Los diez sue?os de un gran viajero
El aventurero Javier Reverte elige las rutas que marcaron su vida
01 Pet¨¦n (Guatemala)
Cuando viaj¨¦ a aquel jugoso bosque tropical en donde duerme el antiguo establecimiento maya de Tikal, hab¨ªa un par de hoteles en la cercan¨ªa de las ruinas. Recuerdo que, en el que escog¨ª, las puertas no cerraban bien y sent¨ªa temor de las serpientes y los jaguares. Pr¨®xima a mi hospedaje hab¨ªa una charca con un cartel que alertaba sobre la presencia de un cocodrilo ("lagarto") que un mes antes se hab¨ªa zampado a un ni?o. Ignoro por qu¨¦ no lo hab¨ªan matado. Y la ¨²nica comida que pod¨ªa pedir en las dos cantinas del poblacho era pollo frito, de muslos duros como los de un bailar¨ªn sovi¨¦tico. Por entonces (1987), Tikal no era todav¨ªa un destino tur¨ªstico masivo.
Era hermoso encontrarse en un lugar en donde la naturaleza ejerc¨ªa como se?ora de los animales, los ¨¢rboles y los hombres. Las torres grises de los templos mayas se alzaban como misteriosos seres muertos sobre un oc¨¦ano de selva virginal. ?Qui¨¦n fue antes, el hombre o el ¨¢rbol?, te preguntabas, como Neruda.
El reino secreto de los manat¨ªes
02 Damasco (Siria)
En Damasco puedes escuchar, todav¨ªa, a gente que habla el arameo: ni m¨¢s ni menos que la lengua de Cristo. Quiere decirse que en la ciudad, ocupada por seres humanos qui¨¦n sabe si desde hace unos cinco o seis mil a?os, las edades sobreviven arrimadas las unas a las otras. Hay un tr¨¢fico ca¨®tico bajo la efigie severa del dictador El Assad, encaramado a decenas de grandes carteles con su mirada oculta tras unas gafas rayban. Huele a shisha (tabaco fumado en pipa de agua) en el populoso y antiqu¨ªsimo mercado que encandil¨® a Mark Twain y que esconde una de las mezquitas m¨¢s hermosas de todo el universo isl¨¢mico. Desde el moderno y delicado Omayad Hotel se alcanza a distinguir la chepa del monte Casio (Qassoun), en donde se dice que Ca¨ªn mat¨® a Abel y Zeus pele¨® contra el Caos.
03 Parma (Italia)
Italia entera enamora, pero todo viajero conserva amores secretos, y uno de los m¨ªos es Parma, el coraz¨®n de la regi¨®n de Emilia-Romana, tan bella como la Toscana, aunque mucho menos famosa. Durante los d¨ªas de primavera, cuando estuve en la ciudad, me gustaba pasear junto a las solitarias y arboladas sendas que bordean el r¨ªo, en donde la hierba alta te llega a la cintura y oculta el cauce del agua. Era un chute de vitalidad. En el centro de la urbe admiraba uno de los pocos teatros de madera que se conservan en el mundo: el famoso Farnese. Creo que fui tres o cuatro veces a verlo.
Las bellezas de la campi?a parmesana destilan apetitosos olores y sabores. De modo que no me largu¨¦ de all¨ª sin darme antes un buen homenaje a base de prosciutto y salami locales, m¨¢s un plato de gnoquis espolvoreados con fromaggio parmegiano.
Y, claro: siempre est¨¢ mi recuerdo de Alda Tacca, el alma de Parma...
04 El oc¨¦ano ?rtico
El fin de la vida, el rostro del horror, la m¨¦dula de la atrocidad... Calificar el paisaje que ofrece el oc¨¦ano ?rtico supera la capacidad humana para aceptar y describir lo que es esencialmente inhumano. Nos fascina la belleza, pero tambi¨¦n lo terrible.
Atraves¨¦ este ¨²ltimo verano, durante 12 d¨ªas y a bordo de un barco ruso, el paso del Noroeste, la legendaria ruta entre los dos oc¨¦anos que Amudsen logr¨® cruzar en 1905, despu¨¦s de los sucesivos fracasos de numerosas expediciones brit¨¢nicas y desastres de tal magnitud como el de lord Franklin, que en 1846 desapareci¨® con 129 hombres y dos barcos mientras buscaba el paso.
