"Mi personaje se convirti¨® en algo grotesco
En 1971, Lou Reed emergi¨® de un periodo de oscuridad con el manto de poeta. Hab¨ªa sido expulsado ignominiosamente de su revolucionario grupo, The Velvet Underground, y se refugi¨® en la casa de sus sufridos padres, en Long Island. Retorn¨® a Manhattan para un recital de letras y poemas, al que acudi¨® Allen Ginsberg, todo el periodismo musical de Nueva York y parte del c¨ªrculo de Andy Warhol. Triunf¨® ante tan selecto p¨²blico y proclam¨® que nunca volver¨ªa a cantar, que se alegraba de ser finalmente reconocido como poeta.
Afortunadamente, se olvid¨® pronto de ese prop¨®sito. Aunque hoy est¨¢ en Barcelona en calidad de recitador. Forma parte del proyecto Made in Catalunya, mediante el cual el Institut Ram¨®n Llull quiere difundir la poes¨ªa catalana traducida al ingl¨¦s. Se materializ¨® originalmente como un espect¨¢culo en Nueva York, donde Lou estaba respaldado por su esposa, Laurie Anderson, y por una apasionada Patti Smith. En esta ocasi¨®n, Lou lleva el peso del recital, que congrega a una peque?a multitud en el Centro de Cultura Contempor¨¢nea de Barcelona; Laurie interviene brevemente desde California, v¨ªa Internet.
?Se siente c¨®modo en estos eventos? Quiero decir, en comparaci¨®n con la tensi¨®n que supone actuar con una banda. Es m¨¢s tranquilo. Puedes expresar matices que se pierden cuando est¨¢s rodeado de instrumentaci¨®n. Si he tenido tiempo para prepararme la lectura y el sonido est¨¢ cuidado, no hay miedo esc¨¦nico. Adem¨¢s, equivale a volver a casa. Siempre dije que intentaba aportar una sensibilidad literaria al rock and roll, pero nadie me entend¨ªa. Todav¨ªa no estoy seguro de que me entiendan.
?Qui¨¦nes fueron sus maestros literarios? Maestro aut¨¦ntico fue [el poeta] Delmore Schwartz, que me dio clases en la Universidad de Siracusa. Me ense?¨® mucho sobre la autoexigencia y las trampas que acechan a un escritor, pero ?odiaba el rock and roll! En t¨¦rminos de estilo, aprend¨ª m¨¢s de Raymond Chandler. Sus argumentos no son perfectos, pero escrib¨ªa novelas como un poeta.
Seamos fantasiosos. ?Se imagina como candidato al Premio Nobel de Literatura? [Mirada de incredulidad]. ?La pregunta es si lo veo posible? No, Bob Dylan ya cubre la cuota de candidatos en el apartado de cantantes-compositores jud¨ªos. ?Si me lo merezco? Creo que tengo obra suficiente.
Acaricia un libro que est¨¢ sobre la mesa. Lou ha insistido para que su actuaci¨®n -que forma parte del festival literario Kosmopolis- coincida con la publicaci¨®n de Travessa el foc: recull de lletres (Editorial Emp¨´ries), primorosa edici¨®n biling¨¹e
-ingl¨¦s y catal¨¢n- de su obra que llega hasta sus canciones m¨¢s recientes. Tiene un interior llamativo: el dise?ador ha aprovechado a fondo la oportunidad para jugar con las posibilidades tipogr¨¢ficas. Lou est¨¢ satisfecho con el resultado:
-Me encanta que esta edici¨®n actualizada salga en Catalu?a antes que en Estados Unidos. La poes¨ªa catalana me deslumbra, la cantidad de grandes autores para un pa¨ªs tan peque?o...
?Es usted un lector atento de poes¨ªa? ?Ahora no soy un lector de nada! He perdido mi reproductor de libros electr¨®nicos. Ya sabes, un aparato de esos en los que puedes meter centenares de libros. Se trata de un invento perfecto para m¨ª, que vuelo mucho. Pero ya es la segunda vez que se me queda en un avi¨®n ?y nunca lo devuelven! Aunque me hab¨ªa tomado el trabajo de poner una etiqueta con mi nombre m¨¢s un tel¨¦fono de contacto.
