En alerta roja
Pishite pravilno", "escriba con detalle, escriba lo que de verdad ha pasado", no paran de repetir. Por todas partes lo dicen, tanto en Osetia del Sur como en Abjasia y tambi¨¦n en Georgia, y por supuesto que quiero escribir lo que de verdad ha sucedido, pero no es f¨¢cil. "Todo el mundo cuenta historias que justifican sus ideas preconcebidas", manifiesta Dan Kunnin, consejero norteamericano del presidente georgiano Mija¨ªl Saakashvili, desde su oficina del nuevo Palacio Presidencial de Tbilisi. ?Qui¨¦n es el agresor?, ?qui¨¦n es la victima? Para los georgianos, su "integridad territorial" y, por tanto, su derecho a retomar el control a cualquier precio de sus dos regiones separatistas son sagrados; para los osetios y, sobre todo, para los abjasios, se trata de una injusticia hist¨®rica y una aberraci¨®n, y la idea de volver a unirse un d¨ªa a Georgia les parece tan grotesca como pedir a los estonios que vuelvan a unirse a Rusia. "Lo que no entiendo", me dice un d¨ªa en Sojumi, la capital de Abjasia, el historiador Stanislav Lakoba, secretario del Consejo de Seguridad de Abjasia, "es por qu¨¦ los occidentales, que se declaran a s¨ª mismos opositores de Stalin, quieren imponernos las fronteras que traz¨® Stalin".
Para los abjasios, su naci¨®n, en constante competencia con los principados georgianos, nunca ha formado parte de Sakartvelo (Georgia), un territorio de geograf¨ªa variable antes de que los nacionalistas mencheviques y m¨¢s tarde los revolucionarios bolcheviques le dieran su actual forma. Seg¨²n una creencia ampliamente extendida, cuestionada por investigadores para quienes la realidad es mucho m¨¢s compleja, el georgiano Stalin habr¨ªa "dado" Abjasia a Georgia en 1931 en calidad de rep¨²blica aut¨®noma, ya que anteriormente ostentaba un estatuto similar. En diciembre de 1991, los tres presidentes eslavos de la URSS, Bor¨ªs Yeltsin y sus hom¨®logos de Bielorrusia y Ucrania, decidieron que de la disoluci¨®n de la Uni¨®n surgir¨ªan las fronteras de las 15 rep¨²blicas sovi¨¦ticas, sin llegar a ning¨²n acuerdo sobre los derechos de las rep¨²blicas aut¨®nomas de Abjasia, Chechenia o Nagorno-Karabakh -por citar solamente a ¨¦stas-; una decisi¨®n unilateral tomada sin consultar a los interesados y reconocida inmediatamente por una comunidad internacional inquieta y traumatizada (con raz¨®n) despu¨¦s de la II Guerra Mundial por cuestionar las fronteras por muy arbitrarias que fueran. Los georgianos se oponen a esta historia con un dato: el 17,8% de la poblaci¨®n de Abjasia en 1991 eran abjasios (frente al 45,7% de georgianos) y ocupaban el poder gracias al principio sovi¨¦tico de "naci¨®n titular". Y los abjasios, a su vez, mencionan la pol¨ªtica de colonizaci¨®n llevada a cabo por Beria; y los georgianos se acuerdan de la limpieza ¨¦tnica que hubo tras la guerra de 1993... Enfrentamientos sin fin y sin resultado que, a fuerza de creer en los hechos por muy tr¨¢gicos que fueran, han conseguido, al menos hasta ahora, terminar en violencia.
Aunque, a su vez, estos hechos generan nuevos enfrentamientos sobre cuestiones vitales como las siguientes: ?qui¨¦n empez¨®?, ?qui¨¦n es el agresor?, ?qui¨¦n es la v¨ªctima?, ?a qui¨¦n hay que maldecir por todos estos muertos y toda esta destrucci¨®n?
La versi¨®n que los georgianos anteponen hoy d¨ªa es que no hicieron otra cosa que defenderse contra una invasi¨®n rusa organizada desde hace tiempo. "Ser¨ªa rid¨ªculo pensar de otra manera", declara Dan Kunnin. Desde primeros de agosto, la tensi¨®n con Osetia del Sur, que sufri¨® los atentados y bombardeos de las posiciones georgianas alrededor de Tsjinvali, la capital osetia, lleg¨® al l¨ªmite. La comunidad internacional reaccion¨® de forma tibia, content¨¢ndose con decir a los georgianos: "No cedan a las provocaciones", pero sin presionar de ninguna manera a los rusos para que contuvieran a sus amigos osetios. Los combates comenzaron la noche del 7 al 8 de agosto con un bombardeo georgiano sobre Tsjinvali, seguido de una invasi¨®n en toda regla. Leg¨ªtima defensa, afirman los georgianos: cientos de blindados rusos ya hab¨ªan pasado por el t¨²nel de Roki, que une Osetia del Sur y Rusia, y el objetivo de las operaciones georgianas no era otro que detener, o al menos reducir, la invasi¨®n rusa. "Era la cr¨®nica de una guerra anunciada", me dir¨ªa una noche mientras beb¨ªamos una copa de vino en el hall del hotel Marriott de Tsjinvali Guiga Bokeria, viceministro de Asuntos Exteriores y quiz¨¢s uno de los pol¨ªticos m¨¢s influyentes de Georgia. "Al igual que con Garc¨ªa M¨¢rquez, todo el mundo conoc¨ªa el argumento. Sab¨ªamos que esto iba a ocurrir, aunque no esper¨¢bamos que tuviera esta magnitud y que fu¨¦ramos a perder", contin¨²a Guiga. "Hay que hacerles pagar un precio, y ya lo est¨¢n haciendo. Est¨¢n pagando un alto precio ante la comunidad internacional por la destrucci¨®n de todos esos pueblos y esos 10 kil¨®metros. Para ellos, la ¨²nica victoria hubiera sido un cambio de r¨¦gimen. Sin eso no han ganado nada".