Por primera vez desde que se tiene noticia y debido al calentamiento de la Tierra, los hielos del paso se abrieron a la navegaci¨®n en el verano de 2007. Este a?o, rotos de nuevo, cuatro cruceros consiguieron recorrerlo y uno era el m¨ªo. Fue un viaje inolvidable, naturalmente, de los que puedes presumir ante los amigos.
Kil¨®metros de pura adrenalina
05 ?taca (Grecia)
Nunca hubo sirenas en ?taca. Ni palacios, ni templos, ni paisajes majestuosos, y ni siquiera playas en las que animar a los turistas a tostarse. Como se?al¨® bien Homero, la isla es buena para las cabras y mala para los caballos: repleta de cerros y exenta de llanuras. No existe una pradera suficientemente llana y larga como para que pueda construirse un aeropuerto. De modo que s¨®lo se llega hasta all¨ª en barco.
Es la patria de Ulises, santo patr¨®n de todos los viajeros. Si los cat¨®licos y musulmanes, una vez en su vida, van en peregrinaci¨®n al Vaticano y a La Meca, ?por qu¨¦ no han de acudir los viajeros a ?taca? Despu¨¦s de todo, viajar no hace da?o a nadie, al contrario que las religiones. "Feliz quien como Ulises hizo un gran viaje...", dice el verso de Du Bellay.
All¨ª en la isla me hice amigo de Dimitris, en la taberna Tsiribis. Por las tardes, ante dos copas de vino, me recitaba el comienzo de la Odisea. Si vas a ?taca, amigo viajero, sal¨²dale de mi parte. Te invitar¨¢ a un vaso de retsina. En serio.
06 R¨ªo Congo
Es el peor de los destinos tur¨ªsticos, simplemente porque la selva virginal que lo rodea est¨¢ llena de bandas armadas y la guerra es all¨ª una forma de vida permanente.
Joseph Conrad lo naveg¨® en 1897, entre Kinshasa y Kisangani (1.800 kil¨®metros), y escribi¨® luego el excepcional Coraz¨®n de tinieblas. En 1997 decid¨ª seguir su estela a bordo del Akongo Mohela para rememorar la grandeza del libro y escribir mi Vagabundo en ?frica. No obstante, hube de dejar el barco cuando hab¨ªa recorrido 800 kil¨®metros, para evitar que me matasen, llev¨¢ndome mi parte del horror conradiano.
Pero contempl¨¦ el mundo como era en los d¨ªas de la Creaci¨®n, "cuando los ¨¢rboles eran los se?ores de la Tierra" (Conrad dixit).
El Congo es uno de los lugares m¨¢s malignos del planeta y tambi¨¦n m¨¢s hermosos, como un "¨¢ngel terrible" de los de Rilke. Y me regal¨® lo mejor que he escrito en mi vida: el Diario del r¨ªo, el ¨²ltimo cap¨ªtulo de Vagabundo en ?frica.
Un mill¨®n de ?¨²es galopando en la sabana
07 Quito (Ecuador)
Los folletos tur¨ªsticos exaltan la belleza colonial de Cartagena de Indias (Colombia), o de Antigua (Guatemala), o de Oaxaca (M¨¦xico), o de Arequipa (Per¨²), y suelen olvidar la ciudad vieja de Quito, uno de los cascos coloniales m¨¢s imponentes de Am¨¦rica. Caminas por sus calles y tienes la impresi¨®n de que, a la vuelta de una esquina, vas a encontrarte un tipo sudoroso vestido con armadura que te habla con acento extreme?o y te dice que echa de menos el jam¨®n de Mont¨¢nchez y el vino de pitarra.
Quito es una ciudad asombrosa. Cuando la visit¨¦, hace m¨¢s de veinte a?os, los aviones aterrizaban casi en el centro de la misma urbe, viniendo desde los pies de una monta?a en lugar de descender de los cielos. Con una altura de alrededor de 2.800 metros sobre el nivel del mar, en Quito gozabas de las cuatro estaciones del a?o en un solo d¨ªa.
Y encontrabas all¨¢ a la gente m¨¢s amable de la Tierra. No s¨¦ ahora...