Parece asombrado de que alguien ignore su voluntad. Y es que Lou Reed exhibe modos imperiales. A lo largo de la conversaci¨®n surgen nombres de escritores y quiere, necesita, exige, que le consigan sus libros. Por ejemplo, una traducci¨®n al ingl¨¦s de las Coplas a la muerte de su padre, de Jorge Manrique ("?Un poeta del siglo XV que muri¨® en el asalto a un castillo? ?Me apetece mucho!"). Se conformar¨¢ al final con el Quijote en ingl¨¦s. Tambi¨¦n hay un momento en que, hablando de novela negra, salta el nombre de James Lee Burke, autor que retrata las profundidades s¨®rdidas de la Luisiana.
-?Se le conoce aqu¨ª? Me identifico mucho con su personaje principal, ese ex polic¨ªa alcoh¨®lico que tiene que enfrentarse con el mal. Creo que necesito leer algo suyo esta noche. Si no est¨¢ el ¨²ltimo, me conformo con The neon rain o Cadillac jukebox. Puedo mandar a alguien a buscarlo. ?Hay alg¨²n lugar de Barcelona donde tengan libros de Burke en ingl¨¦s?
Estoy a punto de mencionarle la existencia de una librer¨ªa especializada, Negra y Criminal, pero me callo a tiempo. Lou tiene martirizadas a las dos asistentes que le escoltan en este viaje. Otras dos representantes del CCCB y su editorial catalana tambi¨¦n est¨¢n protagonizando prodigios de diplomacia. Hace una hora explosion¨® una crisis absurda. En el curso de una entrevista con otro medio se ha enfadado por una menci¨®n a Andrew Wylie, su (temido) agente literario, y ha cortado definitivamente al pronunciarse el nombre de Victor Bockris, confidente suyo hasta que public¨® una biograf¨ªa, Las transformaciones de Lou Reed (Celeste Ediciones. Madrid, 1997), donde se cuentan embarazosas intimidades.
Durante un buen rato, todo el programa de entrevistas ha quedado detenido. Lou pide hablar con el director del medio en cuesti¨®n, para que se comprometa a destruir la frustrada entrevista. Su temor: que alguien filtre la grabaci¨®n a YouTube -"Ponen muchas cosas de audio con imagen fija"- y el mundo se entere de c¨®mo se las gasta el Lou Reed de 2008. Alguien se compromete a realizar una gesti¨®n y se va tranquilizando. Su excusa: "No quiero reforzar ese t¨®pico de que soy un tipo antip¨¢tico que se pelea con los periodistas".
?T¨®pico? Todo plumilla musical que se precie atesora an¨¦cdotas que retratan la brusquedad, la susceptibilidad, la paranoia que caracterizan a Lou. Aparte, parece estar obsesionado por el control de su imagen. Se medio disculpa: "Yo tambi¨¦n soy fot¨®grafo". Demanda revisar las fotos que le toman, insiste en que se eliminen las que no le favorecen. Dura labor: los a?os han sido crueles con Lou: demasiados a?os abusando del alcohol y de las inyecciones de anfetaminas (no de hero¨ªna, como cre¨ªa el vulgo). Aunque, imagino, todos llegaremos a esas alturas de deterioro.
Es una l¨¢stima que en estas "obras completas" se incluya tan poca prosa. Estoy pensando en aquel perceptivo texto suyo de 1970 donde reflexionaba sobre las muertes de Jimi Hendrix, Brian Epstein, Brian Jones y Janis Joplin. ?Le gust¨®? En aquel tiempo yo necesitaba dinero. Trabajaba con mi padre [un contable] y ¨¦l no era muy generoso. Durante un momento de debilidad juguete¨¦ con la idea de convertirme en periodista profesional. No hubiera aguantado. Recuerdo que me encargaron que escribiera un encomio de Jim Morrison [cantante de The Doors, fallecido en 1971]. Hasta ah¨ª pod¨ªamos llegar, pens¨¦.
?No le gustaban The Doors? Eran basura de Los ?ngeles, basura pretenciosa. Y Morrison, un gilipollas.
?No cree que, al igual que usted con The Velvet Underground, Morrison rompi¨® los esquemas de lo que se pod¨ªa cantar en el rock? No hac¨ªa m¨¢s que reciclar letras del blues. Iba de dios sexual y no habr¨ªa resistido una noche en la Factory.
Se refiere al taller de trabajo de Andy Warhol en el Nueva York de los sesenta, punto de encuentro para muchas almas perdidas, consagradas a experimentar con drogas y a explorar su identidad sexual. Pero Lou no quiere adentrarse en esos a?os. Se levanta y desaparece rumbo a su habitaci¨®n. Estamos en el Hotel 1898, un sobrio establecimiento en las Ramblas que ocupa lo que fue la sede de la Compa?¨ªa de Tabacos de Filipinas.