El problema de este discurso es que contradice las declaraciones georgianas en el momento del inicio de las operaciones. Cuando comenz¨® la invasi¨®n sobre Tsjinvali, la noche del 7 de agosto, el general Mamouka Qourachvili, comandante de las fuerzas georgianas de mantenimiento de la paz, declar¨® en la televisi¨®n que Georgia acababa de lanzar una operaci¨®n "para restablecer el orden constitucional en Osetia del Sur"; poco despu¨¦s, Dimitri Sanakoev, antiguo separatista que se encontraba en Tbilisi, se dirigi¨® a los osetios, en su lengua, para explicarles que Georgia traer¨ªa la democracia. Antes del 8 de agosto nadie mencion¨® en p¨²blico los blindados rusos. En privado, las cosas eran m¨¢s complicadas. Eka Tkecelachvili, ministra de Asuntos Exteriores de Georgia, me llam¨® y me dijo: "Los rusos est¨¢n entrando en Osetia del Sur con carros y m¨¢s de 1.000 hombres, no hay elecci¨®n, hay que romper el alto el fuego".
La versi¨®n rusa tiene el m¨¦rito de ser clara y cuando menos honesta: Saakashvili es un psic¨®pata, adem¨¢s de un drogadicto, que ha lanzado una ofensiva genocida a la que Rusia no pod¨ªa hacer otra cosa que oponerse. Sin embargo, no s¨®lo los rusos maldicen a Saakashvili por haber iniciado las hostilidades. En efecto, desde su llegada al poder en 2004, despu¨¦s de la revoluci¨®n de las rosas, Saakashvili ha mantenido siempre un discurso muy agresivo contra las dos regiones separatistas que a algunos les recordaba al del primer presidente de la Georgia independiente, Zviad Gamsakhurdia, que consideraba a los osetios como "cerdos indoeuropeos", a los extranjeros como "anfitriones ingratos", y que fue quien desencaden¨® el primer conflicto con los osetios, conflicto que Tbilisi perdi¨®. El nacionalismo de Saakashvili no tiene ese car¨¢cter racista, pero ¨¦l, que le gusta que le comparen con el gran rey David, ?habr¨ªa so?ado con retomar estas tierras por la fuerza? En cuatro a?os dilapid¨® en el ej¨¦rcito un porcentaje exorbitante del PIB de su pa¨ªs. "Misha (en Georgia se llama a todo el mundo, incluso al presidente, por su nombre o diminutivo) siempre ha estado a favor de una soluci¨®n militar", me dijo un d¨ªa en Tbilisi una periodista georgiana que le conoce desde hace m¨¢s de 10 a?os. Adem¨¢s, algunos est¨¢n convencidos de que la invasi¨®n de Osetia del Sur no ha sido m¨¢s que el principio. "Muchos oficiales me han confirmado que esperaban invadir Abjasia sobre la marcha", me cont¨® una tarde Erosi Kitsmarichvili, embajador de Georgia en Rusia. "Pensaban barrer a los osetios en 24 o 36 horas, lanzando a continuaci¨®n una doble ofensiva contra los abjasios y luego contra la base de Senaki y el desfiladero de Kodori". As¨ª que el hecho de que el grueso de las tropas georgianas se encontrara en el oeste del pa¨ªs el 7 de agosto no ser¨ªa una prueba de falta de preparaci¨®n, sino todo lo contrario.
Kitsmarichvili, propietario de la muy influyente cadena de televisi¨®n Rustavi 2, fue durante la campa?a electoral de enero pasado asesor de Saakashvili, antes de ser nombrado embajador en Mosc¨², donde intent¨® estrechar lazos con el presidente ruso Medv¨¦dev y su entorno liberal. Despu¨¦s de los sucesos de agosto decidi¨® pasarse a la oposici¨®n. No parece raro pensar que Saakashvili cay¨® en una trampa rusa. Efectivamente, todo el mundo sab¨ªa que los rusos estaban preparando algo. El mismo Putin lo hab¨ªa anunciado justo despu¨¦s del reconocimiento internacional a la independencia de Kosovo, a la que Mosc¨² contest¨® con energ¨ªa. A primeros de mayo, Rusia despleg¨® 1.000 paracaidistas en Abjasia, adem¨¢s de otros 400 hombres pertenecientes a las tropas de ferrocarriles que fueron enviados para reparar una v¨ªa f¨¦rrea estrat¨¦gica que une las localidades de Soukhoumi y Otchamtchir¨¦, a pocos kil¨®metros del puesto de control, violando as¨ª los acuerdos de mantenimiento de la paz. El 15 de julio, mientras se intensificaban las provocaciones cerca de Osetia del Sur, ten¨ªa lugar un ejercicio militar de gran envergadura, Kavkaz 2008, en la regi¨®n militar rusa del C¨¢ucaso Norte (SKVO), un pretexto perfecto para instalar en la regi¨®n tropas de ¨¦lite, blindados y aviones, fuerzas que permanecieron all¨ª cuando finaliz¨® el ejercicio. A finales de julio, el analista militar ruso Pavel Fergenhauer public¨® un art¨ªculo en el que describi¨® con todo lujo de detalles lo que suceder¨ªa una semana m¨¢s tarde. ?Entonces, c¨®mo es posible que Saakashvili y sus halcones pudieran por un instante pensar que los rusos les iban a dejar tranquilos? "Los ministros georgianos ten¨ªan por costumbre comparar a Osetia del Sur con un diente de leche", explica el embajador de Francia Eric Fourier. D¨ªas antes del conflicto, los oficiales rusos responsables del informe sobre Osetia dec¨ªan: "Los osetios se han hecho incontrolables, no nos escuchan, estamos hartos". Kitsmarichvili se preguntaba a s¨ª mismo si esta operaci¨®n de intoxicaci¨®n no habr¨ªa sido lanzada por un topo del entorno de Saakashvili:
Debido al control absoluto del poder ruso sobre la prensa, los ciudadanos no han tenido casi acceso a la versi¨®n oficial de los hechos, y los observadores extranjeros se han quedado convencidos de las acusaciones iniciales de "genocidio". Todo lo contrario que en Georgia, donde utilizan las t¨¦cnicas m¨¢s modernas. En un intento de dar a conocer su versi¨®n al exterior, el Gobierno contrat¨® los servicios del gabinete de comunicaci¨®n belga Aspect Consulting. Su fundador, Patrick Worms, puso en marcha una red de oficinas en todas las capitales europeas con el fin de ofrecer informaci¨®n diaria para dar cr¨¦dito al relato del Gobierno de Georgia. Prepar¨® una cronolog¨ªa oficial de los hechos que fue distribuida a finales de agosto entre los periodistas y diplom¨¢ticos extranjeros instalados en Tbilisi. En ella se contentaron con afirmar que el 7 de agosto, y sin la menor prueba, "cerca de 150 veh¨ªculos blindados y camiones militares del ej¨¦rcito regular ruso hab¨ªan entrado por el t¨²nel de Roki y avanzaban hacia Tbilisi".
