Roberto Saviano
Hace meses que busco en mi correo electr¨®nico un mensaje que nunca llega, unas pocas palabras de aliento para un escritor condenado a muerte. Recuerdo la inmensa cantidad de palabras que inundaron el mundo cuando Salman Rushdie fue sentenciado por el r¨¦gimen fundamentalista iran¨ª. Y recibo casi a diario textos destinados a ensalzar a personas elevadas a la categor¨ªa de h¨¦roes por lo que parecen, por lo que representan, por lo que simbolizan, no por lo que hacen. Quiz¨¢s por eso, el mensaje que espero no llega nunca.
Un d¨ªa, Roberto Saviano vio c¨®mo se abr¨ªa por accidente un contenedor destinado a un barco atracado en el puerto de N¨¢poles, c¨®mo ca¨ªa de su interior una lluvia de cad¨¢veres, y no se call¨®, no lo olvid¨®. Obsesionado por esa imagen, persigui¨® el rastro de aquel contenedor hasta descubrir que la refinad¨ªsima industria de la moda italiana se asienta sobre la esclavitud de miles de inmigrantes chinos que trabajan bajo tierra, en condiciones infrahumanas, bajo el control de mafias criminales. Y escribi¨® un libro, Gomorra, que no enfrent¨® s¨®lo a Italia, sino a Europa entera, a su propia podredumbre, a las ra¨ªces ocultas de nuestra prosperidad de nuevos negreros, no tan distintos de los que hace siglos se enriquecieron gracias al trabajo esclavo de sus semejantes, aquellos antepasados nuestros de los que nos gusta tanto renegar en p¨²blico.
Ahora, Saviano est¨¢ condenado a muerte. Esta vez, no han sido los otros, los distintos, los musulmanes, sino nuestros propios malos, un eslab¨®n oscuro, pero esencial, de nuestra riqueza. La Camorra ha advertido que no va a llegar vivo al 2009, y no ha pasado nada. Las actrices de Hollywood siguen patrocinando ONG mientras visten modelos exclusivos sin preguntarse qui¨¦n los ha cosido. Yo abro todos los d¨ªas mi correo, busco un manifiesto de apoyo a Saviano, y nunca lo encuentro.
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