Bienvenidos al desierto de lo hiperreal
Dentro del proceso de espectacularizaci¨®n que padece la cultura medi¨¢tica, la televisi¨®n, hoy, ha dejado de ser "ventana al mundo", fiel reproducci¨®n de la realidad objetiva, para convertirse en espacio de proyecci¨®n, espejo del sujeto. Se privilegia lo inmediato, la relaci¨®n afectiva, proyectada en relatos, l¨²dicos unos, ficticios otros. ?stos se desenvuelven a la vez en lo verbal (importancia de la oralidad, de la confesi¨®n en este nuevo dispositivo) y al mismo tiempo en lo no-verbal, el mundo de lo emotivo en el que el sentido es secundario en relaci¨®n con el sentir, privilegiando un r¨¦gimen conversacional (Bettetini).
Con la postelevisi¨®n, como la he llamado, la que emerge en la d¨¦cada de los 90, se da un paso m¨¢s. Vinculada a la aparici¨®n de la telerrealidad, se plasma en la creaci¨®n de "mundos posibles", pero ya no regidos por la imaginaci¨®n como en la ficci¨®n, sino por la invenci¨®n de universos imaginarios engendrados por y desde el medio, que ya no escenifican contenidos narrativos estructurados sino, simplemente (y eso constituye una nueva forma de narratividad), la relaci¨®n misma, el contacto entre protagonistas de estos nuevos juegos televisivos. Han nacido los reality shows.
En los 'reality shows' actuales, los concursantes se inventan una nueva identidad
En la televisi¨®n est¨¢ de moda lo 'friki', la atracci¨®n hacia lo cutre y deforme
Despu¨¦s de la espectacularizaci¨®n del mundo, viene la espectacularizaci¨®n del individuo, de lo vivencial en sus aspectos positivos y negativos. Los realities de segunda generaci¨®n, tipo Gran Hermano, instauran lo relacional como nueva categor¨ªa referencial: lo que interesa no es lo que pasa -en t¨¦rminos de acci¨®n narrativa- sino las relaciones internas que establecen los concursantes, sus constantes estrategias de interacci¨®n y negociaci¨®n, la permanente construcci¨®n / deconstrucci¨®n de su identidad.
La neo-televisi¨®n se recreaba en un juego con la realidad: la creaci¨®n de una realidad sui generis, ni aut¨¦nticamente documental ni del todo ficticia, pero simulando, mediante el directo, la realidad vivencial. Se sacralizaba as¨ª una nueva forma de cotidianidad (al margen de las comunidades existentes) donde el principal envite era revelar su identidad "verdadera", realizarse como sujeto, en este caso sujeto televisivo, y desvelar su intimidad.
Representarse a s¨ª mismo, "jugar a ser s¨ª mismo" -es decir, en t¨¦rminos semi¨®ticos, construirse un personaje-, jugar a estar juntos, tal podr¨ªa ser la finalidad de estos programas, dentro de una total redundancia identitaria. Este proceso no es ajeno a la carencia comunicativa de la sociedad moderna, a la ausencia o difuminaci¨®n del otro, a los propios d¨¦ficit de identidad del sujeto.
Hoy, la televisi¨®n ha dado un paso m¨¢s; con la renovaci¨®n de los juegos-concursos y programas de entretenimiento se acent¨²a el cariz l¨²dico de la comunicaci¨®n televisiva: despu¨¦s de latelerrealidad viene la tele-identidad, del juego con la realidad al juego con la identidad. Es patente en programas como Black / White, un programa de Estados Unidos de 2006, en el que los participantes negros se "disfrazan" de blancos y viceversa, para ver qu¨¦ pasa; Le ch?teau de mes r¨ºves, en Francia, donde j¨®venes de las barriadas conflictivas se inician a los buenos modales aristocr¨¢ticos; Pr¨¦stame tu vida, con su intercambio de papeles (un gay vive la vida de un bombero, y viceversa; una soltera se hace con el mando de una familia numerosa, etc¨¦tera) o Cambio radical, donde la cirug¨ªa pl¨¢stica permite cambiar de personalidad, am¨¦n de diversos programas de coaching (asesor¨ªa) que cambian la vida de los participantes.