La apertura georgiana a la prensa extranjera es aut¨¦ntica, y si hay manipulaci¨®n de la informaci¨®n est¨¢ en las ant¨ªpodas de los m¨¦todos groseros de los rusos. Para convencerse de ello no hay m¨¢s que comparar las dos "visitas guiadas" a la zona del conflicto organizadas por cada una de las partes una semana despu¨¦s de la derrota georgiana. El lunes 18 de agosto llegu¨¦ a Gori, una ciudad industrial de Osetia del Sur, intentando esquivar, con otros periodistas, los controles rusos que prohib¨ªan el paso. En una gran plaza dominada por una estatua enorme de bronce de Stalin, delante del edificio de la Administraci¨®n del Gobierno, con las ventanas destrozadas por los bombardeos de la semana anterior, qued¨¦ con Kakha Loma?a, secretario del Consejo de Seguridad de Georgia, que me hab¨ªa propuesto visitar los pueblos destruidos al norte de Gori. Con 45 a?os es uno de los pol¨ªticos m¨¢s j¨®venes (Saakashvili tiene 40 y su ministro de Defensa no ha cumplido a¨²n los 30) y m¨¢s valorados por los extranjeros de turno en Tbilisi, por su forma de ser, razonable y reflexiva. "?sta es la respuesta rusa a la revoluci¨®n de las rosas de 2003", me dijo nada m¨¢s saludarnos. Al d¨ªa siguiente, sin embargo, el asunto tom¨® otro cariz diferente del previsto: decenas de periodistas tomaron al asalto a Loma?a en la plaza central, pregunt¨¢ndole si pod¨ªan acompa?arnos. Vyatcheslav Borisov, el general ruso con mando en la zona, se mezcl¨® entre la multitud con Loma?a antes de desaparecer en el edificio del Gobierno. Al final, y con algunas horas de retraso, un largo convoy de ambulancias y de autobuses amarillos cargados de ayuda humanitaria, el pretexto de nuestra visita, se puso en marcha, seguido de media docena de coches llenos de periodistas. Borisov proporcion¨® a Loma?a cuatro paracaidistas que llev¨¢bamos de escolta. El norte de Gori estaba plagado de irregulares osetios, responsables, seg¨²n los georgianos, de los abusos que ¨ªbamos a ver.
Loma?a y yo viaj¨¢bamos en el mismo coche y no paramos de discutir entre una parada y otra. En los pueblos pudimos observar el aut¨¦ntico horror que esta guerra, tan distante y, despu¨¦s de todo, tan intrascendente vista desde las terrazas de las cafeter¨ªas de Tbilisi, ha significado para las personas que viven cerca de la frontera osetia. Desde el 11 de agosto, fecha de la derrota georgiana, los milicianos osetios hicieron estragos con toda impunidad en estos pueblos vac¨ªos de poder, saqueando y quemando las casas, asesinando a los civiles que no quisieron huir. Loma?a nos habl¨® tambi¨¦n de violaciones, que no conseguimos confirmar, pero que parec¨ªan cre¨ªbles viendo la violencia y la rabia existentes. Sacaron de las casas los muebles, los colchones y los cajones para destrozarlos; fotos de familia cubr¨ªan el suelo como testimonio de una salida precipitada. Me invadi¨® un sentimiento amargo de piedad sobre todas esas vidas destruidas, arruinadas para nada. A veces nos encontramos con un charco de sangre y descubrimos, en un jard¨ªn o en un s¨®tano, un cad¨¢ver que un vecino o familiar hab¨ªa cubierto con unas cuantas paletadas de tierra. Los muertos eran viejos o j¨®venes: Koba Tskashavili, que fue abatido delante de la puerta de su casa, ten¨ªa 37 a?os; un poco m¨¢s all¨¢, su vecino Mija¨ªl Melitauri, asesinado junto a su hermano Zakaria, ten¨ªa 71. Sus cad¨¢veres permanecieron cinco d¨ªas en el sal¨®n de la casa porque Gulo, la mujer de Mija¨ªl, estaba demasiado d¨¦bil a sus 70 a?os para enterrarlos. Fueron los guardaespaldas de Loma?a quienes se encargaron de hacerlo durante la primera visita que hicieron al lugar. En total contamos una decena de v¨ªctimas en Tkviavi. Aquel d¨ªa visitamos tambi¨¦n otros pueblos como Karbi, donde murieron ocho civiles y donde las casas fueron destruidas durante los bombardeos rusos o incendiadas por los osetios con tal ensa?amiento que los jardines, empapados con gasolina, ardieron, dejando ver, en medio de la hierba o de los ¨¢rboles calcinados, los esqueletos de las vacas o de las gallinas carbonizados. Sin embargo, la destrucci¨®n fue selectiva: una casa aparec¨ªa incendiada, y las tres siguientes, intactas, o solamente saqueadas. Seg¨²n nos explic¨® Loma?a, los osetios ten¨ªan listas de las personas importantes que les interesaban, como profesores de primaria, polic¨ªas o funcionarios del Ayuntamiento. No todos nos recibieron de la misma forma: unos estaban encantados con la ayuda humanitaria y con los cigarrillos que los amigos de Loma?a les proporcionaron, y los dem¨¢s, locos de rabia, le gritaban a Loma?a: "?Misha nos ha abandonado! ?Queremos un pasaporte ruso, como los osetios! ?Los rusos, al menos, nos proteger¨¢n, no como ustedes!". Todas las poblaciones de nuestro recorrido estaban en territorio osetio, en la "zona de seguridad" prevista en el acuerdo que Nicolas Sarkozy negoci¨® con Mosc¨² y que, aparentemente, parece un acuerdo s¨®lo para los rusos. M¨¢s all¨¢ de la frontera, que permanec¨ªa cerrada, se produc¨ªa una limpieza ¨¦tnica en toda regla. Eduardo Koko?ty, el autoproclamado presidente de Osetia, lo dijo con toda claridad: "Ning¨²n georgiano podr¨¢ volver a 'territorio osetio". La poblaci¨®n de los pueblos ¨¦tnicamente georgianos fue sistem¨¢ticamente perseguida, y sus casas, arrasadas. Completamos el recorrido visitando Tidzrnissi, en la misma carretera que lleva a Tskhinvali, donde pudimos observar el mismo espect¨¢culo que en Tkviavi. A la entrada del pueblo, en la cuneta, hab¨ªa un autob¨²s ametrallado rodeado de todo tipo de restos y documentos de identidad, el cad¨¢ver de uno de los pasajeros yac¨ªa un poco m¨¢s abajo. Los fot¨®grafos y los c¨¢maras se daban codazos para fotografiarle o filmarle. Una imagen completamente in¨²til y demasiado horrible para ser mostrada: un cad¨¢ver completamente calcinado y cubierto de gusanos blancos que echaba un hedor insoportable.
