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Conocer a fondo el alma humana, no sorprenderse de nada, estar de vuelta de todo, pero conservar siempre la virginidad en la mirada ante cualquier tragedia, villan¨ªa, hero¨ªsmo o golpe de fortuna que acontezca en la vida y contarlo como si sucediera por primera vez: ¨¦sta es, a mi juicio, una regla de oro para un escritor. As¨ª me gustar¨ªa contar la historia de Jan Krugier, coleccionista de arte. No puedo decir que fuera mi amigo, aunque me trataba con mucho afecto, m¨¢s all¨¢ del inter¨¦s que pon¨ªa en que le comprara un boceto a l¨¢piz de una cabeza de mujer, seg¨²n ¨¦l, de una supuesta novia de Matisse, que el pintor dibuj¨® obsesivamente hasta el final de sus d¨ªas. En la trastienda de su galer¨ªa de Ginebra, rodeado de cuadros de Picasso, de C¨¦zanne y de Degas, este jud¨ªo polaco, peque?o, elegante, vestido de lino blanco, me cont¨® que ¨¦l hab¨ªa sido un ni?o con el pijama a rayas en Auschwitz, donde fue fusilado dos veces sin ¨¦xito. Cuando ya se o¨ªan a lo lejos los ca?ones de los rusos, los nazis comenzaron a pasar por las armas de forma masiva y aleatoria contra un muro a cuantos prisioneros andaban sueltos por el campo de exterminio. La primera vez, ante el pelot¨®n de fusilamiento el adolescente Jan Krugier cay¨® desmayado una fracci¨®n de segundo antes de que le alcanzaran las balas. Logr¨® escabullirse por debajo del mont¨®n de cad¨¢veres y se confundi¨® entre los supervivientes que campaban por los pabellones. Cazado de nuevo en otra redada fortuita y puesto ante los fusiles de los esbirros, esta vez se tir¨® al suelo en el instante preciso inspirado s¨®lo por el instinto. Su padre, que hab¨ªa sido tambi¨¦n coleccionista de arte, antes de morir gaseado en el mismo campo le hab¨ªa dado un consejo: "Cuando est¨¦s desesperado y ya no encuentres salida, piensa en algo bello, en algo noble y el mundo se volver¨¢ a iluminar". Ante el segundo pelot¨®n de fusilamiento Jan Krugier record¨® la figura de aquella bailarina de Degas, pintada al pastel, que su padre le mostraba de ni?o como un tesoro. La pasi¨®n por la belleza est¨¢ unida al instinto de conservaci¨®n. Jan Krugier siempre pens¨® que s¨®lo por ella hab¨ªa salvado la vida. Ahora ha muerto, puesto que de la tercera descarga de fusiler¨ªa nadie sale vivo.
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