Las m¨²sicas del poeta
La Fundaci¨®n Gerardo Diego ha comenzado a publicar el cat¨¢logo de la biblioteca del autor de Manual de espumas. Un precioso tomito amarillo que supongo sin erratas, pues si en alg¨²n sitio son imperdonables es en estos centones en los que s¨®lo una que se cuele ya ha deslucido el conjunto. Y han empezado por los libros de m¨²sica, lo que a los viejos lectores del grand¨ªsimo poeta nos colma la curiosidad -y en parte la frustraci¨®n de no haber estado nunca en su casa de la calle Covarrubias de Madrid curiose¨¢ndole los libros- aunque nos llene de nostalgia -y un poco de rabia- porque todav¨ªa no se haya publicado el esperad¨ªsimo tomo de su obra completa que debiera recoger sus escritos -por as¨ª decir, reflexivos o cr¨ªticos- sobre m¨²sica. Y eso a pesar de los esfuerzos de la familia del poeta, encabezada por su yerno Juan Antonio Ortega D¨ªaz-Ambrona, que fue ministro de Educaci¨®n y uno de los pol¨ªticos m¨¢s cultos que ha dado este pa¨ªs en la ¨¦poca moderna.
El repertorio bibliogr¨¢fico musical de Gerardo Diego empieza con un cat¨¢logo discogr¨¢fico de la Deutsche Grammophon correspondiente a registros de 45 revoluciones por minuto. Y sigue con cosas que nos hacen enrojecer de envidia a los que nos creemos buenos aficionados. As¨ª el Eximeno -Del origen y las reglas de la m¨²sica- de la Imprenta Real de 1796, la Historia de la m¨²sica ¨¢rabe de Juli¨¢n Ribera de 1927, Ballets rusos de la Karsavina en edici¨®n especial de 1931 o todos los libros de Adolfo Salazar. A su lado, curiosidades como el programa del concierto de los XXV A?os de Paz, o tantas cosas sobre Falla o sobre su admirado Faur¨¦ o el discurso de ingreso en la Real Academia de Bellas Artes de Jos¨¦ Mu?oz Molleda, un olvidado, que respond¨ªa al t¨ªtulo, entre pat¨¦tico e indagador, de De la sinceridad del compositor ante los procedimientos musicales modernos.
El cat¨¢logo resulta de un inter¨¦s emocionante para quien se acerque a ¨¦l, que puede saber qu¨¦ libros anotaba su due?o -a l¨¢piz rojo- en los m¨¢rgenes o conocer las dedicatorias de sus autores, la mejor de todas la del bailar¨ªn Vicente Escudero, de letra bien pimpante y que culmina con "y un cerro de admiraci¨®n". Y nos hace pensar en qu¨¦ pocos de nuestros escritores se han acercado a la m¨²sica con semejante bagaje de conocimientos que a la hora del poema se dejaban de lado para que fuera la emoci¨®n la que mandara en los logros mejores de este poeta que adjetivaba tan poco. He citado a Faur¨¦, que fue como su m¨²sico de cabecera, cuyas cartas ¨ªntimas, adem¨¢s, pose¨ªa en su biblioteca. Los dos sab¨ªan c¨®mo la belleza puede llegar a veces del desahogo del alma pero tambi¨¦n que cuando no pasa de ah¨ª se queda en menos. Qu¨¦ grande fue este Gerardo Diego, hoy a la sombra de algunos de sus colegas de generaci¨®n siendo ¨¦l tan pura luz. -
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