08 Kioto (Jap¨®n)
Una de las cuestiones m¨¢s dif¨ªciles de averiguar en este mundo es si un japon¨¦s es feliz o sufre intensamente cuando te dedica una sonrisa. Es siempre la misma cort¨¦s sonrisa, tanto si se encuentra a punto de suicidarse como si guarda en el bolsillo un d¨¦cimo millonario de loter¨ªa.
Igual que Kioto, la antigua capital imperial del pa¨ªs, en donde todo es delicado, reservado, enigm¨¢tico y refinado en extremo. Cerezos en flor, sedas, brocados, danzas en los antiqu¨ªsimos kabuki (teatro tradicional), calles secretas con casas de madera y puertas de bamb¨² en el barrio de Gion, susurros y nunca gritos, polvo de oro en el pelo de las muchachas, templos con tejados construidos con paneles dorados que refulgen al sol, un rasgueo de shamisen (la guitarrita nipona de tres cuerdas), una ceremonia de satsuban para ahuyentar los demonios, discretas cogorcitas a base de sake entre los clientes de las geishas y ruidito de pasos leves con las livianas sandalias zori sobre el tatami.
La esencia de Jap¨®n es Kioto, ese mundo sutil e insondable de "las flores y de los sauces" que me sedujo al instante.
09 Isla del Le¨®n Marino (Islas Malvinas)
Creo que no he pisado nunca un lugar de vida animal tan rico y primitivo como el de la isla del Le¨®n Marino, una de las m¨¢s peque?as del archipi¨¦lago de las Malvinas. Cuando visit¨¦ el lugar, en 1989, s¨®lo viv¨ªan en ella el matrimonio que regentaba un lodge de dos habitaciones y un empleado que cuidaba del caballo y las dos vacas propiedad del establecimiento.
El resto de la isla pertenec¨ªa a las focas, las morsas, los leones marinos, los miles de aves, los ping¨¹inos, las ballenas, las orcas y los tiburones blancos. En los muros p¨¦treos de los abismales farallones golpeaban las olas con furor y el ronquido de sus zurriagazos se confund¨ªa con el griter¨ªo de los alcatraces. Jugu¨¦ un rato, vigilado por el due?o del lodge, a mosquear a las morsas, unos bicharracos propensos a la mala uva a los que no conviene acercarse. Recuerdo que unos p¨¢jaros azules parecidos al estornino se posaban en mis zapatos y me miraban a la cara mientras parec¨ªan preguntarme: "?T¨² qui¨¦n eres y qu¨¦ haces aqu¨ª?".
10 C¨¢diz
Cuando me preguntan qu¨¦ lugar escoger¨ªa para vivir, digo C¨¢diz sin dudarlo un segundo. Porque all¨ª tengo la sensaci¨®n de vivir en el aire. Es una ciudad que conoc¨ª hace muy poco, tal vez no m¨¢s de siete a?os atr¨¢s, y a la que he vuelto en contadas ocasiones. Pero me asombra la forma de entrar en su rinc¨®n m¨¢s genuino, la Tacita de Plata. Atraviesas desoladas carreteras, primero, y luego una larga recta que corre junto a la playa y, al fin, alcanzas una rotonda que se llama Porta Tierra. O sea: que el mar, desde la Tacita, tiene una puerta que se abre hacia la tierra, no al rev¨¦s.
Y all¨ª dentro, el viento sopla y se detiene calle a calle, nadie te toma por extra?o y, para cualquier gaditano, lo natural en este mundo es ser de all¨ª, no de otra parte. Y el que no sea de all¨ª, pues ¨¦l se lo pierde. Nunca sabes si es mentira lo que te cuentan o inventado. Pero qu¨¦ m¨¢s te da. Vives en el aire, casi a la sombra de Peter Pan, en una ciudad que navega sobre el viento y que, si alg¨²n d¨ªa desaparece, es porque el mundo no merece estar a su altura.
'Pesca¨ªto' frito con mucha guasa
? Javier Reverte (Madrid, 1944), periodista, escritor y viajero. Autor de Vagabundo en ?frica. Su ¨²ltimo libro, Venga a nosotros tu reino, est¨¢ editado por Plaza y Jan¨¦s.
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