De repente, un destello: en este mismo edificio debi¨® de trabajar Jaime Gil de Biedma. Pero Gil de Biedma no aparece en la n¨®mina de poetas de esta noche. Imagino que Lou quedar¨ªa deslumbrado por sus escritos, pero costar¨ªa explicarle el personaje de Jaime: rebelde de la alta burgues¨ªa, primero marxista, luego nihilista, siempre homosexual. Me callo cuando reaparece Lou con la chupa -cuero negro, obviamente- m¨¢s desgastada que se pueda ver en una ciudad tan fashion como Barcelona. Vuelve agresivo. Husmea al periodista y lanza una acusaci¨®n:
-Alguien ha estado fumando. No me gusta: llevo cinco a?os sin fumar, pero el olor del tabaco todav¨ªa me despierta deseos.
Lo ¨²ltimo que imaginaba es escuchar a Lou Reed protestando por un vicio tan comparativamente inocente. ?Inocente? Una cajetilla de cigarrillos equivale a una sesi¨®n de rayos X. Piensa en ello.
Recuerdo una entrevista con usted en 1986 en Atlanta. Se sub¨ªa por las paredes, estaba intentando dejar el h¨¢bito; me cont¨® que hab¨ªa probado todos los m¨¦todos, desde el hipnotismo hasta la acupuntura. Finalmente, lo consegu¨ª con unas hierbas chinas. Te hacen un brebaje que sabe horroroso, lo llaman el t¨¦ del equilibrio. Te restituye el equilibrio cuando te viene el deseo de nicotina. Me gustar¨ªa decirte el nombre original. Desdichadamente, soy un negado para el chino.
Pero un fan¨¢tico de la cultura de China. Lou practica el taichi chuan y ha llegado a invitar al escenario a un maestro de esa disciplina. Parece inquietarle que eso se confunda con la atracci¨®n de otras estrellas del rock por las filosof¨ªas orientales:
-Yo empec¨¦ en el taichi por sus valores marciales. En Nueva York necesitas estar preparado para pelear por cualquier tonter¨ªa.
Sigue luego una pregunta con mala intenci¨®n sobre si aceptar¨ªa, igual que ahora est¨¢ contratado por una instituci¨®n dependiente de la Generalitat catalana, un encargo del Gobierno chino. Lou pertenece al ruidoso contingente de m¨²sicos de rock que defienden la causa del Dalai Lama. Muchos de ellos parecen ignorar las realidades geopol¨ªticas, igual que la t¨¦trica historia del T¨ªbet como sociedad feudal, marcada por las guerras civiles y el odio larvado a los monjes.
-Qu¨¦ estupidez. No creo que China quiera nada conmigo.
No se crea: se apuntan a todo lo que sugiera modernidad. Ahora mismo hay grupos en Pek¨ªn que suenan como The Velvet Underground. Bueno... espero que mi m¨²sica les sirva como emblema de disidencia, igual que ocurr¨ªa en la Europa comunista, seg¨²n me contaba V¨¢clav Havel.
A Lou Reed le encanta alardear de amigos ilustres. Est¨¢ ufano de que [el pintor] Julian Schnabel dirigiera la versi¨®n filmada de la recreaci¨®n en directo de Berl¨ªn, su amargo disco de 1973. Hablando de cine... Lou interrumpe esta conversaci¨®n cuando recibe una llamada de Wim Wenders. Durante unos minutos, hasta le cambia la voz, que se le hace aflautada y obsequiosa. Algunos de los presentes le miran pasmados: el ogro parece haberse transformado en princesa.
Conviene recordar un peque?o secreto: Lou Reed goza de infinitamente m¨¢s respeto y reconocimiento en Europa que en Estados Unidos. Se le podr¨ªa categorizar como un desconocido entre los ciudadanos de a pie de su propio pa¨ªs. Para la citada entrevista de Atlanta, este periodista iba acompa?ado por un fot¨®grafo poco rockero que dudaba del esfuerzo que supon¨ªa hacer semejante viaje. Como una broma particular, nos dedicamos a preguntar a todo estadounidense que se nos pon¨ªa a tiro -azafatas, recepcionistas, camareras- si conoc¨ªa a Lou Reed. A nadie le sonaba. Si mencion¨¢bamos que era cantante, le confund¨ªan con Lou Rawls, ilustre vocalista negro que aparec¨ªa frecuentemente en televisi¨®n. S¨®lo al final un taxista le identific¨®: "S¨ª, claro, el de Walk on the wild side. Pero, ?sigue vivo?".
