La guerra es mal¨ªsima para la memoria
La dificultad de recordar y asumir los episodios m¨¢s traum¨¢ticos del pasado es com¨²n a personas y pa¨ªses - Cada uno remodela su recuerdo y hace falta tiempo para asimilar una historia global
?Mat¨® a alguien? "No lo s¨¦. Nunca sabes. Todos tiran. T¨² tiras...". Cirilo Carranza, de 87 a?os, no ha titubeado hasta este momento. Ha desplegado su memoria con exactitud sorprendente, evocando sucesos de hace 70 a?os: la marcha hacia el Ebro con la XIII Brigada Internacional, entre campos donde los campesinos dejaban su tarea para animarlos levantando el pu?o y gritando "?Viva la Rep¨²blica!"; el cruce del r¨ªo el 25 de julio de 1938 a las 24.00 -"?C¨®mo lo pas¨¦? En barca, en silencio, el miedo te hace silencioso. ?Si hab¨ªa peligro? ?Claro, co?o!"-; el ataque de la aviaci¨®n en el llano de Corbera -"Nos ametrall¨® la escuadrilla de Morato, cabrones, con sus Mecheresmits"
[lo pronuncia as¨ª, con rabioso stacato, y no Messerschmitts]. "Si nos pillan en la sierra de P¨¤ndols, donde no pod¨ªas esconderte, cavar, yo estar¨ªa muerto"-; el asalto de "los moros, mala gente, a¨²n hoy no puedo ni verlos"; la ocasi¨®n en que, por primera vez en a?os, comieron pl¨¢tanos; los polacos de la brigada gritando "?Curva!" -"?Sabe usted qu¨¦ significa? S¨ª, ejem, puta"-; la retirada, "muy ordenada", protegidos por "La Gloriosa, nuestra aviaci¨®n".
"Derrib¨¦ a cuatro rusos. Los mat¨¦", recuerda el piloto Peter Brill
"La memoria es subjetiva e individual", se?ala Ronald Fraser
En Francia cuesta asumir la presencia de SS alsacianos en Oradour
En Gran Breta?a tienen Dunkerque, los bombardeos o los 'gurkhas'
Ha recordado, sorbiendo su cortado y trazando l¨ªneas con el dedo sobre la baqueteada mesa del bar, posiciones y movimientos. Ha recordado el co?ac con que llenaba la cantimplora, las galletas y el membrillo, el peso de su fusil, "un fusil ruso, m¨¢s alto que yo, muy malo, que a los dos tiros se me atascaba, suerte de las bombas de mano". Pero en su memoria, aunque hay muertos -"A veces ten¨ªamos que enterrarlos porque hac¨ªan mal olor"-, Cirilo no mata a nadie, ni siquiera ve morir a nadie. "Si avanzas no te paras porque alguien caiga, y si retrocedes, menos; nadie mira atr¨¢s".
El testimonio de Carranza, nacido en Barakaldo pero criado en Badalona, que se enrol¨® como voluntario con 17 a?os y, hombre ¨¢spero pero honesto, a¨²n sigue fiel al ideario revolucionario -"?Que trabaja usted en domingo? ?Joder! ?Para eso hicimos la guerra?"-, es muy diferente al de otro veterano, de otra contienda, el alem¨¢n Peter Brill, de 85 a?os, piloto de caza de la Luftwaffe en la II Guerra Mundial. Y sin embargo guarda puntos de contacto en algo esencial: a ¨¦l tambi¨¦n le cuesta reconocer que mat¨® a alguien.
En la terraza de su casa barcelonesa -curiosamente vecina a la de Jordi Pujol-, mientras caen las sombras y revolotean un par de murci¨¦lagos, Brill evoca su peripecia en la Jagdgeschwader 77 (escuadrilla de caza). Empez¨® sus vuelos de combate en el frente occidental, nada menos que en la Operaci¨®n Bodenplatte, el desesperado ataque de cazas a los aer¨®dromos aliados de B¨¦lgica y Holanda en enero de 1945. Luego pas¨® al frente del Este.
