Tiburones en formol
El esc¨¢ndalo de la subasta de las obras de Damien Hirst muestra que el arte moderno es un gran mercado en el que todo anda revuelto: lo genuino y lo falso, los creadores y los payasos
El m¨¢s prominente de los llamados Young British Artists, Damien Hirst (ya no tan joven pues tiene 43 a?os), subast¨® hace algunos d¨ªas en Sotheby's, en Londres, 223 obras suyas y la subasta le depar¨®, en un par de d¨ªas, 198 millones de d¨®lares, la m¨¢s alta cifra alcanzada en un remate consagrado a un artista ¨²nico. El acto fue precedido por un gran fuego de artificio publicitario, pues era la primera vez que un pintor vivo ofrec¨ªa sus obras al p¨²blico a trav¨¦s de una casa de subastas para librarse de pagar las comisiones que cobran las galer¨ªas y los marchands. Y fue seguido por otro torneo no menos ruidoso de sensacionalismo medi¨¢tico cuando se revel¨® que varios amigos de Hirst, entre ellos su galerista neoyorquino, hab¨ªan participado en la puja para inflar los precios de los cuadros.
Como hemos renunciado a los c¨¢nones, no hay otro criterio que el de los precios de las obras de arte
El arte no puede quedar secuestrado por una minor¨ªa de pitonisas, bufones y negociantes
M¨¢s interesante que esta noticia, y que, por ejemplo, saber que gracias a su exitosa subasta Damien Hirst ha inyectado un buen pu?ado de millones a su fortuna personal, calculada en unos 1.000 millones de d¨®lares, es el hecho de que, a ra¨ªz del remate de Sotheby's, muchos cr¨ªticos que hab¨ªan contribuido con sus elogios desmedidos a cimentar el prestigio de Hirst como uno de los m¨¢s audaces artistas modernos comienzan ahora a preguntarse si el ex delincuente juvenil y exhibicionista impenitente -cuando yo viv¨ªa en Londres hizo mucha alharaca que posara ante la prensa con un cigarrillo colgado en el pene- tiene en verdad alg¨²n talento o es solamente un embaucador de formidable vuelo.
La m¨¢s severa descarga contra ¨¦l procede de Robert Hughes, uno de los raros cr¨ªticos contempor¨¢neos que, hay que recordarlo, en sus columnas de arte de Time Magazine no particip¨® nunca del papanatismo de sus colegas que convirti¨® a Hirst en un icono del arte moderno. Hughes, indignado con lo ocurrido, describe as¨ª la subasta de Sotheby's: "Lo ¨²nico especial en este episodio es la total desproporci¨®n entre los precios alcanzados y su talento real. Hirst es b¨¢sicamente un pirata y su destreza consiste en haber conseguido enga?ar a tanta gente en el mundo del arte, desde funcionarios de museo como Nicholas Serota, de la Tate Gallery, hasta millonarios neoyorquinos del negocio de inmuebles, haci¨¦ndoles creer que es un artista original y que son importantes sus 'ideas'. Su ¨²nico m¨¦rito art¨ªstico es su capacidad manipuladora" (la traducci¨®n es m¨ªa). Hughes se burla con ferocidad de las interpretaciones seudo religiosas y seudo filos¨®ficas que han dado los cr¨ªticos a los animales preservados en formol en recipientes de vidrio, como el c¨¦lebre tibur¨®n por el que un especulador de Wall Street, Steve Cohen, pag¨® 12 millones de d¨®lares, creyendo por lo visto que el adefesio que compr¨® es algo as¨ª como una hip¨®stasis art¨ªstica de la violencia y la vida. Hughes recuerda que, en su Australia natal, ¨¦l ha visto muchos tiburones, "una de las m¨¢s bellas criaturas de la creaci¨®n", y que toda aquella palabrer¨ªa te¨®rica para ensalzar un mamarracho al que el esnobismo imperante en el mundo del arte valoriza en semejante astron¨®mica suma de dinero, es una "descarada obscenidad". Y afirma que, otra de las bullangueras realizaciones de Hirst, su famosa calavera incrustada de diamantes, dice menos sobre la muerte y la religi¨®n que los esqueletos de az¨²car y de mazap¨¢n que se fabrican por millares en los mercados de M¨¦xico en el d¨ªa de los muertos.
Hirst fue lanzado al estrellato como artista por un afortunado publicista brit¨¢nico, Charles Saatchi, que, en los a?os noventa, se invent¨® a los Young British Artists -entre ellos, adem¨¢s de Hirst, Chris Ofili, Jack y Dinos Chapman y Mat Collishaw-, quienes supuestamente estaban renovando de manera raigal la pintura y la escultura modernas con una imaginaci¨®n desalada e irreverente y con t¨¦cnicas nov¨ªsimas. La campa?a de Saatchi tuvo ¨¦xito total, cr¨ªticos y galer¨ªas se sumaron a ella y en muy poco tiempo ese grupo de ilusionistas pl¨¢sticos hab¨ªa alcanzado la celebridad y precios elevad¨ªsimos para sus obras. Llegaron incluso a la tradicional Royal Academy que, en 1997, les abri¨® las puertas con una exposici¨®n dedicada a todo el grupo. Yo fui a verla y, ante lo que me pareci¨® una payasada de mal gusto, dej¨¦ testimonio de mi decepci¨®n en un art¨ªculo, Caca de elefante, que me mereci¨® algunas protestas.