La visita a Osetia del Sur organizada por los rusos dos d¨ªas despu¨¦s fue algo totalmente diferente. Loma?a no particip¨®, se limit¨® a responder a las preguntas de los periodistas. La visita fue organizada por un jefe de prensa, Aleksandr Matchevsky, un hombrecillo fornido y bronceado que gritaba constantemente y al que los periodistas llamaban "el peque?o Goebbels". En el primer pueblo georgiano, donde ya hab¨ªamos estado con Loma?a, no dud¨® en decir ante las c¨¢maras que las casas que est¨¢bamos viendo hab¨ªan sido destruidas por explosiones de gas o cortocircuitos, como consecuencia del abandono. "Sacha", le pregunt¨® de pronto un periodista ingl¨¦s, "?de verdad se cree usted una sola de las palabras que nos ha dicho?". "?Piensa que estoy mintiendo?", le grit¨® Sacha. "Creo que s¨ª", le contest¨® el periodista.
Un poco m¨¢s lejos, al oeste de Tskhinvali, llegamos a Khetagourovo, un pueblo osetio bastante destruido. Los georgianos no niegan que lo hubieran bombardeado, pero afirman que los osetios hab¨ªan instalado all¨ª artiller¨ªa pesada. Seg¨²n los lugare?os con los que hablamos, no hab¨ªa m¨¢s que unos cuantos milicianos en sus coches que se largaron al primer disparo sin defender el pueblo. Un ni?o de 10 a?os me dijo que los georgianos hab¨ªan adornado sus tanques con cabezas cortadas. "?T¨² lo has visto?", le pregunt¨¦. "No, me lo ha dicho un amigo". Igual que un lugare?o georgiano de Karaleti que nos cont¨® que los rusos, los osetios y los chechenos hab¨ªan asesinado a cientos de sus vecinos sin poder ense?arnos ni un solo cad¨¢ver.
Incluso en Tskhinvali nos llevaron antes que nada a ver un barrio completamente destruido, el pretendido "barrio jud¨ªo" (desde la ¨¦poca bolchevique nunca tuvo nada de jud¨ªo). Seg¨²n los periodistas que ya conoc¨ªan Tskhinvali antes de la guerra, el problema de este barrio es que ya fue bombardeado en 1991 y poco despu¨¦s reconstruido. En una visita tan r¨¢pida es dif¨ªcil distinguir si la destrucci¨®n es antigua o reciente, y si puede ser atribuida a los bombardeos georgianos del 7 y el 8 de agosto o a los rusos en su contraofensiva del 9 y el 10. Sus habitantes no fueron de gran ayuda porque cualquier pregunta fue objeto de reacciones exacerbadas e hist¨¦ricas, como si se pusiera en duda la realidad del "genocidio" que todos estaban convencidos de haber sufrido. "Los georgianos nos hubieran matado a todos. Gracias a Dios, Rusia nos ha salvado", dec¨ªa Fatima Tadtaeva, una actriz que vive en este barrio, antes de contarnos que su primo Fedel Tadtaev, su mujer y sus tres hijos fueron asesinados por un blindado georgiano cuando intentaban huir de la ciudad en coche. Nuestra visita continu¨® en la base de las fuerzas de mantenimiento de la paz, que fue asolada durante la ofensiva georgiana. El coronel Igor Konatchenkov nos habl¨® de las bajas que sufrieron: 15 muertos y casi 150 heridos, la mayor¨ªa de ellos atrozmente asesinados -nos dio a entender- por un bombardeo inesperado mientras dorm¨ªan. El coronel no ten¨ªa ninguna duda de la premeditaci¨®n georgiana. "Hace medio a?o que preve¨ªamos que los georgianos se preparaban para una guerra; trajeron hombres y se aprovisionaron de armas y munici¨®n. Era evidente que preparaban una ofensiva". Mientras la mayor¨ªa de los periodistas fotografiaban las ruinas, me dirig¨ª al fondo de la base donde unos soldados arreglaban unos blindados o descansaban delante de unos edificios menos destruidos. Se trataba de un grupo de soldados profesionales contratados por un a?o, que cobraban 770 euros al mes y que me invitaron a compartir el aperitivo, tchatcha (aguardiente de 60 grados) y kompot (zumo de frutas marinadas mezclado con agua), al mismo tiempo que me contaban los detalles de la batalla. Estuvieron en estado de alerta desde la noche del 7 de agosto, cuando comenz¨® la ofensiva georgiana, y contaron las primeras bajas la ma?ana del d¨ªa 8, momento en que sus adversarios iniciaron el asalto a la base con tiros de artiller¨ªa. Una parte del campamento fue destruida, oblig¨¢ndoles, por tanto, a realizar una evacuaci¨®n parcial. Los georgianos no negaron haber atacado la MS porque all¨ª se guardaba la artiller¨ªa osetia, que hab¨ªa lanzado contra ellos, por lo que no tuvieron m¨¢s remedio que responder. Aunque quitaron importancia a los bombardeos sobre la ciudad, afirmando, contra toda evidencia, que hab¨ªan disparado solamente contra objetivos militares.