El ex piloto de la Luftwaffe tambi¨¦n recuerda pormenorizadamente, mientras la brisa mueve suavemente las maquetas de aeroplanos que tiene colgadas en la habitaci¨®n abierta a la terraza. Recuerda la carlinga del Messerchmitt-109, que se cerraba igual que un ata¨²d. El consejo de "nunca ir para abajo" cuando te persegu¨ªa un Mustang, mucho m¨¢s r¨¢pido al picar. La ocasi¨®n en que se le par¨® el motor del avi¨®n a 8.000 metros sobre territorio ruso, o aquella en que los bombarderos sovi¨¦ticos se defendieron "lanzando granadas en paraca¨ªdas sobre nuestros cazas". Cuarenta combates.
No querr¨¢ recordar si hizo derribos hasta pasado mucho rato de conversaci¨®n -"?No se lo digo!"-. Entonces s¨ª, cuando la noche ha borrado a su interlocutor, llega la confidencia: "Derrib¨¦ a cuatro rusos. Los mat¨¦ seguro. Les tiras con todo. El avi¨®n se destroza. Nadie sale vivo. No me gusta hablar de eso. No estoy orgulloso".
El octogenario piloto, el viejo soldado republicano... "La memoria es lo que la gente quiere recordar", se?ala el historiador Ronald Fraser, autor de Recu¨¦rdalo t¨², y recu¨¦rdalo a otros (Cr¨ªtica), sobre la experiencia de m¨¢s de 300 personas durante la Guerra Civil. "De todos esos entrevistados, no encontr¨¦ ni a uno solo que hubiera matado a alguien", contin¨²a agitando la cabeza mientras bebe un agua en el bar de su hotel, durante una visita a Barcelona. "Es bastante llamativo, la gente no quiere recordar lo que no est¨¢ socialmente permitido". Como en el caso de Carranza, de Brill o de aquel otro piloto, Jos¨¦ Sandoval, as de la aviaci¨®n republicana a los mandos de su Chato, que nunca quiso hablar de sus derribos. "S¨ª, s¨ª, es as¨ª, muy curioso". ?Y se puede recuperar la memoria global de la historia con tanta laguna? "No, no hay una memoria. La memoria es subjetiva e individual. Cada uno tiene la suya. Y es una memoria remodelada, una rememoria. En buena parte, la gente monta sus propios recuerdos. No puedes fiarte mucho del relato objetivo. M¨¢s bien de las motivaciones, porque si la gente no hubiera hecho lo que hizo no hubiera pasado lo que pas¨®".
Para Fraser, la ¨²nica materializaci¨®n tangible de la memoria "son las fosas comunes, y a¨²n en ese caso hay que ir con mucho cuidado, ser muy riguroso. He visto ya cifras muy abultadas en algunas zonas, en Valencia, por ejemplo. Deber¨ªa llevarse un control exquisito de todo ello, a nivel de Estado. Si no hay un patr¨®n, una normativa, cada regi¨®n har¨¢ lo suyo a su manera y no conseguiremos cifras exactas e indiscutibles".
Si las personas tienen dificultades para asumir su pasado, los pa¨ªses act¨²an igual. Ocultando o negando los acontecimientos que les resultan traum¨¢ticos o vergonzosos. Los japoneses insisten en ignorar su responsabilidad y hasta niegan la invasi¨®n de China. Los italianos dejaban pasear en velomotor por Roma al SS Erich Priebke, uno de los verdugos de las Fosas Ardeatinas...
Este verano se ha vivido un intento m¨¢s para cerrar una de esas grandes cicatrices de la memoria que posee la vecina Francia: la masacre de Orador-sur-Glane, en el Limousin. El 10 de junio de 1944, efectivos de la 2? Divisi¨®n Panzer de las Waffen-SS, la dur¨ªsima Das Reich, curtida y envilecida en el frente del Este, asesinaron a 642 personas -entre ellas 245 mujeres, 207 ni?os y el abad Chapelle, parad¨®jicamente partidario de Petain- y arrasaron el pueblo en una org¨ªa de horror (se lleg¨® a lanzar a un ni?o al horno del panadero) vagamente justificada en el supuesto apoyo de la localidad a la Resistencia. Tras la guerra, a la hora de juzgar los hechos, Francia se encontr¨® con la desagradable sorpresa de que 14 de los SS acusados de participar en la masacre eran alsacianos: 13 Malgr¨¦ nous (incorporados a la fuerza al Ej¨¦rcito nazi) pero tambi¨¦n un voluntario. Las sentencias fueron muy suaves, lo que provoc¨® indignaci¨®n por un lado, pero tambi¨¦n el enfado de Alsacia-Lorena, en la consideraci¨®n de que sus j¨®venes hab¨ªan sido usados como chivos expiatorios.
