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Cr¨ªtica:LIBROS | Escaparate
Cr¨ªtica
G¨¦nero de opini¨®n que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Cr¨®nicas de la guerra fr¨ªa

Antonio Elorza

Historia. La desclasificaci¨®n de documentos relativos a la guerra fr¨ªa ha permitido un notable avance en la historiograf¨ªa sobre la ¨¦poca, de lo cual son buena muestra los dos libros que comentamos. El de V. M. Zubok, profesor en la Temple University, descansa sobre un trabajo exhaustivo realizado sobre fuentes de archivo sovi¨¦ticas, georgianas, armenias e italianas (Fundaci¨®n Gramsci) que permite seguir pormenorizadamente la evoluci¨®n de un conflicto que lleg¨® a adquirir rasgos de una historia interminable y que el autor aborda con precisi¨®n: "La guerra fr¨ªa no represent¨® ¨²nicamente un conflicto entre grandes potencias; fue tambi¨¦n un choque entre unos proyectos sociales y econ¨®micos opuestos, el escenario para una guerra cultural e ideol¨®gica".

Un imperio fallido. La Uni¨®n Sovi¨¦tica durante la Guerra Fr¨ªa

Vladislav M. Zubok

Traducci¨®n de T. de Lozoya y J. RabassedaCr¨ªtica. Barcelona, 2008

692 p¨¢ginas. 39 euros

La guerra despu¨¦s de la guerra. Estados Unidos, la Uni¨®n Sovi¨¦tica y la Guerra Fr¨ªa

Melvyn P. Leffler

Traducci¨®n de Ferran Esteve

Cr¨ªtica. Barcelona, 2008

776 p¨¢ginas. 29,90 euros

En cuanto al trabajo de M. P. Leffler, profesor en la Universidad de Virginia, se basa en fuentes documentales publicadas, asimismo sometidas a una revisi¨®n exhaustiva, y significativamente reconoce con generosidad su deuda respecto de Zubok, de quien "he aprendido mucho sobre pol¨ªtica exterior sovi¨¦tica y su clarividencia empapa muchas de las p¨¢ginas de este libro". Leffler toma como punto de partida una frase de Bush padre que le acerca de nuevo a Zubok: "La guerra fr¨ªa fue una lucha por el alma misma de la humanidad; fue una lucha por un estilo de vida". Pero va m¨¢s all¨¢ en la interpretaci¨®n, proponiendo que, en definitiva, en esa larga partida entre el bloque comunista y el occidental, entre la URSS y EE UU, prevaleci¨® una mezcla de miedos y esperanzas, con los l¨ªderes sometidos a una pluralidad de presiones que afectaron a la adopci¨®n de decisiones racionales. Fue "una historia de oportunidades perdidas", concluye expresando un claro prop¨®sito de neutralidad.

Ambos estudios coinciden en la entidad de sus aportaciones, con una s¨®lida labor de an¨¢lisis sobre los documentos examinados, y en la debilidad de los elementos explicativos previos. Si hubo dos formas de interpretar la realidad y dos perspectivas enfrentadas de futuro es porque ambas hab¨ªan cobrado forma antes de 1945, y sobre todo porque la URSS defin¨ªa su pol¨ªtica exterior ya antes de la guerra como un instrumento dirigido a alcanzar un doble fin: el incremento del poder de la URSS, tal y como Stalin explicara ya en 1938 asumiendo expl¨ªcitamente la herencia de los zares, y el avance hacia la implantaci¨®n del comunismo a escala mundial. En particular, Leffler proporciona una interpretaci¨®n coherente de esa plataforma de partida, pero se sit¨²a en l¨ªnea con lo que alguien llam¨® la sovietolog¨ªa comprensiva de los a?os setenta, tendiendo a presentar las m¨¢s brutales decisiones de Stalin como fruto de una exigencia hist¨®rica: "Para evitar la derrota y alcanzar un r¨¢pido grado de industrializaci¨®n, Stalin ten¨ªa que aniquilar a sus enemigos" (Leffler). Zubok es menos comprensivo: "Durante los a?os treinta, el legado pol¨ªtico de la Rusia zarista se convirti¨® en otra fuente primordial del modo que ten¨ªa Stalin -y ahora Putin, a?adir¨ªamos, A. E.- de entender la pol¨ªtica exterior". Y ello desde una "mentalidad oscura y desconfiada".

