Tiempo inm¨®vil y eslabones perdidos
Despu¨¦s de dos a?os de ausencia de un pa¨ªs admirable por el esfuerzo realizado en los ¨²ltimos 30 a?os, llego a casa y tengo la sensaci¨®n de que todo est¨¢ en el mismo punto en que lo dej¨¦. Observo hoy la misma encarnizada discusi¨®n que rodeaba el verano anterior a mi partida por la esperada Ley de la Memoria Hist¨®rica. Por ejemplo, en mi ciudad he visto esta misma semana una sencilla inscripci¨®n en m¨¢rmol con los nombres de una parte de los 3.200 jiennenses desaparecidos en la represi¨®n franquista.
En cualquier pa¨ªs democr¨¢tico cabe pensar que un alto organismo, una fiscal¨ªa, por ejemplo, hubiera presentado hace ya meses ante la sociedad espa?ola el listado completo de nuestros compatriotas desaparecidos por la represi¨®n del franquismo y, una vez cubierto ese vac¨ªo que hasta hoy llega, hacer lo posible por concederles el acto de justicia que no tuvieron.
Es una racaner¨ªa llamar 'delito com¨²n' al exterminio sistem¨¢tico de los 'rojos'
El caso es que han sido las asociaciones para la recuperaci¨®n de la memoria las que han activado la causa. Muchos de sus integrantes, nietos de desaparecidos, no tienen por qu¨¦ ser expertos en archiv¨ªstica ni en los fondos documentales de los tribunales de la posguerra, ni en el ordenamiento militar, para la clasificaci¨®n minuciosa de las depuraciones de sus antepasados, y, sin embargo han acudido pacientemente, por la Red y sin ella, un d¨ªa y otro, a contrastar las escasas noticias de su ascendiente, y junto con las asociaciones, han puesto en conocimiento de la justicia lo hallado, y el juez, como se desprende de la lectura del auto que circula entre los medios, ha transcrito, con lenguaje tan fr¨ªo como t¨¦cnico, la demanda.
Cre¨ª por un momento que estaba ya cubierta esa etapa de las noticias incompletas y las fotograf¨ªas de ¨¦poca acerca de la desventura de los m¨¢s de 100.000 compatriotas a quienes se aplic¨® la Ley de Responsabilidades Pol¨ªticas y se hizo desaparecer en el anonimato.
Sin embargo, ha regresado a nuestro entorno la discusi¨®n irracional que nos adjudican en ocasiones nuestros observadores extranjeros. En primer lugar, la discusi¨®n terminol¨®gica.
Doy por supuesto que en este tema cada cual conoce su trabajo, pero algo no casa en el discurso interdisciplinar. Por ejemplo, no es compatible lo que nos contaron de aquel infierno Alberti, Max Aub, Manuel And¨²jar, Francisco Ayala, Ram¨®n J. Sender, Benet y Juan Goytisolo, que mostraron con estilo y humor que el sentido moral est¨¢ por encima del ajuste de cuentas, con el t¨¦rmino jur¨ªdico de "delito com¨²n" que se nos da hoy.
La denominaci¨®n no creo que agrade tampoco a los herederos contempor¨¢neos de la "cruzada" y los "valores eternos", por m¨¢s que el jefe s¨®lo pueda ser juzgado por el m¨¢s alto Tribunal. Se nos dice tambi¨¦n por el especialista que el juez instructor incoa otra Causa General al franquismo. ?Se imaginan lo que es, carpeta tras carpeta, toneladas de documentaci¨®n en forma de declaraciones e informes promovida por el Estado a lo largo del espacio y el tiempo entre tristes testigos y cientos de voluntarios erigidos en acusadores de la otra media Espa?a con su listado infinito, no de culpables del delito de desaparici¨®n, sino de sospechosos de haberlo cometido? ?De verdad, creemos que se trata de eso ahora? ?Por qu¨¦, si el motivo es de reparaci¨®n pendiente, nos asustamos los unos a los otros?
Ciertamente me parece desproporcionado que la demanda que unos nietos tramitan ante el juez en nombre de sus desaparecidos se pueda comparar, en origen, a la pr¨¢ctica sistem¨¢tica que se hizo por parte de un Estado totalitario, cuyas secuelas han determinado la vida de tres generaciones de espa?oles y privado a muchos miles de su memoria cotidiana. Si eso es as¨ª, algo parece quedar pendiente en nuestra democracia.
?No es, acaso, la reacci¨®n hist¨¦rica manifestada aqu¨ª contra el simple acto de nombrar a las v¨ªctimas del franquismo la peor prueba de la convivencia que decimos haber conseguido y con la que impedimos recibir a los nombres que faltan?
Puede que nuestros amigos europeos y americanos, estudiosos de una nutrida bibliograf¨ªa acerca de aquel cap¨ªtulo de violencia indiscriminada que llamamos posguerra, no se conformen con lo que resulte.
Terminada la guerra, el conde Ciano, yerno de Mussolini, nada sospechoso de ser rojo, visit¨® Espa?a y comunic¨® al duce su extra?eza por la ferocidad de los franquistas ya en tiempo de paz, con 10.000 ciudadanos condenados a muerte en espera de cumplimiento: "Los fusilamientos son numeros¨ªsimos a¨²n: s¨®lo en Madrid hay de 200 a 250 al d¨ªa; en Barcelona, 150, y 80 en Sevilla, ciudad que nunca estuvo en manos de los rojos".
?Calificaremos a partir de ahora el periodo que ha dado tanta lata a escritores e historiadores como de simple "delito com¨²n"? ?O acaso no ser¨¢ racaner¨ªa impropia de una democracia madura nombrar as¨ª el exterminio sistem¨¢tico de nuestros rojos, cuyas secuelas padece la sociedad espa?ola hasta hoy, a cuyo esfuerzo por un mundo mejor escritores e historiadores dedicaron libros dentro y fuera de Espa?a?
Fanny Rubio es escritora y ha dirigido el Instituto Cervantes de Roma.
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