Cuando reiniciamos la ruta y est¨¢bamos cerca de Tkviavi -Loma?a hab¨ªa evitado el d¨ªa anterior ense?arnos este lugar-, Sacha nos mostr¨® una posici¨®n de la artiller¨ªa georgiana desde donde hab¨ªan disparado cohetes Grad de 122 mil¨ªmetros, unos proyectiles muy poco precisos cuya utilizaci¨®n contra una ciudad llena de civiles es considerada, en t¨¦rminos de derecho, un bombardeo indiscriminado. En aquel lugar cont¨¦ cerca de 540 cajas de proyectiles vac¨ªas, de marca eslovaca, amontonadas unas encima de otras y abandonadas. Konatchenkov me dijo que hab¨ªa otros cinco lugares como ¨¦se, pero que no me los ense?ar¨ªa. Claro est¨¢ que los georgianos afirmaron haber utilizado solamente los Grad contra los blindados rusos en el pueblo de Java, y armas m¨¢s precisas para bombardear Tskhinvali, como ca?ones autotransportados eslovacos Dana de 152 mil¨ªmetros. De nuevo, una informaci¨®n imposible de verificar.
La atracci¨®n principal de este Magical mystery tour fue el concierto de m¨²sica cl¨¢sica que ofreci¨® Valery Guerguiev y la Orquesta del Teatro Marinsky de San Petersburgo ante el edificio en ruinas del Parlamento. Desde hace a?os, los georgianos hab¨ªan intentado, sin ¨¦xito, invitar a Gerguiev, natural de Osetia del Norte y gran amigo de Putin, a Tbilisi a dar un concierto de "reconciliaci¨®n". El concierto fue un sublime ejercicio de propaganda sovi¨¦tica: una multitud sabiamente escogida de ancianos y ni?os llevando velas o fotos de sus muertos, militares agitando con pocas ganas las nuevas banderas y periodistas.
Lo que m¨¢s me habr¨ªa de sorprender de este viaje ser¨ªa el ej¨¦rcito ruso. El que conoc¨ª en Chechenia en 1996 estaba sobre todo compuesto por reclutas, casi ni?os, muertos de hambre y de miedo, y el de 1999-2000, por soldados borrachos, violentos, corruptos, los kontraktniki, reclutados entre lo m¨¢s bajo de la sociedad rusa. Los soldados rusos desplegados en Georgia son sorprendentemente diferentes: disciplinados, relativamente educados, profesionales, seguros de s¨ª mismos. En uno de los pueblos que visitamos con Loma?a me puse a hablar con un suboficial, comandante de la escolta rusa perteneciente a la famosa Divisi¨®n 76? Aerotransportada de Pskov, una unidad de ¨¦lite, y le ofrec¨ª un cigarrillo, que tranquilamente rechaz¨®. "?Pero c¨®mo?". "Un soldado que no fuma, nunca hab¨ªa visto nada parecido", brome¨¦. Imperturbable, con su Kal¨¢shnikov entre los brazos, respondi¨®: "Ahora no est¨¢ de moda fumar, sino hacer deporte". Ninguno de estos soldados se siente un ocupante, y muchos aceptan con escepticismo la versi¨®n oficial que les dan sus mandos, sobre todo los soldados musulmanes, muchos de ellos nativos del C¨¢ucaso Norte.
El general Vayatcheslav Nokolaevitch Borisov, un hombre gordo, despechugado, con el rostro sonrosado y congestionado por el alcohol, de palabra tosca y grosera, es un oficial de la vieja escuela de alto grado, el n¨²mero 2 de las Fuerzas Aerotransportadas, destacado en Georgia con sus paracaidistas especialmente para esta misi¨®n. La relaci¨®n entre Borisov y el general Marat Koulakhmetov, que dirige la MS ubicada en Osetia del Sur, es dif¨ªcil de entender, a pesar de que parece que trabajan conjuntamente y que los dos rinden cuentas al general Sergu¨¦i Makarov, jefe del Estado Mayor del SKVO y, aparentemente, uno de los mayores responsables estrat¨¦gicos de la invasi¨®n de Georgia. Borisov, que maneja su astucia perfectamente, juega con habilidad a la confusi¨®n en las negociaciones con los georgianos sobre una eventual retirada de Gori. "Yo no tomo decisiones, tengo muchos superiores. Estoy preparado para irme, pero no me dan las ¨®rdenes". "No par¨® de dec¨ªrmelo", me explic¨® Kakha Loma?a una ma?ana, "es un juego, existe confusi¨®n, aunque la utilizan para alargar las cosas". "Para Borisov, el saqueo es la ley de la guerra", constata Loma?a. Est¨¢ reduciendo los efectos econ¨®micos del bloqueo ruso, no solamente porque el pa¨ªs est¨¢ cortado en dos, sino porque, adem¨¢s, los rusos controlan Poti, el ¨²nico y m¨¢s importante puerto del pa¨ªs por el que transita todo su comercio internacional y una parte de las exportaciones de petr¨®leo de Bakou. Armenia se encuentra al borde de la asfixia, ya que todas sus importaciones pasan por Georgia.
