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Reportaje:

Pap¨¢ dame un respiro

Todo comenz¨® durante una reuni¨®n de padres en una escuela de Londres. La opini¨®n que los profesores me dieron sobre mi hijo era buena, pero cuando entramos en la clase de arte, los halagos aumentaron a niveles inesperados. Uno de sus trabajos, un boceto de un mago realizado al estilo de Quentin Blake, estaba colgado en la pared con chinchetas como modelo para los dem¨¢s alumnos. Por debajo del retrato, mi hijo hab¨ªa pintado la cabeza de un hombre desde diferentes ¨¢ngulos. La profesora de arte lo descolg¨® para ense?¨¢rmelo.

"Es incre¨ªble que un ni?o de siete a?os, por iniciativa propia, haya representado la perspectiva de esa forma", me dec¨ªa entusiasmada. "Su hijo, verdaderamente, destaca en clase. Es un joven artista superdotado".

Y ah¨ª estaba, la S de esa palabra de 11 letras que produce taquicardia a cualquier padre: superdotado.

Aquella noche me puse a buscar en Google cursos y profesores particulares de arte para cultivar el don de mi hijo. En mi mente desfilaban las im¨¢genes del que podr¨ªa ser el pr¨®ximo Picasso. Hasta la ma?ana siguiente. "Pap¨¢, yo no quiero un profesor particular, s¨®lo quiero dibujar". Me confes¨® mientras desayun¨¢bamos. "?Por qu¨¦ los adultos siempre tienen que controlar todo?".

su pregunta me impresion¨® bastante. A mi hijo le encanta dibujar. Puede pasar horas inclinado sobre un trozo de papel inventando extra?as formas de vida, dise?ando complicados libros de c¨®mics o haciendo bocetos de Ronaldo dando patadas a un bal¨®n. Dibuja bien y se siente feliz con ello. Pero, por alguna raz¨®n, esto no era suficiente. Una parte de m¨ª quer¨ªa aprovechar esa felicidad, pulir y sacar partido de su talento, convertir su arte en un ¨¦xito. Mi hijo ten¨ªa raz¨®n: estaba intentando controlar todo.

Aquella conversaci¨®n a la hora del desayuno result¨® ser uno de esos momentos reveladores que le cambian a uno la vida. Me hizo darme cuenta de que, como padre, estaba perdiendo el equilibrio. Tambi¨¦n me inspir¨® para escribir Bajo presi¨®n: c¨®mo educar a nuestros hijos en un mundo hiperexigente.

Para realizar la investigaci¨®n del libro pas¨¦ dos a?os viajando por toda Europa, Am¨¦rica y Asia analizando la situaci¨®n de la infancia en la actualidad. Visit¨¦ colegios, guarder¨ªas, clubes deportivos, laboratorios y ferias de juguetes; me entrevist¨¦ con profesores, entrenadores, concejales, publicistas, polic¨ªas, terapeutas, m¨¦dicos y cualquier experto en desarrollo infantil. Habl¨¦ tambi¨¦n con cientos de padres y de ni?os, y seleccion¨¦ las ¨²ltimas investigaciones cient¨ªficas.

Lo que descubr¨ª es que los adultos han secuestrado la infancia de los ni?os de una manera nunca vista hasta ahora. Bajo presi¨®n explora el porqu¨¦ del fracaso del modelo infantil actual y ofrece propuestas de todos los rincones del mundo para ayudarnos a encontrar una soluci¨®n. El libro no es un manual para padres. Mi intenci¨®n va m¨¢s lejos: redefinir lo que significa ser ni?o y padre en el siglo XXI.

Desde luego, el impulso de controlar al mil¨ªmetro a los ni?os no es nuevo. Hace 2.000 a?os, un maestro llamado Lucius Orbilius Pupillus identific¨® a los padres con demasiadas ambiciones para sus hijos como gajes del oficio en las aulas de la antigua Roma. Cuando el joven Mozart hizo prodigios que se pusieron de moda en el siglo XVIII, muchos europeos educaron a sus propios chicos con la esperanza de conseguir ni?os prodigio. Hoy d¨ªa, sin embargo, la presi¨®n por conseguir lo mejor de nuestros ni?os parece que consume todo el tiempo disponible.

