Una c¨¢rcel para las m¨¢s j¨®venes
EL PA?S entra en un reformatorio de r¨¦gimen cerrado en el que viven, entre normas estrictas y talleres personalizados, nueve chicas menores delincuentes
Mar¨ªa (nombre supuesto) sonr¨ªe, mientras sostiene en brazos a su hijo, de tan s¨®lo tres meses. Es delgada y alta. Lleva el pelo recogido en una cola de caballo. Le cuesta hablar y lo hace, con un fuerte acento del Este. Lleg¨® a Espa?a huyendo de la pobreza que sufr¨ªa en su pa¨ªs, Croacia. Est¨¢ contenta. Sabe que si las cosas le salen bien la pr¨®xima semana saldr¨¢ de El Madro?o, un centro de internamiento cerrado para chicas menores delincuentes de la Comunidad.
Cerca de ella, est¨¢ Pilar (tambi¨¦n nombre inventado). Como Mar¨ªa, es alta, pero m¨¢s fuerte. Lleva media melena. Parece vivaz, pero a¨²n m¨¢s reservada que Mar¨ªa. Sus modales revelan que ha crecido en una familia acomodada. A sus 17 a?os, lleva un mes en esta c¨¢rcel para j¨®venes hasta que se produzca su juicio. Mar¨ªa, con un pasado dif¨ªcil muy lejos de aqu¨ª y Pilar, tambi¨¦n alejada de su c¨ªrculo, en la pr¨®spera localidad de Pozuelo de Alarc¨®n, son la cara y la cruz de los menores delincuentes de Madrid.
Una conocida empresa de peluquer¨ªa imparte clases en el centro
En tres a?os se ha rebajado la reincidencia del 11% al 7%
Mar¨ªa tiene 17 a?os y ha pasado por varios centros. Lleg¨® hace tres meses a El Madro?o, despu¨¦s de ser arrestada en el distrito Centro. "Hac¨ªa cosas malas y al final me detuvieron", afirma con sinceridad, sin llegar a precisar cu¨¢les fueron sus delitos. Lleg¨® embarazada, cuando le quedaban s¨®lo unas semanas para dar a luz.
Antes hab¨ªa pasado por otros reformatorios, como el Puerta Bonita, de r¨¦gimen abierto. Una noche no volvi¨® y la Comunidad lo denunci¨®. Al ser reincidente (algo que s¨®lo ocurre en siete de cada 100 casos) termin¨® en El Madro?o. "Los primeros d¨ªas son muy dif¨ªciles. Tuve que acostumbrarme a normas y a horarios muy estrictos. No puedes hacer otra cosa", dice mientras acuna al beb¨¦. Como acaba de ser madre, no tiene que hacer deporte en las canchas como sus compa?eras. Una monitora le ense?a estiramientos mientras cuida de su hija en la guarder¨ªa, instalada en un prefabricado del amplio recinto de Carabanchel.
"Lo pas¨¦ muy mal porque pens¨¦ que me iban a quitar a mi hijo. Pero fue todo al rev¨¦s. Me ayudaron mucho para que aprendiera c¨®mo dar a luz. Ahora me est¨¢n orientando para cuando quede en libertad", reconoce Mar¨ªa
El mi¨¦rcoles ver¨¢ al juez y ¨¦ste valorar¨¢ si puede quedar en libertad vigilada o no. "El centro me ha cambiado mucho. Los educadores te dicen las cosas claras. Ahora voy a centrarme". Fuera la espera su marido, de 20 a?os y la misma nacionalidad. "?l trabaja en la construcci¨®n. Yo s¨®lo quiero dedicarme a mi ni?o y tener una vida nueva", concluye. Mira a su hijo mientras se recoge el pelo. El peque?o duerme.