La ventaja que proporcionan ambos estudios sobre la bibliograf¨ªa anterior reside en la sustituci¨®n de las visiones reduccionistas acerca de las estrategias enfrentadas y de los principales momentos de crisis, por una explicaci¨®n cargada en todo momento de matices que resaltan la importancia de la interacci¨®n. Ninguno de los actores es libre. Son jugadores que se encuentran permanentemente en interacci¨®n, respondiendo a las iniciativas del oponente. Ese enfoque permite conocer mucho mejor los avatares de la actuaci¨®n pol¨ªtica de Jruschov y lleva a una sorprendente rehabilitaci¨®n de Br¨¦znev, por lo menos hasta su desplome f¨ªsico, as¨ª como de Reagan. Br¨¦znev abrigaba sinceras esperanzas de que su amistad personal con Willy Brandt y con Nixon ayudara a reducir las tensiones de la guerra fr¨ªa, escribe por ejemplo Zubok. Br¨¦znev no quer¨ªa que la implicaci¨®n sovi¨¦tica en ?frica pusiera en peligro la distensi¨®n (Leffler). Una imagen tal vez en exceso favorable. Resulta algo exagerado presentar a Br¨¦znev como protector de Dubcek en 1968 y respaldando el Programa de Acci¨®n del PCCh (Zubok). Habr¨ªa querido evitar la intervenci¨®n militar: no mantuvo por mucho tiempo tan loable prop¨®sito. Sufri¨® mucho hasta adoptar la decisi¨®n, confirma Leffler. La revisi¨®n de interpretaciones comunes aparece en cambio m¨¢s veros¨ªmil en el caso de la siguiente intervenci¨®n, la de Afganist¨¢n, que conducir¨ªa a la cat¨¢strofe. Para Leffler, no fue un acto de imperialismo; "les asustaba la posibilidad de verse rodeados". En ambos casos, hay que preguntarse si la desclasificaci¨®n de documentos no ha sido filtrada.

Para explicar el final de esta historia, Leffler insiste en los problemas de la URSS, en la flexibilidad de Gorbachov y en los aciertos de Reagan, que a su juicio "cre¨ªa en la fuerza" pero al servicio de la negociaci¨®n. El libro de Zubok se cierra con el suicidio razonable puesto en pr¨¢ctica por Gorbachov. Finales felices.

-El periodismo seg¨²n Manuel

V¨¢zquez Montalb¨¢n

Carles Geli y Marcel Mauri

Ronsel. Barcelona, 2008

415 p¨¢ginas. 22 euros

Art¨ªculos. En lugar de la nostalgia de V¨¢zquez Montalb¨¢n a m¨ª lo que me ha asaltado varias veces en estos cinco a?os han sido las ganas de volver a un mont¨®n de sus libros, a veces por razones instrumentales y otras por razones felizmente gratuitas: mientras buscaba ese o aquel dato el texto arrastraba a seguir ley¨¦ndole a ¨¦l, y a leer con ¨¦l. La memoria involuntaria ha tenido presentes muchos de sus poemas y algunas de sus grandes novelas, como la muy amarga La soledad del manager, la program¨¢tica Gal¨ªndez o la testamentaria El estrangulador.

Este libro es esa fiesta pero prolongada hacia la anatom¨ªa eclipsada del escritor: son cuatrocientas p¨¢ginas de art¨ªculos de MVM publicados en prensa y necesariamente olvidados ya por la inmensa mayor¨ªa de los lectores. O bien porque no tuvieron jam¨¢s un Triunfo en sus manos ni desde luego la Solidaridad Nacional o El Espa?ol (que es donde empez¨® a escribir el joven periodista en pr¨¢cticas en 1960) ni desde luego Hermano Lobo o Por favor. O bien porque los a?os han ido simplificando las cosas y neutralizando los comportamientos de finales del franquismo y principios de la transici¨®n.