La verdad es que no hay que sorprenderse de lo ocurrido con Hirst y su operaci¨®n especulativa en Sotheby's. El arte moderno es un gran carnaval en el que todo anda revuelto, el talento y la piller¨ªa, lo genuino y lo falso, los creadores y los payasos. Y -esto es lo m¨¢s grave- no hay manera de discriminar, de separar la escoria vil del puro metal. Porque todos los patrones tradicionales, los c¨¢nones o tablas de valores que exist¨ªan a partir de ciertos consensos est¨¦ticos, han ido siendo derribados por una beligerante vanguardia que, a la postre, ha sustituido aquello que consideraba a?oso, acad¨¦mico, conformista, retr¨®grado y burgu¨¦s por una amalgama confusa donde los extremos se equivalen: todo vale y nada vale. Y, precisamente porque no hay ya denominadores comunes est¨¦ticos que permitan distinguir lo bello de lo feo, lo audaz de lo trillado, el producto aut¨¦ntico del postizo, el ¨¦xito de un artista ya no dependa de sus propios m¨¦ritos art¨ªsticos sino de factores tan ajenos al arte como sus aptitudes histri¨®nicas y los esc¨¢ndalos y espect¨¢culos que sea capaz de generar o de las manipulaciones mafiosas de galeristas, coleccionistas y marchands y la ingenuidad de un p¨²blico extraviado y sometido.
Yo estoy convencido de que las mariposas muertas, los frascos farmac¨¦uticos y los animales disecados de Hirst no tienen nada que ver con el arte, la belleza, la inteligencia, ni siquiera con la destreza artesanal -entre otras cosas porque ¨¦l ni siquiera trabaja esas obras que fabrican los 120 artesanos que, seg¨²n leo en su biograf¨ªa, trabajan en su taller- pero no tengo manera alguna de demostrarlo. Como tampoco podr¨ªa ninguno de sus admiradores probar que sus obras son originales, profundas y portadoras de emociones est¨¦ticas. Como hemos renunciado a los c¨¢nones y a las tablas de valores en el dominio del arte, en ¨¦ste no hay otro criterio vigente que el de los precios de las obras de arte en el mercado, un mercado, digamos de inmediato, susceptible de ser manipulado, inflando y desinflando a un artista, en funci¨®n de los intereses invertidos en ¨¦l. Ese proceso explica que uno de esos productos rid¨ªculos que salen de los talleres de Damien Hirst llegue a valorizarse en 12 millones de d¨®lares. ?Pero, es menos disparatado que se pague 33 millones de d¨®lares por una pintura de Lucian Freud y 86 millones por un tr¨ªptico de Francis Bacon, por m¨¢s que en este caso se trate de genuinos creadores, como hizo el millonario ruso Roman Abramovich en una subasta en Nueva York el pasado mayo?
El otro criterio para juzgar al arte de nuestros d¨ªas es el del puro subjetivismo, el derecho que tiene cada cual de decidir, por s¨ª mismo, de acuerdo a sus gustos y disgustos, si aquel cuadro, escultura o instalaci¨®n es magn¨ªfica, buena, regular, mala o mal¨ªsima. Desde mi punto de vista, la ¨²nica forma de salir de la behetr¨ªa en la que nos hemos metido por nuestra generosa disposici¨®n a alentar la demolici¨®n de todas las certidumbres y valores est¨¦ticos por las vanguardias de los ¨²ltimos ochenta a?os, es propagar aquel subjetivismo y exhortar al p¨²blico que todav¨ªa no ha renunciado a ver arte moderno a emanciparse de la frivolidad y la tolerancia con las fraudulentas operaciones que imponen valores y falsos valores por igual, tratando de juzgar por cuenta propia, en contra de las modas y consignas, y afirmando que un cuadro, una exposici¨®n, un artista, le gusta o no le gusta, pero de verdad, no porque haya o¨ªdo y le¨ªdo que deba ser as¨ª. De esta manera, tal vez, poco a poco, apoyado y asesorado por los cr¨ªticos y artistas que se atreven a rebelarse contra las bravatas y desplantes que la civilizaci¨®n del espect¨¢culo exige a sus ¨ªdolos, vuelva a surgir un esquema de valores que permita al p¨²blico, como anta?o, discernir, desde la autenticidad de lo sentido y vivido, lo que es el arte verdaderamente creativo de nuestro tiempo y lo que no es m¨¢s que simulacro o mojiganga.
Ser¨¢ un largo proceso, y por eso ser¨ªa conveniente que comenzara cuanto antes, porque el arte tiene una funci¨®n central que cumplir dentro de la cultura de una ¨¦poca, es un centro neur¨¢lgico de la vida espiritual de una comunidad, una fuente de solaz y de goce, de ense?anzas para depurar las imperfecciones de que est¨¢ hecha la rutina cotidiana y un gu¨ªa que constantemente se?ala unas formas ideales de ser, de amar, de vivir y hasta de morir. Por eso el arte no puede quedar secuestrado por unas minor¨ªas insignificantes de pitonisas, bufones y negociantes, cortado casi totalmente de ese barro nutricio que es la colectividad, de la que todo gran arte ha extra¨ªdo siempre su energ¨ªa y su materia prima a la vez que a ella devolv¨ªa unas formas y unos modelos que ennoblec¨ªan sus deseos y sus sue?os. S¨®lo si el arte recupera su libertad y se emancipa de esos grup¨²sculos de esnobs, fr¨ªvolos y especuladores entre los que ha quedado confinado, nos libraremos de los Damien Hirst.
? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario EL PA?S, SL, 2008. ? Mario Vargas Llosa, 2008.
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