Como padres, sentimos el empe?o de empujar, modelar y educar a nuestros hijos con un celo sobrehumano para darles lo mejor de todo y hacer de ellos los mejores para todo. Pensemos en la colecci¨®n de DVD de Baby Einstein o en la de yoga para ni?os; en el ¨²ltimo modelo de iPod; o en los GPS con dispositivo de localizaci¨®n para las mochilas; clases de ballet, de f¨²tbol, de cer¨¢mica, de yoga, tenis, rugby, piano, yudo. Sentimos que fracasamos si nuestros hijos sufren de alg¨²n modo y no brillan como artistas, profesores o atletas.

En todo el mundo, esta forma de controlar al mil¨ªmetro la educaci¨®n de los ni?os es conocida con diferentes nombres. Algunos la llaman "hiperpaternidad". Otros se refieren a ella como padres helic¨®ptero, porque siempre est¨¢n vigilando. Los canadienses bromean con los padres quitanieves, que marcan un camino perfecto en la vida de sus hijos. Incluso en los pa¨ªses n¨®rdicos, donde se supone que viven gloriosamente relajados, se habla de padres curling: mam¨¢ y pap¨¢ despejando fren¨¦ticamente el hielo por delante de su hijo.

Est¨¢ claro que no todas las infancias son iguales. No se encuentran muchos ni?os superprotegidos en los campos de refugiados de Sud¨¢n o en las chabolas de Suram¨¦rica. Incluso en los pa¨ªses desarrollados hay millones de j¨®venes, sobre todo entre familias humildes, que tienen m¨¢s probabilidades de padecer poca protecci¨®n que de estar sobreprotegidos. Seamos honestos: la mayor¨ªa de los padres helic¨®ptero proceden de la clase media. Aunque esto no significa que este aspecto cultural afecte solamente a la gente acomodada.

A medida que un cambio social se produce, la clase media en general marca el camino a seguir. Y, adem¨¢s, el exceso de protecci¨®n de los ni?os est¨¢ minando la solidaridad social, ya que cuanto m¨¢s obsesionadas est¨¢n las personas con sus propios hijos, menor es el inter¨¦s por el bienestar de los dem¨¢s.

Los padres tambi¨¦n forman parte de esta ecuaci¨®n. Fuera de casa, todos, desde los gobiernos hasta la industria publicitaria, tratan de manipular la atenci¨®n de los ni?os para ajustarla a sus propios planes. Recientemente, un grupo de parlamentarios ingleses advirti¨® de que hay muchos ni?os cuyo sue?o es crecer para ser hadas, princesas o estrellas de f¨²tbol. La soluci¨®n que plantearon: aconsejar a los ni?os de cinco a?os sobre la profesi¨®n que quer¨ªan ejercer de mayores.

El consumismo ha entrado sigilosamente en cada rinc¨®n de las vidas de los ni?os, algo que parec¨ªa intocable. S¨®lo el simple hecho de dormir en casa de una amiga se ha convertido en estos momentos en una oportunidad para empresas publicitarias como la Agencia de Inteligencia Infantil, que patrocina fiestas en las que las adolescentes prueban nuevos productos y rellenan cuestionarios. Los trabajadores de McDonald's visitan los hospitales para entregar a los ni?os juguetes y globos, as¨ª como folletos para promocionar su comida. Juntando estos datos, estimamos que muchos ni?os ven hoy d¨ªa unos 40.000 anuncios al a?o.

Al mismo tiempo que permitimos que nuestros hijos se entreguen al consumismo, les protegemos entre algodones y les prevenimos ante riesgos que realmente les har¨ªan bien. En muchos pa¨ªses, los gobiernos han prohibido actividades peligrosas tales como las canicas, el juego de corre que te pillo o las peleas de bolas de nieve. Casi la mitad de los ni?os ingleses con edades comprendidas entre los 8 y los 12 a?os nunca se han subido a un ¨¢rbol porque sus padres piensan que es muy peligroso. No importa que en la mayor¨ªa de los pa¨ªses el delito de pedofilia sea menos frecuente de lo que era hace una generaci¨®n (ocupa m¨¢s espacio en las portadas de los medios). Tenemos tanto p¨¢nico a que nuestros hijos puedan convertirse en un caso similar al ocurrido con Madeleine McCann, que les encerramos en casa como a las gallinas.

