Cambio de folio
Las novelas y las pel¨ªculas pueden terminar mal, pero la pol¨ªtica necesita finales felices. El 4-N la campa?a de Obama tuvo un 'happy end'. Ahora todos debemos arrimar el hombro para encontrar una salida global
El martes 4 de noviembre, el de las elecciones en Estados Unidos, fue un d¨ªa hist¨®rico y, aparte de eso, una jornada muy larga, que se prolong¨®, en este pa¨ªs tempranero, hasta las primeras horas de la madrugada.
A las siete de la ma?ana, desde mi ventana, vi filas de personas de diferentes edades y condiciones que caminaban rumbo al sur del distrito de Hyde Park, alej¨¢ndose de la orilla del lago Michigan. Entre ellos hab¨ªa un hombre anciano con aspecto de sabio, de larga melena blanca, sombrero de playa encima de la melena, largo bast¨®n lleno de curvaturas, pantalones blancos y chaqueta oscura. El hombre caminaba con br¨ªo, acompa?ado por una mujer joven, que parec¨ªa ser su nieta, en aras de un destino com¨²n: el de colocar su voto en una urna, o el de introducirlo en alg¨²n sistema electr¨®nico, y contribuir en esta forma a cambiar el destino del pa¨ªs.
El martes, en Chicago, vi abuelos y nietos que se dirig¨ªan juntos a los colegios electorales
La oratoria de Obama muestra ideas claras y ambiciosas y una especie de pasi¨®n fr¨ªa
Los candidatos hab¨ªan votado mucho m¨¢s temprano, un poco antes de las seis de la ma?ana, y se esperaba la llegada de Barack Obama a Chicago en las horas que segu¨ªan. Cuando sal¨ª a mi oficina de la Universidad un poco despu¨¦s de las diez, tuve la impresi¨®n de que el barrio universitario se hab¨ªa quedado desierto, a la espera de que llegara la noche y empezaran a conocerse los resultados. En un parque cercano, el Parque Grant -llamado as¨ª en homenaje a uno de los generales victoriosos de la Guerra de Secesi¨®n, Ulises Grant, elevado despu¨¦s a la presidencia de la Uni¨®n en homenaje a sus servicios durante la contienda civil-, se hab¨ªa terminado de levantar un estrado, rodeado de banderas y dotado de un podio solitario en el punto central. Se calculaba que unos 70.000 partidarios de la candidatura de Obama, muchos de ellos parientes y vecinos suyos, adem¨¢s de multitudes de estudiantes de la universidad, cada uno con su respectiva entrada obtenida por Internet, es decir, en n¨²meros calculados y bajo estricto control, se reunir¨ªa en la noche para la probable celebraci¨®n o para un drama colectivo no anunciado.
Supe de la existencia de Barack Obama hace alg¨²n tiempo, a trav¨¦s de transmisiones de la televisi¨®n chilena, y me sorprendi¨® en profundidad su oratoria: tranquila, perfectamente controlada, dotada de algo que podr¨ªamos definir como una pasi¨®n fr¨ªa, con un gran dominio del lenguaje y con ideas claras, ambiciosas, entregadas en una s¨ªntesis rigurosa, personal, a veces hasta confesional, y sin entrar nunca en minucias. En mi curso de m¨¢s de 20 alumnos, n¨²mero alto en este pa¨ªs y en esta universidad, no encontr¨¦ a nadie que no estuviera entusiasmado con la alternativa de Obama, salvo que los del otro lado guardaran silencio. A la vez, encontr¨¦ en otros lados a estudiantes de buen nivel econ¨®mico, de padres ricos, que hac¨ªan trabajos electorales a favor de la candidatura dem¨®crata, comprometidos al extremo.
Alguien escribi¨® lo siguiente en uno de los grandes diarios del pa¨ªs: que los padres de estos j¨®venes, en sus clubes privados, hablar¨ªan de su voto republicano y obligatorio a McCain, pero que en el secreto de la c¨¢mara electoral, por acercarse a sus hijos, por preferir el cambio a un presente que los hab¨ªa enriquecido y que ahora, sin aviso previo, los arruinaba, por otro conjunto de razones, sin excluir la del amenazante calentamiento global, votaban por el otro, por alguien que su club jam¨¢s habr¨ªa admitido.
Las razones del resultado electoral son muchas, conocidas, comentadas hasta el cansancio, agudizadas, llevadas a una culminaci¨®n dram¨¢tica, por la crisis econ¨®mica, por la evidencia de una desregulaci¨®n primaria, escandalosa, pero no me parece necesario insistir aqu¨ª en ellas. Prefiero tratar de mostrar el ambiente de anuncio, de expectativa, de esperanza a todos los niveles, de cambio de ¨¦poca.
