Invitaci¨®n a so?ar
La batalla de Obama representa la culminaci¨®n de un sue?o para alumbrar una nueva Am¨¦rica
Es dif¨ªcil exagerar la importancia de que EE UU haya elegido por primera vez en su historia un presidente negro. Tiene tanto de sorprendente como de revolucionario, palabra ¨¦sta que no resulta excesiva si se considera que hace medio siglo que en el pa¨ªs de las oportunidades los negros ten¨ªan que ceder su asiento en el autob¨²s a los blancos en algunos Estados y en otros el Ej¨¦rcito proteg¨ªa su acceso a los institutos. El mismo camino de Barack Obama hacia la Casa Blanca, que durante las ¨²ltimas semanas ha ido cobrando los perfiles de una nueva m¨ªstica de cambio de ¨¦poca, ha resultado dentro de su propio partido todo lo complicado que cab¨ªa esperar, con la renuencia hasta el ¨²ltimo minuto de Hillary Clinton, la otra aspirante dem¨®crata, a tirar la toalla y ceder el paso a su correligionario.
La magnitud de su victoria esta madrugada frente al republicano John McCain, con una desbordada participaci¨®n electoral, muestra que tras el candidato negro se han alineado en el momento decisivo no s¨®lo sus votantes naturales, sino tambi¨¦n un considerable caudal de estadounidenses blancos, independientes, conservadores, a los que dif¨ªcilmente hace seis meses hubiera podido considerarse partidarios del Change we need. Porque si algo han puesto en evidencia los ocho a?os de calamitosa presidencia de George W. Bush es la necesidad imperiosa de que EE UU emprenda un camino de regeneraci¨®n para el cual el presidente electo -por su origen, trayectoria y convicciones aparentes- parece el gu¨ªa indiscutible. No le van a faltar las herramientas parlamentarias indispensables para acometer el cambio prometido, puesto que el Congreso, contrapoder indispensable y exigente, tendr¨¢ clara mayor¨ªa dem¨®crata en ambas C¨¢maras.
La amarga herencia de Bush ha hecho tan formidables como poco envidiables los retos que esperan a Obama. El mundo se ha hecho multipolar, pol¨ªtica y econ¨®micamente, y unos EE UU disminuidos en su cr¨¦dito y su proyecci¨®n deben contar inevitablemente con cada vez m¨¢s interlocutores para obtener el visto bueno o el apoyo a sus pol¨ªticas. Como demuestran empresas tan funestas como Irak o tan mal calibradas como Afganist¨¢n, Washington ya no puede mantener sus intereses contra viento y marea en el resto del planeta sin pagar por ello un precio inimaginable a finales del siglo pasado. Obama deber¨¢ cortar el nudo gordiano de la salida de sus tropas de Irak y liquidar Guant¨¢namo. Tiene que atender urgentemente Afganist¨¢n y Pakist¨¢n y recomponer relaciones con el mundo isl¨¢mico, que incluye Ir¨¢n. Y la bomba de tiempo de Oriente Pr¨®ximo, el resurgimiento imperial ruso, el desaf¨ªo chino, la situaci¨®n de una ?frica crecientemente insurgente o la reparaci¨®n de las averiadas relaciones transatl¨¢nticas.
Por encima de todo, el nuevo presidente tendr¨¢ que intentar poner orden en una crisis econ¨®mica cuya envergadura nunca pudo sospechar. Las implicaciones de esta conmoci¨®n global representan hoy el punto de inflexi¨®n de una nueva ¨¦poca. Sus repercusiones sociales y pol¨ªticas pueden dar al traste con los planes mejor trazados y con las prioridades convencionales que acompa?an cada inauguraci¨®n presidencial en Washington. Controlar sus efectos y tratar de embridar a un capitalismo desbocado, con la cooperaci¨®n de sus socios, es la tarea m¨¢s urgente para el pr¨®ximo titular de la Casa Blanca. Obama tendr¨¢ que poner r¨¢pidamente mucha carne en el asador, concretar sus promesas de renovaci¨®n y cambio, para no defraudar las desmesuradas esperanzas puestas en su victoria, no s¨®lo por parte de sus compatriotas. En un mundo m¨¢s peligroso y complejo, donde rara vez los logros satisfacen las expectativas, Obama ha situado el list¨®n muy alto con su invitaci¨®n a volver a so?ar.
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