Veamos lo que ha sucedido con la educaci¨®n. Los ni?os reciben cada vez m¨¢s pronto clases particulares y hacen evaluaciones una y otra vez con el fin de que las notas sean m¨¢s importantes que el aprendizaje en s¨ª mismo. Hoy d¨ªa, m¨¢s que nunca, muchos ni?os toman medicamentos como el Ritalin para ayudarles a concentrarse en los estudios. Al fin y al cabo, ?qu¨¦ son los medicamentos? El no va m¨¢s del control al mil¨ªmetro.

En la actualidad, mires donde mires, el mensaje que recibimos es el mismo: la infancia es demasiado preciosa para dej¨¢rsela a los ni?os, y los ni?os son demasiado preciosos para dejarlos solos. Pero ?esto es malo? Tal vez sea este control al mil¨ªmetro de resultados. Tal vez estemos formando a los ni?os m¨¢s sanos, m¨¢s brillantes y m¨¢s felices que nunca antes hayamos visto. O tal vez no.

Desde luego, deber¨ªamos tomar con cierta precauci¨®n los informes sobre que el concepto de infancia se muere. Son muchas las ventajas de crecer en un mundo desarrollado de principios del siglo XXI: los ni?os tienen menos probabilidades de padecer desnutrici¨®n, abandono, violencia o muerte que en ning¨²n otro momento de la historia. Est¨¢n rodeados de comodidades impensables hace una generaci¨®n. Legiones de profesores, pol¨ªticos y empresas utilizan todos sus esfuerzos para procurarles nuevas f¨®rmulas de alimentaci¨®n, educaci¨®n, moda y entretenimiento. La ley internacional protege sus derechos. Son el centro del universo de sus padres.

Y aun as¨ª, algo sigue mal. Todo este control al mil¨ªmetro, aunque bien intencionado, est¨¢ fracasando. Los ni?os necesitan mucha orientaci¨®n y un firme empujoncito de vez en cuando, pero cuando los adultos mandan, cuando cada situaci¨®n es programada, supervisada o estructurada, hay que pagar un precio.

Comencemos por la salud. Los ni?os, encerrados en casa y sentados en el asiento trasero del coche mientras conducimos, est¨¢n creciendo m¨¢s gordos que nunca. La Asociaci¨®n Internacional para el Estudio de la Obesidad calcula que en el a?o 2010, el 38% de los ni?os menores de 18 a?os de Europa y el 50% de los de Am¨¦rica del Norte y del Sur ser¨¢n obesos. M¨¢s a¨²n, los kilos de m¨¢s les est¨¢n condenando a padecer enfermedades coronarias, diabetes tipo 2, arterioesclerosis y otros des¨®rdenes en otro tiempo t¨ªpicos de adultos.

Los ni?os deportistas tambi¨¦n sufren. Los j¨®venes que realizan mucho ejercicio acaban agotados. Lesiones como rotura del ligamento cruzado anterior, antes muy comunes entre atletas profesionales y universitarios, abundan ahora entre los estudiantes de secundaria y son tremendamente frecuentes entre los ni?os de 9 y 10 a?os.

Y tal como funciona el cuerpo, as¨ª lo hace la mente. La depresi¨®n y la ansiedad infantil -y el abuso de drogas, autolesiones y suicidio que a menudo los acompa?an- no son hoy d¨ªa m¨¢s comunes en los guetos urbanos, sino en los elegantes barrios del centro de las ciudades y en las arboladas zonas residenciales de las afueras donde la emprendedora clase media ejerce su presi¨®n sobre los ni?os.

Los ni?os controlados al mil¨ªmetro pueden pasarlo muy mal para valerse por s¨ª mismos. Los servicios de orientaci¨®n psicopedag¨®gica de las universidades reconocen que hay cifras r¨¦cord de estudiantes con depresi¨®n. Y los profesores comentan que algunos j¨®venes de 19 a?os, en el transcurso de una entrevista, les entregan su tel¨¦fono m¨®vil con estas palabras: "?Por qu¨¦ no habla usted todo esto con mi madre?".

