A Su Eminencia el cardenal Rouco Varela
El cardenal Antonio Mar¨ªa Rouco Varela, presidente de la Conferencia Episcopal Espa?ola, en sus palabras ante el S¨ªnodo Mundial de los Obispos, ha vuelto a acusar al laicismo de querer hacer realidad "la dictadura del relativismo ¨¦tico". El aspecto m¨¢s grave de esta verdadera dictadura laicista ser¨ªa, en palabras suyas, el "tratamiento legal dado al derecho a la vida, como si el Estado pudiera disponer ilimitadamente de ¨¦l".
Evidentemente, a Su Eminencia se le escapa que s¨®lo se puede hablar de dictadura cuando a los ciudadanos se les obliga a aceptar, contra su voluntad, las decisiones de un poder autoritario. Por ejemplo, si un Estado obligase a todas las mujeres, independientemente de su voluntad, a abortar siempre que ya tengan un hijo, ser¨ªa (incluso si estuviera justificado por motivos grav¨ªsimos de explosi¨®n demogr¨¢fica) un caso de dictadura, aunque el Estado en cuesti¨®n fuera democr¨¢tico. Ahora bien, el famoso relativismo laicista no pretende jam¨¢s obligar a nadie. Al contrario, en los lugares en los que, hasta ahora, ha logrado prevalecer, ese relativismo -que es lo mismo que el car¨¢cter pluralista de una sociedad abierta- ha permitido que cada mujer escoja con libertad si quiere llevar a t¨¦rmino su embarazo o no. Lo cual es todo lo contrario de una obligaci¨®n impuesta y sancionada por el Estado.
?C¨®mo un "Dios del amor" puede obligar a los enfermos terminales a sufrir meses de torturas?
El derecho del Estado "a disponer ilimitadamente de la vida" se hace realidad, en todo caso, en otras ocasiones: en la guerra, cuando hay un servicio militar obligatorio, en la pena de muerte o, peor a¨²n, en la legalizaci¨®n de la tortura a los detenidos. Pero Su Eminencia Rouco Varela sabe a la perfecci¨®n que la Iglesia cat¨®lica no ha condenado hasta hace muy pocos a?os, y con una formulaci¨®n ambigua, la pena de muerte (que estuvo en vigor en la Ciudad del Vaticano hasta 1969), y tambi¨¦n sabe que la introducci¨®n del derecho a la objeci¨®n de conciencia para no hacer el servicio militar es, precisamente, una de las grandes batallas laicas en las que la Iglesia cat¨®lica NO ha participado.
La amenaza totalitaria se hace realidad tan s¨®lo cuando una instituci¨®n pretende decidir en lugar del ciudadano c¨®mo debe ser su vida. Porque, ?qui¨¦n puede disponer sobre la vida salvo quien la vive? Entre dos seres humanos, t¨² y yo, ?qu¨¦ aberraci¨®n justifica que yo pueda decidir sobre tu vida? Y lo de menos es que ese yo que pretende decidir de forma totalitaria tu vida sea un individuo, sea el Estado o sea la Iglesia.
Conf¨ªo en que Su Eminencia el cardenal Antonio Mar¨ªa Rouco Varela no responda que el que dispone sobre mi vida, como de la vida de cualquiera, no es quien la vive sino Dios. Porque Dios no habla, sino que son siempre seres humanos los que hablan en su nombre (cosa que, aparte de todo, es una forma de delirio de omnipotencia).
En segundo lugar, porque Dios existe para unos pero no para otros, y todos son ciudadanos, por lo que Dios, en una democracia, no puede convertirse en argumento, ya que ello discriminar¨ªa manifiestamente a los no creyentes.
En tercer lugar, porque cada uno tiene su propio Dios, que impone distintos derechos y obligaciones (el dios jud¨ªo otorga el derecho al divorcio, el dios cristiano ordena el matrimonio indisoluble, el dios isl¨¢mico da derecho a tener cuatro esposas... Y, sobre asuntos como el aborto y la eutanasia, cada una de las iglesias tiene un punto de vista diferente).
Y, por ¨²ltimo, porque la vida es un regalo, y un regalo se puede rechazar; si no, se llama condena.
En resumen, el derecho de cada uno a decidir sobre su propia vida (hasta la eutanasia) es un derecho primordial e inalienable que constituye la base de todos los dem¨¢s.
Su Eminencia est¨¢ a favor de "un di¨¢logo sincero entre fe y raz¨®n" que "haga presente en la vida p¨²blica la verdad de Dios Creador y Redentor del hombre: del Dios que es amor". Pero esta verdad de fe no puede ser una verdad de raz¨®n, porque, de ser as¨ª, cada ateo ser¨ªa un minus habens desde el punto de vista ps¨ªquico.
El di¨¢logo sincero, por consiguiente, implica que la Iglesia del cardenal Antonio Mar¨ªa Rouco Varela renuncie a forzar a quien no es creyente a aceptar decisiones sobre su vida, su nacimiento y su muerte, a trav¨¦s de la violencia que representa una imposici¨®n de Estado, que es lo que trata de hacer la Iglesia cat¨®lica en Espa?a y en Italia, en Polonia y en Irlanda, y en cualquier lugar en el que se siente suficientemente fuerte.
Lo ir¨®nico es que se hable de "un Dios que es amor" para obligar a los condenados a muerte por una enfermedad terminal a sufrir horas, d¨ªas, semanas e incluso meses una tortura a la que su libertad desear¨ªa poner fin. Es un amor verdaderamente extra?o ¨¦ste que se atribuye a Dios.
Si no fuera porque, al atribuir a Dios una crueldad semejante, demuestran ser los herederos -claramente no arrepentidos-, no de Francisco de As¨ªs, sino del inquisidor Torquemada.
Paolo Flores d'Arcais, fil¨®sofo, periodista y editor italiano, es director de la revista MicroMega. Entre sus obras publicadas en espa?ol destaca El soberano y el disidente. Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
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