Chapuzones volc¨¢nicos
Un cr¨¢ter deslumbrante y la chispa criolla de Isla de Sal, en el archipi¨¦lago de Cabo Verde
Un peque?o t¨²nel, perforado en la falda del volc¨¢n Pedra de Lume, hace las veces de puerta. Lo atraviesas y tus ojos se deslumbran con el gran redondel del cr¨¢ter, una constelaci¨®n de salinas como las casillas de un damero de piel fr¨¢gil y p¨¢lidos colores, blancos, rosas y malvas. Uno, queriendo, se pone a flotar en salmuera. Parece el Mar Muerto con la diferencia de que en algunas salinas de Pedra de Lume salen chorros de un agua que escalda.
En 1919 se puso un funicular para transportar la sal del volc¨¢n al puerto. Quedan algunos caballetes del tendido y cuatro casas del antiguo pueblo minero de Pedra de Lume. Desde mediados de los ochenta no se explota la sal, aunque el ba?o en el volc¨¢n se ha convertido en una de las mayores atracciones de la isla. Depende de lo que vayas buscando. Hay gente que disfruta viendo c¨®mo cr¨ªa el sol una pel¨ªcula de sal en un rect¨¢ngulo de agua. Y gente que si ve una tortuga, de las muchas que desovan en Cabo Verde, s¨®lo tiene inter¨¦s por el cordao, un trozo de su pene presuntamente afrodisiaco.
Cabo Verde juega mucho a los celajes, a romper las evidencias. Apelan a la morabeza, una palabra criolla llena de posibilidades: hospitalidad, amistad, cortes¨ªa, ganas de agradar, blandura que no falte, que luego igual se hace lo que a uno le da la gana. Eso pone en la pista del car¨¢cter de Cabo Verde, que no es ni un cabo, ni demasiado verde en muchas de sus islas.
En Espargos, la capital de la isla de Sal, no hay ni sombra de tagarninas o trigueros. Con todo, es un buen nombre para una capital alargada, que se anda en un suspiro, y que hace evocar al se?or Napomuceno da Silva Ara¨²jo, el personaje de una novela de Germano Almeida que se hizo rico vendiendo 10.000 paraguas en un lugar donde nunca llov¨ªa.
Almeida ha captado en Viagem pela Hist¨®ria das ilhas (2003) las interioridades de sus amadas islas. Siendo ¨¦l natural de una isla plana y seca como Boa Vista, no tiene empacho en amar la verde y brumosa San Vicente, de hecho es donde vive, y la llama "espejismo del para¨ªso". De Sal dice que es "la isla de los esp¨¢rragos salvajes", y llama a Santiago "la isla de los malos vapores". As¨ª hasta las nueve islas habitadas de las diez grandes de este peque?o archipi¨¦lago tendido frente ?frica, aunque eso tampoco dice toda la verdad.
La fortuna de Cabo Verde fue la triangulaci¨®n entre Europa, ?frica y Am¨¦rica. Por aqu¨ª pasaban los barcos que iban a las Indias Occidentales y Orientales. Aqu¨ª los portugueses, desde el pionero Diogo Gomes, pusieron una base que acabar¨ªa prosperando, no por cultivar ca?a de az¨²car y algod¨®n, sino por el tr¨¢fico negrero.
Las islas de Cabo Verde estaban deshabitadas antes de que llegaran los blancos. Una excusa perfecta para la posesi¨®n. Desde Senegal ven¨ªan partidas de jalofos y sereres a recoger sal que cambiaban por oro de Tombuct¨². A partir del siglo XVI empez¨® a crecer Ribeira Grande, la primera capital de Cabo Verde. Ahora se la conoce como Cidade Velha, un conjunto monumental que desde 1998 est¨¢ siendo rehabilitado con ayuda de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional.