El cord¨®n umbilical permanece intacto incluso despu¨¦s de terminar la carrera. A la hora de contratar titulados reci¨¦n salidos de la universidad, importantes empresas como Merrill Lynch han comenzado a lanzar lo que llaman "paquetes para padres", o jornadas de puertas abiertas compartidas para que mam¨¢ y pap¨¢ puedan visitar sus oficinas. Muchos padres incluso les acompa?an a las entrevistas de trabajo para ayudarles a negociar las condiciones de sueldo y vacaciones.

Algo precioso y dif¨ªcil de valorar tambi¨¦n est¨¢ perdi¨¦ndose en el camino. El poeta ingl¨¦s William Blake resum¨ªa la magia y lo maravilloso de la infancia de este modo:

"Para ver el mundo en un grano de arena

y el firmamento en una flor silvestre,

coge el universo en la palma de tu mano

y la eternidad en una hora".

Hoy d¨ªa, los ni?os est¨¢n demasiado ocupados corriendo de un lado para otro con clases de viol¨ªn o clases particulares de matem¨¢ticas para coger el universo en la palma de sus manos. Y esa flor silvestre parece que da un poco de miedo. ?No ser¨¢ que tiene espinas o que el polen provoca reacci¨®n al¨¦rgica?

La realidad es que los ni?os necesitan tiempo y espacio para explorar el mundo por s¨ª mismos: as¨ª es como aprenden a pensar, a imaginar y a tener relaciones; a tomar gusto por las cosas; a saber qu¨¦ quieren ser en lugar de ser lo que nosotros queremos que sean. Cuando los adultos controlan al mil¨ªmetro la infancia de los ni?os, ¨¦stos pierden todo lo que da satisfacci¨®n y sentido a la vida: peque?as aventuras, disfrutar del sentimiento an¨¢rquico, viajes secretos, juegos, contratiempos, momentos de soledad e incluso de aburrimiento. Sus vidas se convierten en extra?amente sosas, sin logros personales y en cierta medida aburridas y artificiales. Pierden la libertad de ser ellos mismos, y lo saben. "Soy el gran proyecto de mis padres", dice Ana Placente, una ni?a de 13 a?os de Madrid. "Incluso cuando estoy a su lado, hablan de m¨ª en tercera persona".

Y no olvidemos lo que toda esta presi¨®n produce tambi¨¦n en los adultos: cuando el cuidado de los hijos se convierte en un cruce entre el desarrollo de un producto y un deporte de competici¨®n, la paternidad pierde su m¨¢gico sentido.

pero no todo son malas noticias. La buena noticia es que el cambio ya se est¨¢ produciendo. En Europa, Asia y Am¨¦rica, la gente est¨¢ haciendo cosas para cambiar la situaci¨®n, para dar a los ni?os m¨¢s libertad para explorar el mundo a su ritmo, para permitirles ser ni?os de nuevo. Los colegios est¨¢n poniendo freno a la obsesi¨®n de hacer ex¨¢menes y reducen los trabajos que tienen que hacer en casa -se han dado cuenta de que los alumnos reflexionan, estudian por s¨ª mismos y aprenden mejor cuando tienen m¨¢s tiempo para relajarse-. Hace poco tiempo, el colegio Cargilfield, un centro privado de Escocia, prohibi¨® los deberes a los alumnos de entre 13 y 15 a?os. En un a?o, las notas de los ex¨¢menes de matem¨¢ticas y de ciencia mejoraron cerca de un 20%. Los ni?os tambi¨¦n tienen m¨¢s tiempo para disfrutar y jugar. "Es mucho mejor que se diviertan cuando son peque?os y no dediquen el d¨ªa a hacer deberes", dice John Elder, director del Cargilfield. "Estamos aqu¨ª para divertirnos y nunca m¨¢s tendremos la oportunidad de volver a ser j¨®venes". Toronto se ha convertido este a?o en la primera ciudad de Canad¨¢ y Am¨¦rica del Norte en suprimir por completo los deberes a los ni?os de cualquier edad.