Un analista pol¨ªtico escribi¨® que la Guerra de Secesi¨®n, la de Ulises Grant, justamente, y sobre todo la de Abraham Lincoln, hab¨ªa comenzado en los a?os sesenta del siglo XIX, con la separaci¨®n de la Uni¨®n del Departamento de Virginia, que no aceptaba la liberaci¨®n de los esclavos, y hab¨ªa terminado el martes 4, cuando Virginia, precisamente, contra todos los pron¨®sticos, dio su preferencia electoral al candidato afroamericano. Parece una idea demasiado elaborada, un preciosismo intelectual, pero no carece de sentido, y es una demostraci¨®n m¨¢s de la lentitud con que procede la historia, fen¨®meno que los pol¨ªticos y los intelectuales politizados tienden a olvidar con excesiva facilidad.
En el atardecer, los primeros resultados, al menos en los programas que pude sintonizar, favorec¨ªan a John McCain en votos electorales y beneficiaban a Obama en el voto popular, pero con diferencias muy estrechas. Hacia las nueve de la noche, sin embargo, que en el resto del pa¨ªs eran las diez o las once, la tendencia cambi¨® en forma abrumadora, clara, imparable. Hasta que apareci¨® un cartel en el centro de la pantalla, un aviso que parec¨ªa una falla t¨¦cnica, una interferencia, puesto que no permit¨ªa seguir el desarrollo normal de la transmisi¨®n, y que dec¨ªa: el se?or Barack Obama es el cuadrag¨¦simo cuarto presidente de los Estados Unidos. La c¨¢mara se trasladaba, abandonaba el cartel m¨¢s o menos hechizo, desconcertante, y enfocaba a la multitud reunida en el Parque Grant, a unas 20 o 25 cuadras de mi puesto particular de observaci¨®n: caras que lloraban, o guardaban un silencio extra?o, arrasadas por la emoci¨®n, por una irresistible incredulidad, o que saltaban y gritaban, en el paroxismo de la euforia. Hac¨ªa m¨¢s de media hora, alguien hab¨ªa lanzado fuegos artificiales a cinco o seis casas de distancia de la m¨ªa, y mis amigos, un peque?o grupo que segu¨ªa las transmisiones en mi casa, pens¨® que era alg¨²n desorientado, pero los resultados le dieron la raz¨®n en forma retrospectiva.
Cuando Obama, al fin, avanz¨® con Michelle, su mujer, y de la mano de sus dos hijas, hasta la tarima de las banderas, y cuando se instal¨® en el podio, el momento tuvo un aire de irrealidad, de suspenso, de magia. Pero habl¨® con la claridad, con la calma, con la pasi¨®n controlada que ya le conoc¨ªamos. Y sus primeros nombramientos revelan una l¨ªnea seria: el presidente de la Universidad de Harvard, un antiguo secretario del Tesoro del Gobierno de Clinton, entre muchos otros. El Partido Dem¨®crata tiene a los mejores profesionales, economistas, juristas del pa¨ªs, y el futuro presidente ya demostr¨® que piensa recurrir a ellos. No sabemos qu¨¦ har¨¢ y no creo que detr¨¢s de su notable discurso pol¨ªtico exista un programa global muy elaborado. Alguien recuerda en la prensa que Franklin D. Roosevelt asumi¨® la presidencia en 1932 y que la pol¨ªtica del New Deal, el Nuevo Trato, s¨®lo empez¨® a implementarse cuatro a?os m¨¢s tarde, en 1936.
No es seguro, en buenas cuentas, que la presidencia de Obama sea una gran presidencia, al estilo de los periodos de un Abraham Lincoln o de un F. D. Roosevelt, pero es evidente que tiene la posibilidad cierta de convertirse en uno de los grandes presidentes norteamericanos, cosa que influir¨ªa en el resto del mundo y nos interesa a todos. No ser¨¢ nada f¨¢cil y tendr¨¢ que dedicar mucho tiempo inicial a la crisis dom¨¦stica, pero el hecho de que el ¨¦xito no sea imposible ya es mucho, ya es asombroso.
Tenemos, pues, que abrir los ojos y trabajar bien en nuestros pa¨ªses respectivos, ya que la salida ser¨¢ integrada, negociada, global, o no ser¨¢. ?Se puede comparar con las salidas de las obras literarias?, me preguntaron desde una radio espa?ola, y contest¨¦ naturalmente que no. Las novelas, las pel¨ªculas, las obras narrativas de todo orden, pueden terminar mal, pero el happy ending, los finales felices, son necesarios en la vida pol¨ªtica, y hay que perseguirlos a toda costa.
Jorge Edwards es escritor chileno.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.