Peri¨®dico
No me acostumbro a lo de pagar un euro y 10 c¨¦ntimos cada ma?ana al comprar este peri¨®dico. No pretendo ser fr¨ªvolo, pero me siento agredido por esa chatarra tan cara que me agobia en el pantal¨®n, porque el quiosquero no tenga monedas para devolverme el cambio. Imagino que lo de los 10 c¨¦ntimos supone un obligatorio prestigio para los lectores progresistas, para los que saben que la calidad siempre sale barata, pero yo me mosqueo, odio pagar un suplemento por sentirte confortado y selecto.
Pero levant¨¢ndome de la cama con cansancio, con hipocondria o con extra?a normalidad, con destructora resaca o en delirante plan "Viva la gente", afirm¨¢ndome en la vida o renegando de ella, recordando con mala hostia o con una sonrisa, esperando algo o nada, vomitando el caf¨¦ o encontr¨¢ndolo tan estimulante como la coca¨ªna, compro EL PA?S como un ritual desganado y me reconcilio con la inteligencia, me afirmo en esa cosa tan compleja llamada existencia. Gracias a un artista tan l¨²cido como tenebroso llamado El Roto, alguien que siempre me provoca un necesario escalofr¨ªo; a Forges, ese insustituible retratista de la tragicomedia humana que transmite la realidad con m¨¢s mordacidad, gracia, comprensi¨®n y ternura que nadie; a Enric Gonz¨¢lez, narrador y transgresor, hiperculto y sarc¨¢stico, v¨ªvido y le¨ªdo, un lujo de escritura incluso cuando est¨¢ desganado, un g¨¦nero ins¨®lito, una hipn¨®tica voz propia. No s¨¦ qui¨¦nes firman El acento, pero derrocha talento, mala hostia, personalidad, el punto de vista menos enf¨¢tico y m¨¢s punzante, m¨¢s entendible, heterodoxo, brillante y magn¨¦tico sobre lo que pasa aqu¨ª y ahora.
A la una y cuarto de la madrugada me ofrece la televisi¨®n del talante el infierno de los cayucos. A esas horas p¨¢lidas de la noche s¨®lo seremos testigos los desocupados, los perdidos, los que no tenemos que madrugar, los instalados. Deber¨ªan de programarlo en hora punta, para que los aterrorizados con causa se confortaran pensando que hay otros que lo pasan peor que ellos, para que no decidieran quemar bancos, inmobiliarias, a la clase pol¨ªtica de cualquier signo. O a Gallard¨®n. Ese abominable defensor de la dignidad humana.
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