?se es el problema. Lou alcanz¨® su pico de popularidad con Paseo por el lado salvaje, extra¨ªdo de Transformer, su ¨¢lbum de 1972, amorosamente producido por David Bowie. Aparte de ese momento m¨¢gico, sus ce?udos discos nunca han saltado fuera del circuito del rock. En Estados Unidos ni siquiera se reconoce Perfect day, una canci¨®n amable ("simplemente, un d¨ªa perfecto / bebiendo sangr¨ªa en el parque / y luego, cuando oscurece / nos vamos a casa") que alcanz¨® el n¨²mero uno en el Reino Unido en una versi¨®n colectiva.
?Cree que la industria discogr¨¢fica estadounidense ha entendido qui¨¦n era realmente Lou Reed? [Sarc¨¢stico] No me gusta hablar mal de los muertos. La industria del disco est¨¢ muerta.
Pero siempre tuvo quien le apoyara. RCA incluso public¨® un trabajo tan indigesto como el doble 'Metal machine music' en 1975. No sab¨ªan qu¨¦ hacer con ¨¦l. Lo editaron para enterrarlo. El a?o pasado hice un disco instrumental mucho m¨¢s suave, Hudson river wind meditations, y ninguna compa?¨ªa fuerte quiso tocarlo. S¨®lo un sello peque?o, sin casi distribuci¨®n...
Lleg¨® hasta Espa?a. Yo mismo lo pinch¨¦ en mi programa de radio. ?De verdad? Es un buen trabajo, est¨¢ pensado para acompa?ar ejercicios de taichi y sesiones de meditaci¨®n. Creo que pocas veces se ha grabado el viento con el realismo de ese disco. Y lo hice yo solo, en mi casa.
Pero ?tiene nuevas canciones? La m¨²sica que m¨¢s me interesa ahora es instrumental, improvisada, totalmente libre. Hace unas semanas estuve tocando en Los ?ngeles con Ulrich Krieger [el instrumentista alem¨¢n que transcribi¨® Metal machine music para una orquesta de c¨¢mara] y Sarth Calhoum, un ingeniero que manipula nuestros sonidos. Result¨® muy estimulante: fuimos echando a buena parte del p¨²blico [risa seca]. Pero bastantes aguantaron. Y fueron dos horas.
?Deriva placer del hecho de torturar a los oyentes? No es eso. Me encanta burlar las expectativas de ese p¨²blico que busca al artista decadente. ?Sabes lo que dec¨ªa Frank Sinatra? Que si fuera cierta la d¨¦cima parte de las cosas que se contaban sobre ¨¦l, habr¨ªa terminado en un zool¨®gico. Lo mismo en mi caso. Tengo 65 a?os y todav¨ªa puedo romper barreras s¨®nicas.
Lo hizo con esa pieza llamada 'Fire music' [incluida en 'The raven', trabajo dedicado a musicar los relatos de Edgar Allan Poe]. Fue mi reacci¨®n ante el horror del 11-S. Algo de tal magnitud no se puede expresar con una melod¨ªa convencional, con rimas m¨¢s o menos ingeniosas.
?Podr¨ªamos decir que est¨¢ m¨¢s interesado ¨²ltimamente por el sonido puro que por las canciones? Las canciones han perdido impacto. Incluso las buenas. Est¨¢n en todas partes, suenan en todas las situaciones, pero muy bajito, sin fuerza. Quiero reivindicar el poder transformador del sonido a mucho volumen, cuando te pega en el est¨®mago y te quita el aliento. Sonido saliendo de buenos bafles, no a trav¨¦s de esos auriculares rid¨ªculos que usa la gente.
Bueno, la gente y el mismo Lou Reed. Muestra orgulloso un diminuto reproductor donde lleva almacenados los programas -incluyendo las portadas de los discos originales- que realiza para Sirius, emisora de radio por sat¨¦lite. Le ayuda el inquieto productor Hal Willner, y la selecci¨®n luce asombrosa.
-Se llama New York shuffle y consiste en ofrecer m¨²sica muy ecl¨¦ctica. Hay grupos actuales, como Kings of Leon o Queens of the Stone Age, pero tambi¨¦n guitarristas de los a?os treinta y los cuartetos de gospel que escuchaba Elvis Presley. O la m¨²sica electr¨®nica que hac¨ªan en los laboratorios de la BBC para ilustrar historias de ciencia-ficci¨®n.
?Le inspir¨® 'Time theme radio hour', el programa que presenta Bob Dylan? ?Est¨¢s de broma? Dylan nunca se atrever¨ªa a poner a Ornette Coleman [saxofonista de free jazz]. Es uno de mis h¨¦roes.
