Delaci¨®n
Existe un cat¨¢logo de odios humanos seg¨²n el grado de su refinamiento y perfidia. El m¨¢s intenso es el odio teol¨®gico, que se produce entre sectas religiosas. Por la distinta interpretaci¨®n de una sola palabra revelada a un profeta han sido degollados millones de creyentes. Al de los te¨®logos le sigue el odio entre eruditos e historiadores, capaces de los peores navajazos personales en su disputa acerca del n¨²mero de sandalia que calzaba Alfonso X el Sabio. En tercer lugar est¨¢ el odio entre poetas, artistas y escritores, que va desde el pellizco de monja a la insidia m¨¢s ruin. Este odio suele ser, a veces, tan melifluo que es dif¨ªcil distinguirlo de la envidia. El odio libera, pero la envidia ata. Por eso su mezcla es explosiva. La envidia es el ¨²nico vicio que no produce placer. Se trata de un gen muy doloroso, asentado en el h¨ªgado, que puede llevarte a cometer grandes felon¨ªas y s¨®lo por eso est¨¢ catalogado como pecado capital, aunque no se trata de un pecado sino de una enfermedad amarilla. La calumnia y la pu?alada por la espalda son los remedios cl¨¢sicos, que el portador de ese gen utiliza para sacudirse de encima el sufrimiento por el bien ajeno. S¨®lo las personas que no conocen la envidia son realmente libres. Estar siempre dispuesto a alegrarse por el ¨¦xito de un amigo, no experimentar un secreto regocijo ante cualquiera de sus fracasos constituye una cumbre del esp¨ªritu, que no es diferente de la dicha de vivir, un don que el est¨®mago agradece con digestiones felices y el cerebro con sue?os profundos y sosegados. El ni?o chivato del colegio, el empleado sopl¨®n de la empresa, el confidente de la polic¨ªa de bajos fondos se mueven en un estrato psicol¨®gico en el que la envidia todav¨ªa duele. Pero existe un nivel m¨¢s profundo de la perfidia, all¨ª donde la envidia, el odio y el fanatismo se unen, ocupado por la figura del delator pol¨ªtico, quien llega a creer que la traici¨®n, junto con el veneno, es el arte protagonista de la historia. Con la h¨²meda suavidad del reptil, sus palabras se deslizan hasta el o¨ªdo del inquisidor. No espera recompensa. Despu¨¦s de la delaci¨®n se siente bien pagado por el b¨¢lsamo muy dulce que le invade todos sus cart¨ªlagos con sumo placer hasta el fondo de los sentidos.
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