C¨®mo se llamar¨¢ esta afecci¨®n
Siempre me ha costado mucho entender el patriotismo. Las proclamas del tipo "Amo Espa?a" (o Inglaterra, Escocia, Italia, Catalu?a o Galicia, lo mismo da) me han sonado falsas y huecas, adem¨¢s de inveros¨ªmiles, porque nadie est¨¢ capacitado para "amar" as¨ª, en bloque, un pa¨ªs entero, menos a¨²n una met¨¢fora o un concepto. Uno ama, como mucho, a unas cuantas personas a lo largo de su vida, sin que nos importen su lugar de nacimiento ni la lengua que hablen. Casi siempre se pertenece a un sitio por accidente. A ese sitio nos acostumbramos, s¨ª, y durante un tiempo es nuestro ¨²nico mundo. En ¨¦l desarrollamos nuestros primeros afectos: creamos v¨ªnculos fuertes con algunas personas y paisajes, adquirimos h¨¢bitos que nos son gratos y que hasta pueden llegar a sernos indispensables. Por lo general nos sentimos c¨®modos, y bastar¨ªa con que nos vi¨¦ramos condenados al exilio -como ha sucedido a tantos espa?oles a lo largo de la historia- para que ech¨¢ramos desmedidamente en falta esos paisajes y esos h¨¢bitos. La mayor¨ªa de la gente vive donde vive porque se encontr¨® all¨ª al nacer y se incorpor¨® a lo que ya estaba en marcha. Se instal¨® naturalmente y ya no se plantea moverse, a no ser que sienta un profundo descontento o aburrimiento, o sea inquieta y quiera hacer lo que antes se llamaba "conocer mundo", o vea que su lugar no es el adecuado para abrirse camino en su profesi¨®n. Pero todo es principalmente una cuesti¨®n de costumbre, y el amor tiene poco que ver en ello.
Esto es normal y comprensible, y lo es tambi¨¦n la probable simpat¨ªa hacia un lugar que uno conoce bien y que, a diferencia de la mayor¨ªa, no equivale a un mero nombre o a una visita de pocos d¨ªas. Conoce a sus habitantes o a una parte de ellos, y si el equipo de f¨²tbol de la ciudad gana un partido, se alegra porque piensa que esos habitantes estar¨¢n contentos. Uno tiende a compartir las alegr¨ªas y penas de quienes le son cercanos. Pero tambi¨¦n en la cercan¨ªa suele estar lo que uno m¨¢s detesta, lo que le hace sufrir y la vida imposible. No hay odio mayor que el que tiene destinatario concreto, visible. Como sabemos all¨ª donde se han padecido guerras civiles, es infinitamente m¨¢s fiero y genuino el odio que se profesa a un individuo al que se ve a diario que el que se nos inculca hacia "los franceses" o "los americanos". ?stos son postizos, abstractos, impostados. Lo mismo sucede con esa clase de amores, y por eso quienes declaran "amar Espa?a" no dir¨ªan nunca que "aman a los espa?oles", que ser¨ªa m¨¢s propio. Es m¨¢s, jam¨¢s he o¨ªdo a un espa?ol decir semejante cosa, ni a un catal¨¢n otro tanto de los catalanes, ni a un vasco de los vascos, porque a la vuelta de la esquina se encontrar¨ªan con un ejemplo de lo contrario: "Qu¨¦ mal me cae ese tipo", "A esa t¨ªa es que no la puedo ni ver".
Tambi¨¦n me resulta dif¨ªcil enorgullecerme de mi tierra porque alguno de mis paisanos descuelle en algo. Si Nadal, Alonso o cualquier deportista espa?ol gana un trofeo, no logro sentir que eso me haga mejor en ning¨²n aspecto: no he tenido en ello arte ni parte, y me parecer¨ªa rid¨ªculo -adem¨¢s de demente- exclamar "Somos los mejores en tenis o en automovilismo" cuando jam¨¢s he sostenido una raqueta ni un volante. Y aunque s¨ª lo hubiera hecho, no ver¨ªa qu¨¦ relaci¨®n ten¨ªa eso con la habilidad o la pericia de unos j¨®venes que no me han sido presentados. Si un cineasta espa?ol gana un Oscar, o un escritor el Nobel, no me puedo sentir en modo alguno part¨ªcipe de su reconocimiento particular, ni siquiera con el de mi gremio, y nada me resulta m¨¢s pat¨¦tico que los periodistas que dicen "?ste es un triunfo para Espa?a", o los galardonados que sueltan "En m¨ª se ha querido distinguir a toda la literatura espa?ola". ?C¨®mo se me iba a distinguir a m¨ª, por ejemplo, cuando se premi¨® a Cela en Estocolmo, si considero su literatura rancia y de fogueo y est¨¢bamos en las ant¨ªpodas?
S¨®lo comprendo el patriotismo, extra?amente, por la v¨ªa negativa, es decir, hay personas y cosas con las que nada tengo que ver y que sin embargo, por ser de mi pa¨ªs, me averg¨¹enzan y logran contaminarme. Los m¨¦ritos de otros no me contagian ni me ennoblecen, y en cambio las ignominias s¨ª me alcanzan. Hay individuos y hechos con los que por nada del mundo querr¨ªa que se me asociara. Me averg¨¹enza que mi regi¨®n la gobierne alguien tan bruto como Esperanza Aguirre, que se gasta mill¨®n y medio de euros nuestros en una fiesta cutre suya y destruye el sistema sanitario. Me averg¨¹enza que tengan poder decisorio Ibarretxe y Carod-Rovira, en el Pa¨ªs Vasco y Catalu?a, respectivamente. Que haya en Valencia un sujeto y Presidente llamado Camps que obliga -imbecilidad suprema- a que en sus escuelas se imparta una clase en supuesto ingl¨¦s, con traductor a esa lengua incluido, para que ning¨²n chaval entienda nada. Que a Zapatero le entre el p¨¢nico cada vez que ve a un obispo y para calmarse lo forre a billetes a cargo del contribuyente. Que nuestro poder judicial conozca s¨®lo el chalaneo. O que las calles de mi pa¨ªs est¨¦n llenas de vociferantes unga-ungas que sirven de pretexto para la "protecci¨®n de los grandes simios" decretada por nuestros congresistas. Me pregunto c¨®mo se llamar¨¢ esta afecci¨®n: la incapacidad de enorgullecerse junto a la capacidad de avergonzarse por lo ajeno vecino. No es que me consuele, pero estoy segur¨ªsimo de no ser el ¨²nico espa?ol que lo padece.
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