Con el fin de dar un respiro al apretado programa de los ni?os, numerosas ciudades en todo el mundo les permiten tomar d¨ªas libres cuando las actividades extraescolares se suspenden. Muchas familias se sienten liberadas por no tener que ir a k¨¢rate o a f¨²tbol y tener que salir corriendo de casa, lo que reduce sus planes durante el resto del a?o. Las universidades m¨¢s selectas tambi¨¦n est¨¢n lanzando un mensaje similar. El Instituto Tecnol¨®gico de Massachusetts ha cambiado recientemente la solicitud de ingreso, poniendo menos ¨¦nfasis en el n¨²mero de actividades extraescolares en las que un aspirante se puede inscribir y m¨¢s en aquellas otras que realmente le interesen. Incluso la reconocida Harvard insta a los estudiantes de primer a?o a que comprueben su apretado programa antes de matricularse. En una carta publicada en la p¨¢gina web de la universidad, el antiguo decano Harry Lewis advierte a los estudiantes de que enriquecer¨¢n m¨¢s sus vidas si se dedican a hacer lo que despierta verdaderamente su inter¨¦s y no concentran todo su tiempo y esfuerzo en numerosas actividades. "Es m¨¢s probable que consigan los objetivos que requiere el intenso ritmo de estudio si se permiten de vez en cuando tener tiempo libre, diversi¨®n y momentos de soledad, en lugar de llenar su agenda de actividades programadas que les impedir¨¢n pensar qu¨¦ es lo que realmente quieren hacer". Lewis tambi¨¦n hace hincapi¨¦ en la idea de los j¨®venes de conseguir un mejor puesto de trabajo si presentan un curr¨ªculo perfecto. "Conseguir¨¢n un mayor equilibrio en sus vidas si realizan actividades puramente por entretenimiento y no con el objetivo de obtener un liderazgo que pudiera ser una credencial para conseguir empleo. El tiempo libre que pasen con sus amigos o compa?eros de habitaci¨®n podr¨¢ tener mayor influencia en sus vidas que el contenido de muchos de los cursos en los que se inscriben". El t¨ªtulo de la carta es un mensaje claro y directo contra la cultura de la programaci¨®n excesiva. Dice as¨ª: "Tranquilos: c¨®mo sacar m¨¢s provecho de Harvard haciendo menos".

Ya hay muchas familias en todo el mundo, como los Kessler en Berl¨ªn, Alemania, que est¨¢n haci¨¦ndose cargo de esta situaci¨®n. Para ellos, el momento crucial lleg¨® cuando sus hijos -Max, de siete a?os, y Maya, de nueve- empezaron a pelearse. Su madre, Hanna, se dio cuenta de que el gran n¨²mero de clases extraescolares que ten¨ªan -viol¨ªn, piano, f¨²tbol, tenis, esgrima, voleibol, taekwondo, b¨¢dminton y clases particulares de ingl¨¦s- les estaba distanciando. "Cuando era peque?a, ten¨ªa mucho tiempo libre para estar con mis hermanos; nos llev¨¢bamos, y nos seguimos llevando, muy bien". "Cuando observ¨¦ el repertorio de actividades de mi familia, me di cuenta de que Max y Maya no ten¨ªan casi tiempo para estar juntos porque uno u otro siempre sal¨ªan de casa corriendo para ir a alguna de sus clases". Decidi¨® reducir a tres el n¨²mero de actividades extraescolares por ni?o. Los ni?os no echan de menos los cursos que eligieron dejar y la armon¨ªa entre los hermanos ha vuelto al hogar de la familia Kessler. "Ahora nos llevamos muy bien", dice Maya. "Nos divertimos mucho juntos". Max pone los ojos en blanco. Maya le fulmina con la mirada y parecer¨ªa que, por un momento, las viejas hostilidades podr¨ªan reanudarse. Aunque los dos se ponen a re¨ªr. Hanna sonr¨ªe. "Nunca m¨¢s volveremos a estar tan ocupados", reconoce.

con el objetivo de que los j¨®venes vuelvan a disfrutar haciendo deporte, las ligas deportivas est¨¢n tomando medidas dr¨¢sticas contra los padres que dan alaridos desde los banquillos, y est¨¢n haciendo hincapi¨¦ en que lo importante es aprender y disfrutar jugando, y no el hecho de ganar a toda costa. Un equipo de hockey sobre hielo de Toronto compuesto por ni?os de 10 a?os ha dejado de hacer estad¨ªsticas sobre sus resultados personales garantizando que cada ni?o, independientemente de su capacidad, juega el mismo tiempo. El resultado: los ni?os han vuelto a interesarse por el hockey, han mejorado su juego y han ganado casi veinte torneos en tres a?os.

