El doctor Dogdson y el se?or Carroll
"El porqu¨¦ de este libro no puede, y no debe, ser expresado en palabras", dijo el reverendo Charles Lutwidge Dodgson acerca del relato que, una tarde de julio de 1862, compuso para las tres hijas del decano de Christ Church, Oxford, y que, con el t¨ªtulo de Alicia en el Pa¨ªs de las Maravillas public¨® tres a?os m¨¢s tarde bajo el seud¨®nimo de Lewis Carroll. Lo mismo hubiera podido decir acerca de s¨ª mismo, t¨ªmido y l¨®gico solter¨®n, miope y tartamudo, enamorado de los juegos de palabras, de las paradojas matem¨¢ticas, del nuevo arte de la fotograf¨ªa y de las ni?as casi adolescentes ("amo a todos los ni?os", confes¨® alguna vez, "salvo a los varones").
Por un lado mis¨®gino, devoto y dogm¨¢tico (prohib¨ªa a sus ilustradores trabajar el domingo y ten¨ªa horror de la blasfemia), y por otro feroz burlador de las convenciones de su ¨¦poca, la contradictoria persona de Lewis Carroll ha logrado escapar indemne a las m¨²ltiples inquisiciones a las que la han sometido psic¨®logos, te¨®logos, investigadores de literatura infantil, fil¨®sofos, matem¨¢ticos y fot¨®grafos. El caso es que Lewis Carroll no pertenece cabalmente a ninguno de sus campos, quiz¨¢ por que, cada vez que se intern¨® en uno de ellos, lo transform¨® m¨¢gicamente en algo inclasificable. Como Alicia, Carroll acat¨® las reglas de la sociedad victoriana, pero con tal ortodoxia que acab¨® reduci¨¦ndolas al absurdo: sus ficciones para ni?os son subversivas pesadillas c¨®micas, sus ejercicios l¨®gicos, parad¨®jicas bromas literarias, sus retratos fotogr¨¢ficos infantiles, inquietantes objetos de deseo.
?Qui¨¦n fue, entonces, el reverendo Dogson? Hay una escena al comienzo de Alicia que ilustra perfectamente la multiplicidad de la hero¨ªna, pero tambi¨¦n la de su autor. Despu¨¦s de caer en la conejera, Alicia siente que ya no es ella misma y se pregunta qui¨¦n puede ser esa otra que ha tomado su lugar. En lugar de afligirse, decide esperar hasta que la llamen a que salga de la conejera, y contestar entonces: "?Qui¨¦n soy? Decidme eso primero y luego, si me gusta ser esa persona, subir¨¦; si no, me quedar¨¦ aqu¨ª hasta ser alguien distinto". Cada vez que lo nombramos desde el otro lado de la p¨¢gina, Lewis Carroll nos ofrece la misma inquietante respuesta.
Babelia
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