El asunto, la punta del iceberg de la participaci¨®n francesa en el Ej¨¦rcito de Hitler (47.000 alsacianos murieron o desaparecieron luchando bajo las banderas nazis en el Este y un batall¨®n de la Divisi¨®n de las SS Carlomagno, de voluntarios franceses, estuvo entre la cr¨¨me de los defensores de Berl¨ªn), por no hablar del colaboracionismo, sigue sin estar del todo resuelto. Los autom¨®viles con matr¨ªcula de los departamentos de Alsacia han sido tradicionalmente apedreados en Oradour y en general en el Limousin, regi¨®n donde los maquisards fueron muy castigados por los nazis (y no s¨®lo all¨ª: 105 hombres acusados de formar parte del maquis de Manises fueron fusilados el 12 de junio de 1944 en las Ardenas por un comando del 36? Regimiento de Carros de la Whermacht en el que hab¨ªa tambi¨¦n voluntarios alsacianos).
En su libro sobre la sangrienta marcha de la SS Das Reich a trav¨¦s de Francia rumbo a Normand¨ªa (Das Reich, Pan Books, 1981), el historiador Max Hastings sugiere que la conexi¨®n nacional con la matanza de Oradour podr¨ªa ser a¨²n m¨¢s siniestra: los nazis habr¨ªan elegido como objetivo el pueblo -un sinsentido desde el punto de vista militar- a causa de informaciones de una fuente francesa ingenua o malintencionada.
El pasado junio, en el 64? aniversario de la masacre, hubo el en¨¦simo intento de reconciliaci¨®n y al acto en recuerdo de las v¨ªctimas acudieron Raph?l Nisand, alcalde de la alsaciana Schistigheim, que forma parte de la comunidad urbana de Estrasburgo, y Jean Marie Bockel, que simb¨®licamente une a su condici¨®n de secretario de Estado de Defensa y ex combatiente de la Resistencia el ser alsaciano. Bockel reconoci¨® que es innegable que hubo alsacianos que compartieron la ideolog¨ªa nazi, y a la vez record¨® que entre los m¨¢rtires de Oradour hab¨ªa familias alsacianas. El alcalde de Oradour, Raymond Frugier, est¨¢ por la reconciliaci¨®n, aunque no mucho antes se hab¨ªa tenido que tragar el sapo de ver morir de viejo, en su cama y sin remordimientos, con 86 a?os, a uno de los peores tipos (y hab¨ªa muchos), el sargento Heinz Barth, que se vanaglori¨® ante su pelot¨®n de camino al pueblo: "Vais a ver correr la sangre hoy". Frugier dijo: "Por cr¨ªmenes como ¨¦sos uno no deber¨ªa ser perdonado".
Problemas con la memoria como lo de Oradour en Francia los tienen todos los pa¨ªses. "S¨ª, claro", se?ala Fraser. "Francia no lo ha hecho como hab¨ªa que hacerlo. Estas heridas tardan mucho en curarse. Incluso en EE UU de alguna manera la brecha de la guerra civil entre el norte y el sur se ha perpetuado 150 a?os. En Espa?a, las heridas son m¨¢s grandes, especialmente entre los vencidos. Pero la sociedad espa?ola est¨¢ suficientemente madura para asimilar su pasado. Mejor asumirlo que reprimirlo. Si no siempre vuelve por cauces inesperados".