Las d¨¦cadas de los a?os setenta y ochenta son el tiempo mayor del periodista Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n, y una vez ganada la tranquilidad econ¨®mica empez¨® la criatura literaria que hab¨ªa escondida dentro de aquel muchacho que desde principios de los a?os sesenta parec¨ªa haber construido de una vez para siempre su mundo de referencias culturales y sentimentales, o al menos la red b¨¢sica en la que insertar cada actualidad, cada temporada, cada nuevo autor, hecho o problema.

Esta antolog¨ªa biogr¨¢fica de su periodismo ha tenido la inteligencia de armarse en cap¨ªtulos en orden cronol¨®gico y a su vez centrados en las cabeceras en que escribi¨®: as¨ª el lector sigue las muestras seleccionadas de su periodismo desde el a?o 1960 hasta su ¨²ltimo art¨ªculo publicado en 2003. Y as¨ª sabe que EL PA?S fue su peri¨®dico en sus ¨²ltimos veinte a?os, desde 1984, cuando nada le har¨ªa renunciar al an¨¢lisis pol¨ªtico y l¨²cido (en inveros¨ªmil matrimonio estable), pero sobre todo nada le imped¨ªa tampoco ser el poli¨¦drico, pluriforme, irregular y extraordinario escritor de todos los g¨¦neros -que es lo que tratan de atrapar un pu?ado de colaboradores en el tomo editado por Jos¨¦ F. Colmeiro, Manuel V¨¢zquez Montalb¨¢n. El compromiso con la memoria

(Tamesis, Woodbridge, 2007), con buenas contribuciones de Jorge Mar¨ª o Mar¨ªa Paz Balibrea-.

La miop¨ªa rutinaria tiende a recordar con dejadez lo peor en lugar de lo mejor, y esta inteligente y perspicaz antolog¨ªa ayuda a hacer lo contrario: entender un punto de vista marxista y materialista saturado de cultura modernista, puro siglo XX, decantado por una cultura popular pegada a la retina del coraz¨®n y al o¨ªdo de la piel. Y si en las p¨¢ginas de Triunfo, cuando all¨ª cont¨® la cr¨®nica sentimental de media Espa?a, sac¨® el inventario de su infancia y adolescencia revivida con la lucidez de la primera edad adulta (ten¨ªa 30 a?os en 1969), en las del humor sarc¨¢stico del columnista valiente puso en marcha una inteligencia de anticipaci¨®n (en la que insisten con raz¨®n Geli y Mauri) y dej¨® algunas de las actitudes menos extremistas y m¨¢s razonadamente ecu¨¢nimes de que haya memoria (y sin dejar de ser ni poeta simbolista por mandato del pudor ni el marxista m¨¢s sentimental).

Fue azote de la izquierda socialista en el poder porque era el poder, y lo fue de la familia del aznarato porque ah¨ª anidaba el retroceso civil y pol¨ªtico de nuestra derecha. Jordi Gracia

Lo que est¨¢ mal en el mundo

G. K. Chesterton

Traducci¨®n de M¨®nica Rubio

Acantilado. Barcelona, 2008

251 p¨¢ginas. 22 euros

Ensayo. A finales del siglo XIX, la legislaci¨®n higienista obligaba a las ni?as peque?as -obviamente, s¨®lo a las pobres- a raparse el pelo para luchar contra los piojos que anidaban en los suburbios; parec¨ªa una medida sabia, y pocos notaron que lo que estaba mal eran los piojos y los suburbios, y no el pelo, y que por tanto eran los primeros, y no lo segundo, lo que hab¨ªa que eliminar.

Ciertamente, tampoco hab¨ªa muchos que dijeran p¨²blicamente que si el cabello de las ni?as de los suburbios estaba lleno de piojos es porque viv¨ªan, como sus padres y madres, pisoteadas en el polvo por sus tiranos, y que lo que hab¨ªa que cortar eran las cabezas de ¨¦stos y no los cabellos de los siervos, aunque esto ¨²ltimo fuera m¨¢s f¨¢cil.

