Las estatuas, en el punto de mira
Las carreras empiezan de madrugada. Atanas Raikov, de 43 a?os, un ciudadano b¨²lgaro masajista reconvertido en estatua de El Quijote, dice que va cada d¨ªa a La Rambla a las seis de la ma?ana para atrapar una de las chapas met¨¢licas que dan derecho a posar. "Pues yo, a veces, a las cuatro y media. A las siete ya es tarde", dice Jens Daicke, de 28 a?os, un alem¨¢n vestido de diablo. Ahora hay unas 70 estatuas y de ellas una treintena son rumanos. Muchos les acusan de actuar como una mafia. Las relaciones del grupo no son siempre buenas por la disputa del lugar y porque se reprochan entre s¨ª no cumplir con la normativa que les obliga a confeccionarse el disfraz y no utilizar m¨¢scaras. Ahora, el que hace las delicias de los turistas es un hombre invisible con sombrero y gafas. "Las estatuas forman parte de La Rambla, pero hay que regularlas", dice ?lvarez.
"No me creo nada porque ya lo han hecho y no ha servido de nada", dice Josep Maria Ortega, un gnomo pintado de verde, el ¨²nico catal¨¢n que hace de estatua. El mismo escepticismo tiene la oposici¨®n. Merc¨¨ Oms, de CiU, acusa al distrito de proponer debates y no actuar: "Parece que tengan miedo de hacer las cosas solos. Barcelona tiene la imagen de ser una ciudad sin ley. De ser el colmo de la permisividad. Hay webs inglesas que dicen que aqu¨ª se puede hacer de todo". Ricard Mart¨ªnez, de ERC, opina igual: "Tienen muchas ideas, ilusionan a la gente pero luego no las aplican".
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