El incomprendido
?Alguien escucha a¨²n las letras de las canciones? Cada d¨ªa menos, contestar¨¢n algunos. ?Para qu¨¦?, bostezar¨¢n otros. ?Y no les suenan de nada esas reacciones?, pregunto yo. ?No son s¨ªntoma de indolencia ante una armon¨ªa de plenitud? Muy pocos buscan ya la elemental cortes¨ªa de un intento artesano hecho con hondura y perfeccionismo en la novela, en el cine, en mucho teatro y... estaba a punto de mencionar las llamadas bellas artes, pero ¨¦stas viven su agon¨ªa precisamente con la morfina de las explicaciones, los comentarios, las escol¨¢sticas... Pero habl¨¢bamos de letras de canciones, algo tangible y asequible. La llamada industria capt¨® desde siempre que la gente s¨®lo quiere bramar una frase que rodee la parafernalia de un ¨ªdolo para admiraci¨®n de lo que antes se llamaban ni?os o adultos o ancianos y, ahora, simplemente "nuestro p¨²blico", es decir, esa adolescencia infinita y monstruosa que todo lo empalaga. As¨ª, a los siervos de las compa?¨ªas que pertenecen a consorcios fusionados entre s¨ª y adquiridos por corporaciones les parece fabuloso que vayamos berreando por la calle: "?Ave Mar¨ªa, cu¨¢ndo ser¨¢s m¨ªa!", que no es precisamente el verso perdido de San Juan de la Cruz la noche legendaria en que se zamp¨® aquellas setas que brotaban tras las primeras lluvias en el huertecillo de su convento en ?beda. Pero el tiempo le da una p¨¢tina a lo banal: a lo que ahora nos parece delicioso dudu¨¢ tampoco hay que buscarle las mismas vueltas que a Finnegans Wake.
Lo curioso es que lo pedimos a gritos -y no hablo de "?cu¨¢ndo ser¨¢s m¨ªa!", sino de la trivialidad absoluta-. Pero, aun as¨ª, hay momentos en la vida que piden escuchar las letras de canciones. Sin darnos cuenta, quedamos boquiabiertos como pasmarotes, farfullando: "Habla de m¨ª
...". Esos momentos son b¨¢sicamente dos: cuando uno se enamora o cuando a uno lo tiran por el desag¨¹e. Como mi experiencia en el primer caso es in¨¦dita, me remitir¨¦ a la segunda. ?Ah, la autocompasi¨®n! ?Para qu¨¦ naci¨® el bolero? Repitan conmigo: para que lloremos a gusto nuestro disgusto. Tomemos un ejemplo. El incomprendido: "Yo, yo, yo, creo que voy solito a estar cuando me muera, he sido el incomprendido, ni t¨² ni nadie me ha querido, tal como soy". Hasta ah¨ª, razonable. El lamento de quien habr¨¢ sido un cabronazo ego¨ªsta -ese diminutivo de farsante, "solito", le delata, ya veo a Vittorio Gassman pronunci¨¢ndolo en una comedia de Dino Risi-. El lloriqueo llega a su paroxismo en los versos siguientes: "Aun as¨ª por mis presagios, tendr¨¦ tu nombre a flor de labios y morir¨¦...". Ah, amigo, t¨² no le das la espalda al mundo, m¨¢s que regodearte en tu desolaci¨®n buscas la compasi¨®n ajena. Pero ?cu¨¢les son esos presagios que otorgan ese fatalismo al cantante? Pues ah¨ª van: "Toco una flor y se ha de marchitar, miro una estrella y deja de brillar, negra suerte la que me toc¨®, que todo lo que quiero yo...". Juro que, si el cantante es bueno, se puede escuchar cada uno de los puntos suspensivos. "Toco una flor y se ha de marchitar, miro una estrella y deja de brillar". Ni Rilke, ni Auden, ni Valente, ni Kojak, ni Colombo, ni McCloud... Bobby Cap¨® se llamaba el genio. Al margen de que la qu¨ªmica entre letra y m¨²sica es perfecta, el ingenio de la letra se puede comparar a la m¨¢s alta poes¨ªa. Y que nadie me niegue ahora que la autocompasi¨®n no es el TEMA de la alta poes¨ªa de todos los tiempos desde aquel hit que empieza "ser o no ser..." hasta, por ejemplo, Contra Jaime Gil de Biedma. En resumen: cuando una cultura muestra esa vitalidad y esa agudeza en su arte popular es que algo funciona. Cuando se canta "?Ave Mar¨ªa, etc¨¦tera" es que algo anda mal. Y, si siguen estas Variaciones Goldfinger, ya sabr¨¢n que siempre cuento lo mismo. Pero es que yo, yo, yo, creo que voy solito a estar cuando me mueeeera
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