El mi¨¦rcoles 20, Loma?a intent¨® volver a visitar los pueblos del norte de Gori con un nuevo convoy de ayuda y algunos periodistas. En el primer control, el oficial de guardia, que el d¨ªa anterior hab¨ªa obedecido sin rechistar a los paracaidistas de Borisov, rechaz¨® categ¨®ricamente dejarnos pasar. "No dependo de Borisov", le dijo a Loma?a. "Su zona termina all¨ª (indic¨® con la mano hacia Gori). Yo dependo de Koulakhmetov, que ahora controla toda esta zona". Cuando Loma?a llam¨® por tel¨¦fono a Borisov para preguntarle, ¨¦ste le confirm¨® que ya no estaba al mando. "Es un mal s¨ªntoma", me dijo Loma?a. "Estoy muy deprimido. Ayer me sent¨ªa optimista, pero hoy no". Por la tarde, todos los controles rusos de la ciudad recogieron sus pertenencias y desaparecieron sin avisar. En el edificio de la Administraci¨®n del Gobierno, los oficiales georgianos se mostraban nerviosos. Loma?a ten¨ªa miedo de que los saqueadores osetios aprovecharan el vac¨ªo de poder para entrar en Gori. "?Y su polic¨ªa?", le pregunto. "No s¨¦ qu¨¦ hacer. Desde ayer, en Mosc¨², los rusos no paran de repetir que, con motivo de la retirada, van a dejar de lado las provocaciones. Tengo miedo de que sea una trampa". Le resulta muy dif¨ªcil hablar con Tbilisi porque las comunicaciones no son seguras: los rusos escuchan todo. "?Y usted, Jonathan? ?Qu¨¦ me aconseja que haga?". Dudo. "No s¨¦... si verdaderamente tiene miedo por la seguridad de la ciudad, estar¨ªa bien que viniera la polic¨ªa". Cuando salgo del edificio me encuentro con una docena de hombres caminando sin hacer nada entre las escaleras y la parte de atr¨¢s de la estatua de Stalin. Uno de ellos es Vlad¨ªmir Vardzelachvili, el joven gobernador de la regi¨®n de Gori y antiguo futbolista, vestido muy elegante con una camisa de seda rosa con gemelos dorados. Un hombre le dio una c¨¢mara de fotos enorme. Lado, como todo el mundo le llama, me mostr¨® la pantalla. "Mire". Era una foto de la nueva base militar al oeste de la ciudad que hab¨ªan ocupado los hombres de Borisov cuando tomaron Gori y que hab¨ªa sido saqueada por los ocupantes. "Mire". Aument¨® la imagen dejando ver la puerta de color verde pistacho de uno de los edificios de la base. "All¨ª". En medio de la puerta acristalada se pod¨ªa ver, efectivamente, una mancha blanca borrosa. "Han minado la base; se marchan y quieren que todo salte por los aires". Unos d¨ªas despu¨¦s, Loma?a negocia con Borisov salvar la base, excusando que necesitan los barracones para alojar a los refugiados. Pero Mosc¨² ha jurado que destruir¨ªa la infraestructura militar georgiana, y Borisov no se muestra muy tranquilizador. Acompa?o a Loma?a a inspeccionar los controles de seguridad, comprobando que todos han desaparecido, y nos cruzamos con un convoy de unos sesenta camiones y blindados rusos cargados con los muebles que hab¨ªan saqueado.
Es ya de noche cuando volvemos a Gori, hace mucho fr¨ªo y viento. Lado, el gobernador, est¨¢ sentado en las escaleras rodeado de hombres que fuman y discuten. Un poco m¨¢s tarde se reunir¨ªa con Loma?a y otros oficiales en su despacho, amueblado con nuevos y flamantes sof¨¢s de piel negra de Ikea, una televisi¨®n de pantalla plana, y decorado con un plano enorme de la regi¨®n, numerosos iconos, un sable de samur¨¢i, una pistola del siglo XIX, armas ex¨®ticas falsas y una maza medieval. En la reuni¨®n se habla del aprovisionamiento de la ciudad, del restablecimiento de las l¨ªneas de autobuses entre las poblaciones vecinas cuando se confirme la retirada. Hacia las nueve y media de la noche o¨ªmos un rumor en la plaza, y todo el mundo, oficiales, periodistas, guardaespaldas, se asoma a las ventanas. Delante del edificio vemos pasar una columna de soldados y blindados ligeros. Loma?a, cabizbajo, env¨ªa a unos hombres a informarse, consiguiendo averiguar que los controles se han vuelto a establecer y que se trata de nuevos soldados al mando de un nuevo capit¨¢n. Agita su cabeza: "Est¨¢n jugando al gato y al rat¨®n con nosotros". Poco despu¨¦s nos encontramos en la escalera de entrada. Vardzelachvili nos cuenta que Borisov le llam¨® al mediod¨ªa: "?Por qu¨¦ no han tra¨ªdo a la polic¨ªa?", me pregunt¨®. Loma?a, medio sonriendo, me llev¨® aparte. "Lo ve, Jonathan, me aconsej¨® mal. Ahora estoy convencido de que era una provocaci¨®n. Si hubi¨¦ramos llevado a la polic¨ªa, estar¨ªamos todos arrestados en este momento".
Vardzelachvili nos llev¨®, a m¨ª y a algunos periodistas, a comer algo a su casa, un apartamento alquilado de techos artesonados, muy kitsch. La comida fue muy decepcionante: salchichas, kacha, patatas, tomates, pan, pero al final sac¨® una botella de co?ac franc¨¦s: "Tengo una colecci¨®n con doscientos tipos diferentes", coment¨® mientras beb¨ªa y fumaba. Habl¨® de Stalin, a quien a¨²n veneraban muchos de los habitantes de la ciudad. "No entiendo la obsesi¨®n que tienen; si dependiera de m¨ª, quitar¨ªa la estatua. Odio a Stalin. Estamos en esta mierda por su culpa; fue ¨¦l quien hizo todo esto, lo de Abjasia, Osetia... En 1952 dio Sotchi a Rusia". Volver¨ªa a hablar de Stalin cada dos minutos.
