Viveiro, capital Washington
Cuentan c¨®mo en Viveiro compet¨ªan ferozmente dos banqueros. Uno realiz¨® una fuerte inversi¨®n en una mina en la parroquia de Chav¨ªn. La explotaci¨®n no rend¨ªa y su rival expandi¨® con ¨¦xito el rumor de tener sepultado all¨ª los ahorros de media villa. Cierta ma?ana los clientes se amontonaron ante el banco exigiendo sus dep¨®sitos. Falto de liquidez tan abundante, nuestro banquero inversor decidi¨® pegarse un tiro frente a la r¨ªa. La tragedia pospuso la desconfianza. La mina empez¨® a producir. Chav¨ªn prosper¨® y Viveiro se convirti¨® en una de las villas m¨¢s florecientes y modernas de Galicia. Parte de las ganancias fueron tambi¨¦n para el banquero maledicente, que ni puso un real, ni pose¨ªa m¨¢s liquidez.
La izquierda, tanto la que acudi¨® a Washington como ¨¦sta gobernante aqu¨ª, no ha perdido el miedo al miedo
Historia o leyenda de A Mari?a, esta peque?a narraci¨®n local resume la crisis global que no cesa. Como dir¨ªa el resucitado Keynes, los animal spirits que mueven la econom¨ªa desconf¨ªan incluso de su padre. La revoluci¨®n conservadora model¨® un mundo simple como aquel universo de la Guerra de las Galaxias: el mercado es la fuerza y el Estado, el lado oscuro. O como dir¨ªa el maestro Yoda, lo p¨²blico es ineficiente y lleva al d¨¦ficit, el d¨¦ficit a m¨¢s impuestos y ¨¦stos, al lado oscuro. Revestidos de un despampanante aparato matem¨¢tico y cient¨ªfico, este conjunto de postulados ideol¨®gicos se convirtieron en la Verdad. Los neoliberales aprovecharon los problemas de provisi¨®n del Estado del Bienestar y la izquierda o no supo o no quiso defenderlo.
Pero si la econom¨ªa es una ciencia y puede ser divina, los mercados son humanos y pueden resultar mortales. La confianza ha quebrado y s¨®lo queda un actor capaz de restaurarla: el viejo, maltratado y despreciado Estado. Los defensores del antiguo r¨¦gimen ya reconstruyen una versi¨®n donde todo funciona mal menos sus principios y tanta intervenci¨®n p¨²blica es la prueba. Inquieta comprobar la timidez con que los gobiernos de izquierda, menos y acomplejados, ceden protagonismo y el discurso de la acci¨®n p¨²blica a gobernantes que hasta ayer la abominaban.
La historia mari?esa encierra otra lecci¨®n. Aquella desconfianza fue arreglada por los mari?enses. De la crisis se sale yendo de Viveiro a Washington, no al rev¨¦s. Las decisiones de all¨ª son para el largo plazo y ya se sabe que -de nuevo, Keynes- en el largo plazo, todos muertos. Las pol¨ªticas del presente se deciden aqu¨ª. El Partido Popular ya tiene su ecuaci¨®n: el bipartito es paro, despilfarro y crisis. Su soluci¨®n es presentar un plan de austeridad cada d¨ªa. Utilizando su querido s¨ªmil de la administraci¨®n familiar, como la familia no puede pagar la hipoteca, lo arregla dejando de salir a cenar. Pero como tampoco cenaban fuera tantas veces, no basta y entonces sigue recortar las actividades del colegio de los ni?os, o los cuidados del abuelo.
Del lado del bipartito, no brilla mayor ingenio. Brotan los rudimentos de otro discurso en el socio nacionalista. Pero esa referencia gen¨¦rica a "la econom¨ªa con ra¨ªces" no aclara si se trata de evocar esa leyenda rural de una Galicia rica y feliz saqueada enarbolada por parte del nacionalismo, o contiene una propuesta estrat¨¦gica capaz de definir qu¨¦ producir y para qui¨¦n. Cuando, por ejemplo, se reclama construcci¨®n naval civil en Ferrol, conviene aclarar si la idea es volver al Ferrol ya reconvertido o sabemos qu¨¦ construir y qui¨¦n lo comprar¨¢. Por su parte, el socio socialista se entretiene en vigilar las ideas del otro. Como el famoso Instituto de Cr¨¦dito Gallego, negado con el singular argumento de ser propuesta antigua, lo que deja en mal lugar al programa electoral socialista por incluirla, o la pintoresca afirmaci¨®n sobre la existencia de instrumentos m¨¢s potentes en acci¨®n, lo qu¨¦ deja en muy buen lugar a Fraga y su Administraci¨®n, a la cual muchos votantes dimos injustamente el relevo convencidos de que no sab¨ªa ni quer¨ªa hacer estas cosas. La izquierda, tanto esa que acudi¨® a Washington, como ¨¦sta gobernante aqu¨ª, no ha perdido aquel miedo al miedo avisado por Roosevelt. A¨²n no se atreve a articular un discurso sin complejos, basado en la igualdad, la decencia y la redistribuci¨®n de riqueza y oportunidades. El nuevo discurso que exigen estos tiempos tan poco modernos.
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