La comercializaci¨®n como obra de arte
El fraude ha acompa?ado como una sombra al arte desde al menos los inicios de la modernidad. Toda proposici¨®n in¨¦dita ha implicado autom¨¢ticamente la impresi¨®n m¨¢s o menos consciente de fraude, hasta el punto de que no parece demasiado aventurado afirmar que no puede comprenderse el arte contempor¨¢neo si no se asume ese componente, por as¨ª decirlo, dial¨¦ctico del mismo. Existen, sin embargo, diferencias importantes en los significados de este concepto. Hay un fraude que podr¨ªamos considerar inmanente al fen¨®meno, y que consiste en hacer pasar un objeto por lo que no es, aprovech¨¢ndose de supersticiones culturales como la autor¨ªa, la irrepetibilidad, etc¨¦tera. Una magn¨ªfica ejemplificaci¨®n de ello la constituye aquella pel¨ªcula de Orson Welles llamada, precisamente, Fake. Pero existe una forma de fraude mucho m¨¢s productiva, por as¨ª decirlo, filos¨®ficamente que implica una extensi¨®n y renovaci¨®n no s¨®lo de la obra sino, principalmente, del concepto. Las vanguardias hist¨®ricas hicieron un uso casi sistem¨¢tico de esa f¨®rmula. Podr¨ªa decirse que esta forma de fraude es la manera a trav¨¦s de la cual el arte reflexiona sobre s¨ª mismo y sus propios l¨ªmites.
Propuestas como las de Damien Hirst confirman el colapso de los viejos patrones
Y es que resulta cuanto menos parad¨®jico que en septiembre, poco antes de que la recesi¨®n econ¨®mica cayera con fuerza sobre el mundo del arte -como ha ocurrido hace unos d¨ªas en las recientes subastas de Christie's y Sotheby's, que no llegaron a conseguir los precios de venta que esperaban-, Damien Hirst obtuviera un ¨¦xito indiscutible, salt¨¢ndose adem¨¢s todas las instancias de intermediaci¨®n entre el autor y los potenciales clientes de sus obras.
La cuesti¨®n es que para que pueda hablarse de fraude, retomando el hilo anterior, es preciso que exista a su vez un suelo, aunque sea aparente, de verdad susceptible de ser falseado, desnaturalizado o pervertido. Ese suelo no es otra cosa que el paradigma ideol¨®gico, creado por el idealismo rom¨¢ntico, que con sus categor¨ªas de creatividad, originalidad, genio, etc¨¦tera, conforma el concepto moderno de Arte. Pues bien, es este paradigma el que se encuentra, si no definitivamente muerto, s¨ª en un imparable proceso de descomposici¨®n. Ello no significa que no se siga produciendo arte como una expresi¨®n, entre otras muchas, de la creatividad humana, sino que su exclusividad metaf¨ªsica resulta cuanto menos problem¨¢tica.
Nunca m¨¢s que ahora ha parecido tan ajustada aquella prof¨¦tica sentencia de Hegel: "Para nosotros el arte no tiene ya el alto destino de que gozaba en otro tiempo". Hay que contemplar, adem¨¢s, que como ya predijera Walter Benjamin las posibilidades de reproducci¨®n t¨¦cnica no s¨®lo iban a tener repercusiones en el valor aur¨¢tico de la obra de arte, sino que iban a operar una verdadera transformaci¨®n en la propia naturaleza de la misma: la publicidad, el v¨ªdeo arte, el net art, etc¨¦tera, no han hecho sino confirmar ese diagn¨®stico.
Desde estas premisas, las provocaciones de Damien Hirst s¨®lo pueden comprenderse como el juego c¨ªnico y crepuscular, en el fondo profundamente art¨ªstico, en relaci¨®n a una serie de creencias y valores de car¨¢cter est¨¦tico que est¨¢n conociendo su final ante nuestros desconcertados ojos. Se han hecho referencias, en algunos art¨ªculos, a las reconocidas afinidades de Damien Hirst con el movimiento punk, y contemplando sus pr¨¢cticas con respecto al entramado financiero-institucional del mundo del arte uno no puede sino evocar aquella maravillosa pel¨ªcula de Julien Temple, titulada precisamente La gran estafa del Rock and Roll, en la que el creador de los Sex Pistols, Malcolm McLaren, ofrec¨ªa unas ilustrativas lecciones sobre c¨®mo exprimir a las casas discogr¨¢ficas unos cuantos millones de libras usando como pantalla a una especie de grupo fantasma.
La pregunta que inevitablemente surge ante un fen¨®meno de estas caracter¨ªsticas, es: ?qui¨¦nes son los estafadores y quienes son los estafados? En el caso del arte: ?es Hirst el verdadero estafador o lo son esas casas de subastas, cr¨ªticos m¨¢s o menos influyentes, propietarios y artistas aur¨¢ticos que siguen jugando al juego sublime de la verdad revelada y que viven de esas instituciones con la misma impunidad que el autor de los tiburones en formol pero sin el cinismo ni la valent¨ªa necesarios para emanciparse de ellas?
Ante una situaci¨®n como ¨¦sta resulta l¨®gico que nos preguntemos si existe vida m¨¢s all¨¢ de ese nihilismo radical que juega sin contemplaciones con los ¨²ltimos vestigios de la religi¨®n rom¨¢ntica del arte. Si nos atenemos a las predicciones de algunos de los pensadores m¨¢s sagaces de nuestra ¨¦poca, y a los signos que se desprenden de las actividades relacionadas con la creaci¨®n art¨ªstica, lo que parece m¨¢s probable es que nos estemos encaminando hacia un concepto de arte mucho m¨¢s discreto y efectivo, descargado de hinchazones trascendentes y m¨¢s pr¨®ximo, tal vez, al significado que tuvo la palabra en el mundo cl¨¢sico. Llamaremos "arte" a productos de la imaginaci¨®n que aspiren a un alto grado de excelencia, pero que se encuentren integrados en las pr¨¢cticas y necesidades de la vida cotidiana, tal y como est¨¢ ocurriendo ya con las propuestas de las nuevas tecnolog¨ªas... o como ocurri¨® con esas pinturas holandesas del Rijsmuseum, cuya humilde domesticidad deslumbr¨® a F¨¦lix de Az¨²a (Otro esp¨ªritu sobre las aguas).
Manuel Ruiz Zamora es historiador del arte y fil¨®sofo.
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