S¨®lo los ni?os de pecho no pagan entrada
La fascinaci¨®n que ejerce el cine tiene que ver con ese momento en que en la cuna ve¨ªamos el rostro de nuestra madre en la penumbra del dormitorio. Es un espacio entre la realidad y el sue?o
No puedo decir cu¨¢l fue la primera pel¨ªcula que vi, pero estoy seguro de que lo hice en brazos de mi madre, pues entonces exist¨ªa la costumbre de llevar a los ni?os al cine incluso cuando estos no sab¨ªan andar. Era un tiempo en que no hab¨ªa muchos entretenimientos y en que la pasi¨®n por el cine era compartida por mayores y ni?os. Especialmente por las mujeres, a las que les encantaba ir porque en sus salas pod¨ªan so?ar con unas vidas distintas a las suyas, siempre sujetas a sus padres y maridos, siempre pendientes de cuidar a los ni?os y ocuparse de la casa, como si no tuvieran otras aspiraciones, ni pudieran albergar otros deseos que aquellos que les obligaban a tener.
Hay en S¨®lo se vive una vez, la hermosa y desoladora pel¨ªcula de Fritz Lang, una escena inolvidable. La pel¨ªcula trata de un hombre que sale de la c¨¢rcel despu¨¦s de cumplir su condena. Fuera de presidio le est¨¢ esperando su novia, con quien intentar¨¢ comenzar una nueva vida. Pero la fatalidad le impide seguir un camino recto, y tras ser despedido de su trabajo le acusan de un homicidio que no ha cometido. Comienza una huida de consecuencias fatales, en que ambos escapan hacia la frontera mexicana, donde la polic¨ªa les tiende una trampa. Les disparan y tienen que internarse en el bosque. Cuando ya se creen a salvo, la chica cae herida. El hombre sigue su marcha llev¨¢ndola en sus brazos, hasta que agotado se detiene junto a un ¨¢rbol. Es una noche muy hermosa, con el cielo cuajado de estrellas, y la chica, que se est¨¢ muriendo, le dice que volver¨ªa a hacer lo mismo si ese era el precio que ten¨ªa que pagar por estar a su lado.
Iba al cine para asomarme al coraz¨®n de las mujeres y escucharles decir: "Lo volver¨ªa a hacer"
S¨®lo con gran esfuerzo logro regresar al mundo real tras ver una pel¨ªcula que me gusta
Vi esta pel¨ªcula siendo un adolescente, cuando esas historias de amores rom¨¢nticos y desgraciados eran mis preferidas. Me gustaba la obstinaci¨®n de los amantes, el que fueran capaces de arriesgarlo todo por no renunciar a lo que amaban. Y el cine se resum¨ªa para m¨ª en esa enigm¨¢tica frase que ella le dec¨ªa a su amigo, y que s¨®lo a medias entend¨ªa: "Lo volver¨ªa a hacer". La pronunciaban todos los amantes del mundo, seres vulnerables que se empe?aban en algo que casi siempre superaba sus fuerzas, a quienes no les importaba el fracaso porque hab¨ªan hecho lo que deb¨ªan, aunque les costara la vida.