A unos 50 metros est¨¢ Pilar. Interrumpe su entrenamiento de baloncesto. Lleva poco m¨¢s de un mes en El Madro?o y tambi¨¦n le ha costado adaptarse. "Jam¨¢s pens¨¦ que terminar¨ªa en un centro como ¨¦ste. Soy distinta a las dem¨¢s chicas. Me lo merezco". Antes de que comparezca ante el juez pueden pasar hasta tres meses. "Lo que tengo claro es que saldr¨¦ libre en cuanto se vea el juicio porque no he hecho nada tan grave como para estar aqu¨ª", a?ade. Se niega a decir cu¨¢les son los delitos: "Por hacer cosas muy malas".
La directora, Carmen Gallego Ruiz, explica que ambas posturas son l¨®gicas: "Las reci¨¦n ingresadas nunca asumen que, si est¨¢n aqu¨ª, es que han cometido delitos graves o muy graves". La mayor¨ªa de las adolescentes sufren mucha angustia y est¨¢n bajas de ¨¢nimo. Otras se muestran violentas.Y es que El Madro?o es como una especie de c¨¢rcel, pero para menores. Se encuentra en pleno Carabanchel, junto a la comisar¨ªa del distrito y a otros centros para menores. Entrar ya supone pasar varios filtros.
Primero es necesario rebasar una barrera de seguridad. Despu¨¦s, quedan dos puertas con sus correspondientes vigilantes. Altas alambradas y c¨¢maras de televisi¨®n impiden cualquier intento de fuga.
El centro dispone de 15 plazas, pero ahora s¨®lo est¨¢n ocupadas nueve. En general, las j¨®venes suelen pasar entre uno y dos a?os antes de serles refundidas las condenas con otras medidas como libertad vigilada. Nada m¨¢s ingresar, un equipo formado por m¨¦dicos, psic¨®logos, trabajadores sociales y educadores hacen un perfil muy definido de c¨®mo es el menor y cu¨¢les son las carencias de todo tipo que padecen. La mayor¨ªa provienen de familias desestructuradas.
Y a partir de ah¨ª se someten a un f¨¦rreo horario y a unas reglas que deben respetar al dedillo. Se levantan a las ocho de la ma?ana y, tras lavarse y asear sus habitaciones, desayunan y se distribuyen en sus actividades escolares. "Las que han sobrepasado los 16 a?os van a un taller de garant¨ªa social, en la que se les ense?a una profesi¨®n para cuando queden en libertad", explica una coordinadora. Si desean seguir estudiando, se les imparten clases, pero es el caso m¨¢s raro. Suelen ser malas estudiantes.
Esta semana ha empezado un taller nuevo de peluquer¨ªa, tras firmar un convenio con una conocida empresa que impartir¨¢ las clases y contratar¨¢ a las mejores cuando terminen su condena. Ya hay una zona con pilas para el lavado de cabezas y grandes espejos.
"Los primeros d¨ªas son muy malos. Lo peor es cuando estoy cansada y me veo fuera de mi casa y sin mi gente", reconoce Ana (nombre ficticio), que cumple un a?o y seis meses. Es rumana, tiene un hijo de dos a?os y es todo desparpajo. Su condena termina en febrero, cuando tenga ya 18 a?os. Es una de las especialistas de otro taller que tiene un gran tir¨®n: el de carpinter¨ªa.
Les ense?an a hacer percheros y toda clase de juegos de madera. "Como tenemos que pintar, cortar, lijar y muchas m¨¢s cosas, se pasa el tiempo muy r¨¢pido". Ana es la l¨ªder del taller. Es una de las m¨¢s veteranas. Bromea con el fot¨®grafo: "?S¨®lo una foto, que me estoy ahogando!", masculla tras la mascarilla.
Comida. Descanso en las habitaciones. Deporte. Si el tiempo lo permite, en las canchas exteriores. Y siempre se va cambiando en funci¨®n de lo que marcan los monitores. Tras la ducha y la merienda, los programas de formaci¨®n personalizados. Los hay muy diferentes, como salud, sexualidad, fotograf¨ªa, teatro, inform¨¢tica o violencia de g¨¦nero. Las extranjeras toman clases de espa?ol. Pilar asiste a un taller de empat¨ªa y habilidades sociales. Mar¨ªa realiz¨® uno sobre maternidad deseable. "Las futuras madres aprenden a crear lazos afectivos con sus hijos", a?ade la directora. "Tambi¨¦n les ense?amos c¨®mo deben enfrentarse a la vida cuando salgan de aqu¨ª".