Con esto la televisi¨®n cumple cada vez menos una funci¨®n referencial y crea mundos virtuales (en los juegos, en los realities, en las series), deviene c¨¢mara de eco del imaginario colectivo. Esta evoluci¨®n no es balad¨ª, entronca con las mutaciones que se est¨¢n operando en los imaginarios y en la relaci¨®n con la realidad, la tendencia a jugar con la realidad y con la identidad, la maleabilidad mayor del concepto mismo de realidad, erosionado por los avances de la ciencia y el desgaste del discurso p¨²blico y de las pr¨¢cticas pol¨ªticas.
Parece como si en la postelevisi¨®n ya no interese tanto la realidad. Al "cambiemos el mundo" del 68 sucede el "juguemos con su representaci¨®n" de la posmodernidad.
La televisi¨®n de hoy fomenta todas las transformaciones posibles. Por eso he calificado la postelevisi¨®n, jugando con las palabras, de transformista. Transformista en el sentido cabaretero del t¨¦rmino: el gusto por el disfraz, la parodia, los dobles, el juego con el rol (incluso el sexual). Transformista, tambi¨¦n, por esa capacidad que tiene el medio de deformar la realidad hasta llegar a lo grotesco y llevarla hacia los l¨ªmites de lo fant¨¢stico.
?Es ¨¦sta una nueva versi¨®n de "lo real maravilloso", una visi¨®n que, partiendo de la realidad, la amplifica, manipula, transforma en su doble? Con ello se diluyen las fronteras entre lo informativo y lo ficcional. M¨¢s que nunca, la televisi¨®n est¨¢ dividida entre la necesidad de informar y el deseo de espect¨¢culo fomentado por la cultura de masas.
Si todo es posible, nada es real. Todo es posible en televisi¨®n -en cuanto construcci¨®n de la realidad- porque, en el fondo, nada es real, porque lo que ah¨ª se representa no deja huella, no tiene pregnancia. El imperialismo del directo funda una realidad que se legitima por su propia enunciaci¨®n.
Sin huella no hay ¨¦tica de la responsabilidad, porque si la acci¨®n no trae consecuencia, invalida cualquier idea de compromiso de cara al futuro. Lo que hago en televisi¨®n es del orden de la exhibici¨®n: s¨®lo vale en el marco del medio, se sit¨²a al margen del mercado social del valor. Entonces ya no operan los valores sociales. No compromete, me exime de responsabilidad y me saca de toda l¨®gica de la acci¨®n. No imperan los valores al uso y ya no choca el esc¨¢ndalo (lo que es de cariz accidental): ya no hay ni valores est¨¦ticos (bello versus feo, desbancados por lo freak) ni ¨¦ticos (bueno versus malo, suplantados por lo performativo, la capacidad de crearse una imagen por los medios que sea), ni siquiera morales (dignidad, recato, honor, integridad se borran y dejan paso a c¨®digos de sustituci¨®n: la competencia pr¨¢ctica, el valor de uso del medio, la capacidad de desenvolverse en ¨¦l), ni tampoco valores simb¨®licos (en cuanto al estatus de veracidad de la realidad), lo que rompe con el pacto de verosimilitud que une espectador y realidad representada.
El simulacro impera y tambi¨¦n lo que podr¨ªamos llamar lo incre¨ªble. ?La televisi¨®n como nueva expresi¨®n de lo virtual? La televisi¨®n, en todo caso, como huida hacia adelante, que a menudo deja la realidad atr¨¢s...
La televisi¨®n ha llegado a ser un mundo de relaciones "l¨ªquidas" (Bauman) donde se diluyen las categor¨ªas, en particular las que fundan la representaci¨®n moderna -realidad versus ficci¨®n- con inquietantes derivas hacia lo grotesco. De ah¨ª la moda de lo friki como est¨¦tica de la deformaci¨®n, atracci¨®n hacia lo cutre, lo estrafalario, fascinaci¨®n por lo monstruoso (freak en ingl¨¦s).
?Habr¨¢ que concluir que se ha salido de la realidad? Y que, frente a la carencia de lo real, a su diluci¨®n, fabrica su propio ant¨ªdoto, una realidad ex profeso, que se complace en lo especular y lo hiperrreal y procede mediante una licuefacci¨®n de las identidades.
"Bienvenido al desierto de lo real", dec¨ªa Morfeo en Matrix, frase premonitoria que podr¨ªamos adaptar as¨ª a la postelevisi¨®n: Bienvenido al desierto de lo hiperreal...
G¨¦rard Imbert es catedr¨¢tico de Comunicaci¨®n audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, y acaba de publicar El transformismo televisivo (C¨¢tedra).
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