Acab¨¢bamos de volver de patrullar la ciudad desierta con Loma?a y sus guardaespaldas, y mientras esper¨¢bamos en la plaza bajo una lluvia ligera a que uno de los amigos de Vardzelachvili nos proporcionara un hotel para dormir, aparecieron dos rusos borrachos en un jeep. "Nos hemos perdido. ?Nos podr¨ªan indicar c¨®mo ir a Tskinvali? Comienza una extra?a conversaci¨®n entre ellos y Vardzelachvili: "?Qu¨¦ hacen aqu¨ª a esta hora?", pregunt¨® uno de los rusos en un tono un tanto agresivo. "Estamos vigilando la ciudad", respondi¨® Lado con suavidad. "?De qu¨¦?, est¨¢ intacta, miren, ah¨ª est¨¢ su Stalin, sigue en pie". "No se debe derribar, ha salvado nuestra ciudad, deber¨ªan agradec¨¦rselo". Cada vez se enfadaba m¨¢s: "?Han visto Tskhinvali?". "?1.500 mujeres muertas!". Lado no dijo nada, se limit¨® a pedir a uno de sus hombres que guiara a los rusos. Al d¨ªa siguiente nos despertamos con un extra?o ruido: en la calle, un empleado municipal limpiaba a conciencia con una excavadora los bordes de los parterres. Loma?a, que deb¨ªa reunirse con oficiales de Osetia del Sur para hablar de los rehenes, acept¨® que le acompa?ara. El d¨ªa anterior, despu¨¦s de un intercambio de prisioneros militares, los georgianos entregaron a los rusos los cad¨¢veres de dos soldados, entre ellos, un piloto. Se esperaba que los osetios trajeran hoy a varios civiles.
La reuni¨®n se aplaza hasta la tarde en el hospital militar. Borisov acude con otro general de las Fuerzas Aerotransportadas y un tal Sanakoev, que se presenta a s¨ª mismo como "consejero de derechos humanos" del presidente Koko?ty. Sanakoev ha venido con dos autobuses amarillos llenos de civiles georgianos, mujeres, ancianos y ni?os. Todos se dan la mano antes de subir a la sala de reuniones. La delegaci¨®n georgiana est¨¢ formada por Loma?a, el viceministro de Defensa, y Guivi Targamadze, jefe de la Comisi¨®n Parlamentaria de Seguridad y Defensa, hombre pr¨®ximo a Saakashvili. El encuentro es formal, correcto; Borisov, en el centro de la mesa, preside. Interviene poco, siempre de forma breve y con decisi¨®n, de tal manera que las negociaciones amenazan con atascarse. Sanakoev, solicita que, antes de liberar al resto de los prisioneros civiles, los georgianos dejen en libertad no s¨®lo a los milicianos capturados durante los combates, como estaban dispuestos a hacer, sino tambi¨¦n a una veintena de delincuentes osetios encarcelados en Georgia desde hace a?os. Targamadze protesta. Sanakoev, molesto, se explica: "No quiero politizar la situaci¨®n... tienen que comprender que, si vuelvo con las manos vac¨ªas, veo dif¨ªcil que el proceso pueda continuar". "El presidente es el ¨²nico que puede decidir", contesta Targamadze. "Esos delincuentes fueron juzgados y condenados, no pueden ser puestos en libertad as¨ª". Finalmente, Borisov zanja el problema: "Lado, no se puede ser tan quisquilloso por unos cuantos ladrones de coches. Hagamos una lista A y una lista B, que se entreguen los ladrones y los yonquis y nos quedamos con los otros. As¨ª todos estar¨¢n contentos". A continuaci¨®n discuten el tema de la retirada rusa. Loma?a pide a Borisov una explicaci¨®n de lo que sucedi¨® en la ciudad, el porqu¨¦ de esa retirada de unas horas y el regreso de los controles. El general lanza una carcajada socarrona: "Ah, no era nada. El general que me reemplaz¨®, el de la Divisi¨®n 42?, es joven y no sabe nada. Le dijeron que quitaran un blockpost para dejar pasar a un convoy y mand¨® quitar todos. Makarov se puso furioso y los volvieron a poner. Eso es todo lo que pas¨®". ?De verdad? Cuando la reuni¨®n termin¨® le explic¨® a un periodista de Gori que fueron los georgianos los que le hab¨ªan pedido que volvieran a colocar los controles. "Me dijeron que no pod¨ªan organizarse para establecer la seguridad".
El viernes 22, fecha de la retirada prometida por Medvedev, el juego contin¨²a. En los controles de la trassa, los periodistas charlan con los soldados mientras esperan. Nadie pod¨ªa pasar. Me cruc¨¦ con Vardzelachvili, que volv¨ªa a Gori, y me fui con ¨¦l. Nos pasamos la tarde indecisos, sin saber qu¨¦ hacer. Loma?a est¨¢ en Tbilisi. En el hospital, el viceministro y Sanakoev proceden a realizar el intercambio de prisioneros: una furgoneta de civiles por cinco milicianos osetios, uno de ellos lo ha pasado muy mal en la c¨¢rcel georgiana y tiene que ser hospitalizado; otro es recibido por su mujer, que le acaricia con ternura la mano mientras mira al infinito. No podemos preguntarles nada, un acompa?ante nos empuja para que nos vayamos. Intentamos convencer a Sanakoev para que nos lleve con ¨¦l a Tskhinvali. "?Siempre se est¨¢n quejando de que los medios occidentales no son imparciales, pero ustedes no nos dejan pasar! ?C¨®mo pretenden que seamos objetivos, si s¨®lo nos dejan ver lo que pasa en un lado!". "Es verdad, es verdad, pero tengo que pedir permiso, no puedo decidir, ll¨¢menme m¨¢s tarde". Al final, sentado en el maletero de un coche junto a fot¨®grafos y periodistas americanos, consigo ver la salida de las primeras columnas rusas y la entrada en Gori de los primeros pick-up de la polic¨ªa, que entran en las calles triunfalmente antes de dispersarse por la ciudad. Los rusos abandonan sus posiciones. Loma?a llega al atardecer y ofrece una conferencia de prensa improvisada: "En una hora se retirar¨¢ el ¨²ltimo control y la polic¨ªa se har¨¢ cargo de la vigilancia de la ciudad". A lo lejos o¨ªmos una