Razones de peso
Dicen los diplom¨¢ticos que tener raz¨®n tiene dos partes: una, tener raz¨®n y, otra, no menos importante, que te la den. Y como la pol¨ªtica internacional, como la vida misma, no siempre se rige por criterios de justicia, a veces ocurre que tener raz¨®n no es suficiente. Para eso est¨¢ la diplomacia: para lograr que los dem¨¢s acepten como leg¨ªtimos nuestros intereses y los incorporen en sus c¨¢lculos. Pero esto no es autom¨¢tico: hay pa¨ªses cuya presencia internacional est¨¢ por debajo de su peso objetivo y tambi¨¦n otros que, como se dice coloquialmente en el lenguaje de las relaciones internacionales, consiguen "boxear por encima de su peso", es decir, jugar en primera liga aun cuando sus m¨¦ritos objetivos no lo justifiquen.
Aunque sus argumentos sean contundentes, Espa?a ha llegado demasiado tarde al grupo de cabeza
Que Francia fuera considerada potencia victoriosa de la II Guerra Mundial y premiada con asiento permanente y derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas o que Italia y Canad¨¢ sean miembros permanentes del G-8 ofrecen buenos ejemplos de lo que unas circunstancias favorables pueden lograr aun cuando vayas un poco justo de peso. Al otro extremo, Alemania ha fracasado estrepitosamente a la hora de impulsar una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU que hiciera justicia a su peso internacional concedi¨¦ndole un asiento permanente en dicha instituci¨®n (pretensi¨®n que Espa?a no apoy¨® por razones perfectamente comprensibles).
Algo parecido le sucede a nuestro pa¨ªs estos d¨ªas: aunque sus argumentos son de peso, ha llegado demasiado tarde al grupo de cabeza, e intenta meterse en unas instituciones donde ya hay demasiados europeos. Para cuando, en 2000, nuestros datos objetivos nos colocaron como candidato ideal para ser miembro del G-8, este grupo era ya una instituci¨®n desacreditada y con una evidente falta de legitimidad ante la opini¨®n p¨²blica mundial, diana del movimiento antiglobalizaci¨®n y de los pa¨ªses emergentes. Al mismo tiempo, Espa?a, como socio de la UE, es demasiado rico y demasiado occidental como para ser considerado un pa¨ªs emergente y, en consecuencia, miembro de un G-20 donde se sientan Arabia Saud¨ª, Sur¨¢frica o Argentina, con los cuales tenemos bastante poco en com¨²n.
Que Espa?a navegue entre estas dos aguas se debe, tambi¨¦n, a los bandazos dados por populares y socialistas en materia de pol¨ªtica exterior. Una lecci¨®n importante de esta mini-crisis diplom¨¢tica es que determinados aspectos de la pol¨ªtica exterior deben considerarse parte de una pol¨ªtica de Estado. Hasta la fecha, sin embargo, populares y socialistas se han preocupado poco de consensuar una estrategia global. Aznar quiso estar en el G-8, pero no convirti¨® dicho objetivo en una pol¨ªtica de Estado, sino en un ap¨¦ndice de una pol¨ªtica exterior muy personal, de tal manera que los socialistas, una vez en el poder, abandonaron dicho objetivo prefiri¨¦ndose centrar en el multilateralismo. Ahora, lo parad¨®jico es que se pretenda nada menos que "refundar el capitalismo global" ignorando a Naciones Unidas y otorgando un papel meramente testimonial a las instituciones europeas. Cabe preguntarse si Espa?a, por coherencia, adem¨¢s de querer ir a Washington, deber¨ªa enarbolar con m¨¢s fuerza alguna de esas dos banderas, y no s¨®lo la nacional.
Hace un par de a?os, en una reuni¨®n de expertos en la que se presentaba un borrador de la ley de reforma del servicio exterior, los participantes expresamos nuestra sorpresa porque el texto detallaba pormenorizadamente los medios con los que deber¨ªa contar en el futuro el servicio exterior, pero omit¨ªa cualquier discusi¨®n sobre los fines y la estrategia para lograrlos. "Bueno", se nos dijo, "eso lo hemos dejado para el final".
Esta crisis deber¨ªa servir para convencernos de la necesidad de tener una estrategia-pa¨ªs. Somos una gran econom¨ªa, s¨ª, y tenemos unos activos enormes para estar en el mundo, pero hemos reflexionado poco sobre qui¨¦nes somos, qu¨¦ queremos lograr y d¨®nde y con qui¨¦nes queremos estar. Hemos hecho muchos planes geogr¨¢ficos (Plan ?frica, Plan Asia, etc¨¦tera), pero no hemos puesto en marcha una reflexi¨®n colectiva, abierta y a la vez profunda, que nos llevara a una estrategia global, que detallara los riesgos y las oportunidades, los fines y los medios y coordinara a los diversos agentes de la pol¨ªtica exterior espa?ola, que son muchos y variados. El Consejo de Pol¨ªtica Exterior, que deber¨ªa tomar la responsabilidad de dise?ar y ejecutar dicha estrategia, ha sido resucitado y enterrado por todos los Gobiernos. Y lo mismo cabe decir de la ley de reforma del servicio exterior: siempre prometida, nunca llevada a la pr¨¢ctica. ?Llegar¨¢ ahora por fin el momento de elaborar una estrategia, dise?ar unas instituciones de pol¨ªtica exterior efectivas y conceder a nuestra diplomacia los medios adecuados?
jitorreblanca@ecfr.eu
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