Una conversaci¨®n
A diferencia del amor, dec¨ªa Bioy, la amistad es un sentimiento que soporta bien las grandes privaciones. Cada cierto tiempo, a lo largo de los a?os, yo me encuentro con Tzvetan Todorov, y la sensaci¨®n de amistad recobrada es inmediata, seg¨²n nos enredamos en una conversaci¨®n que parece continuar sin fisuras la que tuvimos har¨¢ un a?o y medio en Bruselas, o la que se prolong¨® hasta tan tarde en casa de unos amigos comunes en Par¨ªs, en la que recuerdo que tambi¨¦n estaba el a?orado Juan Jos¨¦ Saer, que muri¨® unos pocos meses despu¨¦s. Todorov conversa igual que escribe, con una serenidad cordial, haciendo preguntas y escuchando con esa atenci¨®n que lo anima a uno a explicarse con toda claridad, lo cual implica pensar despacio y no esconder la propia opini¨®n ni maquillarla para hacerla m¨¢s aceptable o por recelo hacia el modo en que ser¨¢ recibida. Todorov est¨¢ de paso por Madrid, camino de la pompa y circunstancia del Premio Pr¨ªncipe de Asturias, y a la hora de la cena se le nota ese cansancio peculiar de quien lleva muchas horas viendo caras de desconocidos, respondiendo entrevistas, explicando y simplificando en cada repetici¨®n lo que ha contado en su ¨²ltimo libro, El miedo a los b¨¢rbaros. Tambi¨¦n, como suele ocurrirles entre nosotros a los visitantes extranjeros, a Todorov no han parado de preguntarle sobre la actualidad espa?ola de estos d¨ªas, como si en nuestro provincianismo di¨¦ramos por supuesta su obligaci¨®n no s¨®lo de conocerla sino de tener opiniones firmes sobre ella. En una noche solitaria y lluviosa, de restaurantes casi vac¨ªos -el mal tiempo, la crisis-, Todorov llega a la cena con la fatiga de todas las veces que le han preguntado a lo largo del d¨ªa sobre el prop¨®sito del juez Garz¨®n de procesar a los culpables de la represi¨®n franquista.
La responsabilidad que s¨ª nos corresponde es la que mejor ejercemos: la de comprender de verdad la tragedia que vivieron nuestros mayores
Todorov ha investigado los l¨ªmites de la dignidad moral y las posibilidades de la resistencia en las situaciones de m¨¢xima opresi¨®n
M¨¢s de una vez ha escrito sobre la diferencia entre la justicia individual y la reparaci¨®n hist¨®rica; sobre la necesidad de preservar la memoria del abuso y del sufrimiento y los empe?os de modificar el pasado. El recuerdo de las lecturas y el de las conversaciones se confunde, y esta noche, en Madrid, en el abrigo de la grata compa?¨ªa, las setas de temporada, el vino tinto, est¨¢ bien sentir que uno aprende del conocimiento y la templanza de alguien, que es posible hablar no para repetir argumentos endurecidos por la ideolog¨ªa sino para explorar en com¨²n los matices de una cuesti¨®n muy dif¨ªcil y la posibilidad racional de un acuerdo. Por su propia naturaleza, nos dice Todorov, la justicia tiene un marco de actuaci¨®n limitado: trata de la comprobaci¨®n de hechos concretos, se basa en pruebas materiales adquiridas seg¨²n ciertos protocolos, en testimonios tan fr¨¢giles como los de la observaci¨®n y la memoria. Qui¨¦n podr¨¢ hacer justicia, en el estricto sentido legal de la palabra, al cabo de tres cuartos de siglo, cuando casi todos los testigos de una ¨¦poca han muerto. El trabajo que falta para saber lo que ocurri¨® corresponde ahora a los historiadores. Qui¨¦nes somos nosotros para constituirnos en polic¨ªas y en jueces: para alimentar nuestro narcisismo, nuestro victimismo delegado, nuestros manejos pol¨ªticos, con el sufrimiento de otros. La responsabilidad que s¨ª nos corresponde es la que menos ejercemos: la de comprender de verdad, hondamente, sin prejuicios sectarios, la tragedia que vivieron nuestros mayores; la de indagar el origen de cada injusticia y lamentar de coraz¨®n cada crimen sabiendo siempre que la memoria es insegura y que el pasado puede estar lleno de trampas y de sorpresas amargas, de ambig¨¹edades y zonas grises que nosotros no siempre somos qui¨¦nes para juzgar.