'Morna', g¨¦nero musical
Ribeira Grande fue tambi¨¦n una ciudad espa?ola durante el reinado de Felipe II y la uni¨®n de las coronas hispana y lusa. Pero no es f¨¢cil rescatar la prestancia que se llev¨® el viento. En sitios as¨ª se repite mucho la palabra sodade, forma caboverdiana de saudade (que en portugu¨¦s puede traducirse por nostalgia) y t¨ªtulo de una morna -g¨¦nero musical de la tierra- de C¨¦saria ?vora. Una columna de m¨¢rmol esbelta y manuelina es la picota (o pelourinho) donde se azotaba a los esclavos. Arcos solitarios pugnan por no caer cerca de una calle llamada Banana que se despacha como la primera que hicieron los europeos en ?frica. Mientras el fuerte de San Felipe domina con sus ca?ones oxidados la vieja ciudad y el mar. Drake destruy¨® Ribeira Grande en 1585 y cinco a?os despu¨¦s se construy¨® ese fuerte que tuvo a raya a los piratas hasta que lleg¨® arrasando el franc¨¦s Jacques Cassard en 1712.
En el pueblo junto a Cidade Velha viven unos centenares de personas que agradecen los esfuerzos, no s¨®lo para rescatar conventos como el de San Francisco, o la Pousada de San Pedro, sino sus acequias y los trapiches o molinos tradicionales de ca?a de az¨²car. Todo, mientras se espera que un d¨ªa Cidade Velha sea declarada patrimonio mundial por la Unesco.
Nadie puede quitar a Ribeira Grande haber sido un ombligo del mundo. Atrajo a portugueses, castellanos, franceses... Los esclavos pasaban por su puerto dejando una estela de horror y riqueza. All¨ª recalaron Vasco de Gama en 1497 y Col¨®n en 1498. Elcano llega en condiciones lamentables el mi¨¦rcoles 9 de mayo de 1522, aunque, al venir dando la vuelta al mundo del Este al Oeste, era el jueves 10 de mayo. El gobernador portugu¨¦s lo apresa por pagar v¨ªveres con especias. Eso hab¨ªa delatado a Elcano, quien al final pudo seguir hasta Espa?a con la nao Victoria circunnavegando el planeta.
Santiago tiene muchas playas y mercados, y la nueva capital, Praia, pero si a uno no le va lo de ver coches y peque?os rascacielos, puede acercarse al noreste de la isla, donde viven los rabelados (rebeldes). Descienden de quienes en 1942 se plantaron contra los curas portugueses salazarianos y en general contra el poder instituido. Ya no se bautizaron, ni se casaron por la Iglesia, ni trabajaron para el Estado, ni se dejaron censar. En Espinho Branco hay una comunidad de rebeldes bajo la gu¨ªa de Mois¨¦s Lopes Pereira, quien no deja de predicar la superioridad espiritual sobre el cuerpo. Ser¨¢ por eso que quieren vivir en caba?as hechas con palmas, aunque poco a poco van mandando a sus hijos a las escuelas. S¨®lo los rebeldes mayores leen la Biblia y el Calendario lunario perpetuo, de donde sacan lo que necesitan para cosechar algo.
Ese rinc¨®n de Santiago es la otra cara de Sal, la isla donde un ¨¢rbol es un milagro, un esp¨¢rrago un espejismo, y encima quieren sembrar numerosos campos de golf. Un d¨ªa acabar¨¢n vendiendo todos los paraguas del se?or Napomuceno. Un d¨ªa hasta se acabar¨¢n las cracas, el marisco m¨¢s raro y suculento. Son unos crust¨¢ceos que parecen rocas. Dan un pincho para extraer su carne, sutil como la de una ostra, y luego hay que beber el jugo por el ¨²nico agujero, el superior, que tiene esa piedra. Es cuando el mar de Cabo Verde te toma.
? Luis Pancorbo (Burgos, 1946), es director de la serie Otros pueblos en TVE y autor de El banquete humano (Siglo XXI, 2008).
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