Y yo iba al cine, sobre todo, para asomarme al coraz¨®n de las mujeres y escucharles decir frases as¨ª. Me permit¨ªa entrar en sus cuartos, leer sus cartas m¨¢s secretas y adentrarme en sus pensamientos. Y, como es l¨®gico, ver sus rostros y sorprenderlas cuando se desnudaban, como Acte¨®n hab¨ªa hecho con Artemisa en el bosque. Uno de los cuentos de mi vida tiene que ver con una princesa de Las Mil y Una Noches que pose¨ªa el poder de iluminar senderos, jardines y casas con la luz que se desprend¨ªa de su cuerpo a causa del amor que sent¨ªa por un misterioso extranjero. Y el cine fue siempre el lugar perfecto para ver ese cuerpo lleno de luz. Hay un momento en una de las pel¨ªculas de Tarz¨¢n que tiene que ver con esto. Tarz¨¢n se ha herido en la cabeza y Jane utiliza para vend¨¢rsela un trozo de su vestido. Pero como Tarz¨¢n no para quieto, y cada dos por tres vuelve sin la venda, Jane se ve obligada a seguir retirando tiras de su vestido hasta casi quedarse desnuda. El que las chicas fueran perdiendo parte de sus ropas a causa de los percances que sufr¨ªan era un recurso maravilloso de las pel¨ªculas de entonces. Verlas ca-da vez m¨¢s guapas, ense?ando sus piernas y pechos, cuanto mayores eran los peligros que deb¨ªan correr, me llenaba de una excitaci¨®n que todav¨ªa hoy no he logrado superar. Era ciertamente extra?o que en medio de los peligros m¨¢s extremos, rodeadas de alacranes, de la lava que desprend¨ªan los volcanes, nadando en r¨ªos llenos de cocodrilos o acostadas en la cama bajo la mirada de Dr¨¢cula, sus cuerpos resultaran m¨¢s hermosos que nunca. Y ¨¦se era el descubrimiento: que la verdadera aventura era acercarse a ese cuerpo lleno de promesas y peligros que es el cuerpo del amor. En ning¨²n otro lugar se ha mostrado mejor ese cuerpo que en el cine, tal vez porque sus salas, con su extra?a penumbra, se sit¨²an en un lugar a medio camino entre la realidad y el sue?o, entre la ficci¨®n y la vida.
En el cine Capitol, un cine desaparecido de mi ciudad, hab¨ªa un cartel junto a la taquilla que dec¨ªa: "Todos los ni?os que no sean de pecho pagan localidad". Ya he dicho que era tan grande la afici¨®n al cine que las madres entraban con sus hijos, y si a la mitad de la pel¨ªcula ¨¦stos ten¨ªan hambre o se pon¨ªan a llorar les daban la teta sin mayores problemas. Ahora me imagino a ese ni?o, contemplando alternativamente el rostro de su madre y los que aparecen en la pantalla, y haciendo que ya para siempre queden unidos en su pensamiento. Bertolucci tiene una pel¨ªcula, titulada La luna, en que una madre lleva a su hijo peque?o en bicicleta. El ni?o la mira desde abajo, y ve su rostro al lado de la luna que hay en el cielo. Una noche el ni?o se despierta y, al ver a la misma luna en la ventana de su cuarto, cree que es su madre que vigila su sue?o. Creo que la fascinaci¨®n que ejerce el cine sobre el ni?o tiene que ver con ese momento inicial. La penumbra del cine no es diferente a la que reinaba en su cuarto, y los rostros enormes que ese mismo ni?o ver¨¢ luego en la pantalla pertenecen al mismo orden de realidad que el de aquella giganta que se asomaba a su cuna para mirarle.
A lo largo de mi vida he escrito sobre cine en numerosas ocasiones, casi siempre, porque alguien me lo pidi¨®. Sin embargo, me cuesta mucho hacerlo y casi siempre abandono silencioso y melanc¨®lico sus salas. Tengo un problema con el mundo real, y s¨®lo con gran esfuerzo logro regresar a ¨¦l despu¨¦s de ver una pel¨ªcula que me gusta. De hecho, nunca regreso del todo y una parte importante de m¨ª a¨²n sigue vagando por los corredores de tantas escenas inolvidables: por los grandes almacenes en que Chaplin y Paulette Godard, en Tiempos modernos, vivieron su hermosa noche de amor; por la gruta a la que King Kong llev¨® a Fray Wray y le fue quitando su vestido; por los pasillos de la casa en que Alexander se encontraba con su padre muerto, en la pel¨ªcula de Bergman; junto a Leonor Watling, en la habitaci¨®n en que Javier C¨¢mara se ocupaba de tenerla tan guapa; o por aquel restaurante de una ciudad de provincias donde Omero Antonutti e Ic¨ªar Bolla¨ªn, en El sur, se vieron por ¨²ltima vez. "Buscan los racimos entre las zarzas y no en las vides", se dice en alg¨²n lugar de la Biblia. Y estas pel¨ªculas son como esas vides llenas de racimos. Te basta con extender las manos para tomarlos, y su sabor es siempre el sabor de la vida.
Gustavo Mart¨ªn Garzo es escritor.
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