Una historia de fantasmas
Cuando mi padre muri¨®, encontr¨¦ en uno de los cajones de su mesa de trabajo una caja de f¨®sforos sin estrenar, aunque ten¨ªa cuarenta a?os o m¨¢s. Me impresion¨®. Creo que el destino de los f¨®sforos es arder como el de las estrellas apagarse. Aquellas cerillas, que hab¨ªan escapado a su destino fatal, ca¨ªan ahora en mis manos para crearme un dilema. Al principio supuse que sus cabezas estar¨ªan caducadas y que ya habr¨ªan perdido, en consecuencia, su oportunidad de arder. Pero luego pens¨¦ que quiz¨¢ no, y que en tal caso yo era el instrumento del destino para que cumplieran su ciclo. Durante varios d¨ªas jugu¨¦ con la idea de encenderlas, pero siempre desist¨ªa por miedo, supongo, a que funcionaran, o quiz¨¢ a que no funcionaran. Ninguna de las dos posibilidades resultaba tranquilizadora.
Anoche se fue la luz en casa. Estaba yo solo y no ten¨ªa con qu¨¦ alumbrarme. Tras un rato de espera, me acord¨¦ de la caja de cerillas de mi padre y la busqu¨¦ a tientas entre los objetos que llenan mi mesa de trabajo. Con el coraz¨®n en la garganta, saqu¨¦ una y la frot¨¦ sobre la lija. En seguida salt¨® una llamarada que tras estabilizarse empez¨® a alumbrar el espacio. Lo raro es que lo que se ve¨ªa a su luz no era mi despacho, sino el de mi padre. Asombrado, mientras el rabo de la cerilla se consum¨ªa, vi cada uno de los rincones de aquella habitaci¨®n en la que de peque?o ten¨ªa prohibida la entrada. Con el halo mortuorio caracter¨ªstico del resplandor de los f¨®sforos, observ¨¦ la mesa sobre la que trabajaba mi padre, repleta, por cierto, de fetiches tambi¨¦n, como la m¨ªa, y un trozo de la ra¨ªda alfombra llena de quemaduras de las colillas de tabaco. Me pareci¨® que al fondo de la habitaci¨®n hab¨ªa una figura (?mi madre?), que no llegu¨¦ a distinguir bien porque la cerilla me quem¨® los dedos y hube de arrojarla al suelo, aunque no sabr¨ªa decir sobre qu¨¦ alfombra cay¨®, si sobre la de mi padre o la m¨ªa.
Cuando dudaba si encender o no la segunda, volvi¨® el fluido el¨¦ctrico y decid¨ª que no. Al poco, regres¨® mi mujer y me pregunt¨® qu¨¦ me hab¨ªa pasado.
-Parece que has visto un fantasma.
No le dije que lo hab¨ªa visto, en efecto, o que yo hab¨ªa sido el fantasma de una realidad alumbrada por las cerillas de mi padre. Llevo desde ayer intentando evocar la figura borrosa que se ve¨ªa al fondo de la habitaci¨®n. Era una mujer, desde luego, pero quiz¨¢ no era mi madre. Es m¨¢s: no lo era, pues la habr¨ªa reconocido en seguida. ?De qui¨¦n se trataba, pues? Creo que no podr¨¦ averiguarlo hasta que se vaya de nuevo la luz y pueda encender, con esa coartada moral, otra cerilla.
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