Me acuerdo de una historia que cuenta Todorov en un ensayo sobre las dificultades extremas de convivir con el pasado: una mujer negra, en Sur¨¢frica, acude a la Comisi¨®n de la Verdad para indagar el asesinato de su hijo en la ¨¦poca del apartheid; lo que descubre es que los asesinos no fueron polic¨ªas blancos, como hab¨ªa cre¨ªdo, sino sus compa?eros de militancia clandestina en el Congreso Nacional Africano, que ejecutaron al hijo por disidente o traidor, y maquillaron luego el crimen para convertirlo en un ejemplo de hero¨ªsmo. Hablamos, inevitablemente, de Milan Kundera, de la avidez con la que tantos justicieros retrospectivos le niegan estos d¨ªas la presunci¨®n de inocencia, en virtud de un documento dudoso y un rumor de hace m¨¢s de medio siglo. Todorov no habla de o¨ªdas: naci¨® en Bulgaria y vivi¨® en un r¨¦gimen comunista hasta los veinticuatro a?os; ha investigado, en su libro Face ¨¤ l'extreme, los l¨ªmites de la dignidad moral y las posibilidades de la resistencia y del envilecimiento en las situaciones de m¨¢xima opresi¨®n, en los campos nazis y sovi¨¦ticos. Aun en el infierno hay quienes son capaces de mantener su entereza humana: pero tal vez s¨®lo a esos pocos les corresponde el derecho a juzgar las debilidades de quienes no resistieron tanto como ellos. Es muy probable que Milan Kundera no fuera un delator hace casi sesenta a?os, pero la sospecha, una vez enunciada, ya no se puede borrar por mucho que el ¨²nico testigo cierto, ¨¦l mismo, se declare inocente. Y hay una obscenidad moral en el juicio de quien se pone por encima, tantos a?os despu¨¦s, de quien sufri¨® mucho m¨¢s. Los comensales nos miramos, alrededor de la mesa, en el asilo confortable de nuestra ciudadan¨ªa democr¨¢tica, de nuestro bienestar civilizado, que nos permite hablar de los campos de exterminio mientras apuramos una botella de vino y un postre de quesos: en circunstancias peores, con nuestra vida en peligro, o ni siquiera eso, sabiendo que podr¨ªamos perder la libertad, o el trabajo, ?en qu¨¦ nos convertir¨ªamos cada uno de nosotros?
Tambi¨¦n a esa pregunta lleva a?os d¨¢ndole vueltas Tzvetan Todorov, y vuelve a tratarla en este ¨²ltimo libro, en el que hace un esfuerzo de sutileza y honradez intelectual para precisar el significado de palabras tan manipuladas, tan decisivas sin embargo, como civilizaci¨®n y barbarie. Ni la una ni la otra designan estados permanentes, delimitados por fronteras fijas. Civilizaci¨®n es igualdad ante la ley y respeto a las diferencias de los otros. Barbarie es desigualdad, injusticia y tiran¨ªa. El derecho a la diferencia no equivale a disculpa para la opresi¨®n. El esp¨ªritu de la Ilustraci¨®n no niega la diferencia en nombre de la universalidad: tan s¨®lo distingue aquellos valores supremos que nos hacen libres e iguales, y que son tan fr¨¢giles que han de ser permanentemente defendidos. B¨¢rbaro no es quien profesa otra religi¨®n o habla otra lengua o es m¨¢s ignorante o no domina la tecnolog¨ªa. B¨¢rbaro es quien niega a otro la plena condici¨®n humana. Y cometiendo actos b¨¢rbaros no se defiende la civilizaci¨®n contra la barbarie: se capitula ante ella haci¨¦ndola leg¨ªtima. Barbarie es el ataque del once de septiembre y Abu Ghraib y Guant¨¢namo. Hay muchas formas de cultura, pero s¨®lo una de civilizaci¨®n: aquella que no consiente que se ejerza abuso sobre nadie.
Pero Todorov est¨¢ cansado y no conviene prolongar esta tard¨ªa cena espa?ola. Continuar¨¦ conversando con ¨¦l en sus libros, y cuando volvamos a vernos ser¨¢ como si la hubi¨¦ramos interrumpido la noche anterior. De cu¨¢ntas cosas muy fr¨¢giles depende que pueda seguir manteni¨¦ndose una conversaci¨®n as¨ª.
El miedo a los b¨¢rbaros. Tzvetan Todorov. Barcelona, 2008. 300 p¨¢ginas. 19 euros.
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