El novio de la ni?a
Cuando su hija se lo propuso, la idea no le hizo ninguna gracia. Desde que la estrenaron, se hab¨ªa negado a ver aquella pel¨ªcula. Le hab¨ªa dicho que no a su novia, a sus amigos, a su hermana y hasta a un par de compa?eros de trabajo que le dejaron plantado en medio de la calle para meterse en un cine, porque la reuni¨®n de la semana anterior hab¨ªa sido tan corta que acabaron casi cuatro horas antes de que saliera el AVE. No le import¨®. ?l no iba a ver esa pel¨ªcula, no quer¨ªa verla, por nada del mundo se enfrentar¨ªa otra vez a los restos de su naufragio personal, no volver¨ªa a cargar con muertos que no le correspond¨ªan, ni asistir¨ªa al hundimiento colectivo de su viejo sue?o personal. Si otros quer¨ªan hacerse el haraquiri en p¨²blico, all¨¢ ellos, y sin embargo, all¨ª estaba, "aqu¨ª estoy", eso se dijo al sentarse en su butaca. Y todo porque el colapso que le hab¨ªa supuesto ver al novio de su hija, de su ni?a, su chiquitina, aquella monada a la que le¨ªa cuentos y llevaba sobre los hombros hac¨ªa nada, pero lo que se dice nada, hab¨ªa sido tan brutal que cuando ella le dijo que hab¨ªan pensado cambiar por el cine la cena que estaba prevista, ¨¦l hab¨ªa comprendido que cualquier cosa ser¨ªa mejor que estar sentado dos horas con aquel maromo m¨¢s alto que ¨¦l, m¨¢s grande que ¨¦l, m¨¢s fuerte que ¨¦l, que estar¨ªa dispuesto a saltarse el postre con tal de meterse en la cama con su ni?a lo antes posible.
"?Y qu¨¦ quieres?", le hab¨ªa dicho su ex mujer cuando la llam¨® por tel¨¦fono para comentar la novedad, "si en febrero va a cumplir diecinueve a?os...". "?Diecinueve a?os?", pens¨® ¨¦l, "no puede ser", pero as¨ª era. Por eso estaba all¨ª, con aquel memo que se hab¨ªa atrevido a preguntarle si quer¨ªa palomitas. "No, yo nunca como palomitas, y por cierto, ?t¨² cu¨¢ntos a?os tienes?", dispar¨® a bocajarro. "Veintid¨®s", le contest¨®. "Ya", pens¨® ¨¦l, "veintid¨®s y comiendo palomitas", pero no dijo nada, porque su hija acababa de encargar otro supermen¨² para ella. "Y ahora, encima, el Che Guevara en versi¨®n Hollywood; desde luego, hay que tocarse...". Pero en la primera hora de pel¨ªcula no se toc¨® nada. Despu¨¦s, cuando escuch¨® c¨®mo contestaba el Che a esa periodista rubia, tan yanqui ella, que la principal cualidad de un revolucionario es el amor, s¨ª tuvo que frotarse los ojos, porque estaba emocionado, porque se hab¨ªa emocionado como un imb¨¦cil, a su edad. La emoci¨®n no perjudic¨® a su concentraci¨®n, sin embargo. Estuvo esperando la debacle, el diluvio, la crueldad sanguinaria, el implacable pu?o de hierro, los muertos inocentes, la perversidad del h¨¦roe, la transformaci¨®n de los guerrilleros en esbirros, la traici¨®n al g¨¦nero humano, hasta el final, pero al final, el Che tom¨® Santa Clara, y sigui¨® siendo ¨¦l mismo, el Che Guevara, s¨ªmbolo de la lucha popular, de la liberaci¨®n de un pa¨ªs oprimido, de una revoluci¨®n justa y triunfante.
Cuando se encendieron las luces no se lo pod¨ªa creer. Hab¨ªa disfrutado como un enano y no se lo pod¨ªa creer, porque quedaba la segunda parte, s¨ª, eso ya lo sab¨ªa, pero la primera no se la iba a quitar nadie... Entonces, de repente, se acord¨® de que hab¨ªa ido al cine con su hija, y con su novio, y les mir¨®. "?Qu¨¦?", pregunt¨®, "?os ha gustado?". Ella se ech¨® a re¨ªr. "Pues s¨ª, pero seguro que menos que a ti, ?no?". "Eso seguro", y sonri¨® ¨¦l tambi¨¦n, sigui¨® sonriendo hasta que el novio de la ni?a dijo que a ¨¦l no, que no le hab¨ªa gustado la pel¨ªcula porque era demasiado ingenua... "Perdona, ?qu¨¦ has dicho?", el padre de su novia le miraba con los ojos muy abiertos, "?qu¨¦ adjetivo has elegido?". ?l volvi¨® a decir que la pel¨ªcula era ingenua. "?Ingenua, por qu¨¦?". "No s¨¦", respondi¨® el chico, "porque los buenos son demasiado buenos y los malos demasiado malos, ?no?".
Se le qued¨® mirando a los ojos un instante, con la actitud de un pistolero que intenta calcular si podr¨¢ desenfundar m¨¢s deprisa que su enemigo, y se dijo que no, no, no, que ya estaba muy mayor, que se iba a cansar mucho, que no merec¨ªa la pena, en serio, no, que no... Se lo repiti¨® muchas veces, mientras sal¨ªan de la sala, mientras sub¨ªan las escaleras, mientras andaban hacia la calle, "no, que no, d¨¦jalo, en serio, para qu¨¦ vas a meterte en nada, qu¨¦ agotador...". Y sin embargo, cuando ya estaban en la acera, le ech¨® un brazo por los hombros al novio de su hija. "Creo que ha llegado el momento de que t¨² y yo tengamos una conversaci¨®n", le dijo. ?l se puso colorado. "Bueno, no, yo creo que no hace falta, yo quiero mucho a tu hija, pero no pensamos casarnos ni nada, no tienes que...". "No, no, no", le corrigi¨® a tiempo, "tranquilo, que no vamos a hablar de eso".
?Ah!, el comedor de palomitas se relaj¨®, pero no habr¨ªa debido. Claro que de eso s¨®lo se dio cuenta cuando su futuro suegro ech¨® a andar sin soltarle, mientras le dec¨ªa: "Vamos a ver, chaval, define 'ingenuidad', para empezar...".
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