Y Mar¨ªa reconoce que desde que entr¨® ha cambiado. "Encaro los problemas de otra forma", dice. "Es el paso que le queda dar, por ejemplo, a Pilar. Una reci¨¦n llegada jam¨¢s va a reconocer lo que ha hecho", a?ade Gallego.
Tras la cena, llega el tiempo de ocio, donde las j¨®venes pueden jugar, ver la televisi¨®n o proyectar pel¨ªculas. A las 21.30 tienen que estar en sus habitaciones y una hora m¨¢s tarde, como mucho, con las luces apagadas.
Igual que una c¨¢rcel, los fines de semana reciben visitas. Padres, hermanos, amigos... "Nos interesa mucho averiguar todo lo que ha sido la familia, por lo que hacemos un estudio muy detallado de cada caso", explica una trabajadora. A diferencia de los adultos, cuando salen del centro lo hacen sin antecedentes.
En El Madro?o trabajan 60 personas, entre profesores, equipo directivo, apoyo social y seguridad. Por cada turno hay cuatro vigilantes (que no llevan armas de fuego). Las acompa?an cuando entran o salen de los edificios. Desde que se cre¨® la Direcci¨®n General del Menor, en 2005, se ha conseguido reducir la reincidencia de un 11% a un 7%. Pero ?cu¨¢ntos de ellos acabar¨¢n en la c¨¢rcel? La Comunidad asegura que no tiene datos, pero que va a firmar un acuerdo con Instituciones Penitenciarias para poder saber hasta qu¨¦ punto la reeducaci¨®n ha funcionado.
El Madro?o fue criticado en el informe de 2004 del Defensor del Pueblo. El documento se?alaba que sus instalaciones estaban deterioradas, con goteras. "En las habitaciones hab¨ªa colchones en el suelo y camas plegables de campa?a", se?alaba. Ahora, aseguran en la Comunidad, las deficiencias son historia.
Dos son las atracciones del centro. Al fondo, tras pasar un frutal plantado por las adolescentes, se ve la granja. Ovejas, gallinas, ocas, pavos, de los que cuidan las chicas internas "Una vez al a?o, convertimos el centro en una granja escuela. Vienen escolares y las j¨®venes tienen que ense?arles la granja. Ese d¨ªa son las anfitrionas", afirma un coordinador. "Es una forma de que se sientan protagonistas y de que vayan ganando confianza en s¨ª mismas. Les motiva mucho. Es uno de los pocos d¨ªas que el centro se abre al exterior", a?ade la directora.
Otra atracci¨®n es la piscina. Ahora que ha pasado el verano el agua tiene un color verduzco. Pero en los meses estivales est¨¢ a pleno rendimiento. Las chicas aprenden a nadar y hacen ejercicios. Hay una pileta para beb¨¦s y ni?os.
Cae el sol mientras las j¨®venes terminan sus ejercicios f¨ªsicos. Parece como si el tiempo se hubiera detenido. No se oyen ruidos. Ana coge a su hijo y enfila hacia las habitaciones. El ni?o gira la cabeza y sonr¨ªe. Es la atracci¨®n del centro. Un centro, ahora silencioso, en el que su madre ingres¨® hace meses por "hacer cosas malas".
Var¨®n, 17 a?os, culpable de atraco
- En la regi¨®n, 332 j¨®venes y adolescentes de entre 14 y 21 a?os cumplen medidas judiciales en centros de menores abiertos, semicerrados y cerrados.
- La mayor parte tiene en torno a los 17 a?os. Predominan los varones de nacionalidad espa?ola.
- Su motivo de ingreso suele ser el robo con violencia e intimidaci¨®n (atracos).
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