Incluso los padres defensores a ultranza del deporte est¨¢n aprendiendo a relajarse. Vicente Ramos, un abogado de Barcelona, ten¨ªa por costumbre controlar desde los lados del campo a su hijo Miguel, de 11 a?os, mientras jugaba al f¨²tbol. La mayor¨ªa de las veces le gritaba: "?Corre hacia el centro! ?Pasa la pelota! ?Recupera la posici¨®n!". Despu¨¦s, cuando volv¨ªan a casa en el coche, le comentaba el partido y le pon¨ªa muy poca nota. Un d¨ªa, Miguel, un chico fuerte, ¨¢gil y con una habilidad incre¨ªble para tirar con el pie izquierdo, le dijo que no quer¨ªa jugar m¨¢s al f¨²tbol. "Me qued¨¦ anonadado", dice Ramos. "Nos peleamos y discutimos grit¨¢ndonos, y al final me reconoci¨® que estaba enfadado conmigo porque siempre le estaba controlando".

Ramos decidi¨® tom¨¢rselo con calma. Ahora, lleva a Miguel algunas veces al campo y se queda esper¨¢ndole tomando un caf¨¦ en un bar cercano. Si decide quedarse en el banquillo, le hace muy pocos comentarios. Cuando vuelven a casa, no le corrige y a menudo los dos hablan de muchas otras cosas que no son f¨²tbol. Ramos se siente sorprendido y aliviado al comprobar que su humor ha cambiado al no pensar si su hijo ha tenido suerte o no en el campo. Y lo m¨¢s importante es que Miguel ha redescubierto su amor por el f¨²tbol y siente que juega mejor. "Ahora s¨®lo pienso en el juego y en lo que voy a hacer con la pelota en vez de sentirme agobiado esperando los gritos de mi padre", reconoce. "Es un gran alivio".

otra de las situaciones que tambi¨¦n est¨¢ cambiando es nuestra tendencia a envolver entre algodones a los chicos para protegerles del m¨¢s m¨ªnimo riesgo. Los ni?os de tres a?os de un jard¨ªn de infancia de Escocia pasan el d¨ªa en el campo soportando el riguroso fr¨ªo, haciendo hogueras y conociendo las setas m¨¢s venenosas. Seguro que se hacen ara?azos o se queman, pero vuelven al colegio m¨¢s felices y seguros de s¨ª mismos, y menos propensos a enfermedades y alergias. Y si no, hojeen el ¨¦xito mundial El libro peligroso para ni?os, un pr¨¢ctico manual lleno de ideas para que los chicos se diviertan con todo tipo de juegos de alto riesgo, desde carreras de karts hasta c¨®mo hacer tirachinas o catapultas.

Todos estos cambios implican un menor control en la atenci¨®n hacia los ni?os y en permitir que las cosas sucedan por s¨ª mismas en lugar de forzarlas. Pero todav¨ªa queda mucho por hacer. Necesitamos colegios, deportes, publicidad, tecnolog¨ªa y planes urbanos m¨¢s adaptados a las necesidades infantiles. Tenemos que volver a la idea de que una parte esencial de la salud infantil es que jueguen solos, sin metas y objetivos. Una buena idea para empezar ser¨ªa dejarles una o dos horas al d¨ªa entretenerse ellos mismos sin la ayuda de adultos o de ordenadores.