El entrevistador debe convivir con los nervios de Lou. Y no hablo s¨®lo del temblor de sus manos: brinca de un asunto a otro como si le aburriera concentrarse. En general, se comporta como un hombre inquieto y curioso. Desde la terraza de su hotel escudri?a el paisaje urbano barcelon¨¦s. Interroga sobre edificios que est¨¢n en proceso de restauraci¨®n, pregunta por los horarios de museos. Hasta asegura recordar su primera visita a la ciudad.
-Al final de la actuaci¨®n yo quer¨ªa dar un bis. Pero se me acercaron dos militares que me lo prohibieron. Como yo insist¨ªa, me ense?aron una pistola. Ah¨ª me call¨¦.
Consultado al respecto, el promotor que le trajo a Espa?a duda de que ocurriera algo similar: "Puede que se confunda con Italia; en los setenta sol¨ªa haber all¨ª mucha violencia en los conciertos. De todas formas, la polic¨ªa prefiere hablar con los organizadores de un concierto, no con el artista".
No resulta f¨¢cil apuntalar datos con Lou Reed. Cambia constantemente el curso de la conversaci¨®n. Dice estar harto de preguntas sobre pol¨ªtica y, a continuaci¨®n, suelta un parlamento sobre las diferencias morales entre la guerra de Afganist¨¢n y la invasi¨®n de Irak. Se confiesa lector devoto de Seymour Hersh [el reportero de investigaci¨®n] y se refiere frecuentemente a sus hallazgos.
-Me gusta la informaci¨®n basada en la realidad, sobria y documentada. Tengo conocidos que se refugian en las teor¨ªas de la conspiraci¨®n, yo mismo me he pasado d¨ªas indagando por Internet, pero terminas en una indeterminaci¨®n que te conduce a la locura. Finalmente, mi conclusi¨®n es que la Administraci¨®n de Bush no era lo suficientemente inteligente para montar algo como el 11-S, no hablo ya de mantenerlo secreto.
A estas alturas, el periodista advierte que apenas ha tenido oportunidad de airear el cuestionario que hab¨ªa preparado. Un inciso: cuando Lou Reed se quita la m¨¢scara de artista cabreado con el mundo, hasta puede resultar cordial. As¨ª, por la tarde se comporta muy educado en la ceremonia de firma de libros. No s¨®lo estampa su aut¨®grafo en copias de Travessa el foc, tambi¨¦n lo hace en camisetas, hojas sueltas e incluso en una guitarra. Otros millonarios del rock se negar¨ªan a tales peticiones, aparentemente molestos ante la posibilidad de que esos objetos terminen subast¨¢ndose en eBay o similares.
Charlar sin rumbo con Lou tambi¨¦n tiene su encanto. Manifiesta hambre de informaci¨®n y apunta, por ejemplo, los datos de Operation lune, aquel falso documental donde el realizador franc¨¦s William Karel desarrollaba -con la complicidad de famosos invitados- el rumor de que la NASA no lleg¨® a la Luna y que lo que vimos fue rodado por Stanley Kubrick en un estudio brit¨¢nico. "Oh, espera a que se lo cuente a Laurie [Anderson], le encantar¨¢".
Usted ha reconstruido su personaje p¨²blico. En los setenta y en los ochenta era el 'rock 'n' roll animal' [as¨ª se titulaba su primer disco en directo, de 1974]. Y ahora le vemos c¨®modo en eventos de alta cultura. Mi personaje se convirti¨® en algo grotesco. Estoy pensando en algunos c¨®mics que se editaban en Espa?a, donde yo era una especie de Conde Dr¨¢cula del rock. Mi vida no era tan... interesante [risas]. Me resulta divertido burlar los estereotipos, tratar con pol¨ªticos o con representantes del mundo acad¨¦mico.
Sus acompa?antes empiezan a mostrarse inquietas. La ronda promocional empez¨® con mucho retraso y ya ha pasado la hora razonable para comer. Lou Reed siempre ha sido algo esnob en la alimentaci¨®n: segu¨ªa dietas ins¨®litas, aconsejado por misteriosos nutricionistas. Pero hoy se comporta como cualquier turista estadounidense con necesidad urgente de combustible: pide una hamburguesa.
![Lou Reed](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/YZ4XD5DYVSQORGLFRPFJM53E2I.jpg?auth=9ecf84663f2d09e248879bca5b20f023dfa096fd7a2bea38ed76ddd6190a85e7&width=414)
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