Entre los pocos que s¨ª eran capaces de decir todas estas cosas est¨¢ el autor de estos ensayos, que en su p¨¢gina de conclusiones ilustra su posici¨®n tomando partido por esa muchacha callejera que pasea sus hermosos rizos ante las ¨¢vidas tijeras de los higienistas: "La peque?a golfilla de pelo rojo dorado, a la que acabo de ver pasar junto a mi casa, no debe ser afeitada, ni lisiada, ni alterada; su pelo no debe ser cortado como el de un convicto; todos los reinos de la tierra deben destruirse y mutilarse para servirla a ella; a su alrededor, la trama social debe oscilar, romperse y caer; los pilares de la sociedad vacilar¨¢n y los tejados m¨¢s antiguos se desplomar¨¢n, pero no habr¨¢ de da?arse ni un pelo de su cabeza". Se llamaba G. K. Chesterton y el mundo ser¨ªa bastante peor sin sus libros.Jos¨¦ Luis pardo

- Obra selecta

Edmund Wilson. Varios traductores

Lumen. Barcelona, 2008

936 p¨¢ginas. 48 euros

Ensayo. En un lejano texto de Tzvetan Todorov, Cr¨ªtica de la cr¨ªtica (1984), el pensador franc¨¦s repensaba los postulados b¨¢sicos de la cosmovisi¨®n anal¨ªtica del ensayista canadiense Northrop Frye. Recordaba su convencimiento de que un cr¨ªtico no debe juzgar la obra que analiza, aunque a la vez exig¨ªa un conocimiento de la tradici¨®n en que esa obra se inscrib¨ªa, la tradici¨®n y los prototipos que son recurrentes en ella en la literatura occidental. (Algo cercano a lo que tambi¨¦n prescrib¨ªa F. O. Maticen en Las responsabilidades del cr¨ªtico: "Si lees a Goethe no olvides leer a Mann, y viceversa"). En una conversaci¨®n con David Cayley, Frye incluso llega a negar la necesidad del ¨¦nfasis, de la argumentaci¨®n y la refutaci¨®n (y cita a Yeats: "Se puede refutar a Hegel pero no el Cantar de los cantares). Estas reflexiones vienen a cuento a prop¨®sito de Obra selecta, colecci¨®n de los textos, adem¨¢s de un epistolario con Vlad¨ªmir Nabokov, m¨¢s relevantes del gran cr¨ªtico literario estadounidense Edmund Wilson (1895-1972). Si Frye ten¨ªa profundas razones filos¨®ficas y literarias para defender su asepsia anal¨ªtica (leer para esta cuesti¨®n su Anatom¨ªa de la cr¨ªtica), el lector que visite a Wilson (en estas p¨¢ginas excelentemente seleccionadas y prologadas por Aurelio Major) descubrir¨¢ a alguien situ¨¢ndose en sus ant¨ªpodas. Edmund Wilson analiza y juzga. Pone ¨¦nfasis y refuta. Le interesa el lenguaje, incluso la conciencia ling¨¹¨ªstica en un texto (como le interesaba sustancialmente a Frye), pero no abomina del compromiso del cr¨ªtico a se?alar fallos y a guiar el gusto de sus contempor¨¢neos (algo que irritaba sobremanera a Frye). No alcanzar¨ªan las p¨¢ginas de este suplemento para comentar este extraordinario texto. Wilson tambi¨¦n resulta a veces irritante. No se entiende que un cuento como Los muertos s¨®lo le parezca "interesante". Su an¨¢lisis de Joyce, y sobre todo de Ulises, es refrescante. Lo es porque ¨¦l dice lo que muchos no se atrever¨ªan a decir: Wilson no es de los que dicen que a un libro le sobran p¨¢ginas y se queda tan pancho. Lo argumenta. Es lo que hace con Ulises, al que reprocha que le sobra "dise?o formal", a la vez que no esconde su convicci¨®n de que Joyce es superior a Proust. O no tiene ning¨²n reparo en afirmar que Cyril Connolly no era un cr¨ªtico de primera l¨ªnea (lo cual tambi¨¦n irrita). Pero puede tambi¨¦n halagarte: como cuando afirma (un a?o antes de su muerte) que Islas a la deriva, de Hemingway, es una gran novela no suficientemente valorada. Recomiendo el ensayito sobre Dickens. Esa inteligencia para diferenciar el Dickens festivo de Chesterton y el Dickens l¨®brego de Bernard Shaw. Y las cartas a Nabokov. Edmund Wilson pertenece a la estirpe de los grandes ensayistas americanos, a la estirpe de un Lionel Trilling, por ejemplo. Y si el lector tiene tiempo aproveche para leer una novela suya, editada en Espa?a, Memorias del condado de H¨¦cate (Versal). J. Ernesto Ayala-Dip