Aunque para conseguir los objetivos, los padres tienen que aprender a relajarse. Pero ?c¨®mo sabemos si estamos forzando demasiado a nuestros hijos? No siempre es f¨¢cil, porque la l¨ªnea entre los padres que se ocupan y los que se ocupan en exceso puede ser muy fina, aunque, con todo, hay se?ales indicadoras de peligro. Puede que se extralimite si le hace los deberes a su hijo o que le grite hasta quedarse ronco mientras juega en un acontecimiento deportivo; tal vez le esp¨ªa mientras navega por las p¨¢ginas de MySpace o no le permite arriesgarse, tal y como usted hac¨ªa a su misma edad; o quiz¨¢ comprueba que se ha quedado dormido en el coche de camino a una de sus actividades extraescolares o a lo mejor le recita palabra por palabra lo que ha hecho mal.

El primer paso para relajarse ser¨ªa dejar de lado el perfeccionismo. No hay una receta m¨¢gica para ser padres. La ansiedad y las dudas son una parte natural de la educaci¨®n y no una se?al para comenzar a controlarles al mil¨ªmetro incluso con m¨¢s firmeza. La infancia no es una carrera que s¨®lo pueden ganar los mejores, los ni?os alfa. Cada ni?o es diferente. Observe a las personas de su entorno social que m¨¢s admira: comprobar¨¢ que han seguido varios caminos hasta llegar a ser adultos. Muchos de ellos probablemente hayan madurado tarde. Y la mayor¨ªa han prosperado en la vida gracias a no haber sido controlados al mil¨ªmetro desde su nacimiento.

Aun as¨ª, una menor atenci¨®n no es siempre la mejor soluci¨®n. Tenemos que actuar con mano dura si queremos proteger a nuestros hijos del consumismo. Por eso, muchos padres de todo el mundo han emprendido una campa?a para impedir a las empresas poner anuncios publicitarios en los colegios. Hay tambi¨¦n una reacci¨®n contra la tendencia a celebrar fiestas de cumplea?os por todo lo alto. Son numerosos los padres que est¨¢n poniendo l¨ªmite al importe de los regalos e incluso elimin¨¢ndolos por completo. Otros acuerdan con los invitados un importe m¨¢ximo. En otras palabras, los padres est¨¢n aprendiendo de nuevo el arte olvidado de decir "no".

hay muchos ni?os hoy d¨ªa que realmente necesitan escuchar con m¨¢s frecuencia la palabra "no". Aunque, al mismo tiempo que invertimos tiempo, dinero y energ¨ªa en ayudar a nuestros chicos a tener un curr¨ªculo impecable, tendemos a titubear cuando se trata de impartir disciplina. Parece m¨¢s f¨¢cil decir s¨ª a jugar una hora m¨¢s con la Nintendo o a que dejen su cuarto desordenado. Pero los ni?os necesitan disciplina y firmeza de vez en cuando. Los l¨ªmites les ayudan a sentirse seguros y a estar preparados para la vida en un mundo construido a base de compromisos y reglas. A veces, los ni?os necesitan que les digamos "no".

El resultado final es que cuando se trata de la educaci¨®n de un hijo, tenemos que aprender cu¨¢ndo hacer m¨¢s y cu¨¢ndo hacer menos, cu¨¢ndo ser blandos o cu¨¢ndo ser duros. Por desgracia, los padres no podemos comprar o alquilar esa sabidur¨ªa: nos sale de dentro. Conocemos a nuestros hijos como nadie, lo que significa que lo mejor para un padre es confiar en nuestros instintos. Escrib¨ª Bajo presi¨®n para dar a los lectores confianza para poner l¨ªmites a la presi¨®n social y a los mensajes confusos de la industria publicitaria y de los medios de comunicaci¨®n a fin de encontrar el equilibrio que mejor convenga a su familia.

En cuanto a m¨ª, bueno, me siento mejor porque logr¨¦ encontrar ese equilibrio. Hace poco, mi hijo me dijo que ten¨ªa intenci¨®n de matricularse en un centro para dar clases de dibujo. Consegu¨ª mostrar mi satisfacci¨®n sin decir "te lo dije". Es su decisi¨®n y s¨¦ que tiene que ser as¨ª. S¨®lo espero recordar aquella lecci¨®n cuando vaya a organizar su primera exposici¨®n.

Traducci¨®n de Virginia Solans. 'Bajo presi¨®n', el ¨²ltimo libro de Carl Honor¨¦, editado por RBA, est¨¢ ya a la venta.

SANTIAGO VALENZUELA

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