictadura, un Estado policiaco, pero no por ello menos actor esencial para el equilibrio en la zona.
La matanza se produce en una secuencia especialmente ominosa, porque se trata del tercer atentado que ocurre en 2008, tras el asesinato de un l¨ªder del movimiento terrorista liban¨¦s Hezbol¨¢ en febrero, y de un general sirio, cercano a Bachar el Asad, el mes pasado. Y tambi¨¦n porque puede haber quien vincule el atentado con lo que suced¨ªa a comienzo de los a?os ochenta, en que el r¨¦gimen del Baas, gobernado por Hafez el Asad, padre del presidente en ejercicio, aplast¨® a sangre y fuego una rebeli¨®n de los Hermanos Musulmanes, el movimiento extremista sun¨ª, en cierto modo antecedente de Al Qaeda. Todav¨ªa hay resentimiento de la mayor¨ªa sun¨ª contra un Gobierno de dominaci¨®n alau¨ª, pr¨®ximo al chi¨ªsmo.
La lista de los interesados en hacerle la vida dif¨ªcil al presidente Asad no es corta. Nacionalistas libaneses que acusan a Damasco de lo que un d¨ªa fue pesada tutela sobre Beirut, a¨²n no desaparecida del todo; iran¨ªes, como advertencia sobre las negociaciones de paz m¨¢s o menos en curso entre Siria e Israel; incluso los propios israel¨ªes, a quienes Damasco acusa de haber bombardeado en septiembre pasado unas instalaciones en la capital, supuestamente vinculadas a un programa nuclear. Y, por encima de todos, Al Qaeda, que aspira a incendiar la zona, m¨¢xime cuando su suerte como agente del terror en la guerra de Irak parece perder fuerza, y hacia quien se dirigen las sospechas del Gobierno sirio.
Salvo para los sembradores del caos, a ning¨²n inter¨¦s puede servir que Siria sufra el flagelo del coche bomba. La guerra de Irak abri¨® el pa¨ªs a Al Qaeda, que Sadam Husein hab¨ªa combatido en Bagdad tanto como Hafez el Asad en Damasco. Yerran los enemigos de Siria que puedan regocijarse por lo sucedido. Con todas sus lacras, el r¨¦gimen de Asad, que intenta salir del ostracismo, merece que se le ayude a combatir la plaga terrorista.
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