Ustedes, los brit¨¢nicos, tambi¨¦n tienen lo suyo, le digo al historiador, por no hablar de lo de que les ha molestado o¨ªr que Montgomery era gay, ah¨ª esta el reciente problema con los gurkhas, las tropas mercenarias nepal¨ªes, que lucharon tan ferozmente por el Imperio y a los que ha costado tanto conceder derechos de ciudadan¨ªa. Incluso dos ganadores en la II Guerra Mundial de la Cruz Victoria, la mayor recompensa al valor, Lachhiman Gurung, de 91 a?os, y Tul Bahadur, de 86, han tenido que dar la cara y -como las legiones amotinadas del Rin ante Germ¨¢nico- mostrar sus cicatrices en los tribunales.
A veces es m¨¢s f¨¢cil luchar con granadas contra los japoneses que contra la memoria olvidadiza de un pueblo. "S¨ª, es incre¨ªble, esa gente que pele¨® en primera l¨ªnea por nosotros, tan valientes, y se les regatean las pensiones. En Gran Breta?a tenemos otros casos: seguimos viendo Dunkerque como una victoria, cuando fue una gran derrota. O los bombardeos sobre Alemania: a¨²n se cree que fueron justificados, cuesta asumir que tanto sufrimiento no sirvi¨® para acortar la guerra. Olvidar, adoptar la memoria a nuestra conveniencia, es una reacci¨®n humana com¨²n, a nivel mundial. C¨®mo se gestiona la memoria tiene que ver con la suerte que tuvieron las poblaciones tras los traumas. A Alemania se le oblig¨® a asumir su culpa en N¨²remberg. Para el vencido la memoria siempre es muy problem¨¢tica".
Una guerra fratricida es mala para la memoria. "Lo que m¨¢s. En Espa?a hubo un gran silencio entre los que la vivieron. Nadie hablaba de ello con sus hijos. Silencio y olvido. Creo que, en su fuero interno, con el paso de los a?os, todos, incluso los vencedores, pensaban que nada val¨ªa la pena una guerra civil. Ahora parece que la gente est¨¢ dispuesta a hablar. Aunque nunca se podr¨¢ hacer una recuperaci¨®n total. Hay que asumir las heridas que han quedado del conflicto".
Fraser duda cuando se le pregunta si enfrentar a la gente a su memoria, hacerles recordar, tiene un valor cat¨¢rtico: "No sabr¨ªa decir, pero hubo un caso, un capit¨¢n de artiller¨ªa al que entrevist¨¦ y que particip¨® en la toma del Cuartel de la Monta?a. Despu¨¦s de recordarlo todo sufri¨® un infarto. Imag¨ªnate, un hombre que hab¨ªa sobrevivido a la guerra y estuve a punto de matarlo al hacerle recordar".
La idealizada imagen de la Wehrmacht
Probablemente, ning¨²n pa¨ªs ha experimentado una relaci¨®n tan bestia con su memoria como Alemania. Desde que al acabar la II Guerra Mundial se les puso delante a los alemanes el terrible espejo de N¨²remberg, no han parado de confrontarse con su pasado nazi de una manera u otra, individual y colectivamente. Es un proceso de revisi¨®n que parece un pozo sin fondo y que exige ventilar y depurar una y otra vez los recuerdos. Ahora se ha vuelto a hablar de las matanzas de las tropas hitlerianas en Italia a prop¨®sito de la sentencia del Tribunal Supremo del pa¨ªs, que considera que el Estado alem¨¢n debe indemnizar a las v¨ªctimas de la masacre de Civitella (Toscana), en las que tropas de la Divisi¨®n Panzer de Paracaidistas Hermann Goering mataron a tiros en la nuca a dos centenares de civiles. El hecho de que no se tratara de unidades de las SS recuerda que la pr¨¢ctica de las atrocidades no se circunscribi¨® ni mucho menos a los hombres de Himmler. ?sa es una realidad que ha costado mucho aceptar a los alemanes, consolados -de buena o mala fe- con la idea de que hubo una guerra sucia y genocida, la de las SS, y otra limpia y heroica, la de la Wehrmacht, la Luftwaffe y la Kriegsmarine (sobre todo los submarinos). El mito de la Wehrmacht sin culpa es de los que estaban m¨¢s arraigados en la memoria alemana y no ha sido sino hasta hace pocos a?os que ha comenzado a resquebrajarse en el pa¨ªs.
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