Jos¨¦ Bergam¨ªn. Claro y dif¨ªcil

Obra Fundamental

Jos¨¦ Bergam¨ªn

Edici¨®n y pr¨®logo de Andr¨¦s Trapiello

Fundaci¨®n Banco Santander. Madrid, 2008

381 p¨¢ginas. 20 euros

Miscel¨¢nea. Cualquier (s)elecci¨®n es capricho o acierto del responsable de la misma, pero ?obra fundamental: no obliga en exceso el adjetivo? ?Esta que nos presenta Andr¨¦s Trapiello es su obra fundamental? La de Bergam¨ªn: escritor tan poli¨¦drico, hombre-orquesta de paradojas mil, peregrino en su patria, p¨®stumo de s¨ª mismo, muy dado a la coheter¨ªa de las palabras, al aforismo brillante, ensayista agudo, a vueltas siempre con el disparadero espa?ol, con la literatura espa?ola y, sobre todo, como subraya Trapiello, un excelente poeta (la editorial Pre-Textos prepara la poes¨ªa completa de Bergam¨ªn). Contestar a esto es, desde luego, claro y dif¨ªcil. Es, ciertamente, la obra fundamental de Bergam¨ªn, vista por su ant¨®logo, que le ha puesto a su b¨²squeda de textos (ensayos literarios, mucho Gald¨®s; reflexiones filos¨®ficas a vueltas siempre con Espa?a; versos, aforismos y coplillas: qu¨¦ mala suerte la errata de la p¨¢gina 28 que rompe el ingenio bergaminesco con lo del espa?ol fan¨¢tico, fon¨¦tico, hiperb¨®lico -deber¨ªa haber sido- e hiperb¨¦lico; l¨¢stima) un preci(o)so pr¨®logo en el que Trapiello nos da el siempre complicado y parad¨®jico de Bergam¨ªn. Esta "obra fundamental" de Bergam¨ªn es, ya digo, fundamental; esta "obra fundamental" sacia y, si no, que sea camino para regresar a sus libros, tan dispersos hoy, tan extraviados. Encontrarlos, un atractivo a?adido. Javier Go?i

Las diab¨®licas

Jules Barbey d'Aurevilly

Traducci¨®n de ?ngela Selke

y Antonio S¨¢nchez Barbudo

Sexto Piso. Madrid, 2008

368 p¨¢ginas. 15 euros

Narrativa. Cuando se public¨® en 1874 Las diab¨®licas fue un libro estigmatizado por ofensas a la moral p¨²blica, como Madame Bovary y Las flores del mal, pero aquella leyenda de perversi¨®n resulta hoy exagerada. Con todo, la mal¨¦vola perspectiva sobre la pasi¨®n amorosa, o m¨¢s bien el desconcierto del var¨®n ante las sinuosas estrategias amorosas de la mujer, mantiene intacta su malignidad. En D'Aurevilly la visi¨®n de la "monstruosidad" femenina carece de la ligereza y el encanto que Oscar Wilde prest¨® a sus personajes; no obstante, en tanto que v¨ªctimas del amor, los narradores de estos parsimoniosos relatos se someten m¨¢s caballerosamente a la fatalidad. Pues acaso lo m¨¢s interesante de una lectura actual de Las diab¨®licas radique en la "precauci¨®n" con que se demoran en contar su desgracia, como si la comprendieran demasiado bien y se complacieran en la expectaci¨®n de su infortunio. Esto supone una curiosa delectaci¨®n en el mal que indica, a su vez, un deseo ¨ªntimo de inmolarse. De ah¨ª que estos relatos sean m¨¢s bien confidencias, la revelaci¨®n de un secreto que, al exponerse, reclama la asunci¨®n de esa negada parte maldita de la que Bataille hablar¨ªa a?os despu¨¦s. Hacer emerger la morbosidad para sentir, por contraste, la nostalgia de una pureza imposible. Una morbosidad, por otro lado, de ¨ªndole cat¨®lica, de la que D'Aurevilly extra¨ªa sus obsesiones, su tendencia al esc¨¢ndalo -el decadentismo obliga- y a la blasfemia, ¨¦sta atenuada por la promesa de completar este volumen con otro que se llamar¨ªa Las celestes, que ya no pudo escribir, tal vez por prestar demasiada atenci¨®n, como moralista cristiano y ferviente maniqueo, a la influencia del diablo en el mundo. Francisco Solano