fuerte explosi¨®n y consigo ver que los rusos, antes de abandonar la base, han hecho explotar un dep¨®sito de municiones. Mientras observamos c¨®mo arde, una segunda detonaci¨®n nos coge por sorpresa. Los guardaespaldas se tiran sobre Loma?a, que, furioso, les golpea ech¨¢ndoles hacia atr¨¢s. Un c¨¢mara graba mientras miramos el incendio y escuchamos nuevas detonaciones. M¨¢s tarde me encuentro de nuevo con Loma?a en el hospital para que nos lleve, a un compa?ero y a m¨ª, a Tbilisi. Hablamos de pol¨ªtica; quiere saber lo que pienso acerca de las posibilidades de Georgia, despu¨¦s de los acontecimientos, de entrar en la OTAN, y le recito la opini¨®n de un diplom¨¢tico europeo: "Lo que en la OTAN se preguntan es c¨®mo se puede confiar en un pa¨ªs que provoca una guerra sin avisar a sus aliados. Los Estados desconf¨ªan de ustedes. Y por tanto, me atrevo a dec¨ªrselo, hay mucha gente en Occidente que piensa que su presidente est¨¢ loco, que no se puede confiar en ¨¦l". Mientras me escuchaba distra¨ªdo, se sobresalta: "?Loco?, ?qui¨¦n est¨¢ loco? ?Misha?, el presidente, ?loco?". Muy enfadado, se marcha con brusquedad y desaparece en el hospital. Media hora m¨¢s tarde sale y, sin decir una palabra, nos invita a entrar en su 4¡Á4. En la trassa, los faros del coche iluminan el camino en la oscuridad, Loma?a llama por tel¨¦fono a Baghdassarian y despu¨¦s se instala un largo silencio. De pronto se vuelve hacia m¨ª: "Sabe usted, Jonathan", empieza a decir con dulzura, "he pensado en lo que me ha dicho. Comprendo perfectamente que Misha pueda inquietar a la gente. Objetivamente, puedo decirlo, no es... una persona muy equilibrada" (con las dos manos imita a una balanza; mi compa?ero y yo le escuchamos mudos). "Es... imprevisible, muy emocional. Personalmente, no son las cualidades que m¨¢s aprecio en ¨¦l. Pero... usted tiene que comprender, a veces hace falta alguien que pueda... hacer las cosas que otro no har¨ªa. O hacer las mismas cosas, pero de otra manera. Y eso es lo que hace Misha. Todo el mundo piensa que estamos locos por habernos enfrentado a Rusia. Estamos en un momento en que la situaci¨®n internacional est¨¢ cambiando, y ahora Rusia y otros pa¨ªses sienten que es el momento de redefinir la situaci¨®n, el medio internacional. Y nosotros... hemos sacrificado tantas vidas..., puede que el resto del mundo se d¨¦ cuenta de eso, de qui¨¦n es Rusia, para que por fin y de la mejor manera empiecen a reaccionar ante esta nueva situaci¨®n". Cada vez hablaba con m¨¢s emotividad y entusiasmo. Aunque no estoy de acuerdo con su manera de presentar las cosas, con su relato, reconozco que le sal¨ªa del coraz¨®n, que verdaderamente cre¨ªa en lo que dec¨ªa. "Georgia se ha sacrificado para que la comunidad internacional se d¨¦ por fin cuenta de lo que tiene enfrente y pueda reaccionar. Se ha sacrificado para que el resto del mundo abra los ojos".
Podr¨ªa detenerme aqu¨ª, pero creo que un poco de perspectiva nunca viene mal. Por eso me gustar¨ªa comentar la reacci¨®n de odio que tuvo un miliciano osetio, que llevaba en la cabeza una boina con una foto del Che, cuando sal¨ªa de Akhalgori, una peque?a poblaci¨®n georgiana cuyo control los osetios acababan de perder. Me vio mientras tomaba una cerveza y me pregunt¨®: "?Est¨¢ buena?". "No est¨¢ mal", contest¨¦. "No, no est¨¢ buena y sabes por qu¨¦, porque es georgiana, s¨®lo por eso".
El martes siguiente, en Sojumi, el anuncio del reconocimiento de independencia de Abjasia por parte de Rusia produjo una explosi¨®n de alegr¨ªa impresionante. "Los j¨®venes salieron a la calle despu¨¦s de o¨ªr a Medvedev, tocaron las bocinas, se pusieron a cantar, a tirar disparos al aire, corr¨ªan por todas partes con banderas", me cont¨® Manana Gourgolia, jefe de la agencia de prensa abjasia Apsnypress. Y por la noche, despu¨¦s de los fuegos artificiales que Mosc¨² organiz¨®, muchos j¨®venes se reunieron en la plaza delante del Palacio de los S¨®viets, incendiado y abandonado desde 1993, plet¨®ricos de alegr¨ªa.
"Vistas desde aqu¨ª, las pretensiones georgianas sobre la regi¨®n se parecen m¨¢s a un atavismo de la ¨¦poca de Stalin", comentaba con iron¨ªa Sergu¨¦i Chamba, ministro de Asuntos Exteriores de Abjasia. Los abjasios, a diferencia de los osetios, tienen un Gobierno de verdad, un aut¨¦ntico sentimiento nacional, y no son v¨ªctimas de las ambiciones rusas. "Es verdad que existe un riesgo de colonizaci¨®n. Pero si tenemos que elegir entre Georgia y Rusia, elegimos a Rusia", reconoce Chamba. "Rusia no permite a nadie elegir. El mundo entero puede poner una cruz en la integridad territorial de Georgia", recalca Lavrov, su ministro de Asuntos Exteriores. "?Hubi¨¦ramos tenido que limpiarnos los mocos ensangrentados y bajar la cabeza?", a?ade Putin con su particular manera de decir las cosas. "Saakashvili es un cad¨¢ver pol¨ªtico", concluye Medvedev dando claramente a entender que las cosas no quedar¨¢n as¨ª. Pero prefiero que sea R¨¦gis Gent¨¦, un periodista franc¨¦s que vive en Tbilisi desde hace tiempo, quien diga la ¨²ltima palabra: "Har¨ªa falta que los georgianos se olvidaran de su obsesi¨®n por las rep¨²blicas separatistas durante 10 o 15 a?os por lo menos. Que se centraran en el desarrollo de su pa¨ªs, en la econom¨ªa, en las instituciones, en su democracia. El tiempo pasa y van a dejar de lado todo lo que verdaderamente desean".
Traducci¨®n de Virginia Solans
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