La crisis
1
- Es medianoche. Llueve en Nueva York. Estoy escuchando Blue velvet cantado por Bobby Vinton. ?C¨®mo era aquello de Samuel Beckett, al final de Molloy? Ya recuerdo: "Entonces entr¨¦ en casa, y escrib¨ª: 'Es medianoche. La lluvia azota en los cristales'. No era medianoche. No llov¨ªa".
Pero es medianoche. Y estoy en Nueva York, y llueve, y escucho a Vinton. Llueve detr¨¢s de los cristales, llueve y llueve. Me gustar¨ªa estar ya en Londres, en la Turbine Hall de la Tate Modern. All¨ª diluvia. La sala acoge TH.2058, la instalaci¨®n art¨ªstica de Dominique Gonz¨¢lez-Foerster. ?Art¨ªstica? Se puede debatir este aspecto. De hecho, ser¨ªa interesante que se hiciera. Dominique no ha perdido nunca de vista una vieja pregunta duchampiana de 1913: ?es posible hacer una obra que no sea una obra de arte? Ella considera que sigue siendo una cuesti¨®n m¨¢s que pertinente. Para Dominique, es m¨¢s f¨¢cil hacer una obra de arte obvia -una pintura, una escultura- que algo que est¨¦ en el l¨ªmite: "A veces me han preguntado si lo que hago es verdaderamente arte y siempre me ha gustado ese momento de duda porque significa que toca la zona de la definici¨®n del arte. ?Cu¨¢l es la frontera? ?sa es la principal pregunta de mi trabajo".
Huida de lo obvio y de la repetici¨®n, a trav¨¦s precisamente de la repetici¨®n. Trabajo en la neblina de la frontera del arte y la vida. En esa gran sala de turbinas junto al T¨¢mesis, Dominique ha dejado, entre las 200 literas met¨¢licas que all¨ª ha instalado, objetos que fueron m¨ªos, novelas muy especialmente. Si se queda sin libros, Dominique entra en un desconcierto completo. "Una vez me di cuenta demasiado tarde, en el avi¨®n, en un vuelo de 11 horas, de que hab¨ªa dejado todos mis libros en la maleta y casi entr¨¦ en p¨¢nico".
Me preguntan mucho ¨²ltimamente -una moda medi¨¢tica- por el futuro del libro y me ha parecido observar que nadie quiere ver que la operaci¨®n de leer, estrictamente mental, sigue siendo exactamente la misma desde hace m¨¢s de 20 siglos. Nada en ese sentido ha cambiado. Y quien crea que cambiar¨¢ por los nuevos avances t¨¦cnicos y la disposici¨®n de las fichas en un supuesto nuevo tablero de la lectura es que nunca ha confiado en su imaginaci¨®n de lector. Y bueno, aun suponiendo que todo fuera a peor, siempre quedar¨ªa el ¨²ltimo lector, que ser¨ªa aquel que aun leyendo mal, malinterpretando, ser¨ªa el porvenir de la literatura. Un solo lector -el ¨²ltimo lector, que dir¨ªa Piglia- puede llegar a sostener en un momento todo el peso de la literatura sobre sus hombros.
2
- La instalaci¨®n de Dominique sit¨²a al visitante en un Londres apocal¨ªptico del a?o 2058, donde llueve despiadadamente, sin tregua alguna, desde no se sabe cu¨¢ndo. El gran diluvio ha transformado la ciudad y tambi¨¦n el vestuario, la imaginaci¨®n y los deseos de sus ciudadanos, que han entrado en crisis y ahora sue?an con imposibles climas secos. El diluvio ha provocado extra?os efectos, mutaciones en algunas c¨¦lebres esculturas urbanas, que no s¨®lo se han visto erosionadas e invadidas por la humedad, sino que han crecido de forma monumental -esculturas de Louise Bourgois, Calder, Henry Moore, Nauman, Oldenburg- y ahora parecen plantas tropicales o gigantes nerviosos y sedientos.
Para detener esa tropicalizaci¨®n o crecimiento org¨¢nico de las esculturas, la ciudad de Londres ha decidido almacenarlas en la Sala de Turbinas. Y ahora se encuentran rodeadas de 200 literas que, a modo de refugio ante el diluvio, acogen d¨ªa y noche a hombres que duermen -homenaje al t¨ªtulo de un libro de Perec- y dem¨¢s fauna urbana, gente alterada por un diluvio que recuerda aquella pesadilla tropical de la lluvia en Macondo, s¨®lo que ahora convertida en una agobiante realidad y subrayada por la extra?a pel¨ªcula que puede verse en una pantalla gigante de la sala: una especia de ¨²ltima cinta beckettiana, compuesta de fragmentos del cine de Truffaut, Peter Watkins, Antonioni, Chris Marker, George Lucas, Nicolas Roeg y Godard.
De Dominique me ha fascinado siempre la forma en que conecta literatura y ciudades, pel¨ªculas y hoteles, arquitectura y abismos, geograf¨ªas mentales y citas de autores. Tiene, entre otros puntos de referencia, la actividad de aquel Godard que insertaba frases de otros autores en medio de sus pel¨ªculas e iba creando una atm¨®sfera de fin de ¨¦poca, de extremada cultura de la cita y de cataclismo. Conecto bien con Dominique y en los ¨²ltimos tiempos la acompa?o en sus instalaciones. Dicen que es verdad todo lo que las personas han pensado alguna vez. Este verano imagin¨¦ que, entre las literas de la sala de turbinas, por all¨ª donde ahora est¨¢n algunos objetos m¨ªos, Dominique lograba que sonara en directo una m¨²sica indefinida, mezcla de instrumentos de cuerda con guitarras el¨¦ctricas. El ritmo que se escuchaba, acompas¨¢ndose al rumor del diluvio universal, era como un desfigurado jazz del futuro, un estilo musical h¨ªbrido en memoria de un tiempo que tampoco fue feliz. Y es que en realidad nunca hemos sido felices. Y ni siquiera se sabe si vale la pena intentarlo. Algo s¨ª parece previsible: ser¨¢ desdichada Londres en 2058, y m¨¢s a¨²n en 2666, cuando dif¨ªcilmente, si la lluvia persiste, continuar¨¢ existiendo. Nunca fueron felices nuestras ciudades y no hay indicios de que esa inercia pueda cambiar. Aun as¨ª, en el refugio londinense contra el diluvio, con el fondo mon¨®tono de la lluvia salvaje y en medio de una atm¨®sfera general de cultura de la cita y de cataclismo, suena de vez en cuando, en plena crisis, la voz de Sinatra, tan oportuna como siempre, con una canci¨®n de t¨ªtulo sarc¨¢stico. Es una canci¨®n terrible, porque dice la verdad. The best is yet to come. Lo mejor est¨¢ por llegar.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.