Adi¨®s, hasta ma?ana

William Maxwell

Traducci¨®n de Gabriela Bustelo

Libros del Asteroide. Barcelona, 2008

172 p¨¢ginas. 15,95 euros

Narrativa. William Maxwell, del que ahora se cumple el centenario de su nacimiento, profundiz¨® en el oficio de escribir corrigiendo historias de autores como Cheever, Salinger o Updike para The New Yorker. Public¨® varias novelas, Vinieron como golondrinas o La hoja plegada, que le situaron entre los narradores naturalistas del Medio Oeste americano, pues naci¨® en un pueblo de Illinois. Su tema principal es la memoria y c¨®mo ella traza el discurso narrativo e incluso se convierte en el "mensaje" finalmente. En Adi¨®s, hasta ma?ana, Maxwell desmenuza recuerdos e impresiones de la infancia mediante el hilo conductor de un hecho escandaloso y sangriento que sucedi¨® en la familia de uno de sus compa?eros de escuela. La amistad entre dos granjeros vecinos se convierte en tragedia cuando uno de ellos se enamora de la esposa del otro. El episodio pasar¨¢ por las turbulencias de una doble ruptura, acabando en un disparo y el suicidio del homicida, el padre de Cletus, amigo silencioso del narrador. Estos hechos romper¨¢n la relaci¨®n adolescente, fugaz y seminal. Cletus desaparecer¨¢ marcado por un destino terrible que lo hermana con el destino tambi¨¦n funesto del protagonista, que perdi¨® a su madre cuando era ni?o. Pero lo que interesa a Maxwell es que el joven que ¨¦l fue no supo estar a la altura de las circunstancias cuando despu¨¦s en el pasillo del instituto se cruz¨® con Cletus y lo ignor¨®. Esta culpa -tan simple, tan humana- es el motor del relato. Maxwell hace suya, aunque s¨®lo sea como estrategia, aquella m¨¢xima de Levinas de escribir para ganar el perd¨®n. El de uno mismo, se entiende. El resultado es una novela breve, original e intensa, a la par que extra?a. El autor juega con la biograf¨ªa (que ocupa los tres mejores cap¨ªtulos), la cr¨®nica de sucesos y la ficci¨®n. Estos tres elementos (el ¨²ltimo predomina al final, bajo la advertencia del autor de que los recuerdos escritos est¨¢n trufados de mentiras) se combinan con naturalidad y ligereza, huyendo siempre del melodrama y el ¨¦nfasis. La narraci¨®n fluye en consonancia con la v¨ªvida atm¨®sfera del escenario: los campos de la llanura, el duro trabajo de las granjas, la vida chismosa de las peque?as poblaciones, el alma tenebrosa de los adultos y la fr¨¢gil conciencia de los adolescentes. Incluso un perro o una hormiga y los objetos inertes (la casa en construcci¨®n, que Maxwell relaciona con una conocida obra de Giacometti) tienen su peque?a voz en esta novela, que deja flotando una suave inquietud en el lector, as¨ª como la resonancia de haber entrado en un mundo suspendido donde "lo hecho puede deshacerse